El valor de saber mirar
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Henri Cartier-Bresson – Niños jugando en ruinas [Sevilla – 1932]
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El arte de la fotografía se encuentra íntimamente vinculado con el valor de saber mirar. Si la música es esencialmente oído, la fotografía es mirada. Me siento dividido e insatisfecho ante las definiciones, pues si por un lado comprendo que son imprescindibles, por otro me inquietan, ya que al definir, delimitamos, y al delimitar es posible que excluyamos o marginemos aquello que no cabe en nuestro entendimiento o en nuestra imaginación.
La visión ha sido a lo largo de la historia de Occidente el sentido que ha ocupado el puesto más elevado en la jerarquía de la percepción. De ahí que no haya otro sentido como el de la vista que nos haya dejado tantas metáforas lexicalizadas relacionadas con el acto de conocer: dar luz, como procuraba Sócrates con el arte de saber preguntar, alumbrar, despertar, iluminar, aclarar, esclarecer, resplandecer… son tan solo algunos ejemplos de ello.
Ahora bien, los sentidos se complementan en el acto de percibir: a la vista sin el oído se le difumina a veces las distancias; el tacto, siempre ciego, necesita la vista para desenvolverse más libremente; el olfato, capaz de rescatar la memoria involuntaria, también amplía su poder debido a la vista… Incluso eso que tradicionalmente hemos llamado “alma”, y que ha sido sustituido en nuestros días por el cerebro y los actos mentales (sentir, pensar, creer, querer…) participan junto con todo el cuerpo en la percepción y comprensión de cuanto nos rodea.
Saber mirar, el valor de saber mirar, implica todo esto, y elegir de entre la infinidad de posibilidades que ofrece la realidad aquella que debe ser atendida, valorada, enseñada. Como certeramente señalara alguien, “en última instancia la fotografía, del mismo modo que la literatura, no es sino una forma de preservar la memoria de las injurias del tiempo, de fijar la vida, por naturaleza pasajera, y apresarla en un lugar mágico donde siempre es presente”.
Evidentemente, el valor de saber mirar difiere según los propósitos del fotógrafo: no es lo mismo saber mirar la vida cotidiana, aguardando que surja el instante imprevisto y decisivo, como tan memorablemente lo hacía Henri Cartier-Bresson, que saber mirar en un conflicto bélico como reportero fotográfico, como lo hiciera Robert Capa; no es lo mismo saber mirar desde una perspectiva sociológica o antropológica, como espléndidamente lo hace Cristina García Rodero, que saber mirar de forma artística, como lo hace Duane Michals; no es lo mismo mirar el cuerpo humano, como hace un fotógrafo de la moda, pensemos en Richard Avedon, que el saber mirar de un naturalista, como ese canto a la belleza indeclinable de la naturaleza que es el Génesis de Sebastiao Salgado. Cada uno posee unos fines y eso condiciona los medios y orienta los procedimientos de la mirada. Pero cuando se logra transfigurar la visión cotidiana, algo para lo que no vale suficientemente con la técnica, se consigue una dimensión artística que está presente de una manera o de otra en cualquiera de los fotógrafos anteriormente mencionados.
Con la reciente aparición y democratización del móvil cualquiera puede hacer fotografías, incluso buenas fotografías. Pero la democratización de cualquier fenómeno, si no va acompañada de una adecuada preparación intelectual y técnica, se convierte en no pocas ocasiones en banalización. Y los móviles, al igual que las redes sociales, se están convirtiendo en vertederos de imágenes. Lo que define y distingue al artista es su mirada, su estilo, su forma de ver y de ser. Y no hay mirada ni estilo sin creación, sin innovación.
En un mundo cuya estructura económica y política dominante es el neoliberalismo de la globalización, donde parece que no se puede vivir si no se consume, rendimos culto e idolatría a los objetos artísticos, incluidas las fotografías. No es que uno no perciba la belleza de estos objetos, sino que antes bien prefiere la acción de la que surgen. Es decir, aprecio la creación de obras bellas, pero por encima de esto admiro cómo alguien sabe descubrir jirones de belleza o de dolor, de nostalgia o indignación en los lugares más insospechados. La fotografía, al igual que otras obras de arte, se crea durante unos momentos, pero la acción de mirar de la que surgen es algo que nos acompaña en todo tiempo, por tanto, algo que nos define y constituye como seres humanos. Es, en suma, el valor de saber mirar.
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Sebastián Gámez Millán