La paradoja del decir en «Tu rostro mañana», de Javier Marías – María Elena Arenas Cruz

La paradoja del decir en Tu rostro mañana, de Javier Marías
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La paradoja del decir en Tu rostro mañana, de Javier Marías
Calla, calla y no digas
nada, ni siquiera para salvarte
Guarda la lengua, escóndela,
trágala, aunque te ahogue, como
si te la hubiera comido el gato.
Calla, y entonces sálvate.
Tu rostro mañana, la extraordinaria trilogía que Javier Marías publicó entre 2002 y 2007, es un extenso monólogo, un relato en primera persona en el que, no obstante, se reproducen o, mejor, se recrean, tamizados por el recuerdo, numerosos diálogos con otros personajes. Y digo tamizados porque lo que fluye como un río perpetuamente renovado es el hablar incansable del narrador, que cuenta y a la vez interpreta o reflexiona a propósito de sus recuerdos una y otra vez, haciendo avanzar la trama a pasos muy lentos, casi a trompicones, de manera que en realidad son muy pocos los episodios que se nos cuentan. En este modo de contar, los datos no son ofrecidos o sencillamente presentados, sino que, casi cada uno de ellos (palabras dichas o escuchadas, gestos o movimientos, hechos, imágenes vistas o entrevistas, palabras leídas, objetos…), es sometido a la interpretación del que habla, a su juicio, a su ética y estética. Esta valoración casi constante de casi todo lo que sucede (en realidad, muy pocas cosas suceden propiamente en esta novela; lo que sabemos es lo que se dice, se oye, se lee o mira), hace que la trama se desarrolle a modo de postergación permanente. Esto es así porque todo aquello de lo que se habla es a la vez evaluado o considerado según la estimación subjetiva y personalísima del narrador, estimación que a su vez viene determinada por lo ya vivido, lo leído, lo deseado, lo creído, lo conjeturado o temido por él en algún momento del presente o del pasado o incluso del futuro. La fábula, por tanto, avanza y se detiene o retrocede en un equilibrado movimiento de constante flujo y reflujo, que parece estar al servicio de una sola idea: todo se puede decir, todo consiste en hablar, pero, a la vez, todo relato es imposible o, peor aún, algunos relatos son peligrosos.
En mi época profesional de Londres, o digamos retribuida, aprendí que lo que tan solo ocurre no nos afecta apenas o no más que lo que no ocurre, sino su relato (también el de lo que no ocurre), que es indefectiblemente impreciso, traicionero, aproximativo y en el fondo nulo, y sin embargo, casi lo único que cuenta, lo decisivo, lo que nos trastorna el ánimo y nos desvía y envenena los pasos, y seguramente hace girar la perezosa y débil rueda del mundo (p. 23)
Estas palabras están muy al inicio de la novela y pueden considerarse una de las justificaciones de la perpetua necesidad de hablar del protagonista, que es a la vez el narrador, pues lo que verdaderamente afecta la vida de los seres humanos no es lo que sucede o no, sino el relato de lo sucedido o no sucedido. Queda vuelta la sartén del revés: no son las experiencias o vivencias lo que más propiamente nos afecta, sino el relato de las mismas, es decir, lo que nos contamos o les contamos a los demás. El problema es que para contar necesitamos el lenguaje y este siempre es impreciso.
“con el hablar hay que andar siempre en guardia, se torna infinito al menor descuido, como una flecha imparable pero que jamás alcanzará un blanco, y siguiera volando hasta el fin de los tiempos sin aminorar su marcha” (p. 438).
Y, sin embargo, la novela desvela, entre otras muchas cosas, una extraña y sobrecogedora paradoja: esta persistente y aguda voluntad de decir no encierra sino la exigencia de la necesidad de callar. Se puede casi afirmar que toda la novela no es más que la expresión de este convencimiento.
El protagonista, Javier Deza, es reclutado por el Servicio de Espionaje del Reino Unido para realizar un trabajo que consiste, precisamente, en hablar, en contar lo que ve en las personas que se le presentan para ser escrutadas; es un trabajo más fundado en la conjetura y la hipótesis que en datos objetivos, de manera que los informes que elabora son en realidad construcciones imaginarias, cuentos; de hecho, nunca los escribe, sino que los cuenta, se los cuenta a Tupra, su jefe, que constantemente lo insta a añadir algo más a partir de lo que ve. El propósito de los informes es conjeturar si las personas que Deza tiene delante y a las que escucha hablar de asuntos cotidianos o de sus preocupaciones laborales, podrían, en un futuro, mentir, traicionar, matar, dejarse comprar o resistir. Deza y su equipo proponen, esto es, imaginan, una versión verosímil del rostro que esas personas podrían adoptar en el futuro si las circunstancias los obligaran a actuar.
Y he aquí la primera paradoja: este decir debería ser callar, pues como se descubre al final de la novela, el protagonista llega a la conclusión de que al menos un informe suyo ha servido para diseñar una venganza y, por tanto, ha dado lugar a la muerte de la persona sobre la que lo elaboró. Este final no es más que la cumbre o diana en la que confluyen otras casos de delaciones y traiciones que Deza ha ido desgranando a lo largo de la novela, todos ellos sobrecogedores: el caso de Nin, engañado y delatado por sus compañeros del POUM; el caso de Valerie, la esposa de Wheeler, cuya delación condujo a la muerte a una de sus amigas y a sus hijas; el caso del padre de Deza, trasunto literario de Julián Marías, padre del autor, víctima real de la denuncia de un amigo. En la novela, el ilustre filósofo es el único que se salva de esta fuerza que parece inevitable y, al final de sus días puede confirmarle a su hijo con orgullo:
“Pero de lo que estoy más contento, Jacobo, es de que nadie haya muerto nunca por lo que yo haya dicho o contado. Si uno le pega un tiro a alguien, en el frente o para defenderse, malo es, pero con ello se puede seguir viviendo, y no por eso se pierden la decencia ni la humanidad, no por fuerza. Pero si alguien muere por lo que uno cuenta, o aún peor, por lo que inventa; si alguien muere por su causa sin necesidad; si uno podía haber guardado silencio y esa persona seguiría viva; si uno habló cuando debía o podía callar y con ello trajo una muerte, o varias… yo creo que con eso no se puede vivir, aunque muchos vivan o parezca que viven” (p. 1173).
Todas las traiciones evocadas tienen un componente fabulador que a la postre ha resultado muy peligroso. Esto es así porque lo grave es que no seamos capaces de ver o adivinar quién, un día, va a dejarse llevar por el mero gusto de narrar y, con su cuento, esto es, con la invención de actos que no cometimos, nos va a conducir a la cárcel o a la muerte.
La segunda paradoja afecta al propio modo o estilo de escritura del autor. Hay en Javier Marías una apabullante voluntad de decir; Félix de Azúa ha dicho que su prosa es “claustrofóbica, repetitiva, agobiante, obsesiva, casi demente en ocasiones”. Yo diría, en cambio, que su prosa es una fiesta del lenguaje, del lenguaje como objeto con el que se disfruta, con el que se goza a lo grande. La paradoja está en que esta efervescencia del decir parece venir determinada por un radical convencimiento de la imposibilidad de decir. Esto se observa muy fácilmente en los fragmentos en los que Marías acumula palabras que parecen sinónimos, palabras que parecen repetir una y otra vez lo ya dicho; sin embargo, esta prosa acumulativa de apariencia sinonímica no es más que la constatación de que es imposible decir nada de una vez y de manera rotunda, que, a las ideas, a las emociones, a los objetos solo podemos acercarnos por aproximación.
De todas maneras, esta imposibilidad de decir no convierte al lenguaje en un instrumento ineficaz para dar noticia de lo que creemos saber; antes al contrario, la prosa de Javier Marías es el mejor exponente de que el lenguaje está a nuestro servicio y puede ser la mejor ruta para descubrir lo que todavía no sabemos, para alcanzar aquello que solo aparece al nombrarlo, aunque sea por aproximación. Y en este sentido, es evidente que hay un atrevido y no oculto deseo de disfrutar en el camino que conduce a la búsqueda del significado, búsqueda que, dada la imposibilidad del decir, siempre queda abierta para ser infinitamente transitada.
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María Elena Arenas Cruz
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Nota
Javier Marías. Tu rostro mañana. Alfaguara Editorial [Penguin Random House] – Col. Alfaguara Hispánica, Madrid, 2009. ISBN: 978-8420405018.