En época de rosas – «El sueño de la Primavera» [Primera antología breve de poesía] – XLI – Sebastián Gámez Millán

En época de rosas – «El sueño de la Primavera» [Primera antología breve de poesía] – XLI – Sebastián Gámez Millán

El sueño de la Primavera – Primera antología breve de poesía – XLI

 

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Elegía a unos brazos

Esta tarde un resol irrumpe y estalla entre los azulejos,
entre los verdes, entre las tonalidades térreas.
Hay una luz irreal, como de recuerdo lejano,
mas aún vivo, tenaz, y flota un aire
transido de luz quemada entre las plantas
del patio que con generosa mano tú cuidas.
Y ahí, sobre la silla amarilla de madera y anea,
tú, muda en tu quehacer, enhebras pacientemente,
de la tarea de agujas e hilos abstraída,
sin consciencia de tu edad y del tiempo
que te va alejando de ti y de los tuyos…

Hasta ti me acerco, también callado,
con la palabra en la mano,
en el gesto difícil y tímido.
Y mi mano por fin te toca, toca tu brazo,
roza tu piel, acaricia tus carnes cansadas,
suaves, blandas, donde mi mano se esconde
y ampara como cuando niño.

Mi mano, en la tarde, extendiéndose por tu brazo,
resbalando, respirando tranquila, retozando de tenerte aquí,
junto a la palma, entre mis dedos,
que abarcan y afirman por entero tu brazo:
lo que eres, lo que has sido,
lo que no podrás dejar de ser: madre.
Este es el secreto que vine a confesarte en silencio,
mediante caricias y gestos,
que las palabras se encogen para decir esto,
que las palabras no saben hablar de afectos,
que las palabras limitan la infinitud del amor…

Y mientras acaricio tu brazo,
mientras delicadamente lo froto,
miro tu semblante, miro tu boca,
tus labios, tu cabellera todavía negrísima,
tus oscuros ojos atentos al quehacer cotidiano,
pero ya emitiendo destellos de gozo,
el gozo de la mano que te afirma.
Lentamente reparo en tus facciones,
en tus manchas y en tus arrugas,
vestigios y surcos que los años levantan
para proclamar la derrota del cuerpo.

Y si te miro distante, no con estos ojos de hijo tuyo,
sino de alguien que ignora tu vida y observa
tu cuerpo semiderruido,
cuánta ternura y piedad puedes despertar en mí.
Eres entonces como un recién nacido,
como una criatura inerme,
como un ser cuya senectud y cuyas húmedas pupilas
parece ensayar a cada instante, con cada objeto,
una cálida y fraterna despedida.

Oh belleza arrasada, oh días juveniles y sonrientes,
¿Dónde estáis? ¿Dónde, dónde estás, dime niña, dime María,
dime dónde, madre?
Dime entre qué gladiolos te alegrabas;
dime entre qué soledades, herida, amabas;
dime entre qué amarantos soñarías;
entre qué visiones, atemorizada, te ocultabas.

Dulcemente estuvieras allí y no aquí
con tanta hermosura dormida ya para siempre
entre estos brazos que levemente
rozo y toco en la tarde de julio.

Para cuando ya no tenga tus brazos, calor de cuna primera,
para cuando no pueda ya tocarlos, rozarlos, acariciarlos,
para cuando repetir ya no pueda esta escena de hijo y madre,
escribo el poema, donde canto y guardo tus brazos.

 

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Sebastián Gámez Millán

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