En época de rosas – «El sueño de la Primavera» [Primera antología breve de poesía] – XXXIV – Rafael Guardiola Iranzo

En época de rosas – «El sueño de la Primavera» [Primera antología breve de poesía] – XXXIV – Rafael Guardiola Iranzo

El sueño de la Primavera – Primera antología breve de poesía – XXXIV

 

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La Montaña de Fuego

Mundo encantado, ¿dónde estás?
Vuelve amable primavera de la naturaleza.
Tu huella fabulosa sólo habita en el país
de la dulce poesía.
Pero el campo quedó triste y despoblado:
ninguna divinidad se ofrece a la mirada.
Sólo queda la sombra de esta imagen
cálida de vida.

Schiller

 

¿Dónde estás, Mar? No te encuentro.
No le digas a mamá que estoy aquí,
en el maletero del coche, horizontal,
quieta, muy quieta, conteniendo
alegre la respiración y la negra sombra.
Arranca, por favor, papá, y sal corriendo.
¡Qué gran aventura! Date prisa, que nos pilla.

Y la blanca sonrisa oceánica de mi padre,
con la miel fragante de sus larguísimos dedos.
Y las blancas flores de los almendros, regias,
prodigiosas, saludando nuestra muda huida,
salpicando de silencio la digestión de la vega.
Y tus manos, papá, poderosas, fortalezas
amantes, libres y firmes todo el tiempo sin tiempo.

¿Hemos llegado, papá? ¡Dímelo papá!
¿Hemos llegado, por fin, a la montaña de fuego?
Me dijiste que por aquí pasaron los Reyes Magos
con el frío del invierno y su ocre procesión de camellos,
cerca de la verja de la fábrica y del olor del cemento.
¿No habrán dejado ahora algún regalo para mí?
¿Ni siquiera en las arrugas del delantal de la abuela!

Con la ilusión inquebrantable de tu padre
la luna siempre es una dulce diosa, Mar,
que dibuja a mano alzada tu sombra azul,
que recorta, alegre, la silueta de tu afrutado
sueño, acunado en las higueras, riendo.
El campo nunca está triste, aunque siempre
en silencio, solemne, como si fuera un entierro.

No le digas a mamá que aquí estoy, tendida,
horizontal, con las rodillas astilladas, hirviendo,
contando los pájaros de la bandada
y las flores nuevas de los viejos tiestos,
soñando despierta, leyéndolo todo ávidamente,
hasta las cuentas que en la pared hace el pescadero,
con los ojos brillantes, fastuosamente abiertos.

Me gustaría darle mordiscos rojos,
a la roja manzana de caramelo, piensas,
que me prohíben comer, que me incita al deseo,
y hundir mi pequeña nariz y mi largo cabello
entre los fértiles pétalos de las flores silvestres,
en los labios abiertos del mundo encantado
con el que me alimento y respiro, siempre en silencio.

Para nosotros, Mar, será un cálido y vivo secreto.
Ojos encendidos, ojos muy abiertos.
Ojos que sonríen en la montaña de fuego.
Ojos sin lágrimas saladas, secas, despiertas.
Los ojos son del juego, de los jardines de Hestia,
donde la diosa se calza sus sandalias doradas
y bendice los huertos, la luz de la tarde, el brillo
de los frutos caídos, a los pies del silencio,
y las sombras caídas que brotarán en el humus,
y los besos que todavía no he podido darte.

Esperan ver todos el látigo de los relámpagos
de sangre de la montaña de fuego,
queremos ver todos cómo arden, nerviosos,
tus mágicos dedos, amasando la vida,
derritiendo las grúas, ahuyentando a los necios.
Queremos ver, todos, cómo devoras
cien manzanas de caramelo.

¡Cuánto me gusta verte bailar, Mar!
Y saberte infinitamente libre, mordisqueando
la roja manzana de caramelo,
siguiendo las huellas del mundo encantado,
escuchando mis versos cálidos en la portada
de la casa de tu abuela, cerca del pozo.
¿Arderá eternamente la montaña de fuego?

 

 

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Rafael Guardiola Iranzo

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