A través del espejo – Acerca de «Desvestir el cuerpo», de Jesús Cárdenas – Una reseña de César Rodríguez de Sepúlveda

A través del espejo – Acerca de «Desvestir el cuerpo», de Jesús Cárdenas – Una reseña de César Rodríguez de Sepúlveda

A través del espejo – Acerca de Desvestir el cuerpo, de Jesús Cárdenas – Una reseña de César Rodríguez de Sepúlveda

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A través del espejo – Acerca de Desvestir el cuerpo, de Jesús Cárdenas

Buscarse con la mirada en el espejo, como buscarse con el lápiz en el poema, pude ser una tarea ingrata: cada vez que lo afrontamos encontramos más huellas del paso del tiempo, más premoniciones de nuestra futura caída en el abismo.

Y, sin embargo, es necesario, como titula Jesús Cárdenas esta nueva entrega poética, «desvestir el cuerpo»: confrontar desnudos nuestra verdad, acaso inquietante, ante el espejo, ante el poema, ante el lector. Al lector se dirige el yo lírico en un poema en el que subyace la idea eucarística: «Esto que ves soy yo. […] Este es mi cuerpo». Todo poema termina por devenir espejo del que habla. Se dice, en otro momento de la primera sección: «En secreto he destilado el poema / tantas veces que podría confundirse con un espejo».

El símbolo del espejo, omnipresente en la primera sección del libro (titulada «Todos los espejos»), y aun en todo el poemario, tiene en la poesía de Cárdenas dos valores, no excluyentes entre sí: por un lado, implica introspección, profundización en la conciencia de la propia identidad y, sobre todo, de la propia caducidad («El hombre nace a punto de morir»); por otro, es metáfora del poema, el lugar en que el hablante lírico, en un ejercicio de sinceridad, se desnuda ante el lector y ante sí mismo. «Espejo de nosotros, la palabra».

Ante el espejo, el poeta trata de reconocerse, de establecer una identidad permanente, pero las imágenes que el espejo o el poema devuelven son siempre inestables, fragmentarias, provisionales:

          Nada persiste igual, nada persiste
          en la seca quietud de los espejos
          ante el claro prodigio de la lluvia
          ni siquiera el titilar de los ojos.

          […]

          Tan sólo lo inestable es la certeza.


Lo que importa, sin embargo, es frente a la «noche […] que trae el humo de todos los naufragios», continuar entregando versos de fuego, testimonios ardientes de lo vivido. Siempre manteniendo, como quería Jorge Manrique, el alma despierta y avisada de la continua proximidad de la muerte: noche, abismo, precipicio, cantil son algunos de los nombres que le da Cárdenas a la Parca. Y manteniendo también la dolorosa conciencia de la soledad, de ser una isla, otro de los grandes temas que vertebran este poemario signado por la melancolía.

El espejo tiene más de pregunta que de respuesta: no calma la ansiedad, más bien la aviva. Adivinamos en el espejo al doble, a un otro yo con que el poeta se atreve a dialogar:

           Estás ahí, tan arrogante
           — simulando ser alquimia—
           como por encima de la gente,
           como si nada te afectase.
           Pero sé que te inquieta que me vaya.


La segunda sección del libro, «Cristal ahumado» (son tres secciones en total, de una extensión bastante similar) abandona –nunca del todo– el mundo inquietante de los espejos para mirar afuera. Mirar fuera, pero con precaución. Con un cristal ahumado que filtre la luz excesiva y nos preserve, en lo posible, del daño.

El paisaje exterior que el poeta divisa está signado por el abandono. Está oscuro, sopla tristemente el viento, reina la niebla, las cigüeñas han dejado sus nidos. Sin embargo, aparece aquí un nuevo «tú» que ya no es el desdoblamiento del hablante, sino la persona con la que compartir la vida. Un tú que, en medio de la oscuridad y de la niebla, puede ofrecer consuelo. Más aún, puede ofrecer sentido, un sentido que darle a un mundo que parece carecer de él:

          Todo estaba, ahí delante,
          esperándonos ante nuestros ojos
          como fruto maduro
          para dar sentido al mundo:
          el deseo, la herida y el poema.


El amor como un puente que permite atravesar el día «encadenando / una topografía del cariño». Un puente que permite salvar el vacío.

Y si el amor ofrece esta respuesta, también el conocimiento es refugio: «El conocimiento encierra en una cápsula / al abismo, le pone paredes a la intemperie».

El sentido ha de hallarse en el interior, ya sea en el interior de uno mismo, ya sea dentro de esta casa simbólica erigida por el amor y por el conocimiento. Se reiteran en el libro escenas que remiten a espacios resguardados, confortables, fuera de los cuales reina una amenazadora intemperie: desde ellos, «desde la protección de la ventana», puede mirarse fuera sin miedo. O casi sin miedo.

La ventana es, junto con el espejo, el otro símbolo clave del libro. Si al afrontar el espejo sentimos miedo de nosotros mismos y de las heridas que nos inflige el tiempo, ante la ventana nos atemoriza la vastedad inabarcable del mundo exterior. Mirar fuera y mirar dentro vienen a ser esencialmente lo mismo:

          A través del cristal de la ventana
          fijas tu interior en su vacío.


Espejo y ventana devuelven al ojo la misma incertidumbre. Sus finas láminas de cristal no nos protegen de las imágenes que albergan. Y a pesar de ello existe la necesidad imperiosa de salir al exterior, abandonando el cómodo refugio. (Entre paréntesis, el presente intemporal de muchos de los poemas está estrechamente relacionado con un reciente pasado de confinamiento, en que el miedo al exterior no fue metáfora, sino realidad cruda e insoportable).

La última sección, «Callada ceniza», habla de la necesidad de aprender a vivir (porque, nos recuerda la voz poética, «estamos de visita» en este mundo) y, sobre todo, de la muerte. Hay evocación risueña de la infancia, pero siempre desde un presente melancólico, desde un sentimiento de pérdida. Habla de que el futuro ha de ser ceniza, callada ceniza, pero también de que antes hemos de arder, hemos de ser fuego, cumplirnos en el fuego. Estamos ya cerca del anochecer, pero contra esta oscuridad podemos encontrar consuelo: en el amor, en la escritura, en la lectura. En esta última sección, en que la sombra de la muerte se hace más ominosa, están, paradójicamente, algunos de los poemas más luminosos y esperanzados del libro.

‘Desvestir el cuerpo’, el octavo poemario de su autor, es un ejercicio de despojamiento introspectivo lleno de felices hallazgos expresivos, inquietante — con esa inquietud que nos provocan siempre los espejos y la sinceridad — ,pero también esperanzador. Y, sobre todo, colmado de momentos de belleza.

Lleva el libro un prólogo de José Antonio Olmedo López-Amor y un epílogo de Luis Ramos de la Torre, que buscan orientar la lectura sin desvelar demasiadas claves, porque este es un camino que cada lector debe hacer por su cuenta y riesgo, sin miedo de reconocerse en el espejo de estos poemas ni de lo que pueda divisar a través de ellos, que son también ventanas abiertas a nuestra realidad.

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César Rodríguez de Sepúlveda

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Nota

Jesús Cárdenas. Desvestir el cuerpo. Prólogo de José Antonio Olmedo López-Amor & Epílogo de Luis Ramos de la Torre. Lastura Ediciones [Colección Alcalima Nº 224], 2023, ISBN: 978-84-127521-2-0.

Categories: Crítica Literaria

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