Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – III – Santiago Blanco del Olmo

Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – III – Santiago Blanco del Olmo

Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – III

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Gian Lorenzo Bernini – Il Ratto di Proserpina [1621 – 1622 – Galleria Borghese di Roma – Roma – Italia]

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Un prado en Sicilia – El rapto de Proserpina. Representaciones de un mito clásico – III

Al hilo del discurso del persuasivo señor se nos ocurren algunas consideraciones, en primer lugar, que la muchacha no conoce a su tío paterno, pues no lo había visto nunca, ¡en qué momento! Cuando le dice que no crea haber perdido el “diem”, que se puede entender aquí como la luz del sol, el día o la vida. Es determinante desde el punto de vista espiritual el conocimiento de que la vida no se pierde en el tránsito a la muerte, que hay otra vida; los romanos de los primeros siglos de nuestra era buscaban atormentadamente consuelo en religiones iniciáticas que garantizaran la pervivencia en el más allá, o la salvación de las almas. A esta preocupación subvinieron dioses venidos de Oriente y viejos mitos griegos como el de Ceres y Proserpina, Orfeo, Baco, Hércules, por no citar a Mitra, Cibeles, Isis y Osiris o Jesucristo. Cuando Horacio, en cierto modo epicúreo, incluía el “carpe diem” en su celebérrima oda, nos recordaba amargamente que el “dies” no va a durar siempre, y al cabo será nada en comparación con la serie innumerable de los años. El emperador estoico Marco Aurelio pronunciaba en griego su “diem perdidi”, he perdido el día, cuando en su examen de conciencia del final de la jornada, no tenía ninguna acción buena que anotar en su diario. En las palabras de Plutón se cifra la promesa de existencia más allá del umbral de la muerte para los todavía no cristianos. Me viene a la cabeza la palabra griega “phos photos, to”, que significa “luz”, como de todos es sabido, pero también “hombre” en Homero y en los trágicos áticos del siglo V a. C., pues bien, me cuesta pensar que este significado no estuviera también en la cabeza de nuestro poeta, griego, erudito y alejandrino.

Los acontecimientos se han venido desarrollando a una velocidad brutal, ahora en cambio el tío le muestra a su sobrina un mundo dotado de luz más pura, con los Campos Elíseos y la generación de la Edad de Oro de los tiempos en que reinaba Saturno. Parece que el infierno no carece de atractivos. En el libro I de las Geórgicas Virgilio escribe: (vs 39) “…nec repetita sequi curet Proserpina matrem”, en español, “y Proserpina no atienda a seguir el llamamiento de su madre.” Indica así el Mantuano que no se encontraba tan mal Proserpina en los infiernos, de suerte que se hacía la remolona cuando su madre la llamaba a su compañía en el mundo de la luz.

Sigue el poema exponiendo las ventajas de ser reina del inframundo, habrá allí, dice, entre bosques opacos un árbol dedicado a ella con resplandecientes ramas de verde metal, que producirá rojos frutos (¿el granado?). Dispondrá de todas las riquezas del mundo de arriba y será juez del subterráneo mundo, haciendo justicia sobre los reyes. Al decir:”omnia mors aequat”, “todo lo iguala la muerte”, le parece a uno escuchar esas danzas de la muerte del siglo XV.

Por fin llegamos al Tártaro donde desuncen los caballos y todo el mundo infernal se dispone de forma agradable a preparar la boda. Son recibidos con honores. La doncella es maquillada y adornada y se prepara el tálamo. Las almas de los difuntos acuden a ver a quien será su reina. Allí es dispuesto un trono provisto de dosel y se viste a la novia con el velo anaranjado, según la costumbre romana. Los muertos celebran la fiesta, acuden los Manes, también Flegetonte. Hay cantos que se extienden por las tinieblas y el Érebo ilumina pálidamente el aire. Minos, el juez que pesa las almas de los muertos, interrumpe su labor. Los condenados del infierno pueden descansar temporalmente de sus eternos castigos, así Ixión, Tántalo y Ticio. Las Euménides mezclan el vino en las crateras y encienden, bebiendo, las antorchas con otra luz. Las aves pueden atravesar volando el lago Averno, del griego “aornos”, es decir “sin pájaros” debido a los vapores mefíticos que sus aguas exhalaban y que hacían caer muertas a las aves que lo sobrevolaban; y hasta dicen que el Aqueronte y el Cócito fluyen henchidos de vino y de leche. Láquesis no cortó ningún hilo en ese día, ya no hay trenos. La muerte no deambula ya por las tierras y los padres no lamentaron ese día pira alguna. Las ciudades quedan inmunes a la muerte. Ese día ningún marinero se ahogó ni fue alcanzado ningún soldado por punta de lanza alguna. Ese día cruzó el barquero cantando y sin pasajeros.

Cae la tarde en el Hades. La virgen es conducida al tálamo. La noche ejerce de “prónuba”, madrina de boda, y entre piadosos presagios todos entonan un canto nupcial.

Plutón se ha enamorado de la mujer que ha raptado con violencia y se casa con ella en sus obscuros reinos. Se ha de advertir aquí que el matrimonio de Plutón será duradero, incluso grato para Proserpina, a decir de Virgilio, y no habrá ningún  engaño o adulterio (“furtum”) por su parte. No se conoce el precedente de que Júpiter o Neptuno, sus hermanos, hayan hecho nada parecido cada vez que por capricho violaron alguna mortal o inmortal.

Libro tercero inacabado y final:

Resumo a continuación lo que resta del inconcluso libro tercero. Ceres se halla en el país de Cibeles, mas llena de tristes presentimientos: su hija se le aparece en sueños solicitando ayuda. Unce por fin los dragones a su carro y, tras despedirse de su anfitriona, regresa a Sicilia, “cuncta pauet speratque nihil”, perfectísimo y rotundo quiasmo que se pierde en la traducción: “Todo la aterra y nada espera”.

Una vez en su palacio de Sicilia, no encuentra sino a la vieja aya de Proserpina, quien le da cuenta de la llegada de Citerea, Diana y Minerva, y de cómo la han engatusado para ir a buscar flores al campo con la compañía de las Oceánides.  Mas de pronto se oyó a mediodía por toda la isla un carro que todo lo hacía temblar. Su auriga era invisible, vs 236-237:

   “Nosse nec aurigam licuit: seu mortifer ille

    Seu mors ipsa fuit.”

Que en nuestra lengua significa más o menos: “y no fue permitido conocer al auriga, ya fuera portador de muerte, ya la muerte misma.”

(La pista no es mala, por cierto.)

Todo se seca y languidece. Cuando el conductor deshace camino y regresa a su origen, vuelve la luz a la Trinacria, pero Perséfone ya no está. En estilo indirecto se nos vuelve a contar el rapto, pero de una manera tan sutil, que los artistas plásticos ( pintores y escultores) habrán de imaginarse cada uno cómo pudo haber sido: (vs 242 y ss)

   “Vt rauco reduces tractu detorsit habenas

    Nox sua prosequitur currum, lux redditur orbi,

    Persephone nusquam.”

Fíjese el curioso lector en la aliteración del primer verso citado con los fonemas /t/ y /r/. Así mismo note lo implacable de las dos últimas palabras.

Esta sutileza de la poesía antigua, que prefiere sugerir a decir, obliga al lector u oyente a poner a trabajar su imaginación. Invito al lector descreído a que busque en Homero una descripción de Helena, que, como se sabe, era la mujer más hermosa del mundo; también reclamo del esforzado lector que investigue cómo se narra la unión amorosa de Dido y Eneas en la cueva, en un día de tormenta.

Tras oír las palabras de la desconsolada Electra, que así se llamaba el aya, Ceres parte sin más en pos de su hija, pero las diosas han desaparecido y Cíane, testigo única a decir de Ovidio, ha sido transformada en manantial.

Se enfada a la postre con los dioses, mas tampoco así obtiene respuesta. A continuación se prepara para recorrer todas las tierras conocidas, que en Claudiano coinciden con los límites del Imperio Romano. Tala un bosque sagrado junto al río Acis, río de tremendo recuerdo, y prende los troncos en el Etna, fabricando así enormes antorchas.

En su cabeza repasa Ceres lo acontecido y se siente culpable por haberse ausentado. Por fin, parte. Es el verso 448, y finaliza.

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Jean Bérain – Proserpine – Costume de la Paix pour le Prologue [1685 – 1711 – Source: https://bibliotheque-numerique.inha.fr/viewer/30452/?offset=#page=8&viewer=picture&o=bookmark&n=0&q=]

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Proserpine, tragedia lírica de Jean-Baptiste Lully

A modo de presentación diremos que la Proserpine es una obra de carácter mitológico representada por primera vez en Saint Germain-en-Laye ante Luis XIV en 1680. Obra del italiano Jean Baptiste Lully, nacionalizado francés, cuyo libreto fue escrito por Philippe Quinault, que, como veremos, tiene como modelo la variante del mito de Claudiano, trece siglos anterior.

Se trata de una obra muy poco representada en los teatros de ópera del mundo, de hecho sufrió un silenciamiento de 250 años hasta su siguiente estreno. He escuchado la versión de Hervé Niquet dirigiendo a Le Concert Spirituel en 2006.

La ópera se inventa tardíamente con la intención de resucitar la vieja tragedia griega, como es sabido, y unificar en sí todas las artes, substituyendo así al año litúrgico católico, que durante mil años pretendía hacer lo mismo, pero desde una vertiente sagrada. La mitología griega sale al encuentro de los nuevos compositores ya desde el inicio del género, con L´Orfeo de Claudio Monteverdi, en 1600, si es verdad que fue la primera.

El teatro que voy a glosar gusta mucho del aparato, de los coros y fanfarrias, de dioses celestes que se abren camino hacia la tierra y, en sentido contrario, dioses de las tinieblas que surgen al mundo de la luz. Attrezzo abigarrado y mucha tramoya, rayos y terremotos completan las más de dos horas y media de su duración.

Prólogo

Intervienen en el prólogo una serie de alegorías y personificaciones: Discordia y Paz encadenada. Aparece entonces Victoria, que libera a la Paz y manda la Discordia al báratro. A la alegría generalizada se le unen ahora la Felicicad y la Abundancia.

Primer acto

En el palacio de Ceres en Sicilia todo es calma y alegría. Ceres canta la gloria de Júpiter, que con su victoria sujetó a los Gigantes. Mercurio baja procedente del Olimpo para pedirle a Ceres que encamine sus pasos a Frigia y que lleve con ella los dones a petición de Cibeles, que convierta la Frigia en una nueva Sicilia. Ceres se lamenta de que su olímpico hermano no la ame ya como la amó otrora. Mercurio excusa a su padre aduciendo que gobernar el mundo es buena y suficiente tarea. (El público cortesano de la época veía reflejado en el Tonante a su Rey Sol.)

Ceres encarga a Aretusa, cortejada por el dios río Alfeo, el cuidado de su hija Proserpina antes de partir. Obsérvese que la trama de la ópera se escinde en la relación amorosa de Plutón y Proserpina, por una parte, y Aretusa y Alfeo, por otra; los primeros responden a la clase social hegemónica, aristocrática y principal, los segundos se encuentran en un tercer peldaño de la escala jerárquica.

Se presenta Alfeo y solicita los amores de la siciliana fuente, pero ésta se muestra huidiza. En su conversación se menciona por vez primera la belleza de Proserpina, hija de Júpiter, mas de ella dice Aretusa:

  “Si Proserpine est belle,

    Son coeur est fier et rigoureux.”

Donde “fier” bien pudiera ser traslado del “ferox” que comentamos más arriba.

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Jean-Baptiste Lully / Philippe Quinault – Proserpine – Acte Premier: Arrêtez, Nymphe Trop Severe… [Le Concert Spirituel – Hervé Niquet – Recorded at the Opéra Royal, Château de Versailles, in September 2006 (tragédie) and at the Théâtre de Poissy in November 2007 – ℗ 2007 MusiContact GmbH © 2008 MusiContact GmbH]

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Pronto Ceres se despide de su palacio y de sus servidores montada sobre un carro de dragones; anuncia su pronto regreso. Un coro de divinidades sicilianas acuáticas entona un canto de triunfo a Júpiter (Alfeo, Aretusa, Ciane, Crinise, etc) De repente se estremece la tierra y el palacio amenaza colapsar, pero un rayo de Júpiter alcanza la cima del Etna y vuelve la calma.

Segundo acto

(Jardines de Ceres) Ascálafo, que viene enviado por Plutón para averiguar personalmente si ha habido daños en la corteza terrestre que, eventualmente puedan permitir a la luz del sol penetrar en sus reinos, dialoga con Alfeo y manifiesta su deseo de ver a la hermosa Aretusa. Alfeo siente celos. Aparece Plutón, dando muestras de quedar satisfecho con la estabilidad de la tierra, culpando a “l´affreux Tiphée”, el Gigante, de esta sacudida, y solicita de parte de Aretusa audiencia con Proserpina; Aretusa, que previamente ha cortado de raíz las esperanzas de Ascálafo de obtener sus amores.

Aretusa le dice a Plutón que la belleza orgullosa de Proserpina rehúye el amor y a los amantes. No obstante Aretusa hace aquí las veces de celestina,  facilitando el capricho del dios del inframundo, indicando al dios que, si quiere contemplarla, se oculte entre el boscaje. El tenebroso dios responde a Aretusa que busque algún ardid para hacerla salir.

En la conversación que tiene lugar entre Ascálafo y Plutón, Quinault nunca le cambia el nombre, nos enteramos de la curiosidad del rey por su sobrina: la ha contemplado, asustada y llorosa mirando al cielo, cuando el terremoto sacudía la isla; acompañada de Amor, éste le ha clavado un dardo que lo ha enamorado.

Salen a escena Proserpina y las ninfas cantando a coro y son observadas por el dios y Ascálafo escondidos en el bosque. En esta escena VIII el canto coral nos presenta un “locus amoenus” enmarcado por árboles, mil pájaros diferentes de bello trino y hermosas flores, de las que no se menciona el nombre, ni tampoco se nombra Henna. Proserpina exhorta a sus compañeras a coger flores y confeccionar guirnaldas para el regreso de Ceres.

Es la escena IX y tiene lugar el rapto: Plutón sale a la tierra montado en su carro y acompañado de divinidades infernales. Proserpina, alarmada, invoca al cielo. Plutón afirma ser un dios atraído por sus encantos. Cíane dice: “Quelle barbare violence!”. Plutón agarra a la niña y la mete en su carro, de Proserpina se desprende una bufanda que recogerá Cíane. Mientras Proserpina clama al cielo, es conducida a los infiernos.

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Jean- Baptiste Lully – Proserpine [1679 – Partition générale – Christophe Ballard / Source: https://blogs.harvard.edu/houghton/whats-new-annotated-lully-score/ ]

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Tercer acto

El escenario es sombrío: el Etna vomita fuego. Todos llaman en vano a Proserpina. Aretusa manifiesta su pesar por haber subvenido a la curiosidad del dios, piensa que se enamoró de ella y se la llevó al inframundo. Se apresta luego a marchar a los infiernos y Alfeo se une a ella en este afán.

Entre tanto Ceres regresa a palacio en su carro y todas las divinidades se esconden. Llama a las ninfas y pregunta por su hija, sólo Cíane osa dirigirle la palabra, pero cuando está a punto de decir el nombre del raptor, es metamorfoseada en fuente. Este motivo está tratado por Ovidio magistralmente en las Metamorfosis, de hecho, para el de Sulmona la transformación de Cíane justifica la inclusión del mito del rapto de Proserpina en sus Metamorfosis.

Se sucede el lamento de Ceres. Júpiter, piensa ella, se mantiene indiferente; ¿será Apolo el culpable o tal vez Marte? Con seguridad, Amor.

Ceres decide vengarse quemando los campos de trigo, poseída por la rabia, a tal punto que el daño que causa a los inocentes no la arredra.

Cuarto acto

Estamos en los Campos Elíseos y un coro de almas canta apaciblemente. Proserpina canta su perdida libertad; Ascálafo, mientras tanto, defiende a su amo afirmando de él que no es mudable. Aretusa y Alfeo consuelan a Proserpina, quien se pregunta si volverá a ver a su madre alguna vez. Ascálafo le dice que el consumo de unos granos del fruto subterráneo que le ha ofrecido, la privará del regreso a casa. Se trata de la granada, y es inevitable aquí para un lector curioso, contemplar de nuevo el cuadro de Proserpina del pintor inglés Dante Gabriel Rossetti. Proserpina lo maldice con éxito: Ascálafo es metamorfoseado en búho, por nocturno y por rapaz.

En la escena IV conversan Plutón y Proserpina, la muchacha le pide que la devuelva a la luz, mas él responde:

  “Ne regrettez point tant de lumière des cieux.

   Des astres faits pour nous, éclairent ces beaux lieux.”

En español viene a significar aproximadamente: “no echéis de menos tanta luz celeste. Astros hechos para nosotros alumbran estos bellos lugares.” En efecto, allí hay bosques, campos, frutos, flores y lugares umbríos. Todo esto nos recuerda de nuevo a Claudiano, por supuesto, pero para un cortesano de la época, esta descripción del paisaje aludía sin lugar a dudas a los jardines de Versalles, ideados por Lenôtre. Solamente quisiera apuntar aquí la ambigüedad del texto francés, seguramente buscada por Quinault, En el sintagma “Des astres”; si se pronunciara haciendo uso de la “liaison” equivaldría al sustantivo “désastres”, que significa lo mismo que en español: la ironía consiste en mezclar la dulzura de los Campos Elíseos con la aspereza del infierno, la luz estelar y la catástrofe, simultáneamente, que cada uno entienda lo que prefiera.

Proserpina continúa sin apreciar los bienes del infierno y acusa a su secuestrador; él dice que no es responsable, amor fue. Es un viejo argumento que ya utilizó Gorgias de Leontinos en su magistral defensa de Helena: ¿Qué podía hacer ella ante la fuerza de un dios semejante (Amor)?

En la escena V ordena Plutón que se detengan los castigos de los eternos condenados y que no haya pena alguna en el infierno durante ese día ( como en Claudiano). Todos rinden homenaje a la nueva reina del inframundo.

Quinto acto

Nos hallamos en el palacio de Plutón, en compañía de los tres jueces infernales, de las tres furias y de otras divinidades del más allá. Plutón parece pedir consejo a su senado, pues parece ser que Júpiter exige la devolución de su hija. Pero en el infierno no van a ceder, y están dispuestos a destruir el mundo.

En la escena II cambia el escenario: Ceres se lamenta desesperadamente en un lugar apartado. Se siente traicionada por Júpiter. De pronto escucha las voces del infierno: “Périsse l´univers!”, o sea, “¡que perezca el universo!”.  Aretusa y Alfeo salen del inframundo y revelan a Ceres la verdad de lo acontecido. Le comunican que el gran dios la ama y que allí será reina de la tercera parte del mundo. Pero lo que realmente aflige a Ceres es que, estando su hija en los infiernos, no podrá volver a verla nunca más. La situación parece no tener solución: Júpiter la reclama y el infierno amenazante se niega.

Se presenta Mercurio entonces con la opción que, a priori, puede satisfacer a ambas partes: Proserpina vivirá alternadamente en ambos mundos a lo largo del año.

El cielo se abre y surge Júpiter con las divinidades terrestres, Plutón y Proserpina emergen del infierno sentados en su trono, Ceres, por último, se sentará cabe su hija. Hay una escolta de divinidades infernales en torno a Plutón. Júpiter dictamina finalmente, a la manera de un juez, que Plutón y Proserpina se unan, que sean encadenadas la Discordia y la Guerra y que reine la Paz. Fanfarria.

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El Rapto de Proserpina de Peter Paul Rubens

El Rapto de Proserpina de Rubens es un óleo sobre lienzo pintado por el artista flamenco entre 1636 y 1637. Sus dimensiones son 181 cms de alto por 271 cms de ancho y fue un encargo de Felipe IV para decorar su pabellón de caza en Torre de la Parada.

En el  cuadro, por primera vez en este escrito, y por ser así la naturaleza de la pintura, habremos de contemplar la esencia del mito en un solo golpe de vista, de una mirada. No existe para el pintor el desarrollo en el tiempo, verso a verso, del curso de los acontecimientos, de la acción. Debe centralizar todo un mito en un único momento, y es evidente que Rubens elige el momento fundamental: el instante del rapto.

Plutón, con un pie en su cuadriga y el otro en el suelo, sostiene entre sus musculosos brazos a una Proserpina que se debate y grita, y que en la lucha ha descubierto parte de su blanquísimo cuerpo en contraste con la obscuridad del dios y sus ropajes, su manto azul. La cabeza del raptor está girada y su enloquecida mirada se clava sobre la diosa Minerva, que, inclinada con sus armas, trata de defender a la doncella agarrando del hombro de su tío con el brazo derecho estirado. Palas expresa sorpresa, Plutón, furia, Proserpina, el horror. Por tierra yace un volcado cesto de flores variadas esparcidas por un mullido suelo.

Detrás de Minerva, otras dos diosas presencian la acción, Venus, que muestra un seno al habérsele desprendido hasta la cintura su vestido azul, contempla el rapto tras el penacho de Minerva, y no se sabe si quiere impedir el bárbaro secuestro, (sabemos que ella es la verdadera muñidora de este acto violento) o si sencillamente participa con asombro de la brutalidad de Plutón. Sus rubios cabellos están recogidos en un moño, una valiosa piedra pende de su oreja derecha y un collar de perlas le adorna el cuello. Detrás de Venus, Diana, en un tercer plano, contempla así mismo el acto con una mano elevada hacia el cielo y mostrando en su cabello una diadema con forma de luna en cuarto creciente.

En la parte derecha del cuadro, la parte oscura, las trenzas doradas de la hija de Ceres, que van desatándose al aire, contrastan con la negrura de los caballos de Plutón. Dos amorcillos por último excitan a los corceles a reanudar su carrera; uno de ellos está volando y ase de las riendas con una mano, mientras contempla el rapto desde su posición privilegiada. Por tierra, otro amorcillo sostiene una fruta en la mano derecha, mientras de espaldas al espectador, contempla así mismo el rapto, que, como se ve, concita todas las miradas.

Todo se encuentra reflejado en el cuadro, las tres diosas, entre ellas Venus, que adopta un papel ambiguo, raptor y doncella en el instante crucial, el grito de ésta última, el cesto de flores volcado sobre el prado en Sicilia, señal de próximos himeneos, los amores que acompañan al soberano de los infiernos y que anticipan las cercanas bodas.

 Creo que la fuente principal de Rubens para la hechura de este lienzo es Claudiano. Confrontemos la presencia de las tres diosas con los versos 229 y siguientes del libro I:

   “Accelerat praecepta Venus; iussuque parentis

    Pallas et inflexo quae terret Maenala cornu

    Addunt se comités.”

Que en román paladino queda: “Apresura Venus sus órdenes y bajo el mandato de su padre Palas, y la que amedrenta el Ménalo con su curvado arco, se le juntan por compañeras.”

En el momento elegido de Rubens para pintar la obra, podrían verse reflejados los versos 204 y 205 del Alejandrino:

   “Diffugiunt nymphae: rapitur Proserpina curru

    Imploratque deas.”

Esta es la fotografía de Rubens: “Las ninfas huyen; Proserpina es raptada en el carro y llama a las diosas.”

Las diosas se aprestan a defenderla, aunque en vano, vs 205-208 II:

   “Iam Gorgonis ora reuelat

    Pallas et intento festinat Delia telo.

    Nec patruo cedunt: stimulat communis in arma

    Virginitas crimenque feri raptoris acerbat.”

En castellano: “Ya descubre Palas el rostro de la Gorgona y apremia Delia el tendido dardo, y no ceden ante su tío paterno. Su común virginidad las empuja hacia las armas y el delito del fiero raptor las agría.”

Pareciera que la Minerva rubensiana estuviera dirigiendo las palabras que la Palas de Claudiano expresa en los versos 215 y siguientes del libro II:

   “Quae te stimulis facibusque profanis

    Eumenides mouere? Tua cur sede relicta

    Audes Tartareis caelum incestare quadrigis?”

En romance: “¿Qué Euménides te han movido con sus aguijones y sus antorchas profanas? ¿Por qué osas, tras haber abandonado tus reinos, ensuciar el cielo con tus infernales cuadrigas?”

Por último los cuatro caballos negros de la cuadriga de Plutón aparecen obscuramente reflejados en la parte derecha del cuadro, apenas cuatro reflejos entre las riendas y los bocados. En esa negrura se difuminan Nicteo (Νύξ), Alástor (Ἀλάστωρ), “maldito, execrable, Orfneo (Ὀρφνεύς), “tenebroso” y Etón (Αἴθων), “incandescente.

En el centro del cuadro figuran los protagonistas de la obra, Proserpina y Plutón, y las dos partes de la composición pertenecen a los dos mundos enfrentados, a la izquierda la luz del día y de la vida, a la derecha, la obscuridad de la noche y de la muerte. Maravillosa temática para una sociedad, la barroca, que gusta del contraste y de los opuestos.

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 Proserpina – Sarkophag / Sarcophage de Charlemagne [814 – Aechener Domschatz / Cathédrale d’Aix-la-Chapelle – Aachen / Aix-la-Chapelle – Deutschland / Allemagne]

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El sarcófago de Aquisgrán

En la capital de Carlo Magno se encuentra atesorada una joya, junto a otras varias, que consiste en un sarcófago romano del siglo III d. C. y que representa el rapto de Proserpina, aunque compartido con otras leyendas relacionadas con Ceres. Para el César Karl el arte romano remitía a una construcción política de la que él mismo se sentía restaurador y sucesor. Esta obra era además extremadamente bella.

El mito de Proserpina es idóneo como ornamentación de un sarcófago, pues su significado esotérico trasciende la muerte y ofrece esperanzas a todos los hombres, cristianos o paganos, de una vida ultraterrena. Hay muchos sarcófagos diseminados a lo largo de las orillas del Mediterráneo con este tema, no se trata de un ejemplar único, ejemplo de ello es uno que se encuentra expuesto en el Museo de Arqueología de Cataluña, en la ciudad de Barcelona, pero el de Aquisgrán es una verdadera obra de arte.

La figura central de este friso o altorrelieve es un Plutón con un pie en tierra y el otro sobre su cuadriga, sosteniendo en volandas a una Proserpina que se resiste y grita. A la doncella la protege Minerva, ataviada con un peplo, su Gorgona y su casco, cruzando la mirada con Plutón y alargando un brazo al pecho de Proserpina.

A derecha e izquierda, y en el carro del raptor, hay amorcillos, y en la parte izquierda, tres ninfas que ven interrumpida su recolección de flores por la irrupción de Ceres a bordo de un carro tirado por dragones y con antorchas en sus manos. En el carro de Ceres una joven dirige las riendas de los dragones. A la derecha reconocemos a un personaje claramente identificado con Mercurio, dos cabezas de ganado, dando quizá idea de la riqueza y fecundidad de Sicilia, y dos divinidades, una de ellas debe de ser acuática, recostada bajo los cabellos de Plutón, y un personaje barbado que surge de la profundidad, y que podría ser la alegoría del Etna, o bien del gigante Encélado.

Lo más fascinante de estas figuras es el rostro de Proserpina, con la boca abierta, en actitud de horror, de clamor y desesperación. El pelo de Mercurio y la barba de Plutón denotan abiertamente el uso del trépano por parte del escultor o del taller de escultores que trabajaron en él.

El conjunto recuerda la visión del mito de Claudiano, así como también la de Rubens. Esto no quiere decir que ya Claudiano, ya Rubens, conocieran esta obra y se vieran influenciados por ella. En primer lugar, porque ya hemos visto que no era original, y que quedan diversos sarcófagos con el mismo o parecido tema por todo el imperio, Y en segundo lugar, porque es muy posible que los talleres de artistas y escultores del siglo III d. C. ya dispusieran de un modelo tipo de representación de este mito, y que se les ofrecía en álbumes a los adinerados clientes entre otros muchos mitos antes de su elaboración, para que éstos eligieran su preferido.

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Gian Lorenzo Bernini y El Rapto de Proserpina

Este célebre arquitecto, escultor y dibujante Nació en Nápoles, pero su vida y obra transcurrieron preferentemente en Roma. En 1621-22 recibe el encargo del cardenal Scipione Borguese para hacer una escultura con tema “El Rapto de Proserpina”. El resultado fue una estatua formada por tres figuras de mármol: el dios Plutón, en desnudez apenas velada por un manto sobre su muslo, con sus barbas rizadas y su corona; Proserpina, sostenida en vilo fuertemente por el dios y semidesnuda, y el perro Cérbero. La estatua permite ser contemplada girando 360º a su alrededor, y las figuras principales parece que ascienden como una hélice o como una llama. En ella contrasta la musculatura del dios con la blandura de los miembros de la joven, que lucha y se resiste al raptor.

En esta obra, de sobras conocida por cualquier aficionado al arte, sólo aparecen los elementos imprescindibles  del mito para garantizar su comprensión: los dos protagonistas y el can tricéfalo, que sirve como apoyo de la frágil base de la escultura, al tiempo que sella y muestra la identidad del raptador, del barbudo rey del inframundo.

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Santiago Blanco del Olmo

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