Poesía, mercado y fin de siglo – Acerca de «La otra voz: poesía y fin de siglo», de Octavio Paz – Celia Carrasco Gil

Poesía, mercado y fin de siglo – Acerca de «La otra voz: poesía y fin de siglo», de Octavio Paz – Celia Carrasco Gil

Poesía, mercado y fin de siglo – Acerca de La otra voz: poesía y fin de siglo, de Octavio Paz

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Poesía, mercado y fin de siglo – Acerca de La otra voz: poesía y fin de siglo , de Octavio Paz

En su ensayo La otra voz, Octavio Paz analiza la situación de la poesía a finales del siglo XX en unos artículos recopilados y publicados en 1990, es decir, en esa misma época que se dispone a examinar. Por eso resulta muy significativo advertir cómo –desde la posición de quien lo aprecia y lo relata al mismo tiempo– alude a que está teniendo lugar «un gran cambio» (Paz 1990: 135), está produciéndose una transformación en la sociedad y en la literatura en la que «no sabemos siquiera si vivimos un crepúsculo o un alba» (Paz 1990: 50), en el sentido de que no está demasiado claro aún si se trata de ese profetizado fin de la historia o del comienzo de una nueva resurrección social y artística.

El autor señala la tendencia hacia grandes cambios como lo son la paulatina pérdida del latín y las humanidades, el auge de la superstición cientista o la proliferación de las ciencias sociales, y, considerando que «el signo de este fin de siglo es una interrogación» (Paz 1990: 136), Octavio Paz dirige su pregunta sobre la crisis de la modernidad hacia la situación poética, y pasa a vincular el estado de la poesía a finales del siglo XX con el ocaso de la «tradición de la ruptura», concepto que desarrolla en su obra anterior Los hijos del limo. Este declive, de acuerdo con el autor, «es uno de los signos que anuncia ya ese fin de la modernidad o su transformación» (Paz 1990: 105), de manera que podemos advertir la conciencia del cambio en la literatura como consecuencia del despunte de una posmodernidad a la que Octavio Paz se resiste a denominar de ese modo, refiriéndose a ella como «el período que comienza» (Paz 1990: 37). Pero independientemente de una terminología o de otra, la presencia de esta crisis de la modernidad, de esta «crisis universal» (Paz 1990: 38) es indudable, y el autor se refiere a ella como una «enfermedad histórica» (Paz 1990: 38), como una desviación, como algo que en cierto modo hay que reconducir.

De esta manera, asegura que la erosión de la literatura de fin de siglo viene dada por el crecimiento de la industria editorial, que «ha convertido en un mercado moderno al antiguo intercambio de ideas, valores, gustos y opiniones» (Paz 1990: 96). Y nuestro autor no puede sino resistirse a ese desgaste que en la literatura está provocando la hegemonía de las grandes editoriales y la expansión de un mercado capitalista en el que el objeto literario se ha industrializado hasta el punto de convertirse en un mero producto, derivando todo ello como consecuencia en la confusión de valía y de cuantía, porque el mercado «sabe de precios, no de valores» (Paz 1990: 25) y desde esta perspectiva acaba por transformar a los ciudadanos en meros consumidores.

Por eso nuestro autor mantiene la firme convicción de que «la lógica del mercado no es la lógica de la literatura» (Paz 1990: 99) y de que equiparar ganancia y obra conduce directamente a disolver cualquier tipo de diversidad que pueda existir entre las voces de los autores, entre las percepciones de los lectores o entre los propios escritos, porque en el ámbito mercantil «el ideal es un solo público» (Paz 1990: 100), y aunque cada persona crea estar leyendo un libro diferente escrito por un autor concreto y publicado un día concreto por una editorial distinta, realmente «todos esos libros son, en realidad, el mismo libro» (Paz 1990: 100) porque el mercado se ha encargado de que así sea. Porque, en definitiva, los beneficios del sistema pasan por la homogeneización de la voz del autor y la ruptura de las diferencias entre las obras por parte de una industria que «no ama a la literatura ni al riesgo» (Paz 1990: 125), que solamente pretende uniformarlo todo para que sea más sencillo producir un relato único con apariencia diferente que dé como resultado «el mayor número de objetos de calidad media, poca duración y rápido consumo» (Paz 1990: 97), una producción masiva, en serie, y en ocasiones, de usar y tirar. Por eso no es de extrañar que Octavio Paz se rebele contra este sistema en crecimiento, sosteniendo que «ganar dinero es legítimo; también lo es producir libros para el ‘gran público’, pero una literatura se muere y una sociedad se degrada si el propósito central es la publicación de best-sellers y de obras de entretenimiento y de consumo popular» (Paz 1990: 99). Porque lo ideal es lograr un equilibrio y que haya de todo, y no que la industria prefiera siempre lo que funciona con el público más amplio, «las novedades digeribles, las fórmulas a las formas» (Paz 1990: 103).

Visto esto, parece que la única solución pasa precisamente por el riesgo, que de alguna manera marca la diferencia entre la literatura y la economía, pues en términos mercantiles un mayor riesgo puede conducir a mayores pérdidas –lo que explica el rechazo a la tradición de la ruptura en el mercado literario–, mientras que en el nivel del valor literario estas aparentes pérdidas conducen en muchas ocasiones hacia verdaderas ganancias culturales, ya que «es imposible olvidar que la historia de la literatura de Occidente, especialmente en la edad moderna, ha sido y es la de las minorías: escritores rebeldes y críticos del orden establecido, poetas y novelistas inventores de nuevas formas, artistas considerados herméticos y difíciles» (Paz 1990: 99). Y el riesgo con las formas es la clave, porque «El arte es voluntad de forma porque es voluntad de duración. Cuando una forma se desgasta o se convierte en fórmula, el poeta debe inventar otra. O encontrar una antigua y rehacerla: reinventarla» (Paz 1990: 103).

Y es que, suscribiendo estas ideas de Octavio Paz, podemos preguntarnos: ¿acaso no fue un riesgo introducir el endecasílabo italiano en la métrica castellana?, ¿no fue un riesgo incluir a los oprimidos y los subalternos en las obras literarias?, ¿no fue un riesgo elevar el castellano hasta la altura del latín con escrituras herméticas?, ¿no fue un riesgo abandonar el ideal de belleza por la búsqueda de lo grotesco?, ¿no fue un riesgo romper la complicidad en el tratamiento al lector?, ¿no fue un riesgo la disolución de los géneros?, ¿no fue un riesgo difuminar la identidad en la escritura en favor de la otredad? ¿Acaso no ha venido definida por los riesgos toda la historia de la literatura? ¿Acaso la historia de la poesía no ha venido dada por poetas que han sabido ver en qué momento la forma pasaba a fórmula y han reaccionado a ello?

Por eso no es de extrañar que Octavio Paz considere que «la poesía no busca la inmortalidad sino la resurrección» (Paz 1990: 86) y se muestre esperanzado –aunque en ligera medida– y aplauda el riesgo con el que conviven las pequeñas editoriales para poder alumbrar literatura de valía frente a la de cuantía, así como esa apertura hacia las nuevas voces y ese compromiso que mantienen con las propuestas menos comerciales. De ahí que se refiera también a las traducciones de obras de otras lenguas que seguramente encontrarán menos lectores en lugares que no sean el del texto de origen. De ahí que mencione a las revistas de poesía que siguen subsistiendo –y en las que, en ocasiones, las ganancias económicas de un número sirven única y exclusivamente para financiar el número siguiente–. De ahí que se refiera a las hermandades de aficionados a leer y comentar poesía que crean sus propias tertulias al margen de la homogeneización industrializada. De ahí que aluda a los festivales internacionales de poesía que se basan precisamente en el eclecticismo y en la apuesta por el diálogo horizontal entre tradiciones diferentes. O de ahí que destaque también el caso de las lecturas públicas de poesía, en las que el poema goza de la libertad que concede la palabra ante los oyentes, y que ya se han ido extrapolando hacia la radio y la televisión –aunque la presencia en los medios de comunicación de masas encuentra en ocasiones derivas mercantiles también–.

Porque al fin y al cabo todas estas propuestas pueden pasar por ser el bastión de la nueva resistencia frente a la homogeneización y la uniformidad dominantes. Pueden concebirse como una suerte de nueva tradición de la ruptura, que retoma esa línea inventiva en la que a lo largo de la historia de la literatura el riesgo acabó por vencer en aquellos momentos en los que «la poesía desdeñó y con frecuencia escarneció los valores tradicionales, tanto los morales como los estéticos; socavó el lenguaje» (Paz 1990: 83).

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Celia Carrasco Gil

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Nota

Octavio Paz. La otra voz: poesía y fin de siglo. Editorial Seix Barral, Barcelona, 1990. ISBN: 978-8432206306.

Categories: Crítica Literaria

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