«Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos», de Mary Ann Clark Bremer – Una reseña de Mercedes Jiménez de la Fuente

Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos, de Mary Ann Clark Bremer [Reseña]
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Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos, de Mary Ann Clark Bremer
Un amigo te regala un libro con este título y ya sabes que va a tratar de cómo el tiempo pasa factura a las mujeres, continuación del collige, virgo, rosas de los clásicos, un tempus fugit contemporáneo. Te parece mejor cuando recuerdas que es el título de un soneto de William Shakespeare y que cuarenta años no es más que una cifra simbólica: como inteligentemente señala Clark Bremer en esta obra, antes a las mujeres se las consideraban maduras a los veinte años, y es cierto que el tiempo es relativo, ahora, reflexionas, cuando los cuarenta son los nuevos treinta, no podemos evitar preguntarnos a qué edad las mujeres nos sentimos alejadas definitivamente de la juventud si no de la madurez en el siglo XXI.
Bajo el título Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos se recogen los cinco textos de la escritora norteamericana Mary Ann Clark Bremer (1928-1996) publicadas por Periferia hasta 2015, año de edición de este volumen. La autora escribía a mano en bonitos cuadernos de notas de tapas duras, Notebooks, que numeró hasta cuatro, de donde se han extraído estas novelas cortas o, mejor, relatos híbridos de difícil clasificación. La autora no utiliza un pseudónimo cuando habla de sí misma en primera persona, y sigue siendo su yo testigo el que introduce las magníficas historias secundarias que le contaron sus seres queridos, de quien solo oculta el nombre de su segundo marido, al que llama D. Estamos en la tierra resbaladiza de los recuerdos, de la memoria recuperada a través de fotografías y revistas, fogonazos que regresan contemplando un paisaje o a una persona parecida a otra ya fallecida. Descubres que una misma voz está presente en todos los relatos y que estos forman un todo coherente sin por ello dejar de ser contradictorio. Puede que la narradora evite hablar de alguien muy importante en su vida en “Cuando acabe el invierno” y, sin embargo, le dedique el corazón del relato en “Una pasión parecida al miedo”, haciendo evidente que la escritura corresponde a dos momentos diferentes, a dos emociones distintas, a dos épocas distanciadas.
La reconstrucción del pasado a partir de la memoria despertada por recuerdos que sobrevienen o por objetos que contienen imágenes, como las fotografías o los recortes de periódico, o, ya de un modo más proustiano, por los sentidos, constituye una técnica muy utilizada en la narrativa del siglo XX, como sucede, por ejemplo, en La buena voluntad, la estupenda novela dramática que Ingmar Bergman escribió acerca de sus padres, también inspirada en los testimonios visuales o escritos legados por su familia (Fulgencio Pimentel. La Principal, 2021). No obstante, mientras que el escritor y cineasta sueco va hilando una historia clásica con principio, desarrollo y final, la cosmopolita Mary Ann crea una original voz que se acerca más a la palabra poética que a la narrativa convencional, incluso a la denominada auto-ficción. Las elipsis, la selección del contenido, la elegante concisión con que se relaciona con su mundo interior y exterior, la división de los relatos en secuencias o capítulos encabezados por una breve cita literaria, consiguen que no sea tan evidente el carácter memorístico de sus textos. Hasta que, como es propio de este tipo de narrativa, aparece la reflexión de la autora sobre su propia escritura cuando habla de los cuadernos de notas y diarios donde escribe retazos, fragmentos, apuntes.
Mary Ann Clark Bremer era una niña rica nacida en Brooklyn, hija de un padre judío convertido al catolicismo para casarse con su madre, una mujer procedente de una familia de cristianos coptos que se trasladó de Egipto a Siria. De joven viajó por numerosos países de Norteamérica y Europa. Su vida se interrumpe tras la trágica muerte de sus padres, acontecida al final de la Segunda Guerra Mundial en el Canal de la Mancha, al ser bombardeado por un submarino alemán el buque en el que viajaba la familia. Ella misma queda gravemente herida y es hospitalizada. La pérdida es uno de los grandes temas de la escritora, no solo la pérdida de seres queridos, que la golpea ya en su juventud más de una vez con la muerte de su primer marido, también la pérdida de la belleza y de la juventud, volviendo al título que da nombre al libro completo y que constituye el quinto y último de estos relatos; y, junto a la pérdida, la necesidad de reconstruirse para seguir viviendo y no desear desaparecer. Para Clark Bremer, la literatura, el amor y la amistad son los motores de su reconstrucción.
En el primer relato, “Una biblioteca de verano”, cuenta cómo recupera las ganas de vivir al regresar a D., el pueblo francés donde su tío Marcel tenía una hermosa finca, La Bienhereuse. Gracias a la complicidad con su tío, aunque ya haya fallecido, y al legado de sus libros, logra regenerarse anímica y espiritualmente. Las referencias literarias y la evocación de sus escritores preferidos, así como las citas que no duda en cambiar para adaptarlas mejor a ella, salpican constantemente su escritura.
Clark Bremer busca en Virginia Woolf o en Teresa de Jesús un discurso femenino con el que identificarse, y se encuentra a sí misma en la descripción de la dicha que lee en uno de los cuentos de Katherine Mansfield o ve explicados sus estados de ánimo gracias a las palabras de Paul Valèry. Gran lectora, considera a sus autores preferidos los mejores amigos con quienes pasar el tiempo, e incluso llega a enamorarse de alguno ya fallecido.
La pasión por la literatura también se manifiesta en el encantamiento de contar historias misteriosas y bellas, versiones de las que le han transmitido otros. En la tercera novela, El librero de París y la princesa rusa, la voz en primera persona pasa a ser la de un narrador testigo para narrar un relato de amores imposibles y suicidios intuidos.
El segundo motor de su reconstrucción, el amor, es protagonista de los fragmentos más sentimentales de estos textos. No obstante, la autora distingue entre el buen amor y el mal amor, el que hace crecer a la persona y la lleva a la plenitud o el que la alinea en su papel de mujer victoriana, del que consigue felizmente escapar. Su ideal es una mujer fuerte, no menos cuando está enamorada, sino que, justo por ello, por ser fuerte, puede amar de verdad.
No menos importante es el tercer motor, sobre todo las amistades femeninas. Las mujeres de sus relatos no son rivales sino aliadas, la hermosa complicidad entre ellas, que las hermana, llega al punto más álgido en el relato que da nombre al libro, en el que se cuenta una preciosa historia sobre la rebeldía frente a la mirada masculina del patriarcado y la superación de los efectos del paso del tiempo.
Empezaste diciendo que este libro te fue regalado, y finalmente puedes afirmar que esta escritora es un regalo para todo aquel que quiera acercarse a los pensamientos y sentimientos de una mujer sensible, desprovista de problemas materiales, que ve más belleza en las cosas que no cuestan dinero (lo que hay más allá de la ventana siempre estará por encima de lo que se encuentra más acá de la ventana, p. 161), que se detiene en los momentos de duelo y en los de felicidad para entenderlos, para tomar conciencia de ellos, que puede conscientemente pasar a la tercera persona para hablar de sí misma y dejar constancia de que, si ha conocido el placer y el dolor, ha podido distanciarse para hablar de ello. Todo esto expresado con muy pocas palabras, concisa y esencialmente, con una nostalgia contenida desprovista de todo sentimentalismo. Adopta asimismo la tercera persona cuando relata magistralmente historias que le han contado, especialmente D., al que acertadamente llama Sherezade.
No serán los hijos que nunca tuvo los que consuelen a la escritora de los estragos del tiempo, como en el soneto de Shakespeare, pero sí el amor a la literatura y a la vida, y sobre todo su palabra escrita, que perdura en el tiempo.
When forty winters shall besiege thy brow
And dig deep trenches in thy beauty’s field,
Thy youth’s proud livery, so gazed on now,
Will be a tattered weed, of small worth held:
Then, being asked where all thy beauty lies,
Where all the treasure of thy lusty days,
To say, within thine own deep-sunken eyes,
Were an all-eating shame and thriftless praise.
How much more praise deserved thy beauty’s use,
If thou couldst answer: ‘This fair child of mine
Shall sum my count and make my old excuse,’
Proving his beauty by succession thine!
This were to be new made when thou art old,
And see thy blood warm when thou feel’st it cold.
William Shakespeare, Sonnet II
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Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.
Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías.
¡Cuánto más te alabaran en su empleo
si respondieras : – « Este grácil hijo
mi deuda salda y mi vejez excusa »,
pues su beldad sería tu legado!
Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.
William Shakespeare, Soneto II
[Traducción de Manuel Mújica Laínez]
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Mercedes Jiménez de la Fuente
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Nota
Mary Ann Clark Bremer. Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos. Traducción de Hugo Bachelli. Editorial Periférica, Cáceres, 2015. ISBN: 978-8416291175
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