Historias de secadero
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No conocéis quizá, los que no habéis paseado por los campos de Santa Fe o Fuente Vaqueros o tantos otros lugares de la vega de Granada, no conocéis, decía, los secaderos de tabaco abandonados. Construidos para que el aire y la sombra orearan las hojas de tabaco colgadas del techo, ahora no son sino tabiques huecos rodeando ruinas insignificantes.
Pero se encuentran tantas historias en las ruinas…
Un cuento nuevo imaginado en un secadero viejo.
“Dios nos ha abandonado”… Pues sí que… Quién habrá escrito esto, si Dios no existe. Aunque, qué sabe nadie.
Existe, sí, decidido. Existe y pasó por aquí.
Pero huyó. Porque le horrorizan los ladrillos de cemento, él no usó ladrillos de cemento para construir el mundo.
Al hombre lo hizo de barro… No, no, a la mujer la soñó primero y la amasó con la arcilla más fina al pie del arroyo más claro, y luego, para que no se aburriera, decidió formarle un compañero. Cuando la vio dormida, le quitó una costilla y de ahí, con mucha magia, sacó al hombre. Igual me estoy liando, pero más gorda la lió Dios, con eso de hombres y mujeres.
Anda las tonterías que se me ocurren cuando me fumo un canuto. O dos, que ya voy por el segundo. Me gusta fumar en los secaderos, todavía huelen a tabaco de verdad, del que liaba mi abuelo. A lo que iba: Dios sacó a Adán de una costilla de Eva. No, de una kostilla, la ka mola más.
Y aunque Carla escriba su nombre con ce, yo la quiero con ka, para distinguirme de tantos que solo saben quererla de una manera vulgar.
La kiero, la kiero y la kerré siempre, desde hoy, 29 de junio, hasta el 29 de un mes y un año desconocido. En un tiempo infinito nos sumaremos tú y yo, Carla y Juan, y aquí pongo las iniciales para que se sepa. Que se sepa, pero no demasiado, por eso, mejor las iniciales.
Ya está. Se lo digo ahora mismo en un wasap: “te amo, ámame, deja ese rollo de ser solo amigos”.
No, quieto parao, borra eso, que la vas a asustar. Si no le gustas, no le gustas a ninguna. Mejor me callo y sigo escribiendo en la pared.
Yo soy un cobarde, un kobarde, lo sé, pero tú, que eres una diosa, no hagas como Dios, porque es verdad: Dios nos ha abandonado.
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Josefina Martos Peregrín