Las enigmáticas frases de un desconocido – Un relato de Albert Tugues

Las enigmáticas frases de un desconocido – Un relato de Albert Tugues

Las enigmáticas frases de un desconocido [Relato]

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Las enigmáticas frases de un desconocido

I

Primera frase

De pronto, aquel desconocido se levantó del taburete de la barra del bar, se acercó a mí y me preguntó si me molestaría escuchar lo que estaba pensando mientras me observaba desde el otro lado de la barra. Le contesté que sí, que podía explicármelo. Fue entonces cuando me sorprendió aquella frase enigmática: “Si llevas la tristeza en un solo ojo pesa más que en una mano”.

Se dio media vuelta, sin hablar más, y se sentó de nuevo en el taburete de la barra.

Cuando me disponía a salir del bar, al decirle adiós, me cogió del brazo y me advirtió, pronunciando más lentamente la frase de antes: “Si llevas… la tristeza en un solo ojo… pesa más… que en una mano”.

¿Y si la llevas en los dos ojos, la tristeza sigue pesando más que si la llevas en las dos manos?, hubiera podido preguntarle, pensé después.

II

Sin respuesta

Al cabo de un rato de leer el periódico, levanto la vista y veo al mismo personaje del otro día, sentado en el mismo taburete de la barra del bar.

Está observándome. Intento disimular y desvío la mirada hacia la calle, pero él ya se aproxima a mi mesa, sonriendo. Me saluda y me anuncia que tiene nuevas frases para mí, dignas de ser anotadas. Le respondo que las guardaré en la memoria y más tarde las apuntaré en un cuaderno o, si le parece bien, en el blog de mi ordenador. Puestos de acuerdo, va a buscar la cerveza que tiene en la barra y se sienta frente de mí. Las frases son las siguientes, un poco más largas que la vez anterior, las del otro día, me advierte guiñando un ojo.

Dicen así: “Uno quiere arrepentirse por haber vivido y por haber conocido, pero no sabe cómo hacerlo. Si fuera católico, dice, bastaría con la confesión para arrepentirse, rezar las plegarias que le fueran encomendadas por el confesor, y ya está, ya se habría arrepentido y habría sido absuelto. Pero como no es católico, y apenas creyente, no sabe cómo hacerlo, no sabe a quién debería dirigirse para ser absuelto por haber vivido y por haber conocido. Y este no saber, esta falta de absolución, le angustia, le desespera hasta despellejarle el corazón y el alma”.

No sé qué contestar. Desolado, le aprieto una mano, en silencio. Me gustaría poder decirle que yo tampoco he sido absuelto, pero no quiero aumentar el peso de su angustia. Se levanta de la mesa y sale precipitadamente del bar. No nos hemos despedido.

III

Una sorpresa en el bar

Hoy ha tenido una sorpresa agradable y metafísica a la vez, cuando, al volver de entregar las dos rosas blancas de cada sábado a la destinataria ausente, ha visto que entraban en el bar (el bar que suele frecuentar cuando regresa del cementerio) algunos espíritus del bosque, entre ellos el que resbala con las flores, que ha pedido una cerveza. El resto del grupo ha pedido una vaso de agua del grifo, de agua corriente, con una rodaja de limón y sin hielo (parece que nos les gusta el agua fría, ni embotellada).

Al descubrirle ahí, sentado a una mesa, o mejor dicho, intentando esconderse en la mesa que hay detrás de una columna del bar, han ido a saludarle enseguida y le han informado que venían a verle justamente a él, porque allá arriba, en el bosque, hay mucha añoranza y echan en falta a los que aún merodean por aquí abajo, sin hacerles una visita de vez en cuando.

Luego, han añadido: “Así como algunos brindáis en el cementerio, también podríais subir al bosque con una cerveza en la mano”.

“No hay ningún problema, en absoluto”, confirma el espíritu que resbala con la flores, mirándole a él y haciéndole un gesto cómplice mientras alza su vaso de cerveza.

Él les pide disculpas, y les ruega que le permitan acompañarlos, ahora mismo o más tarde, cuando ellos dispongan.

De pronto, ve en la barra a aquel cliente habitual del bar que a veces le presta algunas frases. El personaje se acerca a su mesa, mientras los espíritus vuelven a la barra para apurar sus respectivos vasos de agua con limón y el vaso de cerveza, y le susurra al oído: “Todo es añoranza. Ausencia en todo veo y siento.”

Él sonríe, sin entender del todo la frase, y el personaje, el cliente habitual del bar cuyo nombre no recuerda, le da una palmada en la espalda.

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Albert Tugues

Categories: Escalera de palabras

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