Nora no es una princesa
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Nora no es una princesa – Rafael Guardiola Iranzo
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Nora acaba de cumplir cinco años y no puede ser Elsa, la Princesa nórdica de Frozen, el reino de hielo que cautiva ad nauseam a tantas niñas de su edad gracias al marketing de la factoría Disney. Ni puede ni quiere, porque es una auténtica reina de las mil y una noches. Tiene sus raíces en la vecina Francia y en las seductoras tierras de Tánger codiciadas por romanos, vándalos, bizantinos y árabes. En Tánger se encuentra esa misteriosa gruta en la que Hércules durmiera antes de cortar las manzanas del huerto de la diosa Hera, conocido como el Jardín de las Hespérides, esas fascinantes ninfas de los árboles frutales. Por eso, no me extrañaría que Nora, la hija de la elegante y noble Ikram, fuera una de esas mujeres que se funden en un abrazo, como generosas amantes, a los troncos de los árboles más verdes y frondosos, y saborean con avidez los frutos más jugosos sin temor a manchar sus regios ropajes. Las frutas saben mejor cuando se arrancan con cariño de los árboles, cuando se recolectan secretamente, pero dando gracias a los dioses.
A mi padre le gustaba pensar y sentir que era un hijo lejano de Al-Ándalus con la piel tan blanca como la leche más blanca, y salpicar sus composiciones musicales con la cadencia frigia. El porte aristocrático y la alegría estupefaciente de mi bisabuela Carmen, a decir de mi padre, llenaban los espacios más minimalistas, fecundaban con música los filos del silencio. Hacía brillar sus ojos sin sombra con el rumor del agua y la fragancia religiosa de la menta y el azahar. La reina Nora no es una simple princesa de las Hespérides. Su cabello es negro y ensortijado, casi felino, y parece tener los ojos pintados con sulfuro de antimonio del Atlas y barnizados por el mismísimo sol del desierto. Cualquiera de sus súbditos podría columpiarse, siempre con su regio permiso, en sus largas pestañas del color de la noche. Y a pesar de todo ello, a Nora le da lo mismo ser famosa. No se pudo bañar en las aguas de la Bahía de Málaga hace una semana por la inquietante presencia de las medusas. Los demonios del cambio climático no han respetado ni su cetro ni su corona, pero esta tarde va a hacer con su madre tortitas de chocolate con fresa y nata.

Dibujo – Nora
Hace más de diez años que guardo entre mis tesoros un diminuto espejo cuadrado con humilde marco de hojalata. “Te lo regalo”, fueron las palabras de aquella adolescente de Fez que seguía los pasos de la procesión de turistas europeos de la que yo formaba parte, ofreciendo pequeños recuerdos de su tierra. Muchos buscábamos en el Magreb las huellas de civilizaciones nutricias, singulares prodigios e incluso sueños exóticos, disfrutando de los agridulces encantos de un viaje en el tiempo. Gracias a Nora he podido reconocer en la joven del espejo a la auténtica reina de Fez.
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Rafael Guardiola Iranzo