La solitaria solidaridad de las palabras – Sebastián Gámez Millán

La solitaria solidaridad de las palabras – Sebastián Gámez Millán

La solitaria solidaridad de las palabras

 

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¿Por qué se escribe? La pensadora María Zambrano respondía así a esta pregunta: “Escribir es defender la soledad en que se está. Es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable en el que, precisamente por la lejanía de toda cosa concreta, se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas…”

Quizá la vida humana necesita expresarse para ser, o para ser más allá de lo biológico. Y por medio de la expresión, sea verbal, pictórica, escultórica, musical o como quiera que sea, uno llega a verse, a descubrirse, a comprenderse y a comunicarse. “El arte, añadía Zambrano, parece ser el empeño por descifrar o perseguir la huella dejada por una forma perdida de existencia”.

Ahora bien, el secreto no se revela antes del acto de creación, sino que es consustancial al mismo. Por eso necesitamos crear, para saber realmente lo que vivimos, lo que sentimos, lo que pensamos… Pero una de las paradojas del arte es que procurando expresar lo irreductiblemente único y singular de cada uno logra en ocasiones dar voz a los otros. A esto es a lo que se refería Vicente Aleixandre al proclamar: “El poeta canta por todos”.
Consigue elevar lo particular a universal, como hizo Juan Ramón Jiménez con su inolvidable burro en Platero y yo descubriéndonos matices de nuestra infancia; Luis Cernuda con la ciudad de su juventud perdida y recobrada desde el exilio en Ocnos; o José Antonio Muñoz Rojas en Las cosas del campo, por mencionar tres de los más verdaderos y bellos libros en prosa poética del siglo XX escritos por grandes poetas andaluces.

Pero, ¿de qué valdrían si solo se representaran a sí mismos, si en su voz no lograra representar las voces de los otros? Gracias a este poder de la expresión creadora y al paulatino reconocimiento de los lectores y espectadores el arte puede ser universal, como intuyera Aristóteles, o si prefiere, universalizable.

Precisamente lo que se reúne en este libro es una pequeña muestra de poemas y prosas poéticas de algunos escritores de la comarca del Guadalhorce y otros rincones de Málaga. Como no podía ser de otro modo, la muestra es diversa: voces de diferentes edades, sexo, biografías, formación, profesiones…que dan lugar a una pluralidad de estilos y tonos.

Desde el diálogo intertextual con San Juan de la Cruz y su cautivadora música con el que se abre el libro de la mano de Antonio Berlanga Pino, y cuyos ecos se remontan al Cantar de los Cantares, a “Esdrujulizar”, un poema de amor de María Teresa Cobos Urbano, que retuerce la lengua para decir lo que permanecía sin haber sido dicho; pasando por “Carpe Diem”, en el que Tomás Salas renueva desde la perspectiva histórica de nuestra época un tópico imperecedero con humor.

Contamos, asimismo, con la poesía de Mar López Algaba y Soley Aragonés, próximas cada una en su estilo a la llamada de la experiencia (me pregunto si hay alguna poesía que no sea de una manera o de otra de la experiencia); no faltan humor ni amor ni ternura en la prosa poética de Rafael Guardiola. Humor, pero proveniente de la envidia antes que de otros sentimientos, es el que se refleja en “Medalla de oro”, de Ignacio López, un retrato de la condición humana.

Más allá de sus valores poéticos, “Cuadros bélicos”, de Rafael Herrera, posee un valor visionario, puesto que la guerra siempre tiene un ojo abierto. Y somos nosotros, enredados en maniqueísmos y concepciones inadecuadas, los que las impulsamos sin cesar. Pero también hay solidaria empatía, como la que manifiesta el poema de Joaquín Albarracín dedicado a un mendigo; solidaridad que se extiende a emigrantes y otros seres, por mencionar algunos textos y autores que me vienen ahora a la memoria. Y muchos otros, a los que pido disculpas, y a los que espero que los lectores descubran.

Como se apreciará, el libro está ilustrado con imágenes de pinturas de Hervé, cuyas líneas curvas y colores, a la manera de los fauvistas, es un placer para los sentidos. Y aparecen obras de distintos pintores con diferentes estilos y ventanas al mundo: cada uno contiene una teoría de la percepción, una hermenéutica de la realidad y una visión ético-política. Incluso contamos con imágenes de las esculturas populares y entrañables de Carmen Escalona.

Por tanto, como en el terreno poético, hay también eclecticismo, fusión de estilos, rasgo que consideran propio de nuestros tiempos, que algunos califican de “postmodernos”, pero que uno, en honor a la verdad, preferiría llamar “transmodernos”, ya que no nos han abandonado ideales como ampliar nuestros márgenes de libertad, igualdad, solidaridad…

Quiero dar las gracias a los que han concebido y hecho posible este proyecto y, en particular, a sus dos principales artífices: Jaume Verdú Orellana y Gerard Boxstal. El primero, licenciado en Derecho, ejerce como abogado pero sin haber renunciado a su vocación literaria y cultural, que le ha llevado a realizar incursiones en los territorios del ensayo, la novela, el teatro y la poesía. Sabe bien que sin cultura no hay pilares cívico-políticos. El segundo nació en otra latitud geográfica, pero reivindica valores de esta cultura como si fueran propios, un ejemplo de algo cada vez más imprescindible en nuestros días, el cosmopolitismo, ciudadano del mundo que sabe elegir lo mejor de cada lugar, en una época de una vertiginosa globalización.

Por último, quiero recordar otra paradoja del arte: puede convertirse en instrumento de paz y/o de guerra, según sus intenciones o cómo lo interpreten las personas que lo reciban. Como seres dotados de palabra (animal racional, según la célebre definición antropológica de Aristóteles), se diría que el ser humano percibe, piensa, interpreta, comprende y se comunica por medio del lenguaje. Pero el lenguaje, como certeramente ha señalado el filósofo Jesús Mosterín:

“ayuda a solucionar muchos de nuestros problemas reales, pero también crea otros nuevos problemas y pseudoproblemas que sin él no existirían. Mediante el lenguaje podemos decirlo todo, lo que hay y lo que no hay, lo verdadero y lo falso, lo real y lo imaginario, lo sensato y lo absurdo (…) El género humano es un linaje bendecido y abrumado por la capacidad lingüística, origen de gran parte de nuestros problemas y soluciones. El lenguaje es el cemento de nuestra vida social, el hilo conductor de nuestra biografía personal y nuestro primer instrumento de trabajo y de recreo. Constituye el último estrato de la naturaleza humana, que se superpone a los demás y acaba caracterizándonos”.

Sin ninguna duda este libro ha sido engendrado desde la solitaria solidaridad de las palabras. El lector de poesía reconoce su pena en la pena manifestada en el poema, reconoce su sufrimiento en el sufrimiento del otro. En este sentido, se siente acogido y abrazado de manera solidaria por la poesía, que mitiga su sentir en al menos varios sentidos: por un lado, en tanto que descubre que hay otros seres que sienten lo mismo y, por lo tanto, se siente menos solo en el mundo; y, por otro lado, porque esta le ayuda a expresar y comunicar lo que siente. La poesía y el arte como símbolos de unión de los seres más allá de las lenguas, las culturas, los colores de las pieles y las diferencias que en no pocas ocasiones quieren convertir en muros y fronteras. Ojalá así sea recibido.

No, no eres el que gobierna
el rumbo de eso que llamas tu vida;
tampoco el capitán de tu alma,
ya que ni siquiera eres el dueño
de este cuerpo tuyo a la vez que ajeno.
¿Para qué engañarte?
Tarde o temprano emerge la verdad amarga
y, si no es para sobrevivir,
carecen de sentido estas ilusiones.
No sabes qué es el éxito,
¿o tal vez sí? Una suma de equívocos
y malentendidos, insuflado por los hombres,
que no dejan de adorar y venerar
y levantar falsos dioses y mitologías.
¿Ganar?
Acaso no haya vida humana plenamente consciente
que pueda eludir la sensación de fracaso.
Quizá estas ilusiones y la lucidez sean incompatibles,
quizá la victoria y la lucidez sean incompatibles.
La lucidez tampoco se elige; sobreviene,
se soporta al tiempo que se sobrelleva,
como si supieras qué es lo que te aguarda:
envejecer, morir, ser olvidado.

Sin embargo, a pesar de todo o gracias a ello,
desde aquí puedes todavía celebrar la vida
y agradecer cada instante del tiempo.

[Sebastián Gámez Millán]

 

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UNA MUÑECA DE PORCELANA

Mi abuela era una delicada muñeca de porcelana. Nació brillante, despierta, abrazada a los olivos y a las casas encaladas y austeras, fijadas a la tierra, en el corazón mismo de la fiesta, el sol y el estoicismo altivo del Sur. A principios de siglo, emigró con su familia a la capital buscando una tierra prometida que pronto se desgarró, hecha jirones, y sangró con los tambores y banderas de una guerra fratricida. Mi abuela nació con una alegría rotunda, amplia y serena, como la que Plinio atribuye a Zaratustra, el profeta. Y me gusta ver y leer las hojas satinadas de su misterio, la facilidad con la que entorna lentamente sus ojos de color miel, con un gesto muy oriental y descuidado, donde sobran las palabras y, al tiempo, quiebran el gris y el silencio gris. Es algo más que el calor amante de un abrazo, y dibuja, sorprendentemente, mil y una sombras chinescas sobre los acordes de la guitarra, y la seca y sincopada respiración de las castañuelas que dormitan en su bolso. Sus brazos, manos, piernas, guiños de porcelana y de la más fina seda, sólo saben bailar con fuerza, sólo quieren vivir sin tambores, sin banderas, sin diabólicas cadenas. Suenan en la vieja radio los acordes rizados de su tierra. Tira con decisión sus grises muletas, su cansancio, el peso de la muerte de su hijo mayor, y llega a volar y girar más alto que todos los derviches de oriente. Casi sin despegar los pies del suelo, oliendo a azahar y chocolate –la dulce fragancia de sus primeros años-, pone nombre a los sueños propios y ajenos con su perpetua, limpia y afrutada sonrisa de porcelana. Esa sonrisa que, decía mi madre, me saludó orgullosa cuando nací, y que me regaló toda una vida, minutos antes de morir, entre besos y lágrimas.

[Rafael Guardiola Iranzo]

 

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CUADROS BÉLICOS

QUE ya vienen los bárbaros y dicen
que romperán estatuas y pinturas.
Nosotros conocemos la belleza
del mármol hecho carne, fuego y vida.
Que ya vienen los bárbaros y gritan
que nos vestirán de negro y pardo.
Nosotros sabemos de la fuerza
de los colores y cuerpos desnudos.
Que ya vienen los bárbaros y claman
que prohibirán los cantos y poemas.
Nosotros tenemos un mar de canciones
y tararearemos por las noches.
Que ya vienen los bárbaros y cuentan
que nunca habrá música ni bailes.
Nosotros guardaremos en las tapias
y bajo las piedras notas y voces.
Que llegan los bárbaros y arrasan
con todo lo que somos, lo que fuimos.
Pero, sin boca ni ojos ya, conservaremos
en la memoria un mundo entero, el nuestro.

 

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IGUAL que un soldado
que prepara con parsimonia
–año tras año,
previendo la derrota,
simulando fusilamientos,
justificando la muerte–
la última guerra,
y, de pronto,
se le ocurre un verso de amor.
Así vivimos, a medio gas,
en la frontera de un lugar donde
de armémonos a amémonos
solo hay una letra de más –o de menos–
y un mundo que se la juega.

 

***

 

NUNCA supimos los de abajo
en qué pantano bañarnos,
mientras los de arriba…
ellos tenían el mar entero.
Pero no habléis de derrota
ni os escondáis tras las puertas.
No asustéis a los chiquillos
ni os vistáis con ropa oscura.
¿Quién puede sentirse vencido
si aún nos quedan los ojos,
el aire para llenar los pulmones
y los pies para el camino?
¿Quién puede rendirse
si los mares están salados
y la lluvia es nuestra cuando cae?

 

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ENTONCES cuadraron la tierra
agarraron un garrote y escondieron
el fuego en los templos
los caballos se alinearon sin crines
y se alistaron a la guerra
para pisotear la hierba
se hicieron fronteras verticales
de hierro y piedra
se inventaron infiernos pecados
leyes de movimiento y lenguas
arrojaron a los pacíficos a la guerra
siempre dos bandos dualidades
pero los que están enfrente nunca
están a la izquierda o a la derecha
arriba o abajo en el mar o en la tierra
están frente a ellos
frente al tablero que no quedará
en tablas porque ellos por siglos
están acostumbrados a la pérdida.

[Rafael Herrera]

 

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Miras la cara caída del mendigo,
lloras su destino, pero
no compartes ni la acera.
¡Si ayudarle pudieras, pero
tu vida ya es carga suficiente!
No hay tiempo para más. No hay hueco.
Hombre,
echa unas monedas y con ellas
tu intención y tu empatía,
y con ellas su alimento
esperado y su sonrisa.
Hombre,
llorar es fácil desde el corazón, pero
ayudar desde el peso de tu existencia
es romper un muro de egoísmo:
el que no existe entre tú y el otro de ahí fuera
–tal muro es ficción en tu cabeza.
¿Y si, dándole, te das? Piénsalo.
Él es humano: tú eres humano.
Colaborar entre dos
para plantar un nuevo árbol,
para crear un lazo
anudando tu mano
a su mano. ¿Compartes,
querido hermano?

[Joaquín Albarracín de la Rosa]

 

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Sebastián Gámez Millán

Categories: Ut Pictura Poesis