Otras voces, otros ámbitos [Los críticos teatrales leen a los poetas] – Manuel Grant lee «El ángel de la espera», un poema de Carmen Cebrián Bueno

Otras voces, otros ámbitos [Los críticos teatrales leen a los poetas] – Manuel Grant lee «El ángel de la espera», un poema de Carmen Cebrián Bueno

Otras voces, otros ámbitos [Los críticos teatrales leen a los poetas] – Manuel Grant lee «El ángel de la espera», un poema de Carmen Cebrián Bueno

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Bruno Ganz en un fotograma de Der Himmel über Berlin, de Wim Wenders [1987]

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Manuel Grant lee El ángel de la espera, poema de Carmen Cebrián Bueno [sobre el fondo musical del tema principal de Der Himmel über Berlin, de Jürgen Knieper]

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El ángel de la espera

Derrotadas
sobre las lápidas de sueños
las hojas dejan lejos los pasos deteriorados y leves,
y las madrugadas desoladas se elevan
hasta arrinconar las cartografías del mundo y todos sus pensamientos,
hasta asaltar el sitio de la carne,
impunemente.
Y como a mí, a él le gusta la noche y la revolución
y romper espejos.
Así regresé yo, por él,
y por otras muchas cosas que tengo entre manos
con el soplido aliado del viento frío.

El peregrino busca y te encuentra,
entre las rosas blancas el ciego retuerce su dolor
y chorrea sangre,
entre murmullos los ciervos escrutan sus cuerpos débiles cuando se arrojan
al vacío.
Para que nadie te pinte ni te confunda la mirada,
distinta a la de quienes tienen que morir,
inundas la casa de luz, en un instante,
por los rincones insalvables de cada estación.
Allí te dejas ver como un fantasma.

Acabaré siendo y seré una profecía de las tuyas,
o un paisaje en blanco
porque me pensaste y me oliste
como esculpes los tapices de un caballo indomable
con su silueta perfecta,
y los vagones encadenados de formas aparentes
que empujan las estrellas
hasta dejarlas incrustadas en la roca.

Se abandonaron las almas aquel día,
aquel día que el vestido pendía en el aire
y agarraba sus muñones a otra mano.
En las ciudades plagadas de luces
quedaron algunos rastros de sus cabellos azules en el aire
y un hombro desnudo – que sería el mío –
vertía lágrimas tibias
sobre el pecho de una montaña de hombres
atrozmente apuñalados.

Si has venido hasta aquí no es para besar
mis brazos mientras recorto el tallo largo de las rosas.
Has llegado para viajar por el telón de fondo de esta tristeza,
toparte de frente con un millar de ojos sometidos
y con esta prisionera, una más
a quien te llevas como un rapto.
Pesa tan poco la carga a tu espalda, el fuego vivo,
las toneladas de metales fundidos que rompen los círculos
y pasean la sequía inmensa de los hombres en nidos a la deriva,
los mismos que chillan el socorro como terrones acorralados
por la corriente.

Podría despertar en un lugar de sonidos poderosos y violentos,
un reclamo donde la eternidad
es irreparable.
Y aunque aún no conozco el territorio,
ni he abierto puertas metálicas,
no esperaré a olvidarme de mí,
ni a encorvarme insomne
en el corazón del tiempo.

Vienes con el pan, para enterrar el rostro entre mis manos
y algo de vino para hundir al sol en las vasijas,
con paños de lienzo para un gesto impuro,
para ceñir los estómagos de aquellos cuerpos negros.
Pero muchos lloramos todavía al pie del barranco,
y aunque pretendas calcinar el azufre de mis ojos,
y todas las malditas esquirlas de cobre
que esconde el poeta
para apurar sus últimas horas
espera , espera a que me desvista como un pedazo de pan,
espera a que los límites se borren con la ceniza blanca del horizonte
mientras progresa el ámbar de mi boca.
Espera, ángel mío, a que los ojos entumecidos por la risa
se comprendan.

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El ángel de la espera, poema de Carmen Cebrián Bueno, leído por Manuel Grant

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