Poesía Ặntiviral – Poemas para la vida [Una acción poética urgente con motivo de la excepcional situación ocasionada por la pandemia del Covid – 19] – XXXVII – Reflexión – María Eugenia Piñero

Poesía Ặntiviral – Poemas para la vida [Una acción poética urgente con motivo de la excepcional situación ocasionada por la pandemia del Covid – 19] – XXXVII – Reflexión – María Eugenia Piñero

Poesía Ặntiviral – Poemas para la vida [Una acción poética urgente con motivo de la excepcional situación ocasionada por la pandemia del Covid – 19] – XXXVII – Reflexión

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Fotograma de La Notte [ Michelangelo Antonioni, 1961]

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En toda esta situación hay quienes me desvelan más que otros. Ese sector para el que una salida a la plaza era el minuto ganado a una batalla peleada cotidianamente. Cada noche me pregunto cómo actuar y cuáles son las preguntas adecuadamente formuladas por alguien que vive un encierro, confinado sólo en los límites que lo separa con el afuera. Donde la puerta no se convierte en obstáculo, sino en límite. Para muchas personas hoy el encierro puede llegar a ser la única vía posible hacia el sarcasmo de una libertad que los mantiene dentro de sus habitáculos, de sus hogares, con olores que los traen a lo familiar. Pero para otros, quizás aquellos para los que atravesar la puerta significa “algo más” que un encuentro con el afuera, para esas personas quienes el sólo hecho de salir a la calle implica el paso ganado al encierro de sí mismos, esa convivencia que podría ser fatal de otro modo; asediados segundo tras segundo por un acechador encierro al cual sólo el sol, el saludo corto a algún vecino, podía arrebatarle la victoria de ese día. A esas personas cuyos encierros representan más que un no poder salir a un afuera, que en su batallar cotidiano no le temen a la muerte como ese final que quizás sea su salvación, sino que, conviviendo con sus miedos, sus inseguridades, sus tristezas, sus enfermedades, se despiertan y se duermen sabiendo que una salida al sol, a la plaza, al bar, podría demorarlos en este mundo. Algunos hemos podido hacer familiar esa batalla, hemos abrazado el amor de quienes nos hacen este encierro “liviano”. Pero hay otros, cuyos rostros no puedo dejar de apartar de mi mente cuando me levanto hasta cuando me acuesto; esos otros rostros no visibles en esta pandemia, pero a los que el encierro puede no salvarlos, como al resto de nosotros; esos rostros y esas ánimas acosadas desde adentro a los que todo encierro se les vuelve algo pesado. Pesado como la vida. Pesado como el virus al que hoy miramos con atención. Pesado como este aire de comunidad que no es, intuyo, más que ese egoísmo propio del ser humano que ante la amenaza de la propia muerte reclama y exige un cuidado para todos.

Leí por allí que el virus no nos volverá más humanos, ni con más instinto de comunidad. Y quizá sea un poco pesimista. Puede ser. Pero para saber cuánto se esconde de verdad en ello, deberemos esperar a no sentirnos amenazados, como lo estamos ahora.

Salir, entrar…seguirán siendo la metáfora de una sociedad atravesada por los peligros del consumo, consumir a otro, consumir todo. El mundo se ha convertido en un gran valle inquietante, donde se vierte rebalsando y se saca agotando todos los recursos. Ya nadie se siente «en casa». Es preciso penetrar esta terrible realidad para fecundar nuevos modos de vivir más plenamente. Atravesamos el vacío como espacio donde se operan las transformaciones. Esta ausencia de libertad que no nos salva. Parir nuevas formas, un nuevo mundo, requiere de una estética como ética del comportamiento humano.

Mientras tanto, no dejo de pensar en esas personas que hoy se quedan sin terapia, que hoy no pueden salir al sol, ni cruzarse con el saludo rápido de un vecino que les vaticina un día más de vida. Enfermos estamos todos, pero no por causa de un virus, sino por la falta. La falta de amor, la falta de otro, la falta de salud, la falta de empatía. Espero aprovechar este vacío que hay entre el encierro que encierra y el encierro que abre posibilidades, y pensar en ellos, sólo en ellos, lo que es un poco pensar también en mí.

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María Eugenia Piñero

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