«Porque soy libertario», de Javier Sádaba Garay – Una recensión de María del Olmo Ibáñez

«Porque soy libertario», de Javier Sádaba Garay – Una recensión de María del Olmo Ibáñez

«Porque soy libertario», de Javier Sádaba Garay

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Vivimos tiempos convulsos, las protestas sociales incendian el mundo desde los chalecos amarillos de la Francia de la vieja Europa, pasando por Líbano, Hong Kong hasta llegar a una América latina que arde. Se habla ya de la rebelión del precariado. Y lo evidente es que existe un cisma entre las democracias con sus partidos y una sociedad agotada que solo pretende una vida buena y que la ve peligrar cada día más. Decía Benedetti en cita repetidísima que “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas” y parece que se puede afirmar que los modelos puestos en práctica en los últimos siglos, capitalismo democrático y comunismo, o no han funcionado o están agotados. Ante este panorama el libro que acaba de publicar Javier Sádaba tiene algo de aire fresco y de esperanza. Tiene algo de respuesta en forma de otro mundo posible.

Que el filósofo Javier Sádaba es libertario no se le escapa a nadie que lo haya seguido con cierto interés a lo largo del tiempo que lleva exponiendo su pensamiento en libros, artículos y medios de comunicación. Rara es una intervención suya en la que en algún momento no haga una declaración de su militancia política. Se puede recordar, por ejemplo, la reseña de un libro sobre derechos humanos: “Algunos elegimos el socialismo libertario, utopía irrealizable en ciertas voces, ideal a alcanzar, con la oportuna motivación, en los que confiamos en la parte más gozosamente exigente del ser humano.” O citar una entrevista para la Revista “Filosofía Hoy” en la que habló de su admirado N. Chomsky, con quien comparte ideología. A la pregunta “¿Qué pensador actual le interesa particularmente y por qué?”, Sádaba respondía: “De modo especial, Chomsky. Es un científico serio, un filósofo no menos serio y aspira a uno de mis ideales: el socialismo libertario”. Desde luego él había ido definiendo el socialismo libertario en sus textos de filosofía política. Sin embargo, lo cierto es que no había escrito hasta ahora ningún libro dedicado al pensamiento libertario con carácter monográfico y que muchos lo echábamos de menos. Es por ello que resulta especialmente interesante este volumen que acaba de aparecer, y con el que nos ha sorprendido. En él reflexiona, por fin, extensamente sobre lo libertario y, tras leerlo, pienso que lo hace de un modo indudablemente singular. Estoy segura de que quien se adentre en su lectura acabará coincidiendo conmigo en su peculiaridad y en su condición de propuesta para nuestro tiempo.

El filósofo ha estructurado el libro en ocho capítulos y los títulos que ha elegido para cada uno de ellos, ya revelan algunos rasgos de la singularidad de esta obra:


I. Anarquistas, pensamiento libertario, librepensadores y libertinos
II. Pensamiento libertario estado y nación
III. Pensamiento libertario y filosofía
IV. Pensamiento libertario y religión
V. Pensamiento libertario y vida cotidiana
VI. Pensamiento libertario y mal
VII. Pensamiento libertario e Inteligencia Artificial
VIII. Pensamiento libertario amor y humor

De la simple lectura de los epígrafes, y dejando a un lado el primer capítulo conceptual, creo que llama la atención algún dato reseñable: el primero de ellos es que Sádaba ha vinculado en este nuevo texto el pensamiento libertario a las grandes cuestiones sobre las que ha estado trabajando toda su vida: el espinoso tema del nacionalismo, la filosofía, la religión, la vida cotidiana, el amor y el humor. A estas cuestiones les añade el asunto del “mal” provocando cierto asombro. Por último, le suma un tema que le viene preocupando más recientemente, aunque solo es un apéndice más de su largo y conocido interés por la ciencia: la Inteligencia Artificial. Junto a ella se sitúa el conjunto inmenso del desarrollo científico de los últimos años, que le tiene atrapado. Lo que se puede deducir claramente de esta primera hojeada al libro es que el filósofo ha decidido, en este momento, exponernos bajo la luz de su ideología política su pensamiento que se ha caracterizado por una amplísima perspectiva de intereses. Una ideología política que no se deja constreñir por el reducido, tópico y agotado ámbito del par democracia y partidos. Un pensamiento traspasado definitivamente por el foco del credo político con el que él ha caminado y camina por la vida.

Voy a dedicar unas líneas a cada uno de estos capítulos:

El primero de ellos “Anarquistas, pensamiento libertario, librepensadores y libertinos” es el capítulo más conceptual y por tanto más extenso y más denso. En él pretende describir y acotar bien el campo sobre el que quiere hablar individualizándolo con respecto al resto de conceptos relacionados con él semánticamente o por pertenecer a la misma familiar de palabras al compartir raíz. Para ello, (siguiendo su particular método: etimología, historia, paternidades, estudiosos, anécdotas curiosas, contrarios u objeciones y presente), comienza definiendo términos que a menudo se mezclan en una masa multitonal, espesa y confusa, en la que resulta difícil saber qué es cada cosa. Sus descripciones suelen ser originales e impactantes, como muestra lo que dice sobre el anarquismo:

El anarquismo baña poéticamente la vida política como no lo ha hecho nunca otra corriente de pensamiento político. Y, como pocos, nos ha enseñado que es mejor confundirse solo que autoengañarse por copiar a los demás. El anarquismo, además, tiene muchas alas, no se ciñe a una idea, no se puede encogerlo, atraparlo, delimitarlo, conquistarlo.

A continuación separa y clarifica las voces liberal (económico-político), libertariano y libertario propensas al equívoco más característico del totum revolutum. La objeción mayor que realiza al liberalismo tiene que ver con la ausencia de justicia distributiva. Para él, el libertariano es “una simple versión del liberalismo que reniega de control alguno en el juego de los intercambios comerciales”. Bien cartografíado el territorio puede adentrase ya en el pensamiento libertario, que es el que realmente le importa y lo hace de la mano de Chomsky (también de T. Szacs). Y es que, además, las fuentes en las que bebió, el posicionamiento político que ha tomado y las críticas que Chomsky ha recibido a lo largo de su vida por su postura pública le sirven de herramientas excepcionales para esbozar un primer contorno de lo libertario. Resulta especialmente curioso en este punto la referencia a su “judaísmo revolucionario”. Para delimitar el difuso concepto de librepensamiento recurre a Russell, que para él encarna bien este perfil, junto con la contraposición que establece librepensamiento-dogmatismo. Este último es el “enemigo a batir” por los librepensadores. Lo libertino sostiene que está asociado a personajes como el Marqués de Sade o Casanova y que se suele confundir con el hedonismo “escuela filosófica que defiende el citado placer como el máximo objetivo moral”. Por el contrario, para él el libertino “se excede, transgrede las normas, produce escándalo y se le mira como contraejemplo de una vida acorde con lo que se suele entender, no con mucha precisión, por dignidad humana.” A partir de aquí puede acometer la tarea de emparejar el pensamiento libertario que defiende con cada una de sus preocupaciones reflexivas.

El segundo capítulo lo ha titulado “Pensamiento libertario, Estado y nación”. Sádaba ha trabajado la cuestión del nacionalismo casi desde el comienzo de su reflexión y es necesario citar su libro “Euskadi. Nacionalismo e izquierdas”. Se ha cansado de repetir estos años el carácter oscuro, complejo y difuso del concepto de nación aludiendo a Durkheim o Weber, entre otros. En uno de sus últimos artículos en prensa sobre el tema titulado “Nacional.ismo” decía:

«Nación» para Durkheim o Weber era una idea oscura. Totalmente de acuerdo. Yo añadiría, además, que ilimitable. Porque a no ser que se crea que un Demiurgo trazó los límites de lo que es una Nación, esta se desparrama y se escapa por todos los lados.

En la introducción a este capítulo destaca el espacio que le dedica a los orígenes del problema sobre el concepto nación. Lo hace a través del estudio de O. Bauer sobre “nación cultural” y nación con proyecto, además de la contraposición que establece entre nación y Estado. Es en esa contraposición donde coloca el concepto fundamental que le interesa para insertar el pensamiento libertario: el derecho de Autodeterminación, que él ha defendido toda su vida. Creo que es digno de resaltar la vinculación que establece entre la autodeterminación individual y la Autodeterminación de los pueblos “El Derecho de Autodeterminación de los pueblos, y que incluye la posibilidad de que cualquier parte se emancipe de cualquiera de los Estados existentes, debe comenzar por recordar que los individuos nos autodeterminados por ser libres.” La libertad individual está para Sádaba en la base de todo y sobre esta se sustentan el derecho y la dignidad: “Desde aquí podemos saber qué es lo libertario. Y desde aquí podemos saber cómo se forja un objetivo en el que la comunidad sea la que mande sin intermediarios o entidades superpuestas que aplastan o apagan una libertad”.

Es entonces cuando define su opción por un socialismo libertario con dos rasgos fundamentales que dan cabida a la Autodeterminación: es antiautoritario y respeta el poder de los individuos.

El tercer capítulo empareja “Pensamiento libertario y filosofía”. Esencialmente defiende en él que la filosofía libertaria huiría de las tentación de alejarse del suelo que pisamos y se dedicaría a examinar el lenguaje, siguiendo a Wittgenstein, con dos objetivos: “saber qué es lo que podemos conocer y, sobre todo, que es lo que podemos y deberíamos hacer dentro de las cuatro paredes en las que estamos en el espacio y en el tiempo”. Para él la filosofía libertaria tendrá una función “aclaratoria” y su centro sería la ética. Emplea él mismo esa actividad aclaratoria de la filosofía para hablar de la ética, deslindándola de la moral, subrayando su carácter universal y sustentándola, nuevamente, sobre la libertad. Desarrolla, siguiendo a Aristóteles, los tres elementos de la actividad “libre moral”: sujeto, medios y fines. Termina afirmando con él, que el fin último es la felicidad o la vida buena, que para un libertario consistirá en:

Cumplir con las normas justas que nos hemos dado libremente los que vivimos en la comunidad que nos haya tocado en suerte o que nosotros hayamos elegidos. Y por otro, gozar de todos los placeres, naturales y sociales, que están a nuestro alrededor.

Por supuesto, previamente ha expuesto las fuerzas contrarias a este objetivo desde una ética libertaria: el Estado, dominado hoy por el poder financiero y ambos tienen a su disposición, como herramienta de control y coacción, a los medios de comunicación.

En el cuarto capítulo habla de “Pensamiento libertario y religión”. Es difícil tratar de imaginar de partida cómo se pueden emparentar estos dos conceptos ya que los “maestros de la sospecha” nos definieron bien la esencia, el uso y la actividad de la religión. Por otro lado la idea de Dios parece que casa mal con el anarquismo, él mismo lo reconoce al comenzar su texto: “Si hay algo común en el anarquismo en general es la rotunda negación de Dios. Ni Dios ni Estado es uno de sus eslóganes más socorrido y conocido”. La Filosofía de la Religión ha sido uno de los ejes del pensamiento de Sádaba. Su bibliografía en esta materia es inmensa, por ello en la primera parte del capítulo alude a la sociobiología para señalar el carácter “embridador” de las religiones. Habla, desde sus conocimientos en neurociencia, de la localización en el cerebro de experiencia religiosa y realiza una síntesis de las distintas religiones que pueblan el mundo y su historia. Destaca la parte que le dedica a la Masonería. Aterrizando en el presente, en la vinculación que establece entre ambos conceptos se inscribe su defensa radical del Estado laico y la crítica que realiza a la presencia “política” de la Iglesia católica en nuestro país. Distingue entre creencia religiosa, religiosidad y mística natural y esta distinción lleva implícita una graduación en el carácter coactivo de la religión. Acaba Sádaba defendiendo con Wittgenstein y Tugendhat la posibilidad de una “religión adverbial”, que describe así:

Uno puede rodear los hechos con cierta magia, con cierta admiración, con asombro, con aura, con una combinación de miedo y amor a lo desconocido. Es semejante a lo que otro filósofo, Tugendhat, denomina mística natural. Se trata de olvidar todo lo posible nuestro yo en medio de un universo que no es ni padre ni madre, que no sabemos lo que es.

“Pensamiento libertario y vida cotidiana” es el título del capítulo quinto. Creo que se puede afirmar que en nuestro país Sádaba es el filósofo de la vida cotidiana, desde el éxito de su libro inaugural sobre el tema “Saber Vivir”. En el comienzo del capítulo habla precisamente de la génesis reciente del concepto de vida cotidiana, de su relación con los libros de autoayuda para la búsqueda de la felicidad y de su vinculación con el carpe diem. Pero a continuación dice que hay otra manera posible de afrontar la vida cotidiana y es la forma que ya proponía en su libro Saber Vivir. Un libro que apareció nada más acabar la llamada Transición española y que afrontaba el dilema político, lo que él llama “traducción política de esa vida cotidiana”: “reforma o revolución”. Es decir, la disyuntiva entre una vida de inercia y despreocupación social o una vida comprometida con la sociedad. En parecidos términos vuelve a hablar ahora de la vida cotidiana.

Es preciso señalar para empezar que es en este apartado donde el pensamiento libertario se hace más militante. Sádaba, tras esa introducción, afirma, para entrar de lleno en la relación pensamiento libertario – vida cotidiana, que: “Si hay una conducta que es incompatible con la actitud libertaria es la ceremonial.” Es una afirmación que casi desconcierta, pero explica enseguida que se refiere a la ceremonia de sumisión (al rey, al Estado, etc.). Siguiendo el rastro de la sumisión llega por fin a dónde quería llegar en esos ejercicios argumentativos del Sádaba “escolástico”. Su destino era el concepto clave de este capítulo: la igualdad. Con la noción de igualdad va a practicar de nuevo la actividad aclaratoria que atribuye a la filosofía. Distingue aquí entre naturaleza y cultura (una distinción esencial en sus trabajos). Se vuelve, así, hacia la evolución para afirmar que la naturaleza no es nada igualitaria y aprovecha para refutar una vez más el principio antropocéntrico, que nos sitúa en el centro del universo. Se adentra en el campo de la cultura, que será quien concede posibilidad al concepto. Aunque señala que la primera parte de la historia de la cultura humana se caracterizó más por la desigualdad que por lo contrario y se refiere en ese punto también a la responsabilidad de las religiones. Una vez que se ha situado en las conquistas igualitarias tras la Revolución Francesa, Sádaba contrapone ultraliberalismo, liberalismo y pensamiento libertario con respecto a su forma de integrar la igualdad y acaba exponiendo la fórmula igualitaria del libertario:

El libertario tratará de rellenar toda la potencia de cada uno de los individuos y no se quedará en la seca y abstracta individualidad. Porque no es un libertariano. Este solo desea que el Estado esté al servicio de sus privilegios. Suplirá lo que falta, pondrá límites a lo que sobre y unirá la igualdad con la justicia y con la libertad.

Concluye el capítulo afirmando que esta fórmula exige un cambio político y económico incompatible con la “fiesta de la democracia” en la que el ciudadano se contenta con ir a votar cada cuatro años como un rito y desentenderse del mundo entre elecciones. La propuesta libertaria de Sádaba pide participar activamente en el día a día: “manifestarse, resistir a las mentiras que vuelan como las águilas, en las reuniones pertinentes de vecinos y no vecinos, colaborando con los movimientos afines y todo aquello que pueda favorecer una causa que nos parece justa.”

El sexto capítulo corresponde a la desconcertante pareja: “Pensamiento libertario y mal”. Lo comienza exponiendo un inmenso abanico antropológico sobre el mal y su presencia en nuestras vidas, más alguna disputa filosófica. Pero le interesa introducir desde el principio una clasificación importante en el concepto del mal: “el mal de la pena y el mal de la culpa”, y en esta diferenciación está implícita la presencia o no de la voluntad humana. El segundo, el mal de la culpa es el mal humano y en el que interviene nuestra voluntad. El otro es el mal propio de los accidentes de la naturaleza, imponderables ante los que nada podemos. Realiza un repaso a la historia humana para hacer ver cómo está impregnada del mal que nos infringimos unos a otros y, seguidamente, expone también el tratamiento que la historia de la filosofía y la teodicea le han dado al mal. En este punto se hace presente el dilema de Eutifrón, un dilema al que ha dado vueltas en muchos momentos llegando a la conclusión de que es insoluble. A continuación hace un recorrido por la historia de las religiones, un territorio que domina y que es especialmente fecundo para el desarrollo de la confrontación entre el bien y el mal. Sádaba admira los relatos fundacionales de las religiones, pero incluye, además, el impactante mito del vampiro que le interesa. Y se extiende con las herejías, prestándole mayor atención al gnosticismo, culto por el que también siente predilección.

Tras esta inmensa perspectiva que nos ha dibujado, encara ya el par pensamiento libertario y mal. Empieza recordando que va a tratar del “mal de males” que es propio de esa voluntad humana de la que nos ha hablado. Es el mal más terrible tal y como él lo describe: “el mal por el mal, el que huye de cualquier explicación, el que oscurece lo oscuro, el que estando presente se hace invisible, el que todo lo contagia y no hay medicina que nos libere de su viral propagación. Es, en suma, la sed de mal”. Pero añade que esa descripción tan espeluznante tiene una encarnación real: “es el Poder, el Poder por el Poder”. Y es ahora cuando ha desvelado el nexo de unión entre pensamiento libertario y el mal con un truco casi de magia: “Y el libertario ha de luchar, antes de nada, contra el Poder.” El filósofo no se quiere olvidar de que la mayor reivindicación del libertario es “la suprema libertad”. Por eso acaba planteando las tres opciones que hay en la lucha contra el poder y señalando que una de ellas puede caer en el uso de este mal que emplea el poder al que se quiere combatir.

El capítulo siete se llama “Pensamiento libertario e Inteligencia Artificial”. En este caso hago dos consideraciones previas, que me parecen importantes, antes de hablar del contenido del capítulo. La primera de ellas es que hasta ahora el texto tenía una cierta condición de intemporalidad relacionada con el hecho en sí de ser hombre en cualquier tiempo. Sin embargo, en esta parte Sádaba coloca el pensamiento libertario en lo más propio del siglo XXI y en ese concreto espacio temporal. La segunda es que aquí se transforma radicalmente en el filósofo de la ciencia, que también es, y desde ahí va a hablar. Quien conoce en detalle su obra sabe la extensión y el tiempo que le ha dedicado al ámbito de la ciencia, el estudio riguroso que lleva detrás y, también que para él el filósofo de hoy si no mira a la ciencia no está haciendo filosofía.

Comienza su texto informándonos de que en esta ocasión quiere seguir el rastro de Tomás de Aquino y exponer, en primer lugar las objeciones al asunto. Las objeciones que plantea son tres: la primera le lleva a volver la vista al ludismo del siglo XIX y su combate contra la máquina como usurpadora de puestos de trabajo. Habla de los neoluditas de nuestra época y dice que estos luchan contra la máquina por otro motivo, por lo que nos puede deshumanizar. La segunda objeción la inscribe en el mito y le sirve para hablar de la belleza de los mitos fundacionales que tanto le gustan. Pero dice que el mito en nuestro tiempo tiene un significado distinto: “falsedad” o “ficción”. Este mito asociado a la Inteligencia Artificial sería el mito de la inmortalidad. Para explicarlo utiliza un curioso método. Se centra en la evolución y compara, a través de lo que llama “analogía evolutiva”, a “androides, antropoides y homínidos” con “Humanismo, Transhumanismo y Posthumanismo”. Los dos elementos de la comparación le llevan a realizar un recorrido por la prehistoria y la historia. Es interesante la definición que da de Posthumanismo por ser lo más reciente y desconocido, un paso más allá del Transhumanismo: “auténticas máquinas inteligentes, una nueva especie distinta del humano actual.” Sin embargo para mí, la singular aportación de Sádaba, en este terreno que ha elegido para desarrollar su argumentación, es su afirmación de que la evolución puede estar en proceso. Lo expone así, frente al escándalo que produce la pretensión posthumanista, el filósofo responde con calma que:

Si la evolución ha hecho que del gorila nazcan Javier o Tomás, no se ve por qué de Javier o Tomás puedan surgir otros con una diferencia respecto nosotros como la que hay entre los Javieres y Tomases con los gorilas. Se olvida, además, que la evolución es un proceso y los procesos no son sucesiones de esencias cerradas como los eslabones de una cadena.

Quedaba la última de sus objeciones, la política, y con ella retoma el pensamiento libertario y su sentido en este capítulo. La fórmula como el riesgo de desigualdad que entraña el Transhumanismo y el Posthumanismo. Pero a Sádaba le extraña esta crítica que algunos plantean como novedad, cuando las desigualdades entre los seres humanos son tan patentes en nuestro tiempo, se deben a causas mucho más fáciles de resolver y, sin embargo, no lo hemos hecho. Él sugiere la misma solución que ha dado en capítulos anteriores, la necesidad de cambiar el modelo económico y acabar con el neocapitalismo inmisericorde que rige nuestro mundo.

Acabadas las objeciones se centra en la Inteligencia Artificial. Cuenta su historia y la define: “La Inteligencia Artificial es una parte de las ciencias de la computación y que funciona con un método consistente en secuencias ordenadas y en donde cada paso depende del anterior. Es lo que recibe el nombre de algoritmo”. Termina vinculándola con el pensamiento libertario. En primer lugar y bien importante, habla del espíritu abierto que debe tener un libertario e inevitablemente se entiende con claridad cuál ha sido su posicionamiento en Bioética y en su aproximación a la ciencia a lo largo de su vida:

Un libertario es de espíritu abierto, especialmente con todo lo que pueda mejorar nuestra condición. De ahí que no hay por qué temer a la evolución, llegue esta a donde llegue. En todo caso habrá, si es necesario, que poner coto a nuestras manos. En este sentido, distinguirá lo que es algo que elimine o aminore un mal de la biomejora pura y simple.

En segundo lugar, plantea la cuestión de la ética libertaria, que obliga a mantenerse alerta para que esa biomejora y los avances científicos no provoquen desigualdad entre los seres humanos. Y, por último, vuelve a recordar el compromiso del libertario ante la situación económica y política en la que vive.

Acaba el libro con el capítulo “Pensamiento libertario, amor y humor” y es la forma más poética de terminar para que el pensamiento libertario impregne todos los rincones de la existencia humana.

Al amor le ha dedicado tres libros El amor contra la moral, la novela Amor diario y El amor y sus formas, por tanto, queda claro que es un asunto que le ha interesado. Como también recoge aquí, lo ha estudiado desde los ángulos más tradicionales como la literatura, pero no se ha olvidado de la biología y la neurociencia. Habla del enamoramiento y del sexo e incluso del desamor, el otro lado. Por este conjunto tan amplio de enfoques es, quizás, por lo que afirma que “es el placer del cuerpo entero lo que caracteriza al que está enamorado o enamorada”. Y por la complejidad que le atribuye al amor es por lo que también afirma que las relaciones entre ética y amor “son complicadas”. En el orden del texto esta afirmación antecede a su reflexión sobre la asociación “amor y pensamiento libertario” y resulta importante. Como no podía ser de otro modo, dice que el amor y el sexo para el libertario son libres y abiertos. Pero a estas dos características les añade una condición, no dañar a otro ser humano: “el libertario usará el sexo y la sexualidad como le dé la gana siempre que no haga daño real, y no solamente simbólico o no querido, a nadie.” Y no quiere dejar de señalar aludiendo a su libro “Ética erótica”, que un cierto equilibrio aristotélico en el sexo no estaría mal. Pone fin al tema con una frase sobre el amor bella y seductora: “un amor que en vez de atar libere son verdaderas promesas de felicidad.”

Si pasamos al humor me resulta enormemente significativo que Sádaba quiera concluir su libro hablando sobre él. El humor ha sido compañero silencioso y fiel a lo largo de toda la lectura del texto. Y quiero subrayar que no se trata un hecho excepcional con respecto al resto de su obra. Quien conoce a Sádaba sabe lo importante que es para él el humor y cómo forma parte de su vida. Su humor, el suyo original no puede reprimirse y aflora en diferentes párrafos. Pero también ha querido darle un papel principal de otro modo y es que casi todos los capítulos terminan con una pequeña reflexión sobre el humor aplicada al tema que tocan.
En este último epígrafe nada es gratuito, por eso habla de la rima entre amor y humor e indica que ambos tienen un contrario: desamor y aburrimiento. Afirma que el humor ha sido bien importante en la evolución para la supervivencia. Habla de su historia y de sus formas. Lo explica como antídoto contra las inclemencias de la vida. Y sorprende, finalmente, con la asociación que establece entre humor y pensamiento libertario. El humor es para él un arma muy efectiva contra el Poder: “Se ha dicho con razón que el Poder no tolera ni la indiferencia ni la risa. […]Un libertario ha de reírse de todos, empezando por uno mismo. Ese es su ámbito, su contexto, su forma de existir.”

Concluyo ya. Estoy segura de que se harán muchas reseñas de este libro de Javier Sádaba. Sin embargo, a mí se me quedaba corta y pobre la extensión de una recensión. Se me hacía necesario poder decir más y me explico. Llevo bastantes años, desde mi tesis doctoral sobre él, estudiándolo. Desde esa especial circunstancia, para mi este libro tiene un carácter excepcional. Este último texto suyo es como un potentísimo foco que ilumina de pronto toda su obra y esta se ve con un nuevo brillo singular. Como decía al principio, el pensamiento libertario de Sádaba siempre ha latido entre las líneas de su trabajo o como entre bambalinas, asomándose y desapareciendo del escenario según la ocasión. Con este libro Sádaba lo hace emerger definitivamente luciendo, por fin, con descaro, casi como protagonista indiscutible, si se contempla de nuevo todo su trabajo y su biografía.

Finalmente, pienso que leída la propuesta que nos hace Sádaba puede resultar atractiva en este momento de desconcierto del que hablaba al principio. Es una propuesta que rompe lo establecido, tiene cierta dosis de invitación a poner en marcha la imaginación y abre a una cierta esperanza de posibilidad.

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María del Olmo Ibáñez

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Bibliografía

SÁDABA, Javier. Reseña del libro: ACEBAL, Luis. ¿Retórica o futuro?: Derechos humanos en España hoy. ACCI (Asociación Cultural y Científica Iberoamericana), 2014

Entrevista a Javier Sádaba Revista Filosofía Hoy [En línea]
http://filosofiahoy.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/relcategoria.3387/idpag.4739/chk.801e0d45448ca77844ca807cf1a53c14.html

SÁDABA, Javier. Euskadi: nacionalismo e izquierda. Talasa, 1998

SÁDABA, Javier. Nacional.ismo En Público 5-12-2017 [en línea] https://blogs.publico.es/dominiopublico/24633/nacional-ismo/

SÁDABA, Javier. Saber vivir. Madrid: Libertarias, 1984

SÁDABA, Javier. La religión al descubierto. Herder, 2016.

OLMO IBÁÑEZ, María del. Jesús Mosterín y Javier Sádaba. Una última conversación. Madrid: Apeiron, 2018

SÁDABA, Javier. El amor contra la moral. Madrid: Arnao, 1988.

SÁDABA, Javier. Amor diario. Madrid: Libertarias, 1997.

SÁDABA, Javier. El amor y sus formas. Barcelona: Planeta, 2010.

SÁDABA, Javier. Ética erótica. Barcelona: Península, 2014.

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