Titanik bár y tres cuentos breves más de Cristina Jara
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Titanik bár y tres cuentos breves
1
Grozni
Una chica soñó con un hombre de Grozni. Estaba herido, aunque no parecía estarlo. Si ella le tocaba, él empezaba a respirar más fuerte, su cuerpo cogía calor y la luz cambiaba a un tono rojizo. Si dejabala mano quieta, su respiración volvía a la normalidad, su cuerpo se enfriaba y la luz roja desaparecía. Las caricias parecían despertar a algún demonio oculto.
Estaba profundamente herido. Se le notaba en los ojos, en la boca, en las manos. Apenas se movía. No hablaba. Tenía la misma cautela, los mismos movimientos lentos, que el animal que teme espantar a su presa.
Se querían. Eran tan iguales. La misma persona en diferentes cuerpos.
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2
Hambre
Mis perros de pelea no parecen perros de pelea. Mis perros se mueven entre lobos y coyotes, aúllan para dentro, hunden las patas en el barro y tienen hambre de hambre.
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3
Sacrificio
—Olvídate del tiro de gracia. Deja que el animal herido sufra. Ya encontrará la redención por sí solo.
—¿Y si no la encuentra?
—La encontrará no encontrándola.
—¿Y si ni aun así?
—Aprenderá a estar sin ella. Un día se presentará delante de sus narices aquello que le dio la espalda y ya no le impresionará. No querrá más que las líneas de las palmas de sus manos y una bebida caliente entre ellas.
—Se hará misántropo.
—Tampoco exageres. Disfrutará de una conversación al anochecer, de los silencios y de los abrazos. Pero no dará más de sí. No hará falta.
—No parece ser de los que abrazan. Ni de los que te dan la mano.
—No lo es. Igualmente sientes ese abrazo. Hace que parezca real. Y que sea suficiente.
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4
Titanik bár
Voy a dejar de escribir sobre ti, escribo, antes de volver a ponerme tu ropa, imitar tus gestos, fumar tus cigarrillos. Lo demás también va apareciendo. Primero Grozni, el cuchillo sobre la lengua, el color rojo invocando algo sin nombre. Estamos frente a una hoguera. Tenemos las manos frías, como siempre que venimos aquí, y nos sale sangre de los nudillos y del labio inferior. Nos lamemos la sangre. Ya casi se ha hecho costra de lo seca que está. La última vez que nos vimos estábamos sentados cara a cara, como ahora. Tus manos cruzadas encima de la mesa. Las mías, cruzadas o no, debajo de la mesa. Mi espalda recta. La tuya encorvada. Para después relajarme yo y tú erguirte, mirándome desde arriba. No hacía falta decir nada. Sabíamos que teníamos que separarnos y juntarnos hasta agotarlo todo. En cada separación perdíamos algo. Dejábamos de sentir. Los recuerdos se emborronaban sin posibilidad de que pudiéramos experimentar algo parecido con la misma intensidad. No nos importaba. Ahora sí. Queremos esa fuerza de antes que reventaba desde dentro hacia dentro. Esa extraña violencia que hacía y que nos hacía daño, pero que controlábamos tan bien. La mano alrededor del cuello. La mano que no aprieta. La mano que solo permanece ahí. Lo que se quedaba a medias, lo incompleto, lo que no se hacía, era mejor y era peor.
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Cristina Jara