Voluminoso y voluptuoso Botero [Fernando Botero, que cumple 90 años, es el artista iberoamericano más universal] – Sebastián Gámez Millán
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Voluminoso y voluptuoso Botero [Fernando Botero, que cumple 90 años, es el artista iberoamericano más universal]
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Voluminoso y voluptuoso Botero
A no pocos críticos no les gusta el arte de Botero, pero pocos pueden cuestionar la universalidad de su obra, reconocible como muy pocas casi en cualquier lugar del mundo: Bogotá, México D. F., Nueva York, Madrid, París, Pekín, Tokio… Fieles a los dictámenes de Adorno, hay críticos que sostienen que si el arte produce placer está prostituido. Entonces, replica Botero, toda la historia del arte está prostituida. Botero comenzó su andadura artística en una época dominada por la pintura abstracta. Libre e independiente, él quiso seguir recorriendo los caminos inagotables de la figuración.
Experimentando, descubrió su pasión por el volumen, la exuberancia de los cuerpos, la sensualidad de las formas, como si el arte pudiera ofrecernos algo que la vida no siempre nos da. Si uno observa Campesinos dormidos (1919), de Picasso (detrás del cual, por cierto, anda Van Gogh, y más allá Millet…), comprobará que ahí se encuentra ya en germen el mundo de Botero. Antes de que hubiera nacido, Botero comienza a fraguarse en las maternidades de 1921, en Mujeres corriendo en la playa (1922), de su admirado Picasso, más aún que en Ucello y otros artistas del Renacimiento.
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Como el genio de Picasso, que todo lo transmutaba a sus formas, incluida esa deconstrucción de las Meninas, Botero pintó variaciones sobre clásicos como la serie Monalisa, que adquirió el MoMA de Nueva York, la Dánae de Tiziano, el autorretrato de Rubens con su mujer, la Eva (1989) de Durero, The Arnolfini según Van Eyck (2006), Niña con flor (2000), con claras resonancias de Piero della Francesca, pero con otro sentido del humor; Los niños de Vallecas, un guiño de complicidad a Velázquez. Siempre, pues, a su manera, voluminosa y voluptuosamente, aboteradamente.
Carlos Fuentes escribió a propósito de la trayectoria de Botero que consiste en “asumir plenamente la tradición. Saber que no hay creación sin tradición –como tampoco hay tradición sin creación”. De este modo, con esas rotundas figuras que están a punto de salirse del espacio de la pintura, se abre un hueco en la historia del arte. Al fin y al cabo, ¿qué es un artista sino un estilo, una nueva forma de percibir cuanto nos rodea? Tanto en sus pinturas como en sus esculturas, el voluminoso y voluptuoso estilo de Botero alcanza un lenguaje universal, como si fuera un niño, inocente, enternecedor, sentimental.
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Ahora bien, si su obra es inconcebible sin ese profundo diálogo con la historia del arte, no termina ahí: posee una innegable dimensión ritual, simbólica, biográfica, como en esos conmovedores retratos de Pedrito, en los que también aparece su madre y su padre. Y, por supuesto, su obra ofrece asimismo un testimonio y una crítica de nuestro tiempo: pensemos en series como El dolor de Colombia o Abu Ghraib. Nada le gusta tanto como seguir creando. Fernando Botero declaró que “los artistas encuentran soluciones; los grandes artistas, problemas”. Entre esos problemas se abre el arte que está porvenir, pero en todo tiempo en diálogo con el pasado.
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Sebastián Gámez Millán
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