A Fuego Lento
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Devorando [[Gouache sobre papel – 45 x 32 cm. – Palma de Mallorca, 1994].
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Tampoco dejó aquí sus piernas la rosa nube. Ni sus espinas, ni el blanco ni el rojo delimitan, lentamente, su insípida huella animal. Escucho, atento, el humo de la gélida noche golpeando la ventana, oigo su ola chispeante en el sueño nutritivo y alegre de las abejas. Porque he escuchado que es en el eco donde sueñan siempre las abejas, refugiándose en las almenas de los cuerpos, horadando la sed y la piedra. Mientras tanto, la rana sueña su propio muro al norte, invitada por las sombras recortadas, muda, casi muerta.
Con alargados ladrillos de escamas, uno sobre otro, alcanzo la sombra débil de los ángeles de alambre y detengo la marcha para respirar profundamente. Grietas de plomo rodean el lago de clavos salvajes donde anidan las turbias manos de las orugas. Son multicolores como el arcoíris que destila el pulmón de los álamos. Los álamos me ofrecen su fragancia desde que era niño, en el mar de los juegos y en un lecho de hojas machacadas lentamente. No es más que la soledad pétrea y oscura a la que se asoma, industriosa, la hormiga más altiva cada cien lunas. Pues sólo quiere llorar y arañar amargamente por la luz perdida.
Por fin, el aire, aburrido, se desanuda lentamente la corbata del horizonte. Inclina con decisión su viento oracular y se echa al hombro el eco de los deseos ominosos, e incluso la miel más dulce de las abejas. ¡No lo pienses más, salta! Por fin se zambulle lentamente en la brillante yema de un huevo recién abierto en un plato somero de la vajilla de Tristan Tzara. Nada de forma ceremoniosa en un mar de aceite de hojas de nube rosa, libre de espinas y huellas animales. Hay dos trozos de pan de rama de nube rosa cerca de tu mano izquierda. Cógelos sin miedo, lentamente, y desmenuza la dulce miga de abeja. Levanta tu copa de vino de olas oteando el nudo del horizonte. Es un cáliz de escamas y alambre soplado por Ubú rey. La mesa sostiene el silencio del mármol azul y se viste, lentamente, con un mantel de húmeda hiedra. También yace en ella una llama presurosa que, poco a poco, se enfría, se disuelve, arde y muere. Como las agujas del reloj de pared que, lentamente, abren su boca, mientras la rosa nube pugna por deslizarse entre mis dientes.
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Rafael Guardiola Iranzo