A propósito de «Diario de cabotaje», de Rafael García Maldonado – Una entrevista de Sebastián Gámez Millán

A propósito de «Diario de cabotaje», de Rafael García Maldonado – Una entrevista de Sebastián Gámez Millán

A propósito de Diario de cabotaje, de Rafael García Maldonado – Una entrevista de Sebastián Gámez Millán

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Licenciado en Farmacia, Rafael García Maldonado (Málaga, 1981), siguiendo una larga tradición familiar, compagina el oficio de boticario en una farmacia de Coín con su vocación por la literatura. Fruto de esta pasión son, en un período de tiempo relativamente corto, sus novelas Tras la guarida, Por un perro sin tumba y El trapero del tiempo, así como su libro de relatos Cuaderno de incertidumbre, y su ensayo biográfico Benet. La ambición y el estilo, además de artículos de opinión publicados en diferentes medios de comunicación, como El País, El Mundo o Sur. Pero el motivo que nos reúne hoy aquí es la reciente publicación del primer volumen de su Diario de cabotaje. Una inmensa soledad (Anantes, Sevilla, 2020).

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Entrevista

SGM: Abarca este diario los años 2014 y sobre todo 2015, años decisivos en el afianzamiento de tu trayectoria literaria y el nacimiento de vuestro primer hijo. Uno de los motivos recurrentes del diario es la difícil conciliación del oficio de boticario con la vocación por la literatura, y más aún con la familia… ¿Cómo se consigue? ¿Qué le aporta el farmacéutico al escritor y el escritor al farmacéutico?

RGM: En efecto, no es fácil compaginarlo, máxime con una carrera literaria ambiciosa, de casi un libro al año, como la mía. En la farmacia paso muchas horas, guardias, pero por otro lado tengo la ventaja de ganarme bien la vida, y eso da mucha seguridad y estabilidad para cuando te pones delante del folio, que en mi caso es, casi siempre, de tres a cinco de la tarde. Torga, que es uno de mis referentes en la diarística y que como sabes era médico, decía que como médico era buen poeta, y que como poeta era buen médico. Yo creo que algo así pasa, que la medicina y la farmacia están en extremo ligadas a los límites de la existencia, al dolor y a la muerte, y que son actividades que enriquecen mucho al escritor. Te pasas ocho horas al día en contacto con la vida sin máscaras, con el hombre vulnerable, con ancianos, gente humilde. Estos diarios serían menos interesantes si yo tuviese otra profesión, estoy seguro.

SGM: Al principio, en a modo de proemio, citas a Benito Pérez Galdós: “Donde quiera que el hombre va lleva consigo su novela”, que me parece una glosa de Don Quijote de la Mancha y a la vez un rasgo antropológico constitutivo de los seres humanos (no hay ser humano que no se cuente su vida como una novela o una película). De hecho tú escribes: “Este boticario no miente, pero utiliza la tercera persona porque es sobre todo un novelista, y quiere que su vida se lea como lo que es, la novela de un farmacéutico que sobre todas las cosas es y quiere seguir siendo literatura”. ¿Puedes explicarnos en qué sentido uno es literatura?

RGM: Dije eso porque me ocurre últimamente que no sé si algo que me viene a la cabeza de repente lo he leído, lo he vivido o lo he escrito, y eso es en el fondo maravilloso. Antes que otra cosa, soy lector, y de la vida no me dejo ni una migaja. La escritura es lo último, digamos que un extracto, un zumo, una quintaesencia de lo otro. Leo y vivo muy intensamente, bromeo con que soy un escritor del romanticismo por ello. Esa confusión de tiempos y realidades –que también está en mis novelas y cuentos- indica que todo este sinsentido de la existencia puede ser una gran ficción, y eso no sé por qué me consuela mucho, no saber si yo soy yo o soy el personaje de una gran obra inaprensible, cósmica. El día que muera de mí quedarán vagos recuerdos y unos libros con mi nombre: es decir, literatura.

SGM: Desfilan por este diario tus miedos, tus filias y fobias, personas con las que te cruzas, la familia, los fantasmas de la literatura, temores y esperanzas, contradicciones, la inextirpable incertidumbre de la vida… La distinción entre las esferas de lo privado y lo público la valoro como una de las conquistas irrenunciables de la modernidad. Pero de un tiempo a esta parte, con el auge de las nuevas tecnologías y el impacto de las redes sociales las fronteras entre lo privado y lo público se difuminan. ¿No has temido contar aspectos privados, incluso íntimos, de tu vida y de la de seres queridos? ¿Establecerías unos límites más allá de los cuales te resultaría inaceptable?

RGM: Sí, claro. Hablo de mucha gente, y para las cosas menos agradables utilizo una X o la inicial. No sé si lo haré más porque fíjate, por culpa de este diario he perdido a un íntimo amigo, un amigo que se ha visto reflejado en una X que no es él. Hablo de un pobre chico al que se enseñé la biblioteca y se quedó embobado, un tipo rico y muy poco instruido que vino a casa cuando nació mi hijo, y mi amigo, que no es nada de eso en absoluto, está convencido de que hablo de él porque viven en la misma ciudad del extranjero… Hay que tener mucho cuidado. Lógicamente, mi mujer y mi entorno más íntimo apoyan el proyecto. Al final ellos también se están transformando en literatura.

SGM: Una de las peculiaridades estilísticas de este Diario de cabotaje es el uso de la tercera persona del singular, que es una técnica experimental con lo que a mi parecer logras un efecto de distanciamiento y extrañeza respecto al yo tradicional de este género, si bien a veces puede resultar afectado… Que es uno de los criterios opuestos por los que se juzga la literatura y el arte, la naturalidad (Montaigne, Shakespeare, Kant…). ¿Por qué te decidiste por el uso de la tercera persona del singular?

RGM: La tercera persona la hice para darle un toque novelesco a mi propia vida. Es un recurso que copié de mi gran maestro contemporáneo, el portugués Lobo Antunes. Él lo hace en Memoria de elefante, su primera novela, con una temática muy parecida a esta, la vida de un médico que en el fondo lo que quiere es ser escritor. Aunque no lo parezca, soy tímido, y pudoroso, hablar de mí tan a las claras me daba mucha vergüenza. Probé la tercera persona y me gustó, aunque no creo que siga por ese camino, quizá en los próximos alterne primera, segunda y tercera persona.

SGM: Otro de los asuntos omnipresentes en este diario es tu vocación totalitaria, el frecuente sentimiento de culpa por no estar en todo tiempo aprovechando el tiempo, o por no dedicárselo a tu familia en lugar de a la escritura… Si bien es una suerte poseer una vocación, acostumbro a pensar que cuando nuestra vida pende sólo de un pilar es más desequilibrada y vulnerable, cosa que paradójicamente puede enriquecer la obra. Es justo lo contrario de ese ideal de vida que denomino “división de poderes”, o sea, que nuestra vida se sostenga en diferentes pilares…

RGM: Sí, sí, tienes razón, pero es que en esa época 2014-2015 estaba obsesionado con la literatura a niveles patológicos. Quería leer todo lo que me faltaba de lo que creía imprescindible, escribir ficción, ensayo, diario, ganar premios… Tuve crisis grandes de angustia. Ya no soy así, por fortuna. Tengo presente a Sábato, que se le murió un hijo y dijo que cambiaría toda su obra por una tarde más junto a él.

SGM: Cuatro de los escritores que más aparecen citados, y, si no me equivoco, son por ti más admirados, son Joseph Conrad, William Faulkner, Juan Carlos Onetti y Antonio Lobo Antunes. Y, en menor medida, Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías y Andrés Trapiello. ¿Puedes hablarnos de qué aspectos te interesan de algunos de ellos?

RGM: Conrad es para mí el mejor y más completo escritor de novelas de la historia. Nadie como él mezcla el fondo y la forma, la trama y el estilo. Faulkner es grandioso, monumental, con él empecé a leer los libros con lápiz, tomando notas, si hago ficción polifónica es gracias a él. Marías es el gran novelista profesional actual español, con todo lo bueno y lo malo que tiene eso, no me entusiasma, pero me gusta. Y Reverte, tan denostado por tantos, es a mi juicio el Stevenson actual, autor de varios best sellers de calidad. Muchos se han aficionado a la lectura gracias a él. De Trapiello me interesan mucho sus diarios (es en el fondo el padre de todos los diaristas jóvenes) y algo su poesía. Onetti y Lobo son, creo, a los que más debo como escritor, porque son los que más huella me han dejado en el estilo. Los dos escriben por detrás, por lo que no se ve, y esa es a mi juicio la clave.

SGM: Tras la literatura, la modalidad artística más recurrente en estos diarios es el cine: sobre todo la trilogía de El Padrino, pero también Woody Allen, Memorias de África, El silencio de los corderos, Cadena perpetua…¿Qué le aporta el cine a un novelista? ¿Qué nos aporta a las personas en general?

RGM: En la literatura y en el cine hay arte, pero no toda la literatura ni todo el cine lo son. El cine me interesa por las mismas razones que me interesa la buena literatura: por la belleza, por las emociones que me provoca, por la estética, por la épica, la capacidad que tenga de penetrar en los pozos del alma humana, etcétera. A mí el cine me aporta mucho, sí, pero el buen cine, ya no soy capaz de ver películas que no sean muy buenas, ni de leer libros mediocres. Me he vuelto muy selectivo con todo, con los libros, el cine, los amigos…

SGM: Uno de los filósofos al que confiesas sentirte más cercano es a Nietzsche, que al final de Así habló Zaratustra se preguntaba: “¿Quiero yo acaso la felicidad? Lo que yo quiero es mi obra”. Entre la vida y la obra, ¿por cuál te inclinas?

RGM: Nietzsche me apasiona, sí, como a ti, y eso que citas seguramente lo copió Piglia de él; yo lo pongo en el prólogo. Pero para mí quedarme con la obra es quedarme también con la vida, porque la obra sin vida intensa no puede ser una obra lograda. ¿Sería Lord Byron tan buen escritor sin la vida intensa que llevó? No es una boutade que yo me considere un escritor romántico, es que yo vivo muy intensamente, muy apasionadamente, y también leo así. La literatura que escribo pretendo que esté llena de vida, de conocimiento de la vida, pero una obra ha de ser una obra de arte, o al menos pretenderlo, y para ello hay que tener un estilo potente. La naturalidad y la sinceridad, y así te respondo a lo de antes, por si solo no son arte. Sin estilo no hay nada.

SGM: No encuentro una manera mejor de despedir la entrevista que agradeciéndole su presencia y su tiempo a Rafael García Maldonado e invitándole a que nos lea unas páginas de este Diario de cabotaje: (concretamente, a menos que prefiera otras, las últimas, pp. 278 y 279).

RGM:

Un diario, de todas formas, sostiene el farmacéutico, sólo podrá recoger una parte de esa vida. Únicamente podrá plasmarse en él la pulpa de un fruto, pero nunca su perfume, que, como los pensamientos y las pasiones, se evaporará sin dejar rastro. El método, también nos recuerda Amiel, no es perfecto, pero consuela. Porque, ¿qué hay tan fascinante como ver los cambios que se dan en el yo? Uno no es ya el que fue ayer, no digamos el de hace tres años. Descubrirse a uno mismo como múltiple, contradictorio y absurdo: todo esto, aunque pueda parecer lo contrario, también sosiega y da esperanza, y contribuye a ampliar el campo de batalla y a mejorar las defensas con las que hacer frente a la descarnada realidad.

El fin, el estado óptimo, nos recuerda Andrés Trapiello, sólo habría de conseguirse cuando no sepamos si formamos parte de la página de un libro o de la realidad; de la página de un libro que es real o de una realidad que sólo está hecha de literatura.

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Entrevista realizada por Sebastián Gámez Millán

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Nota

Rafael García Maldonado. Diario de cabotaje. Una inmensa soledad. Anantes Gestoría Cultural, 2020. ISBN: 978-84-1206-025-6 .

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