En memoria de Stefan Zweig: una defensa de la tolerancia – Sebastián Gámez Millán

En memoria de Stefan Zweig: una defensa de la tolerancia
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En memoria de Stefan Zweig: una defensa de la tolerancia
El 22 de febrero de 1942, en Petrópolis, mientras a pocos kilómetros se celebra el carnaval en Río de Janeiro, y al otro lado del océano Europa se suicida por segunda vez, uno de los escritores más reconocidos del mundo, Stefan Zweig, después de jugar una partida de ajedrez, se suicida junto con su joven mujer, Charlotte E. Altmann. Como no pocos suicidas, dejó una carta que arroja luz sobre este acto tan inquietante como muchas veces incomprensible:
“Antes de abandonar esta vida por mi propia y libre voluntad, quiero cumplir un último deber: quiero dar las gracias más sinceras y emocionadas al país de Brasil por haber sido para mí y mi trabajo un lugar de descanso tan amable y hospitalario. Cada día transcurrido en este país he aprendido a amarlo más y en ningún otro lugar podría tener con más gusto la esperanza de reconstruir mi vida de nuevo, ahora que el mundo de mi lengua materna ha muerto para mí, y Europa, mi hogar espiritual, se destruye a sí misma. Pero comenzar de nuevo requeriría un esfuerzo inmenso ahora que he alcanzado los 60 años. Mis fuerzas están agotadas por los largos años de peregrinación sin patria. Así, juzgo mejor poner fin, a tiempo y sin humillación, a una vida en la que el trabajo espiritual e intelectual ha sido fuente de gozo y la libertad personal mi posesión más preciada. ¡Saludo a mis amigos! Quizá ellos vivan para ver el amanecer tras la larga noche. Yo estoy demasiado impaciente y parto solo”.
Otros calificarán el suicidio de Zweig como libre y valiente; Thomas Mann lo calificó de cobarde y egoísta. Ciertamente, la idea del suicidio acompañó a Zweig en repetidos momentos de su existencia. De hecho, se lo había propuesto a su primera mujer, Friderike y, al parecer, fue una de las causas del deterioro de la relación. Probablemente por su profundo acuerdo, Zweig solía citar estas palabras de su admirado Montaigne: “Cuanto más voluntaria la muerte, más bella. La vida depende de la voluntad de otros; la muerte, de la nuestra”. Quizá el autor de Los ensayos pensaba al escribir el anterior elogio de la muerte voluntaria en sus queridos Sócrates y Séneca. La cultura es esta cadena infinita.
Ojalá que siempre vivamos dentro de un razonable pluralismo ideológico, no porque todo vale, ni, menos aún, todo vale igual, como acostumbra a creerse bajo el relativismo extremo de nuestra época, sino antes bien porque es expresión de la diversidad de la naturaleza y de la humanidad. Antes Zweig, que concebía la cultura como un territorio apartado de la política, fue perseguido y exiliado por ser judío. En 1933, con Hitler en el poder, en Alemania se quemaban sus libros y la editorial que lo publicaba fue clausurada. En 1942 la Universidad de Viena le destituyó de su título de Doctor en Lenguas Románicas debido a su condición de judío. ¡Cuánto puede pesar una etiqueta! Incluso puede conducirnos a la muerte.
Hijo de la esplendorosa Viena de finales del siglo XIX y principios del XX, cuyo urbanismo y arquitectura están impregnadas de aires parisinos, sin duda una de las capitales culturales europeas, entre sus pensadores figuran tres de las principales cumbres del siglo XX: Sigmund Freud, Ludwig Wittgenstein y Karl Popper; entre sus escritores, algunos de los más extraordinarios exploradores de la psique humana y el tiempo: Robert Musil, Hermann Broch, Hugo von Hofmannsthal, Karl Kraus, Arthur Schnitzler o el propio Stefan Zweig; entre sus músicos, Arnold Schönberg, Anton Webern y Alban Berg; entre sus arquitectos, Otto Wagner y Adolf Loos; entre sus pintores, Klimt, Schiele o Kokoschka. ¿Qué otra ciudad del mundo engendró a tantos hijos ilustres en unas pocas décadas y con aportaciones de valores reconocidos mundialmente?
Nacido el 22 de noviembre de 1881 en una familia de ricos empresarios judíos, estudió en Austria, Francia y Alemania. En 1904 acaba sus estudios de filosofía y de historia de la literatura. Durante la siguiente década viaja por diferentes lugares del mundo: Gran Bretaña, España, India, Birmania, Estados Unidos, Cuba… Cosmopolita y políglota, se relacionó con grandes personalidades de su tiempo: Freud, amigo sobre el que pronuncia unas palabras junto a su ataúd en Londres; Paul Valéry, Rolland, Jules Romains, Roth, Rodin, Rilke… Sin embargo, su fama de divulgador cultural y best seller (algunos relatos suyos como Amok, Veinticuatro horas en la vida de una mujer o Secreto ardiente, fueron llevados al cine durante su vida) tal vez contribuyó a que su obra se minusvalorase comparada con autores más selectos como Musil o Broch.
Cultivó diversos géneros literarios, incluido el teatro –Jeremías, contra la guerra– y la ópera –La mujer silenciosa, en colaboración con Richard Strauss– alcanzando una obra maestra en no pocos de ellos: entre sus novelas acaso merecen figurar Novela de ajedrez y Carta de una desconocida, trasladada al cine por Max Ophuls; Momentos estelares de la humanidad es una colección de biografías en miniatura que se demora en los instantes de mayor inspiración creadora de diferentes vidas; entre sus conferencias, me inclino por “El misterio de la creación artística”; entre sus ensayos de más largo aliento no sabría con cuál quedarme, si con el dedicado a Erasmo o a Montaigne, espíritus con los que se identifica. No obstante, su obra más perdurable seguramente sean sus memorias, El mundo de ayer, un revelador testimonio de la cultura europea moderna, imprescindible para adentrarnos en esas décadas de cambios.
Quizá mejor ensayista que narrador, mención especial merece un género en el que fue un maestro: el ensayo biográfico. Desde que el prestigioso crítico francés Charles Augustin Sainte-Beuve estableció durante el siglo XIX el método biográfico, de acuerdo con el cual la explicación de la vida del autor puede ampliar nuestra comprensión de la obra, se han escrito innumerables estudios bajo este método, a pesar de que fue puesto en tela de juicio por Marcel Proust: el “yo social” no es el “yo profundo”, que es el que opera principalmente en la creación.
Inspirándose en las populares biografías de la serie “constructores del mundo”, como Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievsi), La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche) o Tres poetas de sus vidas (Casanova, Stendhal, Tolstói), el filósofo e historiador de las ideas Tzvetan Todorov recogió el testigo de Zweig y escribió Los aventureros del absoluto (Oscar Wilde, Rilke, Marina Tsvietáieva), obra memorable que si Zweig hubiera tenido la oportunidad de leerla tal vez no hubiese anticipado su muerte voluntariamente.
Un denominador común de sus biografías y ensayos son personajes que se caracterizan por su profunda humanidad y tolerancia, como Erasmo, Montaigne o Castellio. Ahora que está en boga la denominada “cultura de la cancelación”, una contradicción en sus términos, pues la cultura no cierra sino más bien abre caminos, con una creciente susceptibilidad y a la vez autocensura por pretender ser políticamente correcto, de tal modo que restringe nuestra libertad de expresión, es conveniente recuperar o mantener el espíritu tolerante de Zweig y recordar que bajo ningún concepto se debe reducir la multiplicidad de aspectos de los que se teje la identidad humana –judío, negro, mujer, palestino…– a un único rasgo, generalmente rechazado por masas fanatizadas por ideologías extremas. Tolerar, que no implica ser permisivo ni mal consentir, significa aceptar las irreductibles diferencias que nos constituyen y que nos enriquecen si reconocemos que sin los otros no llegamos a ser nosotros.
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Sebastián Gámez Millán
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