Cabaret Voltaire [Coreografías libertarias] – El tiempo de la enjambrazón – Antonio Orihuela
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Cabaret Voltaire [Coreografías libertarias] – El tiempo de la enjambrazón
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El tiempo de la enjambrazón
El tiempo del enjambre ha llegado, es necesario abandonar la colmena y, en compacto vuelo, extender sobre el horizonte un manto dorado en busca de la rama del árbol donde construiremos nuestro nuevo hogar a base de respeto y afectos, autogestión y asamblearismo, responsabilidad y esfuerzos compartidos, renuncia al egoísmo y alegría de estar juntos sirviéndonos unos a otros, por supuesto, sin líderes.
Tomemos ánimos del pasado y apuntamos desde ellos al futuro que solo merece la pena construir como presente sin fin; seamos como abejas exploradoras a la busca de la nueva colonia donde todos seremos, como quería nuestro llorado Jesús Lizano, novios y compañeros, mamíferos poseídos por la fiebre del enjambrazón, por esa temperatura moral que nos impide por más tiempo formar parte de una sociedad depravada, corrupta, parasitaria y viciosa, una sociedad que nos enferma, reprime y ahoga a la par que intenta extirpar la bondad y la alegría natural que quisiéramos merecer y extender como única posibilidad de salir del inmundo, de poner freno al apocalipsis ecológico que se avecina y de abortar la propia aniquilación de la especie a la que, de seguir por los derroteros del neoliberalismo, estamos condenados.
Si la vida en la colmena estuvo hecha de autoritarismo, verticalismo, delegación y clientelismo en lo político, y de productividad, mercantilismo, consumo y dinero en lo económico; en la vida en el enjambre deben ser las personas y el medio ambiente los que se sitúen en el centro de todas nuestras reflexiones, proyectos y acciones. Frente a la fiesta de la democracia, indirecta, espectacular y en diferido, debemos organizar el gobierno de los muchos en lo cotidiano y desde ahí emanciparnos de forma inaplazable e irrenunciable tanto en lo político como en lo económico, pues también habrá que liquidar la subordinación de la productividad y de la creatividad a la forma valor y a la finalidad mercantilista. El trabajo y la creatividad estarán orientados a la producción de nuevas relaciones sociales, a la producción de la vida social, no a producir valor o a alimentar la reproducción ampliada del Capital. Al contrario de lo que ocurre hoy en la colmena, donde el capitalismo se ha hecho inmanente, la vida dejará de coincidir con él y ningún valor estará por encima de la vida.
El enjambre libertario tal vez sea el último intento de reproducirnos y preservarnos que vamos a tener como especie, por eso tenemos que construirlo, extenderlo, hacernos resistentes en él, abandonar la lógica mercantilista hiperproductiva y ganarnos para la sobriedad, la cooperación y el apoyo mutuo; desertar de las repúblicas independientes de nuestro egoísmo y ganarnos para la paz, la intensidad, la sensibilidad, la empatía con el resto de los seres sintientes y la búsqueda espiritual.
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Si la vida en la colmena estuvo hecha de imposiciones, de certezas, de sin sentido, de parálisis del querer, de vacío, el enjambre libertario tiene que configurarse en torno a la voluntad, el vértigo y el amor. El enjambre libertario negará la colmena porque en esa negación está implícito su querer vivir, politizando la existencia, sustrayéndonos al destino que nos esclavizaba, reconociendo el malestar social con que se había constituido el malestar de cada uno, atacando la realidad para extenderla y poder respirar en ella. Frente a pobreza de la experiencia vital de la ubicua colmena, el enjambre libertario no se separará de la vida, es decir, estará en cualquier lugar donde el querer vivir se afirme.
Vivimos en un régimen de hipocresía estructural, necesitamos encontrar entre todos la dinamita del sentido común si queremos acabar con él; pero a ese sentido de lo común solo es posible llegar como un acto de amor, de organizar el enamoramiento colectivo por lo común, traducido también como autogestión y buen gobierno.
Descubrir que la vida no es un problema a resolver sino una vivencia a experimentar con la mente abierta, podemos elegir la culpa, la norma, el dominio, la desesperación, la angustia o el gozo de un vivir que consiste en cultivar y aumentar los graneros de amor, gracia y belleza en el mundo, oponer, con nuestras vidas, una intensa producción de prácticas antagónicas, de tiempo libre, de ternura, de generosidad y coraje existencial para defender lo que queda de comunidad entre nosotros, para reivindicarla, desplegarla y dignificarla contra la devastación capitalista, resistir desde ella mientras no podamos subvertir este orden, como residuo, como pulsión alegre, combativa, desprendida, suficiente, vital, emocional y cotidiana.
Necesitamos desafiar la catástrofe de nuestra actual forma de vida y necesitamos compartir con los otros la catástrofe de lo que hemos llamado hasta ahora vivir, pues hemos crecido entre el miedo y la esperanza, que al fin y al cabo no son más que dos formas del mismo estado de sometimiento. Entre la ilusión sobre cómo me gustaría vivir y el autoengaño para no reconocer cómo vivo, creció el microfascismo en nuestro corazón, y solo sanará practicando una ética de los cuidados con los afines, un compartir valores, estrategias, recursos y espacios con quienes estén por asumir compromisos, crear comunidades dispuestas a vivir, desde la desafección, el adiós fundacional al Estado y al Capital.
Colin Ward, en Anarquía en Acción: la práctica de la libertad, nos recuerda cómo la ayuda mutua o la cooperación voluntaria, constituye un instinto tan poderoso en la vida humana como son la agresividad y el impulso de dominación. El Estado no es algo que pueda ser destruido por una revolución, sino que es una condición, una determinada relación entre los seres humanos, un tipo de comportamiento; podemos destruirlo creando otras relaciones, comportándonos de manera diferente. La gente no tendrá la oportunidad de madurar a menos que lo haga por sí misma, a menos que se involucre activamente en dar forma a su vida en común. La elección entre soluciones libertarias y soluciones autoritarias acontece en cada instante.
Por lo tanto, la cuestión de fondo no consiste en decidir si la anarquía es posible o no, sino en saber si podemos ampliar el alcance y la influencia de los métodos libertarios, y que estos se conviertan en los criterios habituales por los que los seres humanos organizan su sociedad. ¿Resulta viable, entonces, una sociedad organizada según criterios anarquistas?, porque está claro que se puede imponer la autoridad, ¿pero se puede imponer la libertad?
No necesitamos muchas cosas para vivir, como vocea el capitalismo, necesitamos mucho tiempo para el ocio, para convivir, para disfrutar de los demás, para producir bienes relacionales, para entregarnos con empatía con el resto de los seres sentientes, para cuidar y ser cuidados, para amar y ser amados, para preservar nuestro entorno, para decrecer, para que la razón tenga alguna oportunidad, para sentir que la vida tiene sentido más allá de nuestro ombligo. El anarquismo constituye una afirmación entusiasta de la dignidad y la responsabilidad, de la igualdad en la completa promoción de las diferencias entre los seres humanos. No es un programa para obtener el cambio político, sino un acto de autodeterminación social encaminado a que nuestras vidas no solo sean más libres y verdaderas, sino también más justas, más bellas, más alegres, mejores, más empáticas, menos ciegas; unas vidas, en suma, cimentadas en el amor, la compasión, los cuidados y la biofilia. Si lo conseguimos, estaremos, sin duda, ante la victoria de lo humano mejor presidido por la razón y la libertad, pero si fracasamos, si somos derrotados, nuevos monstruos políticos harán su aparición en el horizonte, quien sabe si por última vez, antes de ser engullidos por el abismo social y ecológico hacia el que nos encaminamos.
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Antonio Orihuela