Carne de duende
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Me gustaría festejar junto a vosotros el 121º aniversario del nacimiento de Federico García Lorca (5 de junio de 1898 – 18 de agosto de 1936). Con motivo de esta ocasión quiero rescatar un texto excepcional que continúa siendo desconocido para muchos. Celebraremos al poeta, músico, dramaturgo, actor, pintor y al individuo, uno de los demonillos más grandes que ha dado nuestra tierra. El demonillo lorquiano (de δαίμων), su espíritu, probablemente fue su mayor logro artístico. Así lo corrobora Luis Buñuel —amigo a pesar de las grandes tensiones entre ambos porque el calandino no aceptaba la homosexualidad del poeta— en Mi último suspiro: «De todos los seres vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo ni de su teatro ni de su poesía, hablo de él. La obra maestra era él.»
Celebraremos el arte o, mejor dicho, las Artes, en mayúscula y plural, solicitando la ayuda cordial del duende. Dice García-Posada —con toda la razón— que la prosa de Federico es prosa de poeta porque no cuenta, siente. Se trata de una prosa llena de hechos poéticos que consigue hacerse entender salvando al instante los velos propios de las metáforas sin necesidad de aparato crítico ni interpretaciones de expertos [1].
Nos encontramos ante una verdad de cante grande [2], una Federica, —frente a las medias verdades, las de cante chico— expresión que usaba Lorca para explicar una verdad tremenda, inmensa e incuestionable ante la que el individuo, diminuto, quedaba paralizado. De esta naturaleza es el descubrimiento —que no mera invención, término que empobrecería un asunto capital— que hace en Juego y teoría del duende [3]. Se trata de una conferencia dictada por el poeta en Buenos Aires y posteriormente en La Habana en 1933 en la que realiza un esbozo de su particular teoría estética. Como comprobarán si se asoman a ella, realiza de forma magistral un ejercicio de arqueología poética.
Con un leve gesto sencillo y majestuoso levanta el poeta tres arcos que corresponden al ángel, a la musa y al duende para explicar lo que él llama el espíritu oculto de la dolorida España. Cada vez que una manifestación artística rotunda y estremecedora ha hecho de las suyas, se ha dicho «¡Eso tiene duende!» Y a pesar de no atinar a describir su carácter, cualquier individuo espíritu afinado, esto es, con un mínimo de sensibilidad, sabe identificar cuándo está presente y cuándo no. No debe confundirse el duende con la musa y el ángel aunque suelan jugar con nosotros al despiste. La clave se encuentra en lo que él llama sonidos negros y aguas oscuras:
Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es substancial en el arte. Sonidos negros, dijo el hombre popular de España, y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: «Poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo explica.»
Tanto el ángel como la musa revolotean sobre las cabezas de los artistas, siempre desde el exterior y de forma superficial, hecho que no les permite hacer transformaciones radicales, decisivas. El ángel guía, da luces, deslumbra pero nunca hiere. La musa inspira, dicta lo que hay que hacer, despierta la inteligencia y da formas. Ambos pueden tratar de imitar al duende pero lo cierto es que huyen despavoridos ante la presencia de la muerte, requisito indispensable para que éste haga acto de presencia. Lo que diferencia al duende de los otros dos personajes es su naturaleza oscura, que necesita del dolor para transitar por el borde de la herida que nunca se cierra. Ahí es donde tiene lugar la lucha; su expresión de desgarro y sufrimiento (no solo individual sino también colectivo, de ahí que hable de espíritu de la tierra) y su modo de actuar al margen de la teoría, rompiendo todas las formas para dejar la (su) verdad al descubierto. No importan aquí la maestría en la ejecución de la técnica, la inspiración ni la forma. Se trata de la expresión de una batalla que se libra en silencio en el interior del individuo, sale al exterior como pura creación en acto, estilo vivo, por eso se dice que sube desde la planta de los pies y que hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre. Este fenómeno (según Caballero Bonald: «biológica sublimación de una angustiosa intimidad») consigue conectar al animalillo metafísico que es el ser humano con algo de carácter universal (Rafael Martínez Nadal hizo referencia a este «verdadero sentido panteísta» que inunda toda su obra y también corrobora la «unidad de mundo» y trascendencia su íntimo amigo Fernández Almagro. Lorca lo llama «materia última y fondo común»). Además, se da o no se da, no es posible salir en su búsqueda, por más que desee el artista estar enduendado para levantar al público de su asiento.
En España suelen darse muchas manifestaciones (todas diferentes, nunca se repiten) de duende como país abierto a la muerte que es. De eso, dice el poeta, saben mucho los artistas gitanos del sur de España. Lo saben en Cádiz, en El Puerto y en Jerez. ¿Por qué no suele gustar el cante jondo? Porque no se comprende. Los quejíos son expresiones de aflicción, de dolor, de queja. «El que la lleva la entiende», suele decirse. Por eso en aquel concurso de baile los jóvenes hermosos no tenían nada que hacer, por eso ganó de inmediato aquella vieja octogenaria cuando levantó la cabeza, los brazos y dio un zapatazo en el tablao: «en la reunión de musas y de ángeles que había allí, belleza de forma y belleza de sonrisas, tenía que ganar y ganó aquel duende moribundo, que arrastraba sus alas de cuchillos oxidados por el suelo».
Ni que decir tiene que este fenómeno no es patrimonio exclusivo del flamenco, de Andalucía o de Cádiz. El poeta en su investigación traza un perfil milenario integrando ejemplos atávicos de nuestros hermanos tartésicos, griegos, fenicios, romanos y árabes con tal maestría que hace creer al espectador que no nos separan miles de años. Y en cierto modo es así, porque ellos también contribuyeron a la creación del demonillo alegre de esta tierra y siguen formando parte de ella. Emplea ejemplos cotidianos que se dan con frecuencia aquí pero luego aclara que todas las artes son capaces de duende, especialmente la música, la danza y la poesía recitada, que son espectáculo en carne viva. No sabemos si en otros pueblos se dará con la asiduidad que evidencia el poeta, lo indudable es que en este lugar el duende, que trabaja a destajo, exprime limones de madrugada en cantidades ingentes. Lo mejor de todo es que no tiene que inventárselo, basta con constatar los hechos y hacer que figuren por escrito para que un siglo más tarde alguien corrobore que sigue siendo así.
Esta expresión tan hermosa, bien entendida, muestra la verdad de lo que resulta sustancial en el arte. De forma un tanto misteriosa se filtra por la sangre, consigue hacerse reconocer, permite al ser humano comprender una parte oculta de su dimensión. Dimensión tan real como trágica, por qué no decirlo.
El presente esquema tiene como objetivo sugerir, no definir. Para tener una visión más completa de lo que aquí quiere mostrarse, recomiendo la lectura del resto de conferencias del poeta. Aunque todas son interesantes y merecen ser tratadas con detenimiento, entre las que resultan especialmente atrayentes se encuentran Añada, arrolo, nana, vou veri vou (Canciones de cuna españolas) e Imaginación, inspiración y evasión. Son textos maravillosos llenos de hechos poéticos, escritos con una delicadeza extrema y que constatan, una vez más, el ingenio, la pasión y la coherencia con la que Federico mimaba sus obras. Es una verdadera pena que no se hayan conservado grabaciones porque debió ser un auténtico espectáculo verlo y oírlo recitar, dictar conferencias con esa forma particular de expresarse, tan celebrada por todos los que tuvieron la suerte de conocerlo.
Oscar Wilde, a quien Lorca leyó con entusiasmo a pesar de algunas diferencias, nos dejó en La decadencia de la mentira otro testimonio de teoría estética digno de elogio que, sorprendentemente, esconde ciertas conexiones con lo que hemos dicho pero sobre todo, con lo que se queda en el tintero y que dejamos a propósito sin desvelar a modo de invitación a proseguir. De momento, nos conformamos con dejar enfrentados dos credos artísticos.
En el diálogo entre Vivian y Cyril, Oscar reivindica la verdad como una cuestión de estilo. El objetivo del Arte es crear Belleza y se mantiene a salvo mientras crea obras puramente imaginativas que tratan de lo inexistente. Cuando juega a modelar los elementos de la vida, la toma como materia prima para crear formas inéditas que no han de ser juzgadas con arreglo a nada de lo que suceda en el exterior. Ahora bien, todo se acaba en el momento en el que la vida se impone. Dice Vivian: «[…] Como no se haga algo para impedir, o al menos modificar, este culto monstruoso a los hechos que ha llegado a ser el nuestro, el Arte se volverá estéril y la Belleza desaparecerá de este mundo [4]». Es la vida la que toma el Arte como modelo, la primera imita al segundo, no al revés (aunque inevitablemente parta de lo esencial en ella, necesita sus formas para crear otras nuevas). Como corolario, el realismo acaba con la imaginación.
Dice Federico (Imaginación, inspiración, evasión):
Para mí la imaginación es sinónima de aptitud para el descubrimiento. Imaginar, descubrir, llevar nuestro poco de luz a la penumbra viva donde existen todas las infinitas posibilidades, formas y números. La imaginación fija y da vida clara a fragmentos de la realidad invisible donde se mueve el hombre. […] Pero la imaginación está limitada por la realidad; no se puede imaginar lo que no existe. […] La imaginación poética viaja y transforma las cosas, les da su sentido más puro y define relaciones que no se sospechaban: pero siempre, siempre, siempre opera sobre los hechos de la realidad más neta y precisa. […] Es difícil que un poeta imaginativo puro produzca emociones intensas con su poesía. […] La realidad visible, los hechos del mundo y del cuerpo humano están mucho más llenos de matices, son más poéticos que lo que ella descubre.
Ahora, algo en común para acercar posturas: la exageración es el camino del Arte. De esta forma, se presentan el andaluz y el dublinés, herederos de los mayores hiperbólicos que fueron los griegos, como los embusteros —así lo expresa Wilde— que redescubrieron el Arte como destino. Además de sus obras, nos dejaron en herencia el motivo más excelso para justificar la mentira: para salvar el Arte del exceso de realidad y también de sí mismo. Y quien salva el Arte está salvando a la Humanidad. Todavía está por ver qué hacemos nosotros.
Mientras tanto, el duende seguirá meciendo «esas ramas que todos llevamos, que no tienen, que no tendrán consuelo». Hoy, Dionisos anda herío por las calles de Jerez. Felicidades, Duquendio [5].
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Marta González Ortegón
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Notas
1En otros términos lo explica el poeta en una conferencia-recital de Poeta en Nueva York. 16 de marzo de 1932 en la Residencia de Señoritas de Madrid. En García Lorca, F.: Obras completas, tomo III, edición de Miguel García-Posada. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 1996, p.164.
2La explicación del término con sus correspondientes ejemplos divertidísimos en Inglada, R. (Ed.): Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas. Barcelona: Malpaso Ediciones, 2018 (2ªEd.), pp.63-66.
3Las referencias que haré de los términos empleados en la conferencia (en cursiva) han sido tomadas de Herederos de García Lorca, F.: Conferencias. Colección Huerta de San Vicente, Granada: Comares, 2001. El texto íntegro también está disponible en https://federicogarcialorca.net/obras_lorca/teoria_y_juego_del_duende.htm
4Wilde, O.: La decadencia de la mentira y otros ensayos. Intenciones, seguido de El retrato del señor W.H. Barcelona: Taurus, 2018, trad. de Ricardo Baeza y María Candor, p. 35.
5Maravilla etimológica descubierta en García Lorca, F.: Poema del cante jondo y Romancero gitano, ed. de Allen Josephs y Juan Caballero, Madrid: Cátedra, 1983 (6ª ed.) Las siguientes referencias se citan en Introducción, nota 37, pp. 42-43.
Duquende, en caló duende, spirit, ghost. Procede, según Borrow (The Zincali: An account of the Gypsies of Spain. Londres: John Murray, 1914, p.383), del dialecto gitano ruso, Dook, spirit. Duquendio es «maestro, hombre principal entre los gitanos». Según Campuzano, R.: Orijen, usos y costumbres de los jitanos, Madrid, 1851, p.75, duquende es «maestro, el que enseña ciencia o arte». Además, Walter Starkie (en Raggle-Taggle, Londres, John Murray, 1957, p.199) explica que el Dukh de los gitanos rusos es «un espíritu dionisíaco que produce un “raro frenesí orgiástico” que los “posee de tal manera que llegan a ser como las Bacantes de Eurípides” en sus ‘fiestas’ musicales».