Joseph «Joe» Chrzanowski, «in memoriam» – X – Escritos en homenaje – V – Manuel Larraz & Elizabeth Subercaseaux – [Ilustración de Ana María Vacas Rodríguez]
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Joseph «Joe» Chrzanowski, «in memoriam» – X – Escritos en homenaje – V – Manuel Larraz & Elizabeth Subercaseaux
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Petite chanson pour Joe (A la façon de Jacques)
Adieu cher Joe, je t’aimais bien
Adieu cher Joe, je t’aimais bien tu sais.
On a goûté les mêmes vins,
On a aimé de sacrés filles,
On a chanté de lourds chagrins.
Adieu Joe, tu viens de mourir.
C’est dur de mourir en été
Mais tu peux bien partir en paix,
Car de Bourgogne en Californie,
Tu revivras chez tes amis.
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Manuel Larraz
Université de Bourgogne en Dijon, Languages Department, Emeritus Professor. Studies Cinema, Woman Studies. Miembro de la Asociación España de Historiadores de Cine (AEHC), ex-miembro de la Casa de Velázquez en Madrid. Visiting Professor de la Cal State University, Los Angeles, y de la Kentucky State Univesity, Louisville.
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Joe
Los dos éramos escritores, Joe de poesías, yo de novelas. Pero rara vez hablábamos de literatura aparte de comentar algún libro que estuviéramos leyendo. Nuestra amistad pasaba por otros lados y en particular por el lado del otro Joe. Porque él era dos Joe. Uno, el académico, en la sala de clases, escribiendo sus papers, hablando con sus alumnos la literatura de España y Latinoamérica, principalmente de Chile, un país que lo enamoró muy temprano en su vida. Y el otro era el Joe, mi amigo, el poeta. Con ese Joe hablábamos de lo raro que se estaba poniendo el clima, de los altos y bajos de la bolsa de comercio, de guisos que nos gustaban, de unas nietas que adoraba, de las barbaridades que hacían los gobiernos de Estados Unidos, de problemas familiares, de lo solo que se sentía en Los Ángeles y después de lo feliz que estaba de haber encontrado a su amor, Ana. Pero siempre, todo, incluso los temas amargos, Joe lo convertía en algo poético. Los escribiera o no. Nunca he visto un ser humano tan positivo ni con una mirada más transparente de las cosas.
Recuerdo un día en que llegó a vernos a Wallingford. Alto y flaco como un álamo, y sonriente, como si siempre estuviera pasándole algo bueno. Entró a la casa, directo a la cocina donde yo terminaba de preparar el almuerzo, me abrazó, echó una mirada a su alrededor, enseguida se sentó a la mesa del comedor y se puso a escribir un poema de lo que acababa de ver: John cavando la tierra donde íbamos a plantar los pimientos, ajíes, tomates y albahacas que plantamos todos los años; yo, apurada en la cocina poniendo al horno el pastel de choclo que había preparado para él (era un plato chileno que le encantaba). Yo no sé qué le encontraba de poético a todo eso, pero él era así. Al final, la vida diaria era un poema.
Ahora se fue, pero yo no pienso en despedirme de ti, amigo Joe. Espéranos en alguna esquina de ese universo donde estás.
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Elisabeth Subercaseaux
Escritora y periodista.