«De la naturaleza de las cosas», de Heráclito de Éfeso [Versión poética libre en versículos de las sentencias de Heráclito de Éfeso] – Juan Antonio Negrete Alcudia

«De la naturaleza de las cosas», de Heráclito de Éfeso [Versión poética libre en versículos de las sentencias de Heráclito de Éfeso] – Juan Antonio Negrete Alcudia

De la naturaleza de las cosas, de Heráclito de Éfeso [Versión poética libre en versículos de las sentencias de Heráclito de Éfeso]

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Raffaello Sanzio – Affresco della Stanza della Signatura, detto Scuola di Atene, particolare – Palazzi Apostolici – Città del Vaticano – Roma – Italia]

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De la naturaleza de las cosas, de Heráclito de Éfeso [Versión poética libre en versículos de las sentencias de Heráclito de Éfeso]

Lo que sigue es una versión ligeramente libre (aunque, esperamos, esencialmente fiel) de las sentencias atribuidas a Heráclito, a partir de la traducción, ordenación e interpretación que de ellas se ofrecía en el libro Heráclito. Un comentario filosófico (Ápeiron Ediciones, Madrid, 2018). En esta ocasión se pretende, no ya un acercamiento estrictamente filosófico ni filológico, sino más bien una recreación poética, que busca imitar remotamente el tono oracular o sapiencial, así como los innumerables juegos rítmicos, fonéticos, semánticos y sintácticos de la escritura del maestro efesio. El texto recoge y recrea casi todos los fragmentos considerados originales por el común de los expertos (y seguramente algunos espurios en su literalidad), pero han quedado fuera unos pocos, que resultaban redundantes, a nuestro juicio.

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Sentencias

Gloria-de-Hera, el de Blosón, labró esta ofrenda a Artemisa,
palabras de la Palabra, razones de la Razón:

Esta Razón que existe siempre viven ignorándola los hombres,
antes de oírla, y tras haberla oído vez primera.
Que, aunque en razón de ella ocurre todo, no la ven viéndola siempre.
Se les vela cuanto en vela hacen, como olvidan lo dormido,
actores y ayudantes en el mundo sin saberlo.
Hay que seguir lo Común, lo que a todos comunica,
como a la Ley la Ciudad, y todavía con más fuerza,
pues se crían las leyes humanas de una sola, divina y sin límite.
Mas, siendo la Razón Común, viven los muchos como en saber propio.
Sordos, oyen mas no entienden. Estando no están, dice el dicho.
Cualquier razón asombra al necio. Y el perro ladra al extraño.

Común es a todos pensar. Yo me investigué a mí mismo.
Lo que veo, oigo y entiendo, prefiero como maestro.
Mas pobre testigo es el ojo, si lo es de un alma bárbara.
Si todo se volviese humo, la nariz lo entendería.
Mucha experiencia hace falta al hombre que desea saber,
pero el saber muchas cosas no enseña el entendimiento,
que no se lo enseñó ni Hesíodo ni a Pitágoras ni a otros:
Hesíodo, universal maestro, no sabía que los días son todos uno;
Pitágoras: mil plagios, malas mañas, cabecilla charlatán de embaucadores.
A Homero habría que echarlo del certamen y azotarlo:
le engañaron unos niños despiojándose, diciendo:
a cuantos vimos y cogimos, los dejamos; los que no, nos los llevamos.
Oro, quien busca, mucha tierra remueve, y encuentra poco:
realidad ama esconderse; la armonía inaparente, a la aparente supera.
El señor cuyo oráculo está en Delfos ni dice ni oculta, sino que señala.

De todos cuantos he escucho sus palabras y razones
ninguno alcanzó a comprender que lo sabio es ajeno a todo.
Pues solo uno es lo sabio: comprender la inteligencia
que todo lo gobierna a través todo.
Escuchando, no a mí, a la Razón, sabia razón es decir: uno, todo.
Mas los hombres no comprenden: difiriendo consigo concuerda,
armonía de caminos contrarios, como en el arco y la lira.
Concuerdan todo y no todo, afín des-afín, consonancia y disonancia:
y de todo uno y de uno todo.
Camino arriba y abajo, uno y el mismo;
común el comienzo y el fin en el círculo;
el girar del batán, recto y curvo, mismo y uno.
Bueno y malo son lo mismo:
El médico que quema, saja y corta, pide un precio justo por hacerlo;
la enfermedad a la salud hace dulce y amable;
agua del mar, la más pura e impura:
bebible y salutífera a los peces; imbebible y mortífera a los hombres;
prefiere el asno paja a oro; y, el cerdo, cieno a agua;
el sol es de la anchura de un pie humano, y nuevo cada día;
lo mismo es vivo y muerto, despierto y dormido, y joven y viejo,
que estos se vuelven aquellos, y aquellos de vuelta estos;
inmortales mortales, mortales inmortales:
pues viven de aquellos la muerte, la vida de aquellos la mueren;
lo frío se calienta y lo caliente se enfría; lo húmedo se seca y lo reseco se humedece.
Para los mismos que en los mismos ríos se bañan otras y otras aguas fluyen;
en los ríos, los mismos, nos bañamos y no nos bañamos: somos y no somos.
Guerra es padre de todas las cosas, de todas es rey,
y a unas hace dioses y a otras hombres; a unas siervos y a otras libres.

Este cosmos, el mismo el de todos, ningún dios, ningún hombre lo hizo,
sino fue siempre y es y será fuego siempre-viviente
que se enciende medido y medido se apaga.
En fuego se transforma toda cosa, y el fuego en toda cosa,
como en oro mercancías y en mercancías el oro.
Cambiando descansa. Se descompone el ungüento si no se lo agita.
Cambios del fuego: mar, primero; mas del mar, mitad da tierra y mitad trueno.
Para la tierra es muerte hacerse agua, y para el agua es muerte hacerse aire;
y para el aire, fuego; y a la inversa.

Para las almas, muerte hacerse agua; para el agua, muerte hacerse tierra;
mas de la tierra nace el agua; del agua, el alma.
Exhalación de aquello de que todo se compone y todo envuelve,
del alma es propia una razón que se acrecienta por sí misma.
Los límites del alma no hallarás, tires por donde tires: tan honda es su razón.
Para las almas es placer volverse húmedas: al ebrio lo conduce un niño.
Rayo de luz el alma seca, la más sabia y mejor.

Reflexionar es la mayor virtud; y, la sabiduría verdadera,
hablar y hacer conforme a realidad, siempre despiertos.
Mejor se esconda la ignorancia; y, a la soberbia, más que a incendio.
Pero el carácter para el hombre es el destino.
Difícil es luchar con la pasión, pues lo que quiere nos lo compra en alma.
Mas si felicidad fuese placer, feliz se le diría al buey que encuentra arveja.
Escogen una cosa los mejores: gloria inmortal y no cosas mortales.
Los más, en cambio, pastan cual ganado.
Nacidos, solo aspiran a vivir, y a colmar su pedazo de muerte,
y dejan tras de sí otros hijos que más muerte generan.
Atienden a cantores para el pueblo, la masa es su maestro:
no saben que los muchos son malvados; buenos, pocos.
Pero uno para mí es como cien mil, si es el mejor,
y es ley también obedecer a solo uno.
Si no existiese el sol, por cualquier otro astro sería noche.

A todos vendrá el fuego, juzgará y condenará.
De lo que nunca se pone ¿cómo esconderse?
Ni el sol se atreverá a dejar sus límites, que las Erinias se percatarían.
En el morir le aguarda al hombre lo que ni espera ni imagina.
Sin esperar lo inesperado no se halla, pues es inescrutable y sin vía franca.
Muerte es cuanto vemos despiertos; cuanto vemos dormidos es sueño.
El hombre, en la noche, una luz prende en sí, al cerrar los ojos:
vivo toca al muerto en el dormir, despierto toca al que duerme.
Hay que arrojar a los cadáveres antes que a estiércol.
A muertes mayores, mayores suertes.
A los caídos por Ares, los dioses los honran, y los hombres.
Se tornan guardianes despiertos de los vivos y los muertos.

De entre los monos, el más bello se vuelve feo ante el hombre;
de entre los hombres, el más sabio ante Dios parece un mono.
Juego de niño la creencia humana.
Se purifican vanamente bañándose con sangre,
como si alguien sumergido en fango, con fango se limpiase,
y a ídolos adoran, como quien habla a las paredes.
Si no le hicieran procesión a Baco, y no cantaran himnos vergonzosos,
se comportarían con desvergüenza, dicen ellos;
pero lo mismo es Hades que Dionisos, por el que gritan y enloquecen.

Uno, lo único sabio, no quiere y quiere llamarse con nombre de Zeus.
El dios, día noche, invierno verano, guerra paz, saciedad hambre,
pero se cambia como el fuego que se mezcla con especias,
y se lo nombra con el nombre del aroma de esta o esa.
Para el Dios, todas las cosas son bellas y buenas y justas,
los hombres unas creen injustas, otras justas.

El tiempo es un niño que juega a los dados; el reino es de un niño.

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Juan Antonio Negrete Alcudia

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Nota

Juan Antonio Negrete Alcudia. Heráclito. Un comentario filosófico. Ápeiron Ediciones, Madrid, 2018. ISBN: 978-84-17574-06-2 .

Categories: Filosofía

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