De Polifemos – I – Santiago Blanco del Olmo

De Polifemos – I – Santiago Blanco del Olmo

De Polifemos – I

***

***

De Polifemos – I

Prólogo

Este escrito se propone estudiar comparativamente dos textos legados por la Antigüedad que tienen al Cíclope por personaje principal: el Idilio XI de Teócrito y un fragmento no pequeño del Libro XIII de las Metamorfosis de Ovidio.

Pero el Cíclope es mucho más que el celoso rival de Acis, puesto que su figura arranca en el Canto XI de la Odisea donde nada se nos cuenta de los amores del gigante y sí mucho de su fiereza y falta de hospitalidad hacia Odiseo y sus compañeros.

De la figura de Polifemo tal y como nos la pinta Homero van a beber todos los escritores griegos y romanos, y después de ellos los artistas del Renacimiento. Así Eurípides, quien en el drama satírico El Cíclope sigue el modelo del Canto XI de la Odisea homérica, sólo que construye un Cíclope transido del racionalismo ático del siglo de Pericles. En efecto, el Polifemo argumentador y materialista que aparece en el drama nos recuerda bastante al escritor que le dio vida, de quien decían, si no es una leyenda, que también vivía y escribía en una cueva salaminia.

El testimonio sin embargo más importante y antiguo del Polifemo enamorado y músico parece originario de un autor de la segunda mitad del siglo V a. C. llamado Filóxeno de Citeria (436 a. C.-380 a. C.), poeta ditirámbico que en El Cíclope nos presenta un Polifemo cantor y músico enamorado de Galatea.

En este sentido deberíamos ordenar también a Hermesianacte de Colofón, nacido sobre 300 a. C., quien en una colección de poesías llamada Leontion, el nombre de su amada, figuraba Polifemo mirando hacia el mar, se sabe por una cita de un verso, y esto hace suponer que la historia de amor del jayán por Galatea constituyera el contenido de una de las elegías.

Mas será un poeta siciliano del siglo III a. C., es decir, de pleno Helenismo, quien retomará la figura del Cíclope en dos de sus idilios: Bucoliastas, 2 VI y El Cíclope, XI.

Aquí se nos presenta a un cíclope casi adolescente, privado de todas las características monstruosas e hiperbólicas de su antecesor homérico, que se ha enamorado de la bellísima ninfa Galatea. El canto del Cíclope, que ocupa la mayor parte del Idilio XI, será objeto de imitación de los poetas latinos posteriores, Virgilio, pero sobre todo Ovidio.

Como veremos más adelante la versión del mito que nos ofrece el poeta de Sulmona, y en la cual los protagonistas ya son tres contando al joven Acis, mira fundamentalmente, aunque no sólo, al Idilio XI de Teócrito, y a partir de él su visión del mito en las Metamorfosis será modelo para poetas del Renacimiento italianos y españoles, entre los cuales descuella por su excelencia poética la Fábula de Polifemo y Galatea de don Luis de Góngora.

*

*

Disco de plata representando una escena pastoril, retratando probablemente al poeta Teócrito de Siracusa [Final del Período Helenístico – Государственный Эрмитаж / Museo del Hermitage – Санкт-Петербурr/ San Petersburgo – Россия / Rusia]

*

*

El Idilio XI de Teócrito

Antes de comenzar el comentario del Idilio XI de Teócrito digamos previamente algunas palabras sobre el poeta.

De algún escolio de la Antigüedad y de datos extraídos de su propia obra sabemos que tuvo su acme en la Olimpiada 124 ( 284/83-281/80 a. C.) y que nació en Siracusa vástago de familia humilde.

Hay tres ciudades ligadas a su biografía: Siracusa, la del tirano Hierón II contemporáneo de la célebre expedición de Pirro del Épiro, Cos y Alejandría, capital del reino helenístico de Egipto y gobernada a la sazón por el hijo de Ptolomeo Soter, Ptolomeo II Filadelfo, que era oriundo de Cos. Tuvo Teócrito en esta isla un círculo de amigos entre los que se encontraba Nicias, médico y poeta, a quien irá dedicado el Idilio XI.

Los idilios son una treintena de composiciones breves, pinturas o escenitas, compuestas en hexámetros dactílicos y en dialecto dorio. Su temática es las más veces pastoril, aunque también aparecen escenas mitológicas como Heracles e Hilas, de pescadores e incluso urbanas como las Adoniazousai, obra probablemente compuesta en Alejandría.

Los pastores están idealizados y constituirán un modelo para toda la temática bucólica posterior. También la novela pastoril griega deberá múltiples elementos a los idilios teocriteos, sólo que transplantados a otro género.

Por ello Mosco, Bión, Virgilio, Calpurnio Sículo, sea cual fuere su datación, y siglos más tarde Sannazaro, Garcilaso, Sa de Miranda, el castellanizado Jorge de Montemayor, Gil Polo o Cervantes, serán herederos del arte del siracusano.

Diremos no obstante que, aunque no se comporten como rústicos gañanes, los pastores teocriteos tienen más los pies en la tierra que sus émulos posteriores.

Pero no estaría de más aquí introducir un pequeño excurso acerca de la oportunidad de retomar el mito de Polifemo en plena época helenística. Y es que en el período helenístico se habían venido produciendo una serie de cambios radicales en la forma de vida de los griegos, en su sensibilidad religiosa y artística, todo ello consecuencia de la transformación de las viejas poleis, que originaría unas sociedades distintas y distantes de las del siglo V a. C.

La importancia del Helenismo estriba también en que será ésta la modalidad cultural griega que impregnará y modelará las civilizaciones mediterráneas contemporáneas, y en especial Roma, que será también parte de esa civilización helenística con matices.

En este período histórico se pierde la confianza en la vieja religión olímpica íntimamente ligada a las poleis. Si el Polifemo homérico era un despreciador del poder de los dioses, lo cual en su momento era tan solo un detalle en la caracterización de un ser salvaje e incívico, ahora y a partir ya de Eurípides, ese ataque directo al poder de los dioses tradicionales se lleva a cabo enmarcado en pensadores que propugnan el individualismo y el materialismo, incluso el ateísmo.

La Tyche pasa a ocupar una posición cuasi divina que substituye a las otras divinidades, incluso después del esfuerzo de moralización de las mismas por parte de intelectuales, filósofos y poetas. Lo que puede ser, puede no ser. Tampoco es posible conocer solución alguna a los problemas porque las diferentes escuelas filosóficas no se ponen de acuerdo y llegan a posturas antitéticas. Poco falta para que la Nueva Academia adopte el Escepticismo.

En este nuevo mundo las apariencias no se corresponden con la realidad y ésta, por su parte, requiere de una exégesis para ser aprehendida. Todo esto crea confusión y desconfianza en el hombre de aquel tiempo que, olvidado e incapacitado para conducir el destino de su ciudad de forma libre o autónoma, se vuelca sobre el medro personal y por encima de cualquier otro valor se reconoce a la riqueza (ploutos). Así el homo politicus se torna homo oeconomicus.

En estas circunstancias los golpes de fortuna, hago uso aquí de los dos sentidos de la palabra, rigen la economía y el bienestar de los griegos. El comercio marítimo es ahora, especialmente después de las conquistas de Alejandro, la principal fuente de enriquecimiento, pero a alto riesgo pues el mar es siempre inseguro.

Hay nuevas esperanzas en alcanzar una salvación personal más allá de la muerte que reposa sobre religiones mistéricas, sólo para iniciados. Algunas son griegas, muchas vienen importadas de Oriente y de Egipto.

No hay conciencia de ver las cosas claras, los límites de las cosas se confunden y se trastocan los principios artísticos del clasicismo: nacen los poemas figurados (antecedente de Apollinaire), se estudia la vejez y la niñez en el campo de las artes plásticas, se afronta con éxito la representación de estados humanos límite como el dolor, la pasión, la embriaguez o el sueño. Florece el retrato individual y se deja paulatinamente de lado la representación ideal de la belleza, se esculpe lo excesivamente grande o lo ínfimamente pequeño, es el mundo de la hipérbole. Al Doríforo de Policleto se opone el Hércules Farnese. Hemos entrado en una etapa barroca de la cultura griega.

Finalmente los nuevos poetas son poetas cultos, urbanitas, filólogos eruditos cuya formación oscila entre el gimnasio y la biblioteca. Las ciudades han crecido mucho y ya no se parecen a las viejas poleis tan bien ensambladas en cuanto atañía a la ciudadanía y en las que todo el mundo se conocía. La ciudad ideal que nos plantea Aristóteles en su Política carece ya de recorrido.

Las nuevas ciudades son enormes receptáculos donde se hacinan cientos de miles de personas en condiciones precarias, esas incomodidades serán precisamente las que generarán la poesía de los idilios o bucólica que añora el campo y la vida rústica y sencilla, tal vez idealizada, como un paraíso perdido.

En este contexto los versos de Teócrito retoman el viejo mito de Polifemo y lo actualizan de acuerdo con los gustos de la Siracusa del siglo III a. C. Pero es ya un Polifemo muy diferente del odiseico, aquel monstruo salvaje y antropófago del occidente ignoto, fruto tal vez de las leyendas de los marineros que se adentraban en el mar Jónico hacia poniente, el forzudo jayán era irremediablemente vencido por el griego astuto, curioso, locuaz y bello que representa Odiseo.

En Homero sucede como en los cuentos tradicionales, el personaje bello es bueno y el feo es malo. Acordémonos del pobre Tersites, cuyas razones no distaban gran cosa de las de Aquileo, pero que en el ágora de los héroes no tenía derecho a la palabra por su raíz plebeya y su fealdad. Su castigo todavía nos impresiona.

Nireo en cambio es alabado por su guapura, aun cuando su colaboración en la expugnación de la fortaleza de Príamo fuera exigua y su participación en número de naves ridícula.

La belleza y la prestancia acercaban a la divinidad y así no es sorprendente que un personaje moralmente reprobable como Alcibiades, pero muy hermoso, trastocara tantas veces la política ateniense de fines del siglo V a. C.

Por el contrario Sócrates, el filósofo que nunca escribió, es un buen ejemplo de personaje de linaje humilde y que a una exigencia máxima en virtud, unía una apariencia externa desgarbada y una cabeza más parecida a la de un sátiro que a la de un ser humano. Sin embargo su afán por la verdad y su coherencia atraían hacia él a multitud de bellos efebos, pertenecientes a las principales familias, deseosos de obtener un aprendizaje moral.

En un bello discurso incluido en el Banquete de Platón, se nos narra que Eros, hijo del Recurso y de la Pobreza, es feo, razón por la cual apetece siempre la belleza.

*

Annibale Carracci – Polifemo e Galatea [1598 – 1605 – Palazzo Farnese – Roma – Italia]

*

Es entonces cuando aparece el Polifemo teocriteo del Idilio XI que reconoce, aunque no con estas palabras, ser feo, y está enamorado de la hermosísima Galatea. Pero es un Polifemo adolescente, educado, delicado y tierno, y en última instancia, bastante sensato, yo diría que moderno.

La creación de este personaje es, a mi juicio, uno de los hitos poéticos más revolucionarios que ha habido en la historia de la literatura. La inmediatez con que describe las imágenes del mundo campesino y la viveza y brevedad de sus pinceladas hacen del Idilio XI un poema eterno.

Los primeros dieciocho versos del idilio funcionan como exordio para el canto del Cíclope, parte central y nuclear del poema. Se afirma en él que no existe remedio contra el amor como no sea el recurso a las artes de las Musas, y el poeta-narrador se dirige a Nicias, médico y aficionado a las artes, perteneciente plausiblemente al círculo de Cos, cuyo nombre encabeza el hexámetro segundo. De él dice:

Verso 5:       

“ οἶμαί τυ καλῶς ἰατρὸν ἐόντα”

“Sé que eres un buen médico”

Y verso 6:   

         “ καὶ ταῖς ἐννέα δὴ περιφιλημέν”

“Excepcionalmente querido de las nueve Musas.”

En el poema que encabeza la colección de Catulo sucede también que tras una interrogación retórica que ocupa los dos primeros versos, en la posición inicial del tercer verso aparece el nombre del destinatario:

“Quoi dono lepidum nouum libellum

Arida modo pumice expolitum?

Corneli, tibi…”

Es decir: “¿A quién voy a dedicar mi agraciado librito nuevo, recién alisado con árida piedra pómez? A ti, Cornelio…”

A continuación explica la causa de la dedicatoria: “namque…”, es decir, porque el susodicho Cornelio consideraba que las bromas del Veronés ( entiéndase poemas ) valían algo. En fin este tipo de dedicatorias a amigos que comparten los mismos intereses es algo común en la poesía antigua.

Pero siguiendo con los remedios a las cuitas de amor, se añade a continuación que los tales son difíciles de hallar. Como paradigma de este aserto se hace referencia a Polifemo, que, terriblemente enamorado de Galatea, no usaba de los regalos y recursos de los pretendientes comunes, sino que, abandonando sus ocupaciones pastoriles, cantaba a su enamorada desde el alba sentado en una roca frente al mar.

La escena tiene lugar en Sicilia, verso 7: “ὁ παρʹἁμῖν”

En castellano viene a ser “El nuestro, el que vive con nosotros.”

Bien, aquí acaba el proemio de este idilio con la afirmación de que Polifemo consiguió por fin de la manera dicha medicina para sus males.

Antes de que empiece el canto del Cíclope, verdadero corazón de este idilio, reconsideremos brevemente la escena. Parece un tópico en la literatura antigua que la canción ( o poesía cantada ) sea un remedio contra las pasiones humanas, y a un griego contemporáneo de Teócrito se le vendría a las mientes el pasaje de la Ilíada en donde un dolorido Aquileo sosiega su espíritu en compañía de la “ φόρμιγξ” ( especie de cítara).

Recordemos los versos de la Ilíada 9 182-189:

“τὼ δὲ βάτην παρὰ θῖνα πολυφλοίσβοιο θαλάσσης

πολλὰ μαλʹεὐχομένω γαιηόχῳ ἐννοσιγαίῳ

ῥηιδίως πεπιθεῖν μεγάλας φρένας Αἰακίδαο·

Μυρμιδόνων δʹἐπί τε κλισίας καὶ νῆας ἱκέσθην͵

τὸν δʹεὗρον φρένα τερπόμενον φόρμιγγι λιγείῃ͵

καλῇ δαιδαλέῃ͵ ἐπί δʹἀργύρεον ζυγὸν ἦεν͵

τὴν ἄρετʹἐξ ἐνάρων πόλιν Ἠετίωνος ὀλέσσας·

τῇ ὅ γε θυμὸν ἔτερπεν͵ ἄειδε δʹἄρα κλέα ἀνδρῶν.”

En versión castellana: “Fuéronse éstos por la orilla del estruendoso mar y dirigían muchos ruegos a Poseidón, que ciñe y bate la tierra, para que les resultara fácil llevar la persuasión al altivo espíritu del Eácida. Cuando hubieron llegado a las tiendas y naves de los mirmidones, hallaron al héroe deleitándose con una hermosa lira labrada, de argénteo puente, que había cogido de entre los despojos cuando destruyó la ciudad de Eetión; con ella recreaba su ánimo, cantando hazañas de los hombres.”

Acuden los griegos a buscar a Aquileo al campamento de los mirmidones para llevarle un mensaje de parte del rey Agamenón, y allí lo encuentran con la lira. La pasión que corroe el ánimo del Eácida es la ira por su honra puesta en entredicho, más que por la privación de Briseida. A Polifemo lo mueve el amor desdeñado por la nereida Galatea.

Si al Cíclope adolescente le calmará una canción de amor dirigida a su nereida, al duro Aquileo en cambio le ayudarán los cantos de gloria y el combate de los guerreros, lírica versus épica.

Curiosamente no sabemos de cierto si el canto del Cíclope va acompañado de algún instrumento musical o no. Sí se nos jacta, en posteriores versos, de saber tocar la siringa mejor que ningún otro cíclope.

Confróntese el verso 38:

“συρίσδεν δʹὡς οὔτις ἐπίσταμαι ὧδε Κυκλώπων.”

“Sé tocar la zampoña mejor que ningún otro cíclope”.

 

La imagen de Polifemo interpretando su horrible música está maravillosamente reflejada en la conocida octava real de Góngora, que citaré más adelante.

Se puede hacer aquí también una comparación entre los instrumentos musicales y su consideración en la Antigüedad. Comúnmente se valora más el uso de la cuerda ( lira o cítara ) que el de los instrumentos de viento, más ligados a los géneros poéticos inferiores (flauta, diaulos, zampoña ). Donde a Aquileo acompaña la cítara para cantar las gestas de los varones esforzados y así resarcir su enorme espíritu, a Polifemo le basta una humilde zampoña para entonar su canción desesperada.

Pero sabiendo de la admiración que Teócrito profesaba por los poemas homéricos (en el Idilio VII, Las Talisias, Teócrito critica a los mezquinos pájaros del Parnaso cuyos graznidos quieren rivalizar con el cantor de Quíos), es imposible que no recordara así mismo un pasaje del canto primero de la Ilíada que vale la pena citar aquí. Hombres de Agamenón se han presentado en la tienda del héroe y se han llevado a su cautiva Briseida; él acude a la vera del mar e invoca a una divinidad marina, a su madre Tetis, para que le auxilie:

Versos 348 y siguientes:

“αὐτὰρ Ἀχιλλεύς

δακρύσας ἑτάρων ἄφαρ ἕζετο νόσφι λιασθείς͵

θῖνʹἐφʹἁλὸς πολιῆς, ὁρόων ἐπʹἀπείρονα πόντον·

πολλὰ δὲ μητρὶ φίλῃ ἠρήσατο χεῖρας ὀρειγνύς.”

“Aquileo rompió en llanto, alejose de los compañeros, y sentándose a orillas del blanquecino mar con los ojos clavados en el ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos.”

Bien, la similitud del pasaje citado con el idilio teocriteo estriba en la situación del protagonista que solo frente al mar se dirige a una deidad marina pidiéndole que salga.

El Cíclope hace otrosí con Galatea, pero para conseguir sus favores, y no lo consigue. Aquileo logra hacer emerger a su madre desde el fondo del mar para consolarlo, ¡todavía hay clases!

Virgilio retomará este tema en la égloga IX 39-43; en medio de un canto amebeo el pastor Meris canta lo siguiente:

“Huc ades, o Galatea; quis est nam ludus in undis?

Hic uer purpureum, uarios hic flumina circum

Fundit humus flores, hic candida populus antro

Imminet et lentae texunt umbracula uites.

Huc ades, insani feriant sine litora fluctus.”

Lo cual en versión métrica del profesor Cristóbal queda como sigue:

“Ven, Galatea, a mi lado, pues ¿qué placer hay en el agua?

Es primavera purpúrea, aquí junto al río la tierra

Flores pintadas esparce; aquí se alza el álamo blanco

Ante la gruta y, trepando, entrelazan las parras su sombra.

Ven y desdeña las olas furiosas que azotan la playa.”

Como indica el mismo profesor Cristóbal en su comentario a las églogas, hay ecos de este mismo motivo en la Diana Enamorada de Gil Polo.

Y empieza el canto del Cíclope, como es de rigor, con un vocativo:

Verso 15:

“Ὦ λευκὰ Γαλάτεια.”

En nuestra lengua: ¡oh, blanca Galatea!

La blancura va a ser un epíteto de la belleza femenina en la Antigüedad, pero especialmente en nuestra nereida, que lleva implícito en su nombre la albura de la leche: γάλα γάλακτος͵ τό que significa leche en griego.

A continuación y en el mismo verso se pregunta, dirigiéndose a la nereida en segunda persona, por qué rechaza a quien bien la quiere.

Luego la describe haciendo uso de cuatro adjetivos en grado comparativo de superioridad, versos 20 y 21: “ λευκά    ἁπαλά   γαυρά   φιαρά “

A saber “blanca”, “delicada”, “orgullosa” y “garrida”. Con relación a este último término, soy consciente de que se trata de una palabra hogaño desusada, pero no he encontrado ninguna otra que reflejara las ideas de brillo, hermosura, fuerza y salud, tal y como traduce Bailly en su diccionario Griego-Francés: luisant d´embonpoint, brillant de force et de santé.

En los versos siguientes se queja de que nunca la puede ver. Cuando él duerme, ella se le acerca; cuando él despierta, ella huye (versos 22-24) y pone como colofón una comparación muy gráfica: oveja y lobo.

El esquivo placer de gozar de su presencia crea en el Cíclope un estado de insatisfacción que nos recuerda el suplicio de Tántalo (Odisea, XI, 582-592), así mismo en Góngora, en la Fábula de Polifemo y Galatea, XLI, 325-26”, hay un guiño para el lector inteligente de este mismo mito:

“…imita

Acis al siempre ayuno en penas graves”.

 

A continuación el Cíclope procede a la “narratio”, verso 25 y siguientes, como si de un discurso oratorio al uso se tratare, y recuerda el día en que guió a su madre y a la joven nereida a coger jacintos al monte. Desde entonces la ama aunque ella de eso nada se cuide.

Las razones por las que él piensa que la bella lo rehúye las va a considerar a continuación, verso 30: sólo tiene una ceja que corona un único ojo, y además tiene la nariz chata.

Es evidente que al Cíclope no le parece que tenga un aspecto deseable, por eso en seguida, contraponiéndolo a su descripción física, pasará a detallarnos otros elementos positivos de su persona. La clave de este contraste se encuentra en la conjunción adversativa: “ἀλλά“ que encabeza el verso 34. Veremos que este reconocimiento de su, digamos, fealdad, será un punto divergente con polifemos posteriores.

En el verso 34 dice que posee riquezas, tiene mil ovejas, ordeña leche cada día y tiene quesos todo el año. En el 38 se nos revela como diestro con la siringa y poco después dice disponer de once ciervas con manchas blancas como lunas y de cuatro oseznos.

A continuación viene una exhortación a que la nereida abandone las aguas y acuda a tierra (compárense los pasajes ya vistos de Homero y de Virgilio).

Entre los versos 42 y 48 el Cíclope hilará imperativos, descripción de su cueva para rematar con una interrogación retórica:

    “ ἀλλʹἀφίκνευσο ποθʹἁμέ͵ καὶ ἑξεῖς οὐδὲν ἔλασσον͵

τὰν γλαυκὰν δὲ θαλάσσαν ἔα ποτὶ χέρσον ὀρεχθεῖν·

ἅδιον ἐν τὤντρῳ παρʹἐμὶν τὰν νύκτα διαξεῖς

ἐντὶ δάφναι τηνεί͵ ἐντὶ ῥαδιναὶ κυπάρισσοι͵

ἔστι ψυχρὸν ὕδωρ͵ τό μοι ἁ πολυδένδρεος Αἴτνα

λευκᾶς ἐκ χίονος ποτὸν ἀμβρόσιον προΐητι·

τίς κα τῶνδε θάλασσαν ἔχειν καὶ κύμαθʹἕλοιτο;”  

“Ven pues a buscarme que nada perderás si lo haces; deja al glauco mar romperse contra la orilla, estarás mejor en mi antro, cerca de mí, pasando a mi lado las noches. Junto a él hay laureles, esbeltos cipreses, hiedra negra; hay una viña de dulces frutos, agua fresca, brebaje divino que el Etna todo cubierto de árboles deja que llegue hasta mí tras fundir su blanca nieve. ¿Quién preferiría a todo esto habitar el mar y las olas?”

En la descripción de la cueva, un locus amoenus en toda regla, el atribulado Polifemo cita en primer lugar el arbusto “Δάφναι”  (laureles), que a cualquier conocedor de la mitología clásica le proporcionaría un mal augurio: en efecto la bella ninfa hija del río Peneo fue metamorfoseada en laurel para lograr así rehuir la pasión amorosa del dios Apolo. Los laureles de que abunda la gruta son pues un monumento natural dedicado a las doncellas esquivas.

Por cierto no se me puede escapar aquí probablemente casual similitud entre los versos de Safo:

“ἀμφὶ δʹὕδωρ ψυχρὸν κελαδεῖ διʹὑσδῶν μαλίνων…”

Y el sintagma:   “ψυχρὸν ὕδωρ”   del verso 47.

Es decir: “el agua fresca que susurra entre los retoños de los manzanos”.

Continúa el Cíclope mediante una oración condicional diciéndole a la ausente Galatea que si acaso le pareciese demasiado velludo, que tiene un fuego constante de encina bajo la ceniza con el que no le importaría ser quemado, incluso aunque perdiera su único ojo. Parece que en lo concerniente a la belleza masculina, los efebos más admirados que frecuentaban los gimnasios helenísticos aún no tenían vello. A un efebo ideal, el velloso Cíclope sólo podría aspirar a asemejarse mediante una depilación en serio, no ya con la llama de un candil, como parece por algún fragmento de cerámica que se depilaban las griegas, sino a lo bestia.

Esto constituye una ironía trágica, una premonición inconsciente de un hecho que sucederá en el futuro. En efecto, por la Odisea IX sabemos que Odiseo y otros compañeros suyos cegarán al Cíclope embriagado con un madero de extremo puntiagudo y endurecido al fuego, intentando así salvar sus vidas. En la Odisea, no obstante, la madera de la estaca es de olivo verde.

A partir del verso 54 el Cíclope expresará una serie de deseos no cumplidos, algunos de carácter imposible. En primer lugar se queja de que su madre no lo haya parido con branquias, y la verdad es que no le falta razón a la criatura, pues Polifemo, como es sabido, era hijo de la ninfa Toosa, hija de Forcis, y por parte paterna hijo del dios del mar Poseidón. Por su linaje, pues, al cíclope Polifemo las saladas planicies no debieran serle un ambiente tan ajeno.

Continúa después nuestro cíclope elaborando hipótesis irreales, diciendo que, de tener agallas, y no es frase hecha, se zambulliría en el mar y se reuniría allí con Galatea, besaría sus manos o, si ella asintiera, sus labios. El cíclope aquí se nos aparece como un tierno y delicado amante. Alude acto seguido a las flores que le llevaría, sólo que, presa de nerviosismo o confusión, enumera dos especies que no pueden florecer en la misma época del año: imposible sobre imposible. Por cierto que las plantas son azucenas y la planta llamada en dorio: “μάκων”, una especie de adormidera cuyos pétalos eran utilizados por los enamorados en la Antigüedad para averiguar si eran correspondidos.

Su siguiente deseo, éste sí es factible, es aprender a nadar. Tal vez llegue un día un extranjero en barco que pudiera enseñarle.

*

Giovanni Gaspare Lanfranco – Polifemo e Galatea [1625 – 1628 – Galleria Doria Pamphilj – Roma – Italia]

*

El Cíclope ama a Galatea y a partir de ella ama todo su mundo, así siente curiosidad por saber cómo es la vida en el fondo marino, qué lo hace tan atractivo para una criatura como ella. Pero mientras estas cosas suceden, por la mente del lector pasa el recuerdo de ese futuro navegante (Odiseo) que no le enseñará precisamente la natación.

El monstruo enamorado exhorta a la amada a salir del agua y a irse a vivir con él, a hacerse pastora, ordeñar así el ganado y fabricar quesos. (¡Qué planazo!).

Por fin añade en verso 67 que es su madre quien comete injusticia con él,  pues no le habla a la joven a favor de su hijo Polifemo, y eso que él da muestras de su pesar enflaqueciendo constantemente. ¡Qué mejor celestina que una madre!

Pues bien, Polifemo termina la primera parte de su alocución reconociendo que se hará el enfermo y se lamentará para así fastidiar a su madre: una pataleta, vaya, un recurso ciertamente infantil.

La última parte del discurso del Cíclope (versos 72 y siguientes) es un discurso dirigido a sí mismo, un monólogo en voz alta: tras pronunciar su nombre repetidamente, mediante una interrogación retórica, se recrimina por la locura de que se ve aquejado:

“Ὦ Κύκλωψ Κύκλωψ͵ ͵πᾷ τὰς φρένας

ἐκπεπότασαι;”

Lo cual viene a ser en castellano: “Oh Cíclope, Cíclope ¿dónde has dejado tu cordura?”

 A continuación se anima a ocupar el tiempo trabajando (trenzar cestos, llevar ramas frescas a las corderas u ordeñar). A partir del verbo “ordeñar” se aconseja a sí mismo ordeñar la oveja que está próxima y no perseguir a la que huye; son admoniciones prácticas de acendrada utilidad y sorprendente sensatez, que sorprenden especialmente viniendo de labios de un ser, tal y como nos lo presentaba la Odisea, monstruoso, cruel y de pocas luces, un personaje incivilizado y tonto que se cree de verdad que Odiseo se llama Nadie (Οὔτις), el viejo chiste.

Nos hallamos ante otra sensibilidad, ante un momento histórico muy alejado del de Homero. Este Polifemo, más que miedo suscita la solidaridad del lector u oyente.

Mas sigamos con los consejos que el propio Cíclope se receta a sí mismo: si esta Galatea es huidiza, ya encontrará otra Galatea que le haga caso y que sea tal vez más guapa. Dice luego que no le faltan muchachas que le inviten a juegos por la noche y sonrían lascivamente cuando las escucha (“ὑπακούσω”), o quizás “obedece” como respuesta a “κέλομαι”, “κέλονται”, del verso anterior.

Polifemo remata todo lo anterior en un magnífico verso, verdadero sello que refuerza su autoestima, veámoslo:

Verso 79:

“δῆλον ὅτʹἐν τᾷ γᾷ κἠγών τις φαίνομαι ἦμεν.”

En nuestra lengua sería algo parecido a: “de lo que se deduce que también yo soy alguien en la tierra.”

Bien, aquí termina el monólogo de Polifemo en lo que he venido llamando el canto del Cíclope. Se trata de un discurso, éste último, en el que nuestro protagonista cae en la cuenta de que ella es inaccesible y se receta fórmulas para olvidarse de ella y simultáneamente no olvidarse de reforzar su amor propio, su autoestima, como se nos anuncia con frecuencia en nuestros días. Se me vienen a la mente varios pasajes de la literatura clásica en que se expresan ideas parecidas a las proferidas por el joven Polifemo en su monólogo final.

Empiezo por Catulo, el verso 72 del idilio teocriteo nos recuerda el comienzo del poema 8 del libro del veronés, veámoslo:

“Miser Catulle, desinas ineptire,

Et quod uides perisse perditum ducas.”

En español:       

“Desgraciado Catulo, deja de hacer tonterías,

Y aquello que ves que ha perecido, dalo por perdido.”

Es decir, una exhortación a recobrar el juicio y aceptar la realidad. Ambos personajes intentan por todos los medios rehacerse ante la imposibilidad de cumplir sus deseos, a Polifemo le mueve la esquivez de la Nereida, a Catulo, las infidelidades de Lesbia. Ambos establecen un diálogo consigo mismos. El verso 2 citado de Catulo nos recuerda mutatis mutandis la interrogación retórica del verso 75 de Teócrito:

“τί τὸν φεύγοντα διώκεις;”

O sea:                  

“¿Por qué buscas a quien te rehúye?”

Y es que, a pesar de que por naturaleza “ad uetata uertimur” a decir de Ovidio, es decir, “tendemos a lo prohibido”, al cabo es preciso obedecer a la razón.

Las exhortaciones del cíclope hacia el trabajo cotidiano, en su caso a la ganadería, tienen por objeto apartar del ocio al enamorado y distraer su espíritu hacia cosas útiles. Aquí se nos vienen a la memoria ineludiblemente de nuevo los versos de Catulo del poema 51:

Versos 13-16:

“Otium, Catulle, tibi molestum est;

Otio exultas nimiumque gestis;

Otium et reges prius et beatas

Perdidit urbes.”

Ahora en español: “El ocio, Catulo, te es funesto; con el ocio te exaltas y te excitas en demasía; el ocio, antes que a ti, perdió a reyes y a florecientes ciudades.”

En este caso también el neotérico se dirige a sí mismo y apunta hacia la curación de su mal de amores. Pero además el ocio siempre fue mirado con desconfianza por la cultura romana, para dignificar la palabra hacía falta un adjetivo como “otium litteratum”, y la cláusula “otiositas inimica est animae” se convirtió en un tópico ya en la Antigüedad, como también lo era hace no muchos años en la armada española. En fin, faltaban muchos siglos todavía para que Bertrand Russell escribiera su “Elogio de la Ociosidad”. Su palabra hermana, sin embargo, y me refiero a “negotium”, cada día está más de moda.

Finalmente y para terminar vemos que el Cíclope viene a decir palabras parecidas a las pronunciadas por la zorra en la fábula 32 de Esopo: “Ὄμφακές εἰσιν”, es decir “están verdes”. Que traducidas por Fedro, esta vez en yambos, quedan como sigue (fábula 3, libro IV):

Verso 4:

“nondum matura est; nolo acerbam sumere”.

La zorra es el prototipo de la astucia y de la sensatez, del sentido común vaya, y por tanto se nos alza como un modelo de comportamiento.

Pero a despecho de parecer anacrónico y al hilo del poema 51 de Catulo más arriba citado, me lleva el pensamiento al bellísimo poema de Safo que trata sobre los síntomas del amor, y que se nos ha conservado afortunadamente en Sobre lo sublime de  Longino, y del que el poema de Catulo viene a ser aproximadamente una versión. Pues bien, en este poema la poetisa siente la punzada del amor y de los celos al contemplar a una querida amiga platicar alegre y de modo desenfadado con un hombre que, a decir de Safo, es igual a los dioses. La perturbación en el alma y en el cuerpo de Safo está a punto de causarle la muerte (“τεθνάκην δʹὀλίγω”), pero sin embargo en el verso final truncado de esta composición hay un giro de timón encaminado hacia la cordura y la sensatez: “πάντα νῦν τολμάτεʹ, ἐπεὶʹπένησα…”, en castellano: “Todo se ha de sobrellevar”, parece decirnos la Décima Musa; como Polifemo, como la zorra, como Catulo.

Y siguiendo con la poetisa de Lesbos, en su conocido himno a Afrodita, la diosa habla en estilo directo a Safo intentando calmar sus males de amor, y le dice:

Verso 21:

                           “καὶ γὰρ αἰ φεύγει, ταχέως διώξει…”

O sea “porque si hoy te evita, te buscará pronto”.

Recuerda el verso 76 ya citado del Idilio XI, y es que quien no se consuela es porque no quiere.

Con todo hemos estado mencionando algunos escritores y poetas aficionados al amor, vayamos ahora a un verdadero profesional, a un técnico que conoce el arte de enamorar y, lo que nos interesa aquí, desenamorar. Por supuesto me refiero a Publio Ovidio Nasón, quien en sus “Remedia Amoris” nos ofrece una serie de consejos para curarnos de un amor fallido o hurtado. Repasemos brevemente sus consejos y veamos cuáles de ellos son utilizados, o parece que van a serlo, por Polifemo.

Versos 135-136:

             “Ergo ubi uisus eris nostrae medicabilis arti

Fac monitis fugias otia prima meis.”

“Así que, en cuanto te parezca que estás dispuesto para los remedios de nuestro arte, el primero de mis consejos es que rehúyas la ociosidad.”

Lo primero pues es abandonar el ocio. Esto es también lo primero que el rústico cíclope se recomienda, cual excelente alumno “avant la lettre”.

Así mismo en el pentámetro 150 se insiste en esta idea; reza como sigue

“Da uacuae menti, quo teneatur, opus.”

Es decir: “Da a tu mente vacía una ocupación en la que apoyarse.”

El vate de Sulmona se extiende posteriormente sobre los tipos de ocupaciones requeridas para tener ocupada la mente, y en 178 y siguientes alude a la ganadería, por razones obvias, es lo que más le cuadra al Cíclope.

El poeta latino recomienda tener varias amantes al mismo tiempo, dos por lo menos, pues ello redundará en que el amante esté más protegido:

Versos 441-444:

“Hortor et, ut pariter binas habeatis amicas:

Fortior est, plures si quis habere potest.”

O sea: “Os aconsejo también que al mismo tiempo tengáis un par de amigas; el que pueda tener varias estará más protegido.”

Si sólo te has entregado a un amor, entonces habrá que buscarse pronto un nuevo amor:

Versos 451-452:

“At tibi, qui fueris dominae male creditus uni,

Nunc saltem nouus est inueniendus amor.”

En nuestro romance: “Mas tú, que te has entregado desdichadamente a una sola amante, por lo menos ahora has de buscar un nuevo amor.”

La sabiduría de Nasón sentencia en un solo verso:

Verso 462:

“Sucessore nouo uincitur omnis amor.”

“Todo amor resulta vencido por un nuevo amor que le sucede.”

Una vez más se nos aparece Ovidio como un portentoso creador de versos que, de manera buscada, se nos vienen a la mente indefectiblemente, pero con alguna transformación en el sentido y en el espíritu. Ovidio juega con la literatura griega y romana y la reutiliza constantemente y se siente en ella como en su casa. Si paramos mientes en el verso 69 de la égloga X del mantuano, percibiremos inmediatamente la similitud léxica:

“Omnia uincit amor, et nos cedamus amori.”

En traducción: “Todo lo vence el amor y al amor nos rindamos nosotros.”

¡Qué cerca y qué lejos!

Polifemo sigue estos consejos aunque no tenga maestro. Se me antoja que si el personaje teocriteo hubiera poco antes intentado echarse al mar, hubiera aprendido el arte de la natación sin necesidad de maestro forastero alguno llegado por mar.

Hay también empero algunos consejos que no sigue el Cíclope, como viajar; tampoco recurre a hechicerías o encantamientos, no rememora las malas acciones de la amiga porque en este caso parece que la convivencia ha sido nula. Acerca de guardarse de lugares solitarios y cuidarse de la poesía lírica, el Idilio XI no dice nada. No importa, hay que recordar que el idilio es una obra necesariamente breve, y por otro lado el didáctico y frívolo poema de Ovidio dedica 814 versos a su exposición.

El Idilio XI terminará con dos versos tan solo que a modo de colofón están puestos nuevamente en boca del poeta-narrador, los versos 80 y 81. Todo el poema adquiere así la forma de Ringkomposition, sin embargo el último verso aporta un final un tanto anfibológico. Veamos más detenidamente esos versos:

“Οὕτω τοι Πολύφαμος ἐποίμανεν τὸν ἔρωτα

μουσίσδων, ῥᾷον δὲ  διᾶγʹἢ εἰ χρυσὸν ἔδωκεν.”

Intentaré traducirlo: “De esta guisa Polifemo apacentaba su amor recurriendo al arte de las Musas, y pasaba el tiempo mejor que si hubiese dado su oro (“gastado su dinero”).”

La tesis del autor consiste en demostrar mediante el ejemplo de Polifemo que la única medicina válida contra las cuitas de amor es el comercio con las Piérides. Bien, pero en el canto de Polifemo hay una parte final en donde el protagonista toma conciencia de la sinrazón de amar a quien te rehúye y se propone retomar sus actividades laborales cotidianas, ésas precisamente que en el prólogo se nos decía que había abandonado a cambio de la soledad y el canto, sentado frente al mar.

Por lo tanto la determinación del Cíclope desdice la tesis del poeta-narrador y nos lo acerca a los consejos citados de Ovidio en sus Remedia amoris donde dice que hay que rehuir poesía lírica y soledad:

Verso 757:

“Eloquar inuitus: teneros ne tange poetas.”

En nuestro idioma: “Lo diré a mi pesar: no toques los poetas líricos.”

Pero puede tratarse tan solo de palabras, cuántas veces nos sucede que conocemos la solución de nuestro mal, pero no tenemos fuerza de voluntad suficiente como para romper con la inercia en la que nos vemos constreñidos. De estas contiendas interiores puede dar fe la Fedra de Eurípides, quien en el verso 380 y siguiente del Hipólito dice:

“τὰ χρήστʹἐπιστάμεσθα καὶ γιγνώσκομεν,

οὺκ ἐκπονοῦμεν δέ…”

En castellano: “Sabemos y conocemos lo que está bien, pero no obramos en consecuencia…”

Pudiera ser también que canciones como la descrita en el Idilio XI fueran pronunciadas, más o menos, todos los días por el Cíclope enamorado y así se entendería el imperfecto de indicativo del verso 80: “ἐποίμαινεν τὸν ἔρωτα.”

Sea como fuere, aún nos queda la última parte del verso postrero por interpretar. ¿Qué significa eso de que dedicándose al arte de las Musas pasaba la vida mejor que si hubiese gastado su dinero?

Bueno, dejemos de lado el anacronismo de atribuir el oro como forma propia de intercambio para un ser sacado del difuminado pasado mitológico, pero más allá de esta minucia ( un poeta no es un historiador), ¿cómo podría solucionar sus cuitas amorosas con dinero?

Curiosamente entre los dones de que presume Polifemo en su canto y que generosamente ofrece a Galatea, si se decide a salir del mar e ir en su compañía, no se encuentra ni el oro ni, por supuesto, el dinero.

Debemos entender este verso pensando desde la Siracusa de los años 80 aproximadamente del siglo III a. C. Allí un joven desdeñado podía gastar su dinero en prostitutas, en médicos, en brujos o hechiceros, en escuelas filosóficas u otro tipo cualquiera de diversiones.

Creo que el consejo de curar los males de amor mediante el recurso a las artes músicas de preferencia a las posibilidades más arriba enumeradas, se dirige a los lectores-oyentes de la Siracusa helenística contemporánea del poeta Teócrito, más que al lejano cíclope.

  “…εἰ χρυσὸν ἔδωκεν.”

El pastor Títiro de la égloga I de Virgilio parece que recurría a los amores venales de Galatea ( el nombre aquí es pura coincidencia), quien vivía en la ciudad. El propio Títiro dice de aquella época de su vida:

Verso 36:

“Non umquam grauis aere domum mihi dextra redibat.”

En romance: “Nunca mi diestra volvía al hogar de dinero cargada.”

Finalizando, el Polifemo que nos presenta Teócrito en su Idilio XI se nos antoja bastante elegante, sensato, urbano, tierno, infantil y musical. Se halla sin duda a años luz del cíclope de la Odisea.

*

Raffaello Sanzio – Il Trionfo di Galatea [1511 – Villa Farnesina – Roma – Italia]

*

***

Santiago Blanco del Olmo  

About Author