Difuntos junto al mar [Tres poemas en prosa]
***

***
Difuntos junto al mar [Tres poemas en prosa]
*
Un paseo de ramos extendido
A causa del fuerte viento de estos días, en el Cementerio del los Pescadores hay muchos ramos de flores en el suelo, derribados de los vasos metálicos adheridos a las puertecitas de cristal que suelen tener la mayoría de nichos. Hay tantos ramos tumbados, que forman largos y diversos paseos de flores extendidas.
Hoy, al ir a visitarla a ella, han salido a recibirle rosas blancas y claveles rojos, pétalos desprendidos de los ramos y extendidos hasta la misma entrada a la Isla II, donde se aloja la novia muerta.
(Ha ido a visitarla después de un tiempo de alejamiento, por unos problemas oculares. Ya se lo había advertido alguien: “El exceso de visiones te hará perder de vista el mundo y puedes tropezar con cualquier obstáculo de la realidad cotidiana”).
En otras ocasiones, en sus visitas al camposanto marino, había hecho de jardinero y recogía los ramos de flores derribados por el viento (la mayoría de esos ramos suelen ser de flores de plástico o de tela).
Algunos de los ramos, en los nichos más bajos, a ras de tierra, estaban aún en pequeños floreros que los familiares habían traído de casa, floreros ahora tumbados o rotos por el viento.
Otros ramos de los que estaban en el suelo, sin floreros, el aprendiz de jardinero los enderezaba al lado de los nichos más próximos, puesto que, al no constar los nombres en los lazos de los ramos, no sabía a quién podían pertenecer esas ofrendas de flores.
Pero, hoy, eran tantos los ramos tumbados, flores y pétalos extendidos, desprendidos por el viento, que no se ha atrevido a hacer de jardinero, como le habría gustado.
Todo el camposanto era como un paseo de ramos extendidos, como una larga y ancha alfombra de flores de todos los colores, desplegada para el paseo nocturno de las novias muertas, de paso delicado.
*
*

*
Un niño muerto en el baúl
Un niño muerto escondido en un baúl, bajo cosas antiguas: abanicos, postales, juguetes, álbumes de cromos y fotografías. Una de las fotografías -todas en blanco y negro-, de tamaño grande, con un marco de cartulina dorada, retrata la boda de los padres, ambos vestidos con trajes oscuros.
Al fondo del baúl, otro álbum, con el niño muerto escondido. Es una fotografía misteriosa: un pequeño ataúd, que resplandece por su blancura sobre un fondo de cipreses oscuros, como quemados, medio carbonizados.
Es el primer hijo, el hermano muerto, que murió por la escasa atención médica, confundiendo una meningitis con una simple jaqueca de resfriado. Años cuarenta, en un consultorio clínico de Barcelona. Años, en aquella larga postguerra civil, más de muerte que de vida.
En el baúl, dentro de un sobre en blanco, había otra fotografía, borrosa, profética, como él sabría más tarde: una novia muerta, vestida de blanco, yacía en una cama de metal del siglo XIX, según constaba detrás de la fotografía.
Ël nunca pudo averiguar quién era. Tampoco se atrevió jamás a preguntarlo, ni siquiera a su tía abuela, la dulce hechicera, que curaba los celos amorosos de los niños en su casa, junto al puerto.
La novia muerta, la novia muerta…, repetía él, mirando la fotografía.
*
*

*
El padre que amaba a los otros niños
Érase una vez un padre melancólico que se enamoraba de los otros niños, y no de su hijo, que sentía una tristeza muy honda por no ser amado por el padre.
¿Por qué su padre lo detestaba?, se preguntaba el niño, con la mente confusa, entre tinieblas.
¿Acaso no era hijo suyo?
¿O era un padre celoso, además de melancólico, que no soportaba la debilidad amorosa que la madre sentía por su hijo, hasta enamorar casi al niño, tal era profusión de caricias y mimos que le dedicaba?
¿Acaso era un pederasta delicado -no como los que abundaban en las colas y salas de los cines de barrio que el niño frecuentaba, unos tocones de manos serpenteantes y obscenas-, un pederasta delicado, tal vez, que amaba a los pequeñuelos, pero no abusaba de ellos?
¿O abusaba de alguna manera y nadie lo sabía?, se preguntaba más tarde, cuando ya era adolescente y dudaba cada vez más de todo y de todos.
Nunca lo sabremos.
La única certeza es que era un padre melancólico que amaba a los otros niños, pero no a él, a su hijo.
Pero la novia muerta, su cuerpo y alma enamorados, sí que conocía la verdad, el secreto del hijo cuyo padre amaba a los otros niños.
*
***
Albert Tugues