Dostoievski: espías en nuestro interior [Con motivo del ducentésimo aniversario del nacimiento de Фёдор Миха́йлович Достое́вский / Fiódor Mijáilovich Dostoyevski – 11 de Noviembre de 1821] – Sebastián Gámez Millán
![Dostoievski: espías en nuestro interior [Con motivo del ducentésimo aniversario del nacimiento de Фёдор Миха́йлович Достое́вский / Fiódor Mijáilovich Dostoyevski – 11 de Noviembre de 1821] – Sebastián Gámez Millán](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/FD-scaled-800x500_c.jpg)
Dostoievski: espías en nuestro interior [Con motivo del ducentésimo aniversario del nacimiento de Фёдор Миха́йлович Достое́вский / Fiódor Mijáilovich Dostoyevski – 11 de Noviembre de 1821]
***

***
Dostoievski: espías en nuestro interior [Con motivo del ducentésimo aniversario del nacimiento de Фёдор Миха́йлович Достое́вский / Fiódor Mijáilovich Dostoyevski – 11 de Noviembre de 1821]
“Como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida”, anotó Jorge Luis Borges en una de las páginas de su Biblioteca personal dedicada a Los demonios. Recuerdo que la primera obra que leí del autor ruso fue durante mis estudios de filosofía en la etapa universitaria, y no fue una de sus novelas más reconocidas: fue el relato del El doble. Me impresionó vívidamente su poder de introspección, capaz de poner espías en su interior y, acaso por analogía con el resto de sus semejantes, descifrar las alteraciones y conmociones de nuestros sentimientos y pensamientos como muy pocos escritores han logrado hacerlo.
Acostumbro a pensar que el arte y la literatura intuyen y balbucean lo que tal vez más tarde la filosofía conceptualiza y, por último, las ciencias urbanizan con el fin de disponer de un poco de más poder y dominio de la naturaleza. El doble se publicó en 1846 y en la transformación que experimenta su personaje principal, Goliadkin, anticipa patologías antes que la psicología o la psiquiatría acuñe términos como “paranoia”, “esquizofrenia” y “trastorno de personalidad múltiple”, fenómenos que no sé si posteriormente se han descrito como en su obra.
Durante su existencia experimentó Dostoievski (1821-1881) las más variadas y extremas vivencias: la pasión amorosa y el desamor (sus tres amores principales fueron: María Dmítrievna Isáeva, Apolinaria Súslova y Anna Grigórievna). Fue condenado a muerte, pero en el momento de su ejecución le fue conmutada la pena por cuatro años de trabajos forzados en Siberia; padeció la muerte de su primera esposa, la de su querido hermano mayor, Mijaíl, y la de su hija.
Como certeramente ha sintetizado Borges: “conoció la pobreza, la enfermedad, la cárcel, el destierro, el asiduo ejercicio de las letras, los viajes, la pasión del juego y, ya en el término de sus días, la fama”. Hay personas que viven parecidas vivencias, tan variadas y extremas, pero no logran enriquecerse con ellas o no les sacan suficiente partido o no alcanzan a crear perdurables obras sobre ellas, lo que acaso sea una forma de sublimarlas, de transmutar el sufrimiento en belleza.
Dostoievski sí se enriqueció con ellas desde una perspectiva vital y literaria, si es que cabe disociarlas. Quizá por ello haya explorado la condición humana como muy pocos escritores en la historia, introduciendo espías por las zonas más inquietantes y perturbadoras del mal, como el parricidio, la pederastia, el terrorismo, la violencia sexual, el suicidio… No obstante, si tuviéramos que elegir un tema que atraviese su obra, ramificándose desde múltiples puntos de vista, ese no es otro que la culpa: culpa de odiar a un padre, de sentir alivio en su muerte, culpa de amar o de no ser capaz de amar, culpa, en fin, de existir. Sabemos que no es necesaria una relación causal directa para que aparezca el sentimiento de culpa, que si por un lado nos martiriza y atormenta, por otro nos ofrece la ilusión de libertad de que podíamos haber actuado de otro modo.
A la hora de elaborar una antología, otro de los más grandes escritores nacidos en Rusia, Vladimir Nabokov, “declaró que no había encontrado una sola página de Dostoievski digna de ser incluida”. A lo que Borges, con su singular sabiduría, añadió: “Esto quiere decir que Dostoievski no debe ser juzgado por cada página sino por la suma de páginas que componen un libro”. Así hay escritores que pulen cuidadosamente cada página –un Flaubert, un Azorín, un Gabriel Miró…–, mientras que en otros –Dostoievski, Pío Baroja, Hemingway…– prima el conjunto sobre cada una de las partes que lo constituyen. Se diría, pues, que a estos últimos les interesa los efectos del conjunto de la narración por encima de sus elementos.
Asimismo, hay autores que perduran a través de los siglos principalmente por una obra imperecedera, pensemos en Melville y Moby Dick (1851). En el caso de Dostoievski es difícil elegir sólo una: Crimen y castigo (1866), Los hermanos Karamazov (1869), Los demonios (1870), Recuerdos de la casa de los muertos (1861), El idiota (1868), por no mencionar otras que por su extensión parecen menores, como Memorias del subsuelo (1864).
Ciertamente algunas de sus novelas son consideradas por la crítica cumbres universales de este arte. Según Bajtin, Dostoievsi fue el inventor o, si se prefiere, el que alcanzó un mayor grado de excelencia con la “novela dialógica”, que él condensó en una miscelánea de géneros, sobre todo populares: la historia de detectives, el relato picaresco, la vida de santos y la confesión poco antes de una ejecución. Según Harold Bloom “Crimen y castigo sigue siendo la mejor novela criminal que se ha escrito”.
Pero quizá la obra de un autor no perdure tanto por el ejercicio de la crítica como antes bien por cómo lo asimilan otros autores. Su influencia en destacados novelistas posteriores es de nuevo tan inconmensurable como universal: pensemos en Franz Kafka, en Albert Camus, en Ernesto Sábato, en Kenzaburo Oé o en J. M. Coetzee, que le dedicó El maestro de Petersburgo.
En el pensamiento su influjo es notable en Nietzsche, que conceptualizó y radicalizó filosóficamente el nihilismo que Dostoievski describió de manera magistral a través de sus personajes; en el padre del psicoanálisis, Freud, en Cioran, otro maestro en el pensar contra sí mismo, y en otros filósofos que le dedicaron significativos estudios, como Luigi Pareyson, con Filosofía, novela y experiencia religiosa, y George Steiner, con Tolstói o Dostoievski, por ofrecer una breve visión panorámica.
Desde un punto de vista cinematográfico destacaría las adaptaciones de Crimen y castigo, de Josef von Sternberg; El idiota (1951), de Akira Kurosawa; Noches blancas (1957), de Visconti, y Los hermanos Karamazov, de Richard Brooks. Sin embargo, si hay un cineasta que ha mantenido un largo y apasionado diálogo con la obra de Dostoievski es Woody Allen. De toda prolífica trayectoria cinematográfica el neoyorkino ha elegido Match Point (2005) como su obra más lograda, y esta es, como se aprecia claramente, un diálogo y una réplica de Crimen y castigo, a mi parecer más penetrante y profunda, quizá porque en este mundo alejado de los dioses no hay castigo ni redención.
Lector de Shakespeare, Goethe, Schiller, Walter Scott, Dickens, Gógol y Pushkin, sentía predilección por Don Quijote de la Mancha, del que escribió en Diario de un escritor (1876): “En todo el mundo no hay obra de ficción más sublime y fuerte que esta. Representa hasta ahora su suprema y más alta expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre, y si se acabase el mundo y alguien les preguntase a los mortales:
”Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?, podrían los hombres mostrar El Quijote y decir: Esta es mi conclusión respecto a la vida… ¿y podríais condenarme por ella?”
“Soñar sabiendo que se sueña”, en palabras de Nietzsche. Cuando sabemos que estamos soñando, acostumbramos a despertar, y con ello termina la ilusión, como cuando se tropieza con las aspas del molino. Una de las sabidurías de Don Quijote reside en seguir soñando sabiendo que se sueña, en mantenerse ilusionado a pesar de las continuas adversidades. Si Cervantes muestra con su personaje la razón de la sin razón, Dostoievski muestra a través de no pocos de sus personajes la sin razón de la razón. Según Milan Kundera, “Dostoievski capta la locura de la razón que, en su empecinamiento, quiere llegar hasta el fondo de su lógica”.
Dostoievski y Tolstói son dos de las cumbres no sólo de la novela del siglo XIX, sino de la historia de este arte capaz de condensar y mostrar vidas humanas y épocas como quizá ningún otro. Es sabido que Dostoievski, que siempre mantuvo una respetuosa distancia con el otro, si bien a veces tildaba las obras de Tolstói y Turgueniev de “literatura terrateniente”, como si fuera de otra época pretérita, impresionado por Guerra y paz (1869), quiso conocer a su autor. Años antes a Tolstói le había sucedido algo similar al leer Recuerdos de la casa de los muertos (1861), considerada por él como “lo mejor de la nueva literatura, incluyendo a Pushkin”. Nunca se conocieron personalmente, pero cuando Dostoievski murió, Tolstói anotó: “Nunca he tenido ningún tipo de relación con él, y de repente, cuando muere, entiendo que era el hombre más cercano a mí, cuya presencia más necesitaba… Lo consideraba un amigo…”.
No exageraba: años más tarde el último libro que Tolstói leyó fue Los hermanos Karamazov. Eso es la literatura: las compañías que elegimos. A pesar de que Dostoievski ponía espías en su interior, que luego se extendían por cada uno de sus lectores, a pesar de que su lectura nos obliga a conocernos de forma a veces dolorosa y al mismo tiempo profundamente humana, en última instancia esa polifonía de voces que pueblan sus novelas nos abraza fraternalmente.
***
Sebastián Gámez Millán
About Author
Related Articles

Las colecciones españolas de novela breve en el primer tercio del siglo XX: el otro gran fenómeno editorial de la literatura de la Edad de Plata – III – Gloria Jimeno Castro
