La deuda a vosotras debida – Gloria Jimeno Castro

La deuda a vosotras debida – Gloria Jimeno Castro

La deuda a vosotras debida

 

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Las españolas del siglo XXI olvidamos a veces, cuán enormes fueron los esfuerzos de las valiosas escritoras e intelectuales de nuestro país, que ya desde el siglo XIX, y, especialmente, en los albores del siglo XX, lucharon a porfía en un mundo de hombres por el derecho a la alfabetización de la mujer y a que pudiese estudiar en la universidad, a que fuese, igualmente, factible que escribiese versos y novelas, publicando sus obras de modo parangonable a los hombres, sin menoscabo de su buena reputación y dignidad como ser humano.

Mujeres de toda laya, de un signo político u otro, profundamente católicas y conservadoras, junto a otras más revolucionarias y que no compartían ese credo religioso, aunaron sus fuerzas, pusieron su granito de arena para que las mujeres españolas de hoy en día pudiéramos elegir libremente desempeñar una profesión, aquellas labores vedadas a nuestras antepasadas por las normas estatuidas desde antiguo, así como debido a vetustos prejuicios.

No es ocioso recordar nombres como el de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que, si bien nació en 1814 en Puerto Príncipe (Cuba)[1], desarrolló su carrera literaria y su intensa labor de defensa de los derechos de la mujer en España.

Hija de un Comandante de Marina español y de madre, miembro de una ilustre y adinerada familia cubana [2], disfrutó de una vida regalada en aquella colonia de ultramar, siendo servida ostentosamente por criados de raza negra, de tal suerte, que únicamente debía preocuparse de su pasión por la lectura de los autores románticos franceses, cuya lengua dominaba.

Su vida toma un rumbo inesperado con el fallecimiento de su padre y las nuevas nupcias de su madre, que le conmueven hondamente. Ante el cariz que van tomando los hechos, su abuelo decide concertarle un matrimonio cuando apenas contaba catorce años [3]. Ella, mujer resoluta ya entonces, se niega a aceptar aquella situación que interpreta como un ultraje, como un ataque a su libertad como persona y mujer para decidir por sí misma su vida, a quién amar y tomar por esposo.  Su abuelo siente aquello como una afrenta imperdonable, por ende, la deshereda. [4]

Como consecuencia de tan imprevistos acontecimientos, y debido a imperativos familiares ha de instalarse en España, en Galicia, junto a la familia de su padrastro. Allí no cejan las burlas hacia ella de los parientes de éste, al sentir todos ellos, especialmente las mujeres, que se hallaban ante una mujer que constituía un peligro, extraña, fuera de lo común: culta, leída, decidida y que sabía pensar por sí misma [5].

Gertrudis, harta de menosprecios y teniendo ya la certidumbre de que su vida se inclinaba resueltamente hacia la literatura, se marcha con su hermano Manuel del lado de su madre y de su nueva familia, asentándose en Sevilla, donde su carrera irá cimentándose con el correr de los años [6]. Siempre tuvo claro que había nacido para escribir, para rimar su sentir, que tenía una insospechada capacidad para desentrañar los misterios de la realidad sensible, al igual que manifestarán los poetas simbolistas, ya que como afirmaba en una de sus estrofas:

 

“Canto porque hay en mi pecho

Secretas cuerdas que vibran

A cada efecto del alma,

a cada azar de la vida. (…)

 

Canto porque existo y siento,

Porque lo bello me encanta,

Porque lo malo me irrita.

Canto porque ve mi mente

Concordancias infinitas,

Y placeres misteriosos,

Y verdades escondidas.” [7]

 

Bajo el pseudónimo de La Peregrina  redacta obras de clara filiación romántica, y con las que alcanza cierta notoriedad. Tienen justa fama títulos como Leoncia (1840) o Baltasar (1858), aunque Sab, novela fechada en 1841 (la fecha es harto significativa), es la obra por la que debería ocupar un lugar más destacado en los manuales de literatura, concediéndole toda la importancia que merece, al ser la primera novela del panorama literario de temática antiesclavista [8]. Pensemos que la tanta veces citada La cabaña del tío Tom de Beecher-Stowe, surge diez años después, en 1851 [9], y, sin embargo, todo el mundo la trae a colación para defender la igualdad racial, cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda ya había tomado su pluma y defendido antes esa causa con valentía, había hecho ya una coherente y sólida denuncia de esta lacra inhumana, que conocía de primera mano por sus vivencias en Cuba. Para mostrar al mundo lo irracional de esta insostenible situación, ella trenza una romántica historia de amor entre una adinerada joven blanca y un esclavo mulato, quien trabajaba en las plantaciones de su padre.

Es en estos años, cuando Gertrudis conoce a uno de los hombres que más huella le dejó, Ignacio Cepeda, cuya historia de amor recoge la autora en numerosas cartas [10] que la retratan como una mujer de fuerte carácter, romántica y apasionada como las heroínas de sus libros, pero, además, se perfilaba ya como una auténtica intelectual, alabada por los más ilustres hombres de la cultura de la época, y con un espíritu,  inevitablemente, indómito. Cualidades todas ellas, que para un varón de aquella época eran tachas, máxime cuando no estaba capacitado para estar a tal altura intelectual.

En 1840, por tanto, se instala en Madrid y es recibida con complacencia en aquellos cenáculos literarios [11].  En esta fecunda etapa es cuando obtuvo gran notoriedad al dar a la estampa una obra que suscitó polémica, y que viene a ser un epítome del ideario y sentir de esta mujer simpar: Dos mujeres (1842) [12]  En dichas páginas se perfila como una clara precursora de la cuestión feminista, al poner de relieve la desigualdad de la mujer en la sociedad y defender la necesidad del divorcio.

Cosechó también notables triunfos en el teatro, llevando a las tablas recordados títulos como Alfonso Munio, fechada en el año 1841 [13],  merced al cual en todo Madrid no se podía por menos que comentar el talento inapelable, el enorme bagaje intelectual de esta mujer.

En el Liceo madrileño vive tardes gloriosas, amén de ser el lugar que propicia que conozca a otro de sus grandes amores, el poeta Gabriel García Tassara, que acabará abandonándola cuando se quede embarazada y dé a luz a una hija suya, que no reconoció, y muerta a los pocos meses [14] Una mujer inteligente, poetisa, madre soltera en la España del siglo XIX, sobra detallar el lancinante estado que hubo de sobrellevar.

Tras sobreponerse, en cierta medida, de ese aldabonazo del destino, acepta contraer nupcias con el gobernador civil de Madrid, Pedro Savater. Empero, la suya era por definición la vida de un personaje romántico, y un nuevo infortunio marca su trayectoria vital, el esposo muere al poco tiempo, durante una estancia en París [15] Intentando asimilar este nuevo hecho luctuoso se refugia en el convento de Nuestra Señora de Loreto, en Burdeos [16].

Tras aquel retiro espiritual, regresará a Madrid y con el correr de los años volverá a casarse y enviudar, como si un trágico sino, propio de los dramas del Romanticismo, la persiguiese inexorablemente.

Dada la preeminencia de la autora en el panorama literario, y alentada por los consejos de sus compañeros escritores, presenta su candidatura a la Real Academia de la Lengua Española [17], sobra decir cuál fue la respuesta de los académicos.  La raíz del problema era que esta poetisa, que se afanaba en probar que también “hay en las almas femeninas,/ para lo hermoso entusiasmo, / para lo bueno justicia” [18], y que tales sentimientos podían plasmarlos ejercitándose en artes literarias, y emulando y sobrepujando a cualquier autor, era una rival incómoda, toda vez que como señalase Bretón de los Herreros: “¡Es mucho hombre esta mujer!” [19].

Entre las más fervientes admiradoras de Gertrudis Gómez de Avellaneda se encontraba Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, más conocida por su pseudónimo, Fernán Caballero, quien, precisamente, ocupa un primerísimo puesto en la historia de la novela española por marcar una clara ruta literaria: la de nuestra narrativa hacia el Realismo, tras la publicación de La Gaviota (1849). Una mujer, así pues, forja el resurgir de nuestra novelística en el siglo XIX, tras una época en que la narrativa había perdido relevancia. Ella, antes que Benito Pérez Galdós, desbroza el camino para el nacimiento de la novela realista con esos cuadros de gran vivacidad que pergeña sobre la vida cotidiana y lo pintoresco del pueblo andaluz [20].

Si bien nació en Suiza en 1796 [21], buena parte de su carrera literaria tuvo como escenario las tierras españolas, al ser su padre el famoso hispanista de origen alemán Nicolás Böhl de Faber, adalid de la causa del Romanticismo de sesgo tradicionalista, y su madre Frasquita Larrea, una mujer también adelantada a su época, toda vez que viajó por Europa, era políglota y auspiciaba unas tertulias, donde se ponía de relieve, de un lado, su pensamiento ultracatólico y conservador; de otro, su inclinación hacia las ideas feministas de Mary Wollstonecraft [22], lo cual era toda una  antinomia.

Pero inmersa en un mar de contradicciones, igualmente, parecía estar Cecilia, puesto que se prodiga reiteradamente en las tertulias de su madre [23], y su ideario se empapa de aquellas doctrinas ultracatólicas, de las ideas literarias allí debatidas, adquiriendo unos conocimientos, unas técnicas narrativas que aplica a sus obras, y sobre las que profundiza, merced al estudio. Empero, a la vez, a través de sus lecturas entra en contacto con las ideas más avanzadas que preconizan un nuevo papel para la mujer en la sociedad, y de las cuales, a la postre, poco se ve en sus obras, al ser sus figuras femeninas sumamente tradicionales. En cambio, ella en su vida personal cumplía con muchas de esas premisas que las avanzadas ideas en defensa de la igualdad de la mujer postulaban, ya que se formó intelectualmente, trabajó activamente en labores culturales, y poseía independencia económica, gracias a la formación que sus padres le dieron. Amén de ello, su vida sentimental no se asemejaba a la de las damas conservadoras de su círculo social, toda vez que se casó tres veces [23], la última con un hombre veinte años más joven que ella. Ello supuso un escándalo, ahora bien ella arrostró la lucha con valentía, hizo frente a las maledicencias y se dedicó a ser feliz y a continuar con su labor literaria, de la que cabe reseñar su minuciosa labor de recopilación del acervo popular andaluz, de muchos de sus romances, de modo similar a lo realizado por Menéndez Pidal tiempo después [25].

Sobrados son, pues, los méritos en el campo de nuestra literatura de esta escritora, y que los logra, ya sea con mayor o menor éxito, antes que otros recordados hombres de nuestra cultura; y, sin embargo, a ellos siempre se les cita al hablar del Realismo o del Romancero; o se acaba poniendo en sordina sus merecimientos, censurando que Gertrudis no fuese valiente para publicar con su nombre o, al, menos, con pseudónimo de mujer; o criticando que fuese católica y demasiado tradicional y conservadora. Aunque ello fuese del todo cierto, y recusables algunas de sus ideas, me resulta un dislate negarle a una mujer del siglo XIX sus pequeños o grandes logros en aquellos años, en que las españolas eran silenciadas. Hemos de ser conscientes de cuán complejo debía de ser su papel de mujer culta, lectora impenitente, inteligente, locuaz y libre para decidir su vida sentimental en una sociedad pacata, donde todo era un baldón para la honra de la mujer, donde todo lo que se salía de lo convencional o estipulado atentaba contra la Ley de la Iglesia, donde todo, a la postre, era mera impostura…

No menos encomiable es el ejemplo vital y literario que nos dejó Concepción Arenal, otra de las hacedoras del futuro de igualdad de la mujer española.

Nacida en Ferrol en 1820 [26], era una mujer que, además de ser profundamente católica, se proclamaba ferviente defensora del derecho de las mujeres a estudiar y obtener un título universitario. Le atraía sobremanera el conocimiento de las leyes, y anhelaba estudiar Derecho. Dado que no le fue permitido matricularse, al ser mujer, en la universidad, tuvo que actuar de un modo expeditivo. Se cortó el pelo, se vistió de hombre y asistió con suma complacencia e ilusión a las aulas universitarias, a las clases de Derecho, y así, por fin, pudo acceder a esos conocimientos reservados a los hombres, que ella defendía que deberían estar también en posesión de las mujeres, ya que era una necesidad perentoria que conociesen el modo de defenderse y de luchar por sus derechos, al fin y al cabo, también eran ciudadanas de ese país que contribuían a sostener con su trabajo y esfuerzo.

Los azares del destino propiciaron que, finalmente, saliese a la luz la verdad, y que, sufridas las reconvenciones lógicas por semejante escándalo, y tras escuchar tantos discursos desprovistos de sentido y tan injustos, reconociese su culpa y aceptase pasar un examen para seguir asistiendo a aquel recinto, reservado a los hombres duchos en Leyes [27].  Aprueba, claro es, esta mujer de claro ingenio la discutida prueba, dejando en entredicho a aquellos varones que aventuraban un seguro fracaso de una mujer frente a aquellos complicados exámenes. Tal éxito, por fin, le faculta para acudir, únicamente, como oyente a las clases de Derecho durante los años 1842 a 1845; mas negándosele taxativamente cualquier posibilidad de matricularse y licenciarse [28].

El acudir a aquellas aulas propicia también que conozca a su esposo, Fernando García Carrasco, con quien compartirá inquietudes intelectuales y se adentrará en los círculos literarios madrileños [29].

Entre sus valiosas aportaciones se registran títulos como  La mujer del porvenir (1869), donde pone en tela de juicio las tesis que apuntaban a que la mujer es inferior al hombre por razones biológicas, y aboga, a un mismo tiempo, por el acceso de la mujer a la cultura y el conocimiento. Igualmente, resulta destacable Estado de la mujer actual en España (1895), páginas que sugieren admirablemente cuán doctos y rigurosos eran los conocimientos de Concepción Arenal.

A ella también ha de atribuírsele el mérito de ser la primera mujer que reciba un premio concedido por la Academia de Ciencias Morales y Políticas, al que hubo de presentarse bajo el nombre de su hijo Fernando, sabedora de cuántas puertas se le cerraban por su condición de mujer. La beneficencia, la filantropía y la caridad  era el título del ensayo premiado en 1860 [30]

Por méritos propios llegó a ser la primera mujer en España que recibió el cargo de visitadora de cárceles femeninas, y, precisamente, merced a esos conocimientos, elaboró rigurosos informes destinados a los Congresos Penitenciarios Internacionales, como los de Estocolmo, Amberes, Roma, desde donde llegaban los elogios por su capacidad de análisis y trabajo. [31] Por dichos motivos, Emilia Pardo Bazán la propuso para la Real Academia Española, institución que rechazó semejante propuesta [32].

Junto a Carolina Coronado, participó en una campaña en contra de la esclavitud y en defensa de los derechos humanos, que les acarreó a ambas enormes antipatías y críticas de toda clase.

Al morir su esposo, Concepción abandona la capital y regresa a su tierra, es entonces cuando se produce el providencial encuentro con Jesús del Monasterio, joven violinista que le da a conocer las Conferencias de San Vicente de Paúl, llevándola a desarrollar a partir de entonces intensas labores en organizaciones benéficas [33].

Carolina Coronado es, precisamente, otra de esas mujeres del siglo XIX de singular valía. Nació en Almendralejo (Badajoz) y perteneció a una familia progresista, pese a lo cual, su educación fue la destinada a las mujeres de la época [34] Será, para más datos, tía de otra figura valiosísima de nuestro panorama literario: Ramón Gómez de la Serna.

Llevada por su prurito de conocimiento, se aposentó en la biblioteca familiar y de modo autodidacta se creó su propia cultura literaria, aprendió a versificar emulando a los autores que llenaban sus horas de insomnio, a causa de la enfermedad que le diagnosticaron y acibaró sus días, catalepsia, y aprendiendo otros idiomas, como el italiano o francés, sin ayuda alguna [35]

Uno de sus más fieles valedores fue Harztenbusch, quien corregía sus errores poéticos y la encaminaba en su carrera, animándola a no rendirse y luchar por su sueño. Es por ello, que en 1843 publica sus poemas en un volumen titulado Poesías, que goza de excelente recepción, y que le abre las puertas del Liceo de Madrid, ciudad donde se instala.

En prosa redacta recordadas obras como Paquita (1850), novela corta de carácter histórica y ambientada en Portugal durante el siglo XVII, con una protagonista sin capacidad para decidir su vida;  Adoración, aparecida en el mismo año; La Sigea (1854), obra sobre una humanista del siglo XVI, Luisa Sigea. Con estos títulos, de un modo u otro, no hace otra cosa que protestar por las normas imperantes que constreñían las libertades de la mujer en España en su época, así como en aquellos tiempos inmemoriales que remeda con soltura y sutileza [36].  En suma, investigando acerca de ilustres mujeres españolas de siglos anteriores, y a través de sus voces, clama por inveteradas injusticias y por las desigualdades de su época, que no habían cambiado, todo seguía igual. Empero, ella tenía una pluma con la que enfrentarse a la sociedad y a los hombres que vituperaban a escritoras y mujeres defensoras de la igualdad de sexos. Del todo significativo, y muy ilustrativo sobre el asunto que abordamos, es aquel fragmento de La Sigea, en que ésta pronuncia semejante discurso:

“De la envidia procede esa guerra sorda que las medianías han hecho en todos los tiempos a las escritoras, y de la envidia procede esa resistencia tenaz a concederles la palma que su talento conquista. Ya lo hemos dicho, hay una secta de hombres implacables que con su odio colectivo a todas las mujeres ilustres, antiguas y modernas, se han armado de la sátira, del desprecio y de la calumnia”.

Viajó por toda Europa, gracias a su esposo, Justo Horacio Perry, que tenía el cargo de secretario de embajada de EE.UU. en Madrid, por lo que sitúan su residencia en un palacete de lo que hoy es la calle Lagasca, donde se celebraban animadas tertulias de carácter progresista, no en vano, junto a Concepción Arenal, formó parte de la Sociedad Abolicionista de Madrid, levantó su voz contra la esclavitud, una y otra vez [37].

Harto conocido y estudiado es el caso de Emilia Pardo Bazán, que por su ascendencia de rancio abolengo y sus influencias sociales encontró menos trabas y rechazos que sus coetáneas para cursar estudios superiores y encaminar su carrera literaria. Pese a lo dicho, la introductora del Naturalismo en España, tuvo que sufrir la incomprensión de su esposo por la polémica suscitada con La cuestión palpitante, y por su defensa del derecho de las mujeres a una educación para tener independencia económica y como salvaguarda de los desmanes de los hombres hacia ellas [38]. Todas estas ideas subyacen de modo incoado o plenamente desarrollado en buena parte de sus escritos.

Ahora bien, fue con su trayectoria vital con la que mejor ejemplificó sus teorías e idearios, al convertirse en la primera mujer catedrática de Literatura en la Universidad Central de Madrid, merced a sus amplios conocimientos, capacidad de análisis y verbo fecundo. Una muestra probatoria es  Lecciones de literatura, del año 1906.

Su erudita pluma, amén de ello, le permite ser la primera corresponsal de prensa en el extranjero. Ocupó, además, cargos como los de Consejera de Instrucción Pública, presidió la sección de Literatura del Ateneo de Madrid, y fue propuesta hasta en tres ocasiones para ocupar un sillón en la Real Academia Española.

Todos estos aspectos son el trasunto de sus meditadas disertaciones en escritos como, por ejemplo,  La mujer española y otros escritos (1916).

Las escritoras citadas, a las que, de vez en vez, nombro a mis alumnos, de tan vigorosa personalidad todas ellas, que acometieron con brío tan difíciles empresas reservadas a los hombres, no necesitan de mis encomios, pues su valor está más que reconocido, pero, sí pienso que es menester recordarlas, una y otra vez, a las nuevas generaciones. Tenemos una deuda contraída con ellas. Rememorar sus hitos, sus luchas, sus desengaños es de obligado cumplimiento por nuestra parte.

Recientemente acompañé a mis alumnos a unas jornadas en la universidad,  y conforme caminaba con ellos por las calles de la Ciudad Universitaria, por esos caminos que transitara años ha, iba pensando cómo cuando era estudiante yo iba soñando por aquellos senderos de antaño con ser profesora y escribir y ser útil a la sociedad, y muchos años después resulta que transito por esas galerías y caminos del ayer acompañada de mis alumnos. Y doy gracias a mis padres por haberme ayudado a lograr tal sueño; a mis profesoras, que me despertaron el amor a la lengua y la literatura; a mi directora de tesis y mi maestra intelectual, Ángela Ena Bordonada, por haberme conducido hasta aquí. Y, claro es, a Concepción Arenal, a Pardo Bazán, a Gertrudis Gómez de Avellaneda y tantas otras, sin las que jamás las españolas hubiésemos llegado a las aulas universitarias.

Estando sumida en tales pensamientos, inopinadamente, uno de mis alumnos de 3º de ESO me saca de mi ensimismamiento, y me recuerda la clase del día anterior: “- Profe, este camino semeja el río de Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar…”- me apunta éste.

Y, sí, precisamente, pensaba en esos tópicos latinos y temas universales de la literatura, en los universales del sentimiento de los que hablaba Antonio Machado: tempus fugit, vita flumen…

Mis alumnos van repasando conmigo literatura medieval, exactamente, por aquel espacio vital de mi pasado, y es entonces, cuando le encuentro sentido a mi existencia, entiendo que sirvo para algo de verdad en esta vida. Y todo cobra sentido, de improviso.

A mi mente viene el poema de Machado, Recuerdo infantil, y aquellos versos que dicen:

 

“Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales (…)

 

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano

 mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

 

Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

Mil veces ciento, cien mil;

mil veces mil, un millón…”

 

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Gloria Jimeno Castro

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Notas

  1. Ballesteros, M.: Vida de La Avelllaneda.  Madrid. Ediciones Cultura Hispánica. 1949.
  2. Ibidem
  3. Ibidem
  4. Ibidem
  5. Ibidem
  6. Ibidem
  7. Ibidem
  8. Ibidem
  9. Gómez de Avellaneda, G.: Poesías y epistolario de amor y amistad. Madrid, Castalia. 1989. Pág. 97.
  10. Bravo-Villasante, C.: Una vida romántica. La Avellaneda. Buenos Aires. EDHASA. 1967.
  11. Ibidem
  12. A este respecto debe consultarse el documentado y riguroso estudio que realiza Elena Catena, como introducción a la edición citada en líneas precedentes de Gómez de Avellaneda, G.: Poesías y epistolario de amor y amistad. Madrid, Castalia. 1989.
  13. Ibidem
  14. Ibidem
  15. Ibidem
  16. Ibidem
  17. Ibidem
  18. Ibidem
  19. Ibidem
  20. Ibidem
  21. Ibidem
  22. A propósito de ese realismo que permea las obras de esta autora, resulta del todo pertinente consultar los estudios de:

          -Cantos, M.: “Los relatos de Fernán Caballero entre          costumbrismo y realismo”, en Siglo XIX, 2, 1996, págs. 187-200.

          -Cáseda, J.: “Costumbrismo y estética literaria de Fernán Caballero”, en  Cuadernos de Investigación Literaria, 12-13, 1981, págs. 69-82.

      21. Corbera, C.: Dulce ocaso. Biografía de Fernán caballero. Madrid. Lincor. 1962.

      22. Ibidem

      23. Ibidem

      24. Ibidem

      25. Muy ilustrativo a este respecto resultan los estudios de Vega de la Muela, C.: “Fernán Caballero, pionera en la recolección del romancero de tradición oral moderna”, en  Revista de Humanidades, número 19, artículo 2, 2012.

      26. Atiéndase a las informaciones aportadas sobre la biografía de esta autora en Condesa de Campo Alange: Concepción Arenal en el origen de unos cambios sociales. Madrid. Fundación Universitaria. 1975.

      27. Ibidem

      28. Ibidem

      29. Ibidem

      30. Para conocer esta vertiente del pensamiento de la autora conviene revisar Santalla, M.: Concepción Arenal y el feminismo católico español. La Coruña. Ediciones Castro. 1995.

      31. Ibidem

      32. Ibidem

      33. Ibidem

      34. Acerca de la biografía de esta autora debemos analizar el estudio de Pérez González, J.: Carolina Coronado. Etopeya de una mujer. Badajoz. Biografías Extremeñas. 1986. 

     35. Ibidem

     36. Sobre la contribución de Carolina Coronado a la producción novelística, atiéndase a los juicios presentados por Mayoral, M. : “Autobiografía y sociedad en La Sigea”, en Díaz Larios et al.: Lectora, Heroína, Autora (La mujer en la literatura española del siglo XIX). III Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, Barcelona, Universidad de Barcelona, PPU, 2005, Págs. 213-220. De la misma autora, y para ahondar en este asunto sobre la aportación de autoras del XIX a esta causa de las mujeres, es del todo útil: Escritoras románticas españolas. Madrid. Fundación Banco Exterior. 1990.

      37. Pérez González, J.: Op. cit.

      38. Consúltese Bravo Villasante, C: Vida y obra de Emilia Pardo Bazán. Madrid. Editorial Magisterio. 1973.