El agujero negro
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Recuerdo exactamente el día en el que mi vida dio ese giro inesperado. Hasta entonces, y durante los últimos veinte años, había transcurrido con aparente normalidad. Vivía una época de sosiego, aunque no siempre había sido así.
Todo comenzó cuando falleció mi mejor amiga. Cuando ella murió, la dama negra se apoderó de mis pensamientos de forma que no podía pensar ni un sólo instante en otra cosa. Creo que esa fue la razón de que decidiera estudiar Filosofía y Teología.
Necesitaba buscar una respuesta a la rotura de la vida. Al comienzo de mis estudios, tenía irremediablemente decidido que, cuando los terminara, entraría en una congregación de clausura, pero conforme se agotaba el tiempo y mi libertad tocaba a su fin, inesperadamente, me transformé en un ave nocturna, de tal manera que pasé a ser una de las últimas sombras de los tugurios nocturnos de la ciudad en que vivía.
Al finalizar mis estudios , y comprendiendo que no podía continuar así indefinidamente, decidí ( siempre me he caracterizado por una gran determinación) apaciguar mi vida.
Así que me casé y me dediqué por completo a mi familia. Mis pensamientos oscuros se transformaron en revistas de decoración, reuniones sociales, acompañamiento a los necesitados, y sobre todo, en el cuidado de mi familia, de forma que nada conseguía enturbiar mi feliz supervivencia.
Fue entonces cuando ocurrió el primer suceso extraño, que me incapacitó como persona normal y que transformó mi vida en un reino de sombras y luces, desconocido hasta entonces, y que abría una puerta hacia una ¿realidad?, diferente a la que había conocido .
Sucedió aproximadamente hace un mes. Estaba en casa de mis padres haciendo, como era habitual entre semana, una visita de cariño. Como ya eran ancianos, vivían con una mujer madura, María, que se encargaba de su cuidado. Era una mujer muy discreta, de piel nacarada, ojos color caramelo y mirada profunda. No hablaba mucho, pero irradiaba paz y tranquilidad, por lo que siempre me encontraba a gusto a su lado.
Normalmente era tan discreta que nunca sabía en qué lugar de la casa la encontraría. Por eso, y como soy una persona fácilmente impresionable, me acostumbré a realizar inspiraciones profundas, para de este modo, evitar un sobresalto demasiado paralizante cada vez que aparecía a mi lado. Cuando esto ocurría, la secuencia era habitualmente la siguiente: Yo estaba revisando algún papel o merendando tranquilamente con mis padres, cuando de forma imperceptible, María ya estaba a mi lado. Siempre era igual.
Sin embargo, los dos últimos encuentros fueron diferentes: El primero de ellos sucedió hace cuatro semanas, cuando me dirigía a la cocina a beber un vaso de agua. Súbitamente María apareció de entre la penumbra con una bandeja entre las manos, impecablemente dispuesta , con el café con pastas de media tarde. Sorprendida, le pregunté cómo había sido capaz de preparar aquello tan bien, sin ninguna luz que le alumbrara. Entonces ella, con cara de extrañeza, me contestó que no se había dado cuenta de que estaba a oscuras ya que normalmente donde mejor se movía era en la oscuridad.
El segundo suceso tuvo lugar dos semanas después, cuando me encontraba en la habitación de mis padres. Estaba allí, revisando unos pagos , y justo en ese momento, la mitad de la silueta de María apareció reflejada en la pared. Su voz, tranquila como siempre, sonaba como, si viniera de muy lejos, pero no le di mayor importancia. Simplemente pensé que era el resultado del reflejo de la luz del atardecer lo que me impedía ver su silueta y también del catarro, que taponando mis oídos, me impedía percibir su voz con claridad. Le pregunté qué tal iba todo y , como siempre, me tranquilizó con un lacónico ¨todo en orden¨.
La tercera vez ya no conseguí ver a María. Hace exactamente una semana mis padres me telefonearon a las nueve de la noche, muy agitados. No encontraban a Maritxu, como ellos la llamaban, por ningún lado. Apresuradamente, me dirigí a su domicilio. Encontré la casa cerrada como siempre. Según me contaron, ese día nadie había salido ni entrado. No habían notado ningún movimiento ni ruido extraño y las ventanas tenían bajadas las persianas como era habitual.
Aturdida, registré cada una de las habitaciones y rincones de la casa sin encontrar el menor rastro de María. Nadie supo más de ella. Lo único que me extrañó fue encontrar un agujero negro en la habitación donde ella dormía.
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Teresa Sagastiberri