Confluencias – Una epístola a Javier García Rodríguez [Cartas desde lo vivo lejano] – Rosa García Lafuente
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Cartas desde lo vivo lejano
Confluencias – Una epístola a Javier García Rodríguez
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Alcobendas, 23 de enero de 2019 (¡Ya 2019!)
Querido Javier:
(Nota importante: No desesperes en la lectura, el objetivo de esta carta lo encontrarás solo si tienes paciencia. Leerme, como escucharme, requiere de esa virtud. No creo baladí, sin embargo, el camino hasta llegar al asunto, ya sabes, amistad obliga.)
El regalo que me ha hecho esta convalecencia ha sido el tiempo. Al principio me costó aceptar y disfrutar de este “reposo” que bien parece palabra de otras épocas o de nobles decadentes que buscaban balnearios y retiros que se lo procuraran. Pues bien, mi lugar de retiro no estaba lejos, la paradoja se impone y mi viaje ha sido hacia mí misma y mi pequeño entorno físico: mi casa ( [1] que, debo decirte, algo ha cambiado desde que vinisteis). ¿Por qué te hablo de esto? Lee y sabrás:
Fue al principio, cuando respirar costaba y el silencio se volvió el cómplice de mis pulmones, cuando decidí ordenar para ordenarme y calmar un extraño nerviosismo interior (ahora puedo llamarle “mono”de actividad, así lo percibo en la distancia que tengo sobre este retiro en mi Baden Baden particular). A partir del momento en el que mi refugio dejó de ser la cama y pasé al sofá, usado a modo de chaise longue para mantener una cierta dignidad (¡siempre!), mi horizonte se convirtió en algo inquietante: decenas de libros descansando horizontalmente sobre los marcialmente organizados siguiendo criterios alfabéticos. Sin escapatoria, “postrada” como me encontraba, pacté con mi cuerpo una tregua de varias horas en las que recuperé yo también la verticalidad que impuse a todos y cada uno de los desubicados, merecían ocupar su lugar. Pude prescindir de un antiguo tocadiscos, reemplazado por otro muy sesentero que me ha regalado mi hermano, y, de esa manera, ganar toda una estantería. Fue la clave.
Cada vez que introducía un libro en su hueco correspondiente se iban moviendo los que habían ocupado esos lugares, algunos bajando o subiendo a estanterías nuevas para ellos, nunca visitadas, con nuevos vecinos de los que también disfrutaban los recién incorporados. Me preguntaba qué sentirían, ¿realmente era un disfrute o tendrían que hacer esfuerzos de convivencia junto al recién llegado? Por ejemplo, ¿qué sentirán Chejov y Clarín al tener entre ambos al descarnado Mohamed Chukry? O ¿cómo explicará Ben Jelloun ahora a su hijo las ideas de su vecina Esther Bendahan, tan marroquí como él, pero judía? No sé si son xenófobos mis libros, no creo. Tampoco sé cómo llevan los saltos temporales: Séneca precedido por Sempé o Berceo junto a Joan Brossa, estos últimos en las estanterías de Poesía. Y claro, a medida que ordenaba fui dándome cuenta de que tengo la suerte de contar con amigos que escriben y que publican y que a ellos también les estaba afectando la reestructuración espacial, a alguno. De repente, Javier García Rodríguez entre Gabriel García Márquez y Elena Garro, nada menos. Pero es que lo busqué de nuevo en las estanterías del Verso y descubrí una confluencia que me gustó especialmente y es que a su izquierda tenía a Luis García Montero y a su derecha a otro amigo muy querido, Jorge García Torrego, esta es la que me alegró sobremanera. Dicho en términos numéricos: 10 centímetros del estante II de Poesía los ocupan autores a los que conozco y quiero y con los que comparto vida cotidiana y “encarnada”. Nunca mi biblioteca había sido tan mía y tan valiosa. (Añado los 4 centímetros que, de momento, ocupa la narrativa de García Rodríguez en la estantería I de Narrativa, y creCIENDO, seguro).
Decidí que quería compartir con vosotros estas confluencias a través de cartas como la presente para haceros partícipes de vuestra situación literaria chez Rosa. Si os sentís incómodos o halagados es a vosotros a quien os toca decirlo. Yo puedo alterar el orden alfabético por algo tan grande como la Amistad y prometo ser discreta sin comentar con nadie los cambios que se me pidan que pueden ser igualmente provocados por el deseo de pasar una temporada junto a algún autor o autora del gusto. Y… si alguien mirando los estantes dijera “Este libro no va aquí” atribuiré a mis caprichos y a razones personales el cambio. Absoluta discreción.
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Rosa García Lafuente
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Nota
- Ahora la casa tiene un orden distinto, no ha cambiado de tamaño, ha ganado en luz y calma. El sofá es otro, es como los asientos de los trenes de otras épocas, los de los compartimentos de seis viajeros. El dormitorio tiene el honor de albergar un escritorio con mucha historia, ligado al Senado de la Primera República, que llegó a mí en forma de regalo, un poco maltrecho, pero ya habitado por una orquídea con ganas de florecer, un caballito de madera, mi pequeña “caja de maravillas” y libros de Francés , un clavel blanco hoy y proyectos y un calendario que aún huele a nuevo. Creo que está feliz aquí, alucina un poco, pero ha ganado en tranquilidad, venía de ser mesa de salón de una familia bien en su casa de la sierra.
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