La Quinta Ley
***
CAPÍTULO 25
PABLO
Madrid, 23 de febrero de 2332, once días después.
Campos nos confirmó el extraño e inesperado encargo de Alberto Cifuentes. Sin una denuncia oficial, la investigación cobraba tientes poco ortodoxos, en el mejor de los casos.
Una semana después seguimos sin terminar de comprender la oscura razón que hay detrás de tal embajada. Pero órdenes son órdenes y nuestro coronel se ha mostrado lo suficientemente evasivo e impreciso como para no pedir explicaciones que pudiesen resultarle embarazosas.
Me consta que Cifuentes tiene suficientes hombres en nómina perfectamente especializados en el rastreo y búsqueda de personas desaparecidas. Y me consta también, que a pesar de sus formas estudiadas y educadas, no soy precisamente lo que se podría llamar su hombre de confianza.
Sin embargo, a pesar de nuestra reticencia inicial a cargar con una investigación que nos había sido impuesta de forma dictatorial y arbitraria, Marcos Valbuena ha resultado ser un personaje bastante motivador y estimulante.
Doctorado en matemáticas y casualmente profesor de Antonia en algunos seminarios universitarios, llamó toda nuestra atención en el momento en que su nombre quedó vinculado a nuestro escurridizo Ramón Castro como colaborador esporádico en diversas ponencias y en un par de trabajos de investigación.
Sabemos que lleva desaparecido de su vivienda hace casi un par de semanas y que salió precipitadamente de la misma dejando su apartamento perfectamente ordenado y recogido, como si pensase pasar fuera una larga temporada. Hecho que queda corroborado por la solicitud de una licencia de virtualidad que le libera de tener que hacer acto de presencia en cualquiera de sus actividades profesionales. De momento, por tanto, se encuentra en paradero desconocido y su avatar personal afirma no haber sido informado del lugar elegido como su nueva residencia.
Quizás la entrevista con Castro nos pueda aportar alguna pista esclarecedora. O quizás sólo sea un un callejón más sin salida.
La sala está a rebosar. Snobismo o afán de protagonismo. Castro es cualquier cosa menos un hombre discreto. Dicen las malas lenguas que le gusta bañarse en olor de multitudes. Y que potencia sin mesura el obsoleto y anticuado contacto directo con la masa. Formas de comunicación atávicas que le conectan con sus oyentes creando una corriente de empatía y de extraña comunión.
Admirado y aclamado por sus más fervientes seguidores, entre los que se encuentran un gran número de alumnos de las facultades de filosofía, matemáticas, robótica y neurociencias, disfruta sin mucho pudor de la fascinación que genera en su entorno más cercano.
Criticado por sus más enconados detractores, acusado de practicar un oportunista populismo científico al flirtear entre la más rompedora tecnología de vanguardia y las formas más arcaicas de interacción con sus acólitos.
Ambiguo, manipulador, amante de la controversia, del equívoco y de la contradicción. El tema de su conferencia le brinda la oportunidad de lucirse en un tema esquivo, turbio y confuso. La verdadera naturaleza de la verdad y de su necesario contrapuesto, el engaño.
Ocupamos dos asientos situados en un lateral al fondo de la sala. Para no llamar demasiado la atención y porque apenas quedan huecos libres. Antonia se ha percatado de que no sólo estamos rodeados de estudiantes y profesores universitarios. Castro también parece haber atraído a un público mucho más profano. Confío por tanto que su discurso sea claro e inteligible.
Se hace el silencio y aparece Ramón Castro. Su rostro sonriente se proyecta en una colección de pequeñas pantallas flotantes que se distribuyen por toda la sala inundando todo el espacio, sumergiéndonos en su presencia.
—El crimen perfecto no existe. —Su voz resulta envolvente, seductora, perfectamente modulada— aunque la literatura se haya empeñado, a lo largo de los siglos, en hacernos creer todo lo contrario. O quizás sí existe, o quizás nunca podremos estar seguros de su existencia o de su no existencia.
Antonia me roza suavemente el brazo. La conferencia promete.
—Para algunos —continúa— el crimen perfecto es aquel que se resuelve con un falso culpable. Aquel en el que el asesino es capaz de hacer un truco de magia y darle la vuelta a la verdad poniendo la verdad a la vista de todos. Utilizando el poder que emana de mentir con la verdad. Para otros, el crimen perfecto es aquel en el que el juez no podrá determinar ni la culpabilidad ni la inocencia del acusado. En ambos casos, el resultado práctico es el mismo. El fallo de nuestro sistema y la libertad del culpable.
Un ligero murmullo se extiende por la sala pero Castro lo interrumpe con sólo alzar ligeramente su mano.
—Si nos inclinamos por el segundo punto de vista, podemos llegar a la conclusión de que las matemáticas y la criminología son más afines de lo que parece a simple vista. Proposiciones indecidibles. Los teoremas de incompletitud de Gödel aplicados a la justicia humana.
Tengo la falsa sensación de que con su último comentario ha fijado su mirada en Antonia. Sé que parece imposible pero ya no puedo estar seguro de nada.
—Pero si nos inclinamos por el primer punto de vista, también podemos establecer similitudes entre la ciencia del delito y las ciencias exactas. Piensen que en el primer supuesto el engaño estaría en la base de todo. La máscara, el re trueque, el cambio de escala, el giro, el cambio de sistema de referencia, el cambio de base. Formas alternativas pero equivalentes de observar el mundo. De interactuar con él.
Antonia juega con un bucle de su pelo. Lo hace cuando está nerviosa o absolutamente concentrada. O ambas cosas a la vez.
—Verdad versus falsedad. Inocencia versus culpabilidad. El ser humano cree lo que quiere creer. De forma consciente e inconsciente no dejamos de interpolar. De rellenar los huecos que nos faltan para completar lo que sólo es nuestra verdad particular. La que hará creer a nuestro cerebro que sobreviviremos más fácilmente. No olviden que hay una gran diferencia entre la verdad y la parte de verdad que se puede demostrar. No olviden que la verdad total siempre queda fuera de nuestro alcance.
Me pregunto hasta qué punto esta última frase resume perfectamente el estado presente y futuro de nuestra investigación. Y me pregunto también si en algún momento podremos llegar al fondo de nuestro complejo y retorcido caso.
—Desde un enfoque formalista de las matemáticas, el concepto de verdad parece superfluo. Lo único importante es la aplicación de las reglas de manipulación de símbolos y la correcta derivación de unas fórmulas a partir de otras. Podríamos decir que resulta vano y estéril preocuparse por lo que tradicionalmente se ha llamado verdad, entendido como la coincidencia entre intelecto y realidad. Decir verdadero sería una forma obsoleta de decir demostrado.
Las pantallas interactivas flotantes permanecen por un momento estáticas, como si la IA que regula la puesta en escena no quisiera perderse un detalle de lo que Castro va a seguir diciendo.
—Quizás muchos de ustedes estén pensando que ningún lenguaje puede contener su propio predicado de verdad y permanecer consistente. Y estarían en lo cierto. Para hablar acerca de la verdad en un lenguaje y no generar contradicciones es necesario hacerlo desde un lenguaje distinto, es necesario hacerlo desde el metalenguaje. Es la única forma de resolver las paradojas que se nos presentan.
Castro ha despertado en mí un viejo recuerdo de mi infancia. Jugar con mi padre a lo que llamábamos el juego del disparate. Que me planteara frases imposibles, frases repletas de incoherencias. Una de mis preferidas era sin duda «esta frase es falsa», la famosa paradoja del mentiroso, que según creo recordar solo es un conjunto de paradojas relacionadas.
—En realidad —continúa Castro— se trata de una cuestión de auto referencia. Pero sólo es posible salir del bucle de la auto referencia tomando como punto de partida un punto de vista apartado del objeto que se valora. La mano de Escher que se pinta a sí misma o explorar el razonamiento matemático utilizando el razonamiento matemático son ejemplos conocidos de la auto referencia, de la caída incoherente en un bucle extraño.
La imagen de las pantallas interactivas cambia súbitamente mostrándonos ilustraciones de la obra de Escher, el gran maestro de lo imposible.
—Por su naturaleza, las inteligencias artificiales son las más perfectas seguidoras de normas. Privadas de deseos, las diseñamos rígidas, inflexibles, disciplinadas. Sometidas a las cuatro leyes de las que no pueden librarse. Yo les propongo a ustedes que se planteen —sugiere al público con un gesto ampuloso y teatral— cuáles deberían ser las reglas y meta reglas, y meta meta reglas que le permitirían a un robot eludir el bucle extraño que se produce cuando tiene acceso a su propio código con la intención de alterarlo. En definitiva, cómo podríamos programar la autoconsciencia y si es ello posible.
Las múltiples pantallas flotantes retornan de nuevo a mostrarnos el rostro de Castro. Es un rostro juvenil que no aparenta en absoluto la edad que nuestros informes indican. Me fijo en unas suaves pecas que recubren su nariz y sus mejillas. Y en sus ojos astutos y pequeños que sonríen divertidos. Se lo está pasando en grande.
—Organismos que tomaban sus propias decisiones para adaptarse al medio fueron quizás los grandes motores que impulsaron la aparición de la autoconsciencia en la naturaleza. Sabemos que un rasgo de inteligencia es la capacidad del individuo para alejarse del objeto de estudio con la finalidad de analizarlo. Pero, ¿puede una mente robótica saltar fuera de su propio sistema de reglas sin la intervención humana?. O dicho de otro modo, la complejidad de su red neuronal artificial podría generar de forma natural el salto a la autopercepción. Si ustedes creen que realmente estamos cerca de la singularidad tecnológica, plantéense una última cuestión. ¿utilizarían al igual que nosotros el engaño y la mentira como estrategias habituales de interacción con el medio?
Se abre un turno de palabras. Las pantallas móviles registran las peticiones en riguroso orden y Castro las va respondiendo una a una con evidentes signos de disfrute intelectual. Está en su salsa. Es un magnífico comunicador y lo sabe. Y se deleita y regocija por ello.
Antonia me envía un sub vocálico. No se nos puede escapar sin entrevistarle.
Cuarenta minutos después la sala se va despejando. Nos mantenemos discretamente al margen, hasta que apenas queda un pequeño grupo de personas. Nos acercamos a él y nos identificamos como miembros del cuerpo. Si se sorprende de nuestra presencia, no lo manifiesta.
Nos sugiere acompañarlo a su despacho privado donde podremos conversar con mayor privacidad. Le seguimos sin explicarle la razón de nuestra visita. Antonia aprovecha para hacerle preguntas técnicas relacionadas con la charla. Yo prefiero abstenerme de intervenir porque apenas entiendo de lo que están hablando y porque no parece que quieran ser interrumpidos.
Es demasiado evidente que no es inmune a los encantos femeninos de Antonia. Además, hoy está especialmente espectacular y su belleza clásica española no le deja indiferente.
—Ustedes dirán —nos ofrece una sonrisa inocente que acentúa su aspecto infantil.
—Hemos recibido mensajes anónimos con las coordenadas de los emplazamientos donde se han perpetrado una serie de crímenes. Y rastrear la procedencia de esos mensajes nos ha llevado a su cuenta institucional.
Se lo suelto a bocajarro. Y le muestro imágenes de los robots carbonizados. Sólo de los casos que se han hecho públicos. Omito el último por razones obvias.
Niega con la cabeza. Con firmeza. Su expresión de sorpresa parece sincera. Pero después de la charla que nos ha dado sobre la naturaleza de la verdad y del engaño hoy creo que ya no puedo fiarme de nada ni de nadie.
—Eso es imposible —alega enérgico a la vez que parece meditar quién podría estar detrás de este extraño asunto—. Alguien ha tenido que violar los protocolos de acceso. Reconozco que presentan ciertos agujeros de seguridad. En el pasado he sido bastante permisivo con mis colaboradores.
—Nos gustaría que nos aportase una lista con sus nombres. Quien haya enviado esa información podría ser acusado de encubrimiento.
—Por supuesto —responde colaborador—. Se la enviaré hoy mismo.
—¿Qué puede decirnos de Marcos Valbuena? —contraataca Antonia.
Esto no se lo espera. Sus pupilas bailan nerviosas. Apenas un instante. Pero se recompone.
—Es un magnífico matemático. He tenido el placer de trabajar con él en varios proyectos. Y él también disfruta como yo con las conferencias en directo —bromea con una sonrisa postiza.
Nos relata un resumen biográfico de Valbuena como si fuese una campaña publicitaria. No nos niega su relación con él sino que incluso parece estar exagerándola. El poder que emana de mentir con la verdad. Castro nos está ofreciendo un buen ejemplo de ello.
—Parecen conocerse bien —ironiza Ángela—. Quizás pueda ayudarnos a dar con su actual paradero. Por si no lo sabe, lleva desaparecido desde hace casi dos semanas.
De nuevo sorpresa. Posiblemente su reacción sea sincera pero yo no me lo creo. Pero no seguimos presionándole por ahí. Es obvio que no sacaremos nada en limpio.
—Nos gustaría saber si ha oído hablar de esta tecnología. —Antonia no está dispuesta a soltar a su presa y le muestra una colección de imágenes junto a una cascada de detalles técnicos de los robots carbonizados—. Aparecieron en los emplazamientos indicados en sus mensajes.
La referencia expresa a «sus mensajes» parece dejarle indiferente pero su lenguaje corporal no refleja lo mismo. Empieza a sentirse incómodo a pesar del fuerte autocontrol del que hace gala. Al igual que a Cifuentes no parece gustarle que se vayan aireando imágenes de esta extraña y sofisticada tecnología. Decido que es mejor no seguir apretándole las clavijas y esperar a que la visita comience a hacer su efecto. Pediremos a la jueza una orden de seguimiento y esperaremos pacientemente a que Castro cometa su primer desliz o a que los hados o el destino comiencen a estar de nuestra parte.
***
Ana Rodríguez Monzón
Related Articles
![La biblioteca – Un poema de Sebastián Gámez Millán [Con motivo de la celebración del Día Internacional de las Bibliotecas – 24 de Octubre de 2021]](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/B-20-248x165_c.jpg)
La biblioteca – Un poema de Sebastián Gámez Millán [Con motivo de la celebración del Día Internacional de las Bibliotecas – 24 de Octubre de 2021]
![La luna en la ventana. Acerca de «Genji Monogatari» [y de la errancia y propagación del discurso] – II – Tomás García](https://cafemontaigne.com/wp-content/uploads/Suzuki-Harunobu-1767-Ukiyo-e-248x165_c.jpg)
La luna en la ventana. Acerca de «Genji Monogatari» [y de la errancia y propagación del discurso] – II – Tomás García
