La muela del juicio – Un relato de Antonio Villalba Moreno

La muela del juicio – Un relato de Antonio Villalba Moreno

La muela del juicio – Relato

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La muela del juicio

Acaba de pincharme mi dentista para extraerme una muela del juicio de la parte superior. A mis cincuenta y cinco años la perderé tras algo más de tres décadas de trayectoria en común. Mientras hace efecto la anestesia me quedo solo. En esos minutos mi mente vuela.

Me veo medio tumbado en la silla ergonómica. Pienso cosas absurdas. En las chanzas de mis compañeros de oficina o de escuela de espalda: “Pues ya ves, Antonio, con el poco juicio que tienes, ahora también te quitan esa muela”.

¿Tendrán razón? ¿Emprenderé un nuevo camino sin muela y sin juicio? ¿Perderé la poca sensatez que me queda? Estoy medio adormilado, afortunadamente no sufro tanto como algunos familiares y amigos míos que lo pasan fatal cada vez que tienen que visitar al odontólogo, aunque sea para una simple limpieza bucal y eso hace que me encuentre tranquilo.

En ese breve duermevela producido por la anestesia y la sensación de comodidad del butacón abatible me da tiempo a recordar una fotografía que unos días antes contemplé en la exposición del Archivo Municipal: “Creadores de Conciencia”. Estoy viendo la instantánea que Daniel Ochoa de Olza captó en la celebración del Orgullo Gay en Madrid de 2016, en ella, una anciana observa asombrada a una dragqueen que está sentada a su lado en un banco: unas piernas larguísimas, unos tacones enormes y sobre todo la mirada de la señora y de un perro carlino que pasaba por allí.

En esa fotografía estoy pensando cuando Óscar, mi dentista, reaparece por la puerta y se pone manos a la obra con la ayuda de Reme, su asistente dental. Al cabo de media hora y de algunos momentos no muy agradables una muela con una gran raíz y un agujero considerable está fuera de mi boca. Yo la examino mientras me enjuago y escupo sangre mezclada con un antiséptico con sabor a menta. Me resulta extraño cómo una pequeña parte de mí ya no está conmigo.

El odontólogo me explica que son terceros molares y su nombre es el de muelas cordales. La mía se ha comportado bastante bien durante casi toda su existencia porque no me ha molestado ni siquiera en los últimos momentos, cuando una caries se había apoderado de ella y de su molar vecino.

Ya en casa bicheo por internet sobre las muelas del juicio. Toman este nombre común debido a que suelen erupcionar entre los 17 y 21 años, edad en la que, se supone, tenemos más sensatez. Lo comento con mi mujer y, ella, mientras me prepara una comida blanda y yo me tomo una coca cola bien fría, me dice que, si es así, muchos no las tendrían.

Yo no recuerdo cuando me salió, ni tampoco el grado de cordura que tenía entonces, lo que está claro es que el Antonio de la juventud es diferente al de ahora, aunque el pasado siempre nos acompañe. Es una perogrullada, ya lo sé, pero es otro de los confusos pensamientos que se me ocurren en esta mañana de enero que despido a mi vieja amiga.

Se me ha pasado el efecto de la anestesia, he tomado un analgésico y me he tumbado con la cabeza en alto para descansar un poco. Entonces vuelven de nuevo todas estas elucubraciones. ¿Por qué he pensado en la fotografía de Daniel Ochoa? ¿Seguiré con la misma madurez que días atrás? ¿Será cierto que el “juicio” lo estaré perdiendo? Lo que está claro es que nunca hubiera pensado que una extracción dental diera para tanto.

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Antonio Villalba Moreno

Categories: Literatura

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