Leyendo Casa tomada, de Julio Cortázar
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Leyendo Casa tomada, de Julio Cortázar
Publicado por primera vez en 1946, en la revista Los Anales de Buenos Aires [N. 11], dirigida por Jorge Luis Borges, el cuento “Casa tomada” apareció con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Fue la primera pieza publicada por Julio Cortázar, posteriormente incluida en Las armas secretas y otros relatos (1964). Aunque con los años pasaron de la amistad al desdén por motivos políticos, ambos manifestaron admiración hacia el otro: Cortázar reconoció a Borges como “nuestro maestro en esa generación”, y aspectos formales como la economía verbal o la geometría de los textos resaltan en los dos; Borges incluyó los Cuentos de Cortázar en su Biblioteca Personal, editada por Hyspamérica.
En su prólogo resumía “Casa tomada” con estas palabras: “El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia”. Me consta que se ha escrito bastante acerca de este relato, pero a partir de cierta edad importa menos lo que otros han dicho que lo que uno pueda pensar y hasta qué punto pueda ser intersubjetivamente compartido. El narrador, del que no sabemos casi nada, ni siquiera su nombre, emplea la primera persona del singular en un pretérito imperfecto, de manera que todo lo que sabemos es debido a su testimonio. ¿Es fiable o se trata de alguien enajenado mentalmente? Como veremos, esta perspectiva por la que nos asomamos dota al relato de una atmósfera más intrigante y misteriosa.
Comienza confesando que “nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (…) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”. Un poco más adelante añade: “A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes de que llegáramos a comprometernos”. ¿Se trata de una casa hechizada o maldita? No lo sabemos con certeza y, con buen criterio, el autor no lo aclara en ningún momento.
Hay dos personajes, el narrador e Irene, hermanos que mantienen una extraña relación en una casa grande de la que apenas salen, salvo al final. Por momentos cabe preguntarse si mantienen una relación incestuosa (“Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando)”. Como Penélope, el personaje de Homero, Irene pasa la mayor parte del tiempo tejiendo. No tienen apenas ocupaciones, excepto limpiar, hacer de comer y poco más: “No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba”.
Tienen una actitud extrañamente apática. ¿Signo de lo que estaba aconteciendo socialmente? “Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina”. Por líneas como la anterior algunos lectores han interpretado el relato en clave política; a mí me parece que la referencia es evidente, pero entiendo que sería un abuso interpretar la parte por el todo. ¿No sería un caso de lo que Umberto Eco denominaba sobre-interpretación? Tengo para mí que es un cuento de terror, de terror cotidiano, acaso el más inquietante, puesto que es el más verosímil para nuestra imaginación, forjada por las convenciones de nuestra memoria.
Desde otro punto de vista podríamos hablar de la categoría de “lo fantástico”, que atraviesa la obra de Cortázar. En una entrevista audiovisual con Joaquín Soler Serrano confiesa el escritor argentino que “yo me movía con naturalidad en el territorio de lo fantástico sin distinguirlo demasiado del real”. A lo que el periodista añadía: “Para ti lo fantástico no difiere de lo real, en tu realidad se cruzan lo real y lo fantástico”[1], observación ante la que asentía Cortázar.
“Lo fantástico proviene siempre de lo cotidiano”, declaraba Cortázar. ¿De dónde emana lo fantástico sino de la memoria, anclada en lo cotidiano? Como Cervantes, como Borges, como Alejo Carpentier, como García Márquez y otros miembros del llamado boom latinoamericano, Cortázar dinamita las fronteras de lo real y lo fantástico, ensanchando eso que llamamos “realidad”, que tal vez sea una de las funciones de la literatura y de las artes. Puede que para algunos lo real sólo sea lo tangible, eso que Descartes denominaba “la res extensa”, pero ¿dónde quedan los pensamientos, los sentimientos, incluso las imaginaciones, la res cogitans? ¿Acaso no forma parte de lo real tal como lo vivimos a menudo?
Que a mí me conste, nadie ha señalado el parentesco que guarda este primer cuento de Cortázar, escrito años más tarde, pero también en la década de los 40, con la película Rebeca (1940), dirigida por Alfred Hitchcock. En ambos casos se trata de “la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia”[2], en palabras de Borges. El parentesco no es fortuito: ambos, Hitchcock y Cortázar eran unos apasionados de los relatos policiales y, en concreto, de la obra de los que algunos consideran el inventor del género[3], Edgar Allan Poe. De hecho, Cortázar fue uno de sus traductores al español.
En efecto, la verdadera protagonista es la casa, la atmósfera de intriga misteriosa que suscita la casa, no sabemos a ciencia cierta si porque realmente contiene una presencia extraña que poco a poco invade el espacio que habitan los hermanos o tal vez se debe a una proyección imaginaria del narrador, fruto de delirios, miedos o prejuicios. Considero que en esta capacidad para sugerir sin llegar a determinar lo que es de una vez por todas reside uno de los principales aciertos narrativos del autor, pues gracias a esta ambigüedad que sobrevuela el relato los diferentes lectores generan una riqueza interpretativa que no se puede clausurar.
Acerca del estilo literario de Cortázar, Borges observó que “no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”[4]. ¿No es esta una característica de la poesía, convertirse en un lenguaje intraducible, en una expresión que no puede decirse de otro modo sino recitándose?
Sabemos por su biblioteca que Cortázar era un apasionado y frecuente lector de poesía: Pedro Salinas, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Pablo Neruda, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik…Quizá, si no toda, parte de la prosa de Cortázar se pueda parafrasear, pero sentimos que algo esencial de nuestra visión del mundo se pierde al alterar el orden de las palabras. Y esto es lo propio y constitutivo de la literatura, una visión del mundo que ella, y sólo ella mediante un determinado orden de palabras, puede abrir.
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Sebastián Gámez Millán
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Notas
[1] Mis personajes favoritos de A fondo, Tomo I, Tele-radio, Altamira, p. 74.
[2] Borges, J. L., 2005, “Cuentos de Julio Cortázar”, en Biblioteca personal. Prólogos, reunido en Jorge Luis Borges, Obras completas II, Barcelona, RBA, 2005, p. 939.
[3] Borges, J. L., “El cuento policial”, en Borges oral, recogido en Jorge Luis Borges, Obras completas II, Barcelona, RBA, 2005, p. 677.
[4] Borges, J. L., 2005, “Cuentos de Julio Cortázar”, en Biblioteca personal. Prólogos, reunido en Jorge Luis Borges, Obras completas II, Barcelona, RBA, 2005, p. 939.