Emmanuel Carrère: dos novelas de no-ficción
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Presentamos aquí la reseña de dos textos muy peculiares del escritor, director de cine y guionista francés, Emmanuel Carrère (París, 1957). Se trata de El Adversario y Una novela rusa con las que inaugura una serie de escritos en las que el autor jugará con el reportaje y la autobiografía. Carrère estudió en el Instituto de Estudios Políticos de París, pero pronto comenzó a interesarse por el mundo del cine, escribiendo críticas para revistas como Télérama y pasando al ensayo con libros sobre autores como Werner Herzog.
En lo literario, Carrère logró un gran éxito con El adversario, novela de la que él mismo escribió el guión para su adaptación cinematográfica. Además, se ha encargado posteriormente de dirigir las versiones de sus novelas para el cine.
A lo largo de su carrera, ha logrado diversos galardones, como el Renaudot, el Femina, el Duménil o el otorgado por el diario Le Monde.
En El adversario, Carrère comienza a moverse en lo que él llama la “novela de no-ficción” y otros llaman autoficción. Empezó escribiendo novelas tradicionales hasta que un cuento erótico dirigido a su pareja publicado en el periódico francés Le Monde y que terminó en tragedia personal, le abrió al éxito profesional. Inclasificable como otros autores a los que confiesa admirar, (Perec, Sebald, Philip K. Dick, T. Bernhard o Bolaño) Carrère se mueve entre lo periodístico y lo literario, entre la ficción y la realidad. El autor cita a Montaigne, Sterne o Diderot como precedentes de este juego metaliterario.
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El adversario [1]
Al modo de A sangre fría, esta novela se basa en un sangriento y terrible crimen real. En este caso, el crimen que da origen a la narración, es el que cometió Jean-Claude Romand el 9 de enero de 1993. Según informa la editorial, “Romand mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó, sin éxito, darse muerte. La investigación reveló que no era médico, tal como pretendía y, cosa aún más difícil de creer, tampoco era otra cosa. Mentía desde los dieciocho años. A punto de verse descubierto, prefirió suprimir a aquellos cuya mirada no hubiera podido soportar. Fue condenado a cadena perpetua.”
Publicada en origen en 1999, lo que capta la atención literaria de Carrère, al tener noticia del drama, no sólo es lo terrible del asesinato múltiple e intento de suicidio del asesino; es el hecho de la mentira mantenida durante tantos años. Esa vida en el engaño, incluso diría que autoengañada, es lo que atrae poderosamente la mirada del escritor, hasta el punto de intentar ponerse en contacto con el asesino, ya en prisión. Intento fallido en un principio, que años después se materializa.
El escritor, si bien figura como tal y la narración le incluye en primera persona, pasa después a contar los hechos y también a imaginar qué pudo pasar por la mente del asesino. Y es de este modo que construirá lo que solo de un modo peculiar podemos llamar novela. Se coloca bajo la piel del asesino, o lo intenta, si ello fuera posible. Imagina su infancia, su juventud, imagina todos esos momentos en los que finge estar en un sitio cuando realmente no lo está; imagina otros fingimientos y recrea, basándose en sus conversaciones con él, lo que pudo haber sido su vida y lo que pudo llevarle a desear la muerte y si realmente fue consciente de ello.
Nadie encontró motivos para sospechar el engaño: aparentemente Romand era un prestigioso médico, investigador de la OMS en Ginebra…que, como se pudo comprobar a posteriori, no figuraba en el listado de médicos titulados, no figuraba en la oficina donde supuestamente realizaba su trabajo, etc. ¿De qué vivía, y holgadamente, su familia, mujer y dos hijos? Pues además del engaño en cuanto a su profesión y trabajo, Romand añadía la estafa: conseguía el dinero de parientes y amigos para supuestas inversiones “especiales” en Suiza: el dinero directamente iba a las cuentas corrientes de Romand. Y nadie las revisó, nadie le pidió un recibo, nadie se inquietó. Ni sus amigos más íntimos, sus padres, su esposa, su amante…¿Qué tendría ese hombre para generar tanta confianza en él? Todo esto lo novela Carrère, desarrollando una gran capacidad psicológica en ello. Además, el relato de los hechos va aumentando la tensión conforme vamos siguiendo los pasos del asesino, hasta llegar a un punto en el que el lector comprende que no se puede aguantar más: ha de ocurrir algo. Y ocurre.
Alterna recomposiciones del pasado con escenas del juicio, al que Carrère asiste, o conversaciones o cartas intercambiadas con el asesino en prisión. También plantea los problemas que le surgen como escritor ante la tarea impuesta y sus momentos de abandono, ante la dificultad de crear un punto de vista. En suma, una narración atractiva, con interés, relativamente breve, y que impacta al lector.
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Una novela rusa [2]
Escrita en primera persona, Una novela rusa es una mezcla del desarrollo de un trabajo periodístico, un reportaje filmado sobre “un húngaro desventurado” y del relato en primera persona, también, de cómo surge y cómo se hunde una relación amorosa real. Su escritura incide en la realidad, afectando a las personas que utiliza como personajes de sus escritos. Esta relación de la escritura con la realidad es otro tema continuo de reflexión en el texto.
Así, el relato del viaje a un provinciano y perdido pueblo ruso (Kotelnich) donde, capturado al final de la Segunda Guerra Mundial, un prisionero húngaro pasó más de cincuenta años internado en un psiquiátrico, se entrelaza con recuerdos, conversaciones, sueños o ensoñaciones respecto a su nueva pareja, Sophie, siempre oscilando entre el trabajo y su vida personal. Pero aún hay más: otra historia que se mezcla con las anteriores y que es la razón por la que acepta el reportaje en Rusia, proviene de la herencia familiar: Carrère desciende por vía materna de una familia de exiliados rusos. Georges Zurabishvili, su abuelo materno, era un emigrado georgiano que llegó a Francia a principios de los años veinte, después de realizar estudios en Alemania. Perturbado por la idea obsesiva de que su abuelo murió acusado de colaboracionismo al acabar la última guerra, busca la manera de conseguir información sobre su vida, por medio de su tío Nicolás. También se propone aprender a hablar ruso, lengua que llegó a hablar de niño pero luego olvidó. Su interés por el reportaje en Rusia le parece estar conectado a su historia familiar:
“Comprendí que la historia del húngaro me había trastornado porque daba cuerpo a un sueño. Él también desapareció en el otoño de 1944, él también se pasó al bando de los alemanes. Pero él volvió, cincuenta y seis años más tarde. Volvió de un lugar que se llama Kotelnich, adonde yo fui y adonde adivino que tendré que volver. Porque Kotelnich, para mí, es donde uno reside cuando ha desaparecido.”
Pero de estas dos historias, la del húngaro y la de su abuelo, vuelve constantemente a la relación con Sophie, la mujer de la que está enamorado y la que le produce una continua inquietud. Los continuos viajes debidos a su trabajo perturban la relación.
La narración que cuenta la vida de su abuelo, reconstruida por medio de las cartas que tiene el tío Nicolás en una caja de zapatos, ya es novelesca de por sí, a pesar de ser completamente real. Su madre se niega a remover esas aguas, e incluso le ruega en diversos momentos del texto, que deje a su abuelo en paz. Pero él insiste.
Tras un primer viaje donde toma contacto con las gentes del pueblo ruso, el narrador y protagonista (es decir, él mismo) decide volver a Kotelnich con los deberes hechos, aprendido el ruso y reorganizado su equipo de trabajo. A su amada la manda a un refugio de senderistas para que se entretenga mientras él pasa el mes de agosto en Rusia aprendiendo a hablar y escribir ruso, a hacer el amor en ruso y de paso, visitas turísticas. A la vuelta surgen problemas con su pareja.
De nuevo partirá hacia Rusia con el equipo completo: Retorno a Kotelnich. Sascha, intérprete; Philippe, cámara; Liudmila, sonido. Pero antes de irse le proponen que escriba un cuento veraniego para Le Monde, y se acuerda que Sophie le pidió un relato erótico para ella…piensa que el cuento podría ser ese relato, y se lanza a ello; no imagina el berenjenal en el que se ha metido. Lo envía tres días antes de partir para Rusia, con instrucciones muy precisas acerca del día en que deben publicarlo. Quiere sorprender a Sophie. El capítulo 3 reproduce el cuento.
Al siguiente capítulo desembarcamos en Moscú. El capítulo 5 narra su vuelta, y se produce un choque emocional, desarrollado a distancia, vía telefónica, con Sophie, mientras él pasa unos días con sus padres y con sus dos hijos. Finalmente se encuentran, se explican y el mazazo es tremendo. Una revelación hace tambalearse fuertemente la pareja. A partir de ese momento, todo es tensión, celos, amor y repulsión durante un previsto viaje a Córcega.
Vuelve al reportaje ruso; ha ocurrido un acontecimiento terrible, un asesinato de una de las personas entrevistadas en el reportaje. Vuelve, de nuevo a Rusia, conmocionado. El reportaje, antes deslavazado e inconexo, ya tiene un hecho central: un crimen. La última parte del libro, terminada ya su tormentosa relación con Sophie, y empezada una nueva aventura amorosa, el autor vuelve a dirigirse a su madre.
“Digo: es ésta, la historia, pero no estoy seguro. Ni de que sea la historia ni de que esto represente una. He querido contar dos años de mi vida, hablar de Kotelnich, mi abuelo, la lengua rusa y Sophie, con la esperanza de capturar algo que se me escapa y me mina. Pero se me sigue escapando y minando.”
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Fuensanta Niñirola
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Notas
- Emmanuel Carrère. El adversario. Traducción de Jaime Zulaika. Editorial Anagrama, Barcelona, 2006. ISBN: 978-84-339-6921-7.
- Emmanuel Carrère. Una novela rusa. Traducción de Jaime Zulaika. Editorial Anagrama, Barcelona, 2008. ISBN: 978-84-339-7488-4.
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