José Hierro: entre el testimonio y las alucinaciones [Con motivo del centenario del nacimiento de José Hierro del Real – 3 de Abril de 1922 – 3 de Abril de 2022] – Sebastián Gámez Millán

José Hierro: entre el testimonio y las alucinaciones [Con motivo del centenario del nacimiento de José Hierro del Real – 3 de Abril de 1922 – 3 de Abril de 2022] – Sebastián Gámez Millán

José Hierro: entre el testimonio y las alucinaciones [Con motivo del centenario del nacimiento de José Hierro del Real – 3 de Abril de 1922 – 3 de Abril de 2022]

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José Hierro: entre el testimonio y las alucinaciones [Con motivo del centenario del nacimiento de José Hierro del Real – 3 de Abril de 1922 – 3 de Abril de 2022]

“La poesía se escribe siempre que ella quiere, y no cuando uno quiere”, solía recordar el poeta, señalando el gobierno de lo inconsciente sobre la vida. Quizá su poesía oscila entre lo inconsciente, esas alucinaciones sonámbulas, y la conciencia, el testimonio vital e histórico. Como era propio de su época, José Hierro comenzó cultivando una poesía existencial y desgarrada hasta que poco a poco descubre su voz, que proviene de las alucinaciones y del reportaje.

Evoluciona, pues, en consonancia a la poesía hispanoamericana, del verso a la prosa, como observamos de Rubén Darío a Nicanor Parra o José Emilio Pacheco, de Juan Ramón Jiménez a Luis Cernuda o Jaime Gil de Biedma. Su amigo Francisco Umbral lo advirtió certeramente, quizá porque había seguido una trayectoria paralela: “Hierro ha conseguido poner el espiritualismo de Juan Ramón en prosa, pero en verso, quiero decir en un verso más cercano, usadero, vividero y doméstico que el del moguereño universal. De ahí, de esa experiencia, nace la poesía social de José Hierro, que no es beligerante, a la moda de entonces, sino testimonial, autobiográfica, muy sentida y nada resentida”.   

Hoy 3 de abril de 2022 se cumplen 100 del nacimiento de José Hierro [1] (1922-2002), que a pesar de que fue encarcelado con menos de 18 años, en 1939, hasta 1944, y que tuvo diversos empleos bastante precarios (vendiendo libros a domicilio, en una librería de viejo, la Editora Nacional, que luego mejoraron en el Ministerio de Información, en el archivo de Radio Nacional…) llegó a ser un poeta muy reconocido y querido, llenando aulas de universidades, institutos y colegios.

Y acabó recibiendo numerosos reconocimientos a lo largo de su existencia: Premio Nacional de Poesía (1953, 1999), Premio de la Crítica (1958, 1963, 1998), Premio Príncipe de Asturias (1981) y Premio Cervantes (1998), entre tantos. Alcanzó tal popularidad con sus últimos libros que algunos poetas y críticos, como José Ángel Valente, cuestionaron, o trataron de cuestionar, la calidad de su obra. Pero esta mantiene intacta valores rítmicos, plásticos, estéticos, cognitivos y comunicativos

El tema medular de su obra poética quizá sea el paso del tiempo y sus múltiples estragos. Tengo para mí que Agenda (1991), junto con Libro de las alucinaciones (1964), son sus poemarios más logrados. Precisamente “Teoría y alucinación de Dublín” es el poema con el que abre el anterior libro. Como es habitual en José Hierro, el poema con el que abre un poemario es un metapoema, es decir, un poema donde reflexiona sobre el arte de la poesía. Veremos que este arte también es inseparable de la vida: por un lado, porque surge de ella, naturalmente; por otro, porque a ella vuelve, como si pudiera completarla.

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I. Teoría


Un instante vacío
de acción puede poblarse solamente
de nostalgia o de vino.
Hay quien lo llena de palabras vivas,
de poesía (acción
de espectros, vino con remordimiento).

Cuando la vida se detiene,
se escribe lo pasado o lo imposible
para que los demás vivan aquello
que ya vivió (o que no vivió) el poeta.
Él no puede dar vino,
nostalgia a los demás: sólo palabras.
Si les pudiese dar acción…

La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje los objetos
que duermen en la playa.
La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar:
da apariencia de vida
a lo inmóvil, a lo paralizado.
Y el leño que arde,
las conchas que las olas traen o llevan,
el papel que arrebata el viento,
destellan una vida momentánea
entre dos inmovilidades.

Pero los que están vivos,
los henchidos de acción,
los palpitantes de nostalgia o vino,
esos… felices, bienaventurados,
porque no necesitan las palabras,
como el caballo corre, aunque no sople el viento,
y vuela la gaviota, aunque esté seco el mar,
y el hombre llora, y canta,
proyecta y edifica, aun sin el fuego.



II. Alucinación

Me acuerdo de los árboles de Dublín.

(Imaginar y recordar
se superponen y confunden;
pueblan, entrelazados, un instante
vacío con idéntica emoción.
Imaginar y recordar…)

Me acuerdo de los árboles de Dublín…
Alguien los vive y los recuerdo yo.
De los árboles caen hojas doradas
sobre el asfalto de Madrid.
Crujen bajo mis pies, sobre mis hombros,
acarician mis manos,
quisieran exprimirme el corazón.
No sé si lo consiguen…

Imaginar y recordar…
Hay un momento que no es mío,
no sé si en el pasado, en el futuro,
si en lo imposible… Y lo acaricio, lo hago
presente, ardiente, con la poesía.

No sé si lo recuerdo o lo imagino.
(Imaginar y recordar me llenan
el instante vacío.)
Me asomo a la ventana.
Fuera no es Dublín lo que veo,
sino Madrid. Y, dentro, un hombre
sin nostalgia, sin vino, sin acción,
golpeando la puerta.

Es un espectro
que persigue a otro espectro del pasado:
el espectro del viento, de la mar,
del fuego –ya sabéis de qué hablo–, espectro
que pueda hacer que cante, hacer que vibre
su corazón, para sentirse vivo”. 

Compuesto en dos partes claramente separadas, la primera, cuyo título es “Teoría”, es su visión acerca de por qué se escribe: para poblar el vacío que queda después de la acción, “cuando la vida se detiene, / se escribe lo pasado o lo imposible / para que los demás vivan aquello / que ya vivió (o que no vivió) el poeta”. En otras palabras, la poesía –y el arte– serían como una sustitución de la vida cuando no hay sensación de vida o, si se prefiere, como una prolongación de la vida ante el sentimiento de pérdida de la misma. Y, en este sentido, la concepción de Hierro está próxima a la proyección y sublimación de Freud y, antes, a la catarsis de Aristóteles.

La defensa de la escritura –y de la lectura– de Mario Vargas Llosa también está bastante próxima, sólo que esta ha sido formulada posteriormente. Es obvio que el motivo, o mejor, los motivos por los cuales se escribe, no obedecen a una única causa, ni siquiera para un mismo autor a lo largo del tiempo. Tal vez los versos más reveladores sobre este asunto sean los cuatro últimos. Es como si el poema no pudiera surgir en el momento de la acción, y surgiera después, en un acto de reflexión y conciencia de lo vivido: entonces, dice curiosamente, “se escribe lo pasado o lo imposible”.

El verso está deliberadamente preñado de ambigüedad: por un lado, de una manera o de otra, bajo un estilo más realista o fantástico –entre el reportaje y la alucinación debemos decir en el caso de José Hierro–, se escribe sobre el pasado, incluso aunque nos proyectemos imaginariamente sobre el futuro. Mas, por otro lado, no sabemos con certeza, y tampoco el poeta se cuida de esclarecerlo, si al mismo tiempo se escribe “sobre lo imposible”.

Esto es, al volver sobre el pasado, el poeta procura por medio de la palabra transformar aquellas vivencias en experiencia, pero no sabemos si al mismo tiempo las transfigura, pues acaso no soporta que sucediera de aquel modo y necesita representarlo de otra forma. De ahí que se escriba “sobre el pasado o lo imposible”, o sea, sobre lo que no sucedió pero pudo haber sucedido.

Por lo demás, en esta primera parte del poema existe una visión del ser humano que, si no es tributaria de la novelística de Pío Baroja [2], tiene un aire de familia: es como si los seres humanos se dividieran en hombres de acción y de reflexión. Los primeros parecen no necesitar la poesía: “Pero los que están vivos, / los henchidos de acción, / los palpitantes de nostalgia o vino, / esos… felices, bienaventurados, porque no necesitan las palabras”, entendiendo las palabras en forma leída o escrita. Los segundos, en cambio, sí las necesitan: “da apariencia de vida / a lo inmóvil, a lo paralizado”. Es como si con la escritura se prolongara en el tiempo los efectos sensitivos de la vida pasada, como si sustituyera a la vida cuando no hay sensación de vida.

La segunda parte del poema se titula “Alucinación”. Ya hemos dicho, y conviene dejarlo bien claro, que la poesía de José Hierro oscila entre dos tendencias: el reportaje y la alucinación. Él mismo, en el prólogo a la primera edición de su poesía completa, subrayó este singular rasgo de su estilo poético: “El lector advertirá que mi poesía sigue dos caminos. A un lado, lo que podemos calificar de ‘reportajes’. Al otro, las alucinaciones”[3].

Quizá el ejemplo más representativo de su tendencia al “reportaje” sea uno de sus poemas más célebres, “Réquiem”[4]. Entre los poemas que representan la tendencia a la “alucinación”, debido a la cantidad y calidad de ellos, es difícil quedarse con uno solo: “Acelerando”, “El pasaporte”, “Mis hijos me traen flores de plástico”. No es casual, pues, que uno de sus poemarios, para nuestro gusto [5] el más conseguido junto con Cuanto sé de mí (1957-1959) y Agenda (1991), se titule El libro de las alucinaciones (1964). Si bien lo más común es encontrar ambos procedimientos estilísticos –reportaje y alucinación– conjuntamente en un mismo poema, como ocurre, en cierta medida, en el que estamos analizando.

Esta tendencia de su estilo poético a oscilar entre el “reportaje” y la “alucinación” le permite explorar con gran eficacia vivencias y experiencias muy variadas desde una serie de polos: realidad-imaginación, racionalidad-irracionalidad, apolíneo-dionisíaco, material-espiritual, exterior-interior… Y lo que no es menos importante aquí: este singular rasgo de su estilo poético le permite transitar desde un polo a otro, deshaciendo las rígidas fronteras, puesto que seguramente estos dualismos, aparentemente dicotómicos, no están tan separados como tradicionalmente se les ha representado.

Más bien en el ser humano no hay percepción de la realidad sin imaginación ni uso de la racionalidad sin irracionalidad, razón sin emociones y sentimientos, alma sin cuerpo, interior sin exterior. Esto es, en lugar de disyunciones entre todos estos pares conceptuales, lo que tiene lugar habitualmente en los seres humanos es un tránsito entre lo uno y lo otro. Precisamente este rasgo de su estilo poético que oscila entre el “reportaje” y la “alucinación” es lo que, a nuestro entender, le permite deshacerse de estas disyunciones.

De esta manera, si la primera parte del poema es “Teoría”, esta segunda es práctica –salvo que no hay práctica sin teoría ni teoría sin práctica–. ¿A qué nos referimos aquí con “práctica”? Antes indicamos que en la primera parte del poema hay una visión del ser humano como un ser que puede ser de acción o bien de reflexión –es obvio que en todo individuo pueden darse y de hecho se dan ambas características, si bien será una vez más la frecuencia y la intensidad con la que se manifiesten la que hará que lo califiquemos como persona “de acción” o “de reflexión”–.

Pues bien, en esta segunda parte se aprecia cómo el poeta, disecadas ya sus vivencias de Dublín, necesita evocarlas durante el acto poético con el fin de animar esos recuerdos y sentirse vivo gracias a ellos. No es más que la historia de un hombre que se acuerda de los árboles de Dublín mientras se encuentra en Madrid. Pero decir esto es bastante simple; expresarlo de la forma en que lo logra el poeta es otra cuestión: “Es un espectro / que persigue a otro espectro del pasado: / (…) espectro / que puede hacer que cante, hacer que vibre / su corazón, para sentirse vivo”.

Como no es infrecuente en su poesía, es una indagación sobre el tiempo pasado y, por lo tanto, sobre sí mismo y su identidad a través de un desdoblamiento espacio-temporal de su personalidad. Este es uno de los temas medulares de la poesía de José Hierro, nos atreveríamos a decir el hilo temático que atraviesa toda su poesía –no hay más que recordar el sugerente título de ese poemario, Cuanto sé de mí, que bien puede valer para el título de toda su obra poética–, si bien se abre a otros temas, como es natural: el amor, la nostalgia, lo que pudo haber sido, lo perdido y recobrado por la poesía.

Asimismo, como tampoco es infrecuente a lo largo de su poesía, se percibe una yuxtaposición espacio-temporal [6]: los árboles de un pasado vivido en Dublín son recordados ahora –el presente de la representación– desde otros árboles de Madrid, pero por encima de ello es el reencuentro a través de la memoria del que ahora es aquí, en Madrid, con el que fue allí, en Dublín. Jorge Luis Borges escribió algunos años más tarde un conocido relato en el que se encontraban dos imágenes de sí mismo y entablaban una conversación en la que se ponía de manifiesto, entre tanto, ciertas diferencias de esos dos seres que sin embargo eran el mismo [7]: “Esta aparición espectral habrá procedido de los espejos del metal o del agua, o simplemente de la memoria, que hace de cada cual un espectador y un actor. Mi deber era conseguir que los interlocutores fueran lo bastante distintos para ser dos y lo bastante parecidos para ser uno” [8].

En cierto modo José Hierro también procura que en el poema el lector perciba y sienta ese espectro “que persigue a otro espectro” como seres diferentes, cuando en realidad lo son y no lo son. Lo que en principio parece una contradicción lógica no tiene por qué serlo. Es el mismo individuo en tanto que es el mismo nombre, lo que confiere unidad en el tiempo, pero no es exactamente el mismo en tanto que se trata de distintos momentos de su vida.

Curiosamente, los versos que más se repiten, hasta en cuatro ocasiones, son “imaginar y recordar”: “Imaginar y recordar / se superponen y confunden”. Decíamos antes que el estilo poético de Hierro, que oscila entre el reportaje y la alucinación, le permite abordar de una forma muy sugerente algunos pares conceptuales tradicionalmente enfrentados: realidad-imaginación, racionalidad-irracionalidad, apolíneo-dionisíaco, material-espiritual, exterior-interior, etc. Observamos aquí cómo nuestra visión de eso que no sin imprecisión llamamos realidad es, hasta cierto punto, inseparable de la memoria y de la imaginación.

Y, por si no fuera ya suficientemente problemática esta cuestión desde una perspectiva epistemológica, en no pocas ocasiones resulta sumamente arduo delimitar de modo preciso y claro qué es lo que recordamos y qué es lo que imaginamos. De ahí que nunca regresemos al pasado tal como aconteció; de ahí que nuestros retornos al pasado tampoco acostumbren a ser inocentes. Por ello obras dramáticas como La vida es sueño, de Calderón de la Barca –que tanto parentesco presenta, por cierto, con algunos pasajes de Meditaciones metafísicas, de Descartes– nos confronte con problemas vitales y filosóficos acaso irresolubles, como de qué frágil y veleidosa materia está hecho nuestro pasado; de qué escurridiza sustancia está compuesta nuestra identidad, preguntas que de una manera o de otra remiten a esas tres preguntas clásicas: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Como se apreciará, son problemas –y misterios, en tanto que no se pueden resolver– no solo filosóficos, sino al mismo tiempo literarios y artísticos [9].

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Sebastián Gámez Millán

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Notas

[1] Para un retrato de José Hierro, véase J. M. Caballero Bonald, Examen de ingenios, Barcelona, Seix Barral, 2017, pp. 222-225, si bien, como no es infrecuente, los autores que no participan de la misma poética que el crítico –en este caso concepción heterodoxa de experimentación y subversión del lenguaje– no terminan muy bien parados.

[2] Curiosamente, en este mismo poemario hay un poema dedicado a Pío Baroja, “Al capitán Baroja en otoño”, J. Hierro, El libro de las alucinaciones, recogido en J. Hierro, Antología poética (1936-1998), Madrid, Espasa, 1999, pp. 257-258.

[3] Citado por Aurora Albornoz, en “José Hierro: entre la realidad y la niebla”, reunido en Historia y crítica de la literatura española VIII. Edad contemporánea: 1939-1980, Francisco Rico y Domingo Ynduráin, Barcelona, Crítica, 1981, p. 233.

[4] En otro de sus poemarios más reconocidos, J. Hierro, Cuanto sé de mí (1957-1959), recogido en J. Hierro, Antología poética (1936-1998), Madrid, Espasa, 1999, pp. 217-219.

[5] El gusto, según los intereses, se acostumbra a (des)calificar como “subjetivo”; pero recordemos con Kant que el gusto ilustrado, tan importante y no solo para cuestiones de estética, aunque sea “subjetivo”, aspira a la “intersubjetividad” por medio del ejercicio de la argumentación crítica. En este caso, coincidimos con la estudiosa y conocedora de su obra, Aurora Albornoz, 1981, op. cit., p. 234. 

[6] Críticos como Carlos Bousoño o Aurora Albornoz han señalado la “yuxtaposición temporal”, véase A. Albornoz, 1981, op. cit., p. 235, como otra de las características de la poesía de José Hierro. Sin duda se efectúan “yuxtaposiciones temporales”, como advertimos en el análisis de este poema, pero más preciso sería decir “yuxtaposiciones espacio-temporales”, porque no solo se funden y confunden los tiempos, sino también los espacios: Madrid, que representa el presente, con Dublín, que representa el pasado.

[7] J. L. Borges, “El otro”, reunido en J. L. Borges, El libro de arena, Barcelona, Círculo de Lectores, 1999, pp. 9-20. ¿Cómo puede ser diferente y sin embargo el mismo? Es un problema filosófico al que no era ajeno Borges; de hecho, el título de una de sus obras es El otro, el mismo. Reconocemos que desde un punto de visto lógico –al menos desde la lógica tradicional–, puede incurrir en una contradicción. Pero esa contradicción podría resolverse si tenemos en cuenta que en la memoria se encuentra tanto las imágenes de nosotros en el espacio-tiempo que convergen como las que divergen, de ahí que sobre la memoria se asiente la identidad y muchas problemáticas derivadas de ella.

[8] J. L. Borges, 1999, op. cit., p. 167.

[9] Hemos citado La vida es sueño, de Calderón de la Barca, pero también podríamos citar algunos pasajes de Cervantes o algunos célebres fragmentos de Shakespeare que plantean la misma perplejidad ante semejantes problemas –y misterios, repetimos–, pasando por Unamuno, Pessoa o el mismo Borges. En la filosofía hemos citado Meditaciones metafísicas, de Descartes, pero podríamos encontrar en la alegoría de la caverna de Platón un digno precursor de estos problemas, problemas que llegan hasta nuestros días en reformulaciones de filósofos contemporáneos… Por lo que se refiere al arte y, en particular, a la pintura, bástenos mencionar a Gauguin o a Magritte, entre otros.

Categories: Crítica Literaria

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