Julia Uceda: el amor que nos sueña
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Julia Uceda: el amor que nos sueña
Julia Uceda (Sevilla, 1925) ha caminado sigilosa y discreta a lo largo de la vida, y en las últimas décadas parece estar recogiendo en forma de premios y reconocimientos los indiscutibles méritos de su trayectoria poética. Aunque en 2017 fue elegida autora del año en Andalucía por “la fuerza individual y la voz clara” como representante de la Generación del 50 en el exilio, ella ha escrito que no se siente vinculada a dicho grupo [1]. Independiente y libre, su poesía posee una voz personal, sobria y pura, que indaga sobre sus vivencias sin desatender la historia.
Doctora en Filosofía y Letras, ha ejercido de profesora en la Michigan Stade University (1966-1973), en el University College Dublín (1974-1976) y en institutos de distintas provincias de España. Fue la primera mujer en obtener el Premio Nacional de Poesía (2003) desde la restauración de la democracia española con una recopilación recogida en el volumen En el viento, hacia el mar (1959-2002). Con Zona desconocida alcanzó el Premio Nacional de la Crítica (2006). Es Hija Predilecta de Andalucía (2005) y Premio Andalucía de las Letras “Luis de Góngora Argote” (2006), Premio Internacional de Poesía García Lorca-Ciudad de Granada (2019), Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2021) y el XIV Premio de las Letras Andaluzas “Elio Antonio de Nebrija” (2022).
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Alguien que yo solía ser
He creado
una imagen de ti sobre ti mismo.
Cada ser, en su noche,
ilumina la piedra con sus ojos,
despierta con su voz lo cotidiano:
el tacto existe porque se acaricia.
Si no, yace dormido. Todos somos
los que somos; también los que nos sueñan.
El verdadero ser nos lo imaginan.
Los que no te soñaron nada saben
de ti. No te conocen. Sombra dura
para ellos eres. Pero yo he vivido
contigo largas horas y he hablado
sin voz –desde otros tiempos
y hacia otros tiempos– de lo que importaba.
En torno de ese sueño me he movido
y tu imagen creó de la indecisa
sombra que fui lo que soñé que era.
El sueño no es dormir: quien sueña vive
y muere quien tropieza
con bultos al no ver lo transparente
del árbol, del silencio.
Voy hablando de ti en este hacerme
activamente, con trabajo y gracia,
como quien no comprende lo profundo.
El arduo juego
de crearte es mi ocio y mi manera
de crearme a mí misma reflejando
en acción esas horas
que llaman solitarias los que duermen.
Y la imagen de ti que yo modelo
Es tu propia materia acariciada
–tu rebelde materia–, que responde
poniendo en marcha mi mejor imagen.
Oh, no. No duermo. Tengo el cuerpo en tierra.
Me vive un sueño: sé cuál es su nombre. [2]
*
Julia Uceda concibe la poesía como forma de conocimiento: “lo que no conocemos no podemos nombrarlo, pero si el poeta logra nombrar lo que hasta él fue desconocido, ha tomado parte en la creación. En la poesía. En otro decir”[3]. Al nombrar, con metáforas, adjetivos y, en suma, todos los recursos que nos brinda la lengua, lo que antes de la creación poética carecía de nombre, desvela fenómenos de la realidad que nos eran desconocidos.
Ignacio F. Garmendia ha señalado que “la indagación, la búsqueda a través de caminos no hollados es lo que mejor puede definirla”[4]. “La aventura del conocimiento” es el significativo título que escogió el crítico Miguel García-Posada para un ensayo sobre su poesía [5]. En este sentido la obra de Julia Uceda entronca con los poetas de la Generación del 50 que reivindicaron la poesía como forma de conocimiento antes que comunicación: José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, José Manuel Caballero Bonald…
Complejo, abstracto y, sin embargo, decisivo tema el que aborda este hermoso poema: la recreación de la identidad de los amantes desde el pensamiento de la soledad. Comienza indicando: “He creado / una imagen de ti sobre ti mismo”. Y al término de la primera estrofa, después de una evidente tautología –“Todos somos los que somos”–, añade una desconcertante observación en contra del sentido común: “también los que nos sueñan. / El verdadero ser nos lo imaginan”.
¿A qué puede referirse con ello? A que con suerte y esfuerzo podemos encarnar, siquiera de manera parcial, el sueño de otros, especialmente el de aquellos que nos aman, que suelen ser más generosos al soñarnos que aquellos que nos odian. El amor suscita en nosotros una imagen de sí superior a lo que acostumbramos ser, y nos impulsa a la búsqueda de ese ideal del yo que vemos en nosotros a través de quien nos ama.
Siguiendo esa extraña lógica de la creación y el conocimiento a través del sueño del amor, declara en la segunda estrofa: “Los que no te soñaron nada saben / de ti. No te conocen”. Mas en la tercera estrofa averiguamos que no sólo el amado se redefine por el sueño de ella, el yo poético, sino que asimismo ella se sueña a través del amor: “En torno de ese sueño me he movido / y tu imagen creó de la indecisa / sombra que fui lo que soñé que era”.
¿Llegamos a ser lo que somos gracias al amor? El epíteto, “indecisa”, sugiere que el amor nos dota de confianza y fortaleza. La quinta estrofa recuerda en mí por su estilo al último Vicente Aleixandre, al autor de Poemas de la consumación (1968) y Diálogos del conocimiento (1974): “El sueño no es dormir: quien sueña vive”. El tema del sueño, que es un asunto recurrente en la literatura universal, no sólo en el romanticismo y el surrealismo, es constante en la poesía de Julia Uceda, y aquí se entiende por su poder de anticipar lo que está porvenir, como aparece en los filósofos Ernst Bloch y de otro modo en María Zambrano, que calificó al sueño de “creador”[6].
De este modo el yo poético confiesa que durante los ocios se dedica al “arduo juego / de crearte”. Pero como no puede pensar al amado sin pensarse a sí misma, como si estuvieran inextricablemente ligados el uno al otro, así también se recrea a sí misma. En la penúltima estrofa aclara que “esa imagen de ti que modelo / es tu propia materia acariciada”. Materia en oposición al sueño, y referencia al sentido del tacto al que había apuntado al principio, en el sexto verso: “el tacto existe porque se acaricia”. El tacto es por donde a veces penetra y se derrama el amor.
Incluso pensadores que no creen en la identidad como una sustancia, fenómeno que ya criticaron Hume, Nietzsche y Freud, entre otros, y, antes, la tradición budista, como Salvador Pániker, han confesado acerca del amor y la identidad: “Ellas fueron mi cordón umbilical con la materia, mis símbolos sagrados, léase hierofanías. Ellas, algunas de ellas, me han dado una cierta imagen de mí mismo, yo que carezco de identidad”[7]. De una identidad entendida como sustancia carecemos todos; de la que sospecho que no podemos desprendernos es de una identidad líquida, por servirme de la metáfora de Zygmunt Bauman. Pues acaso no podemos actuar sin contar con una imagen de sí.
Curiosamente, esa imagen del amado que ella recrea “responde / poniendo en marcha mi mejor imagen”. ¿Recrearía al amado si al mismo tiempo no recreara la mejor imagen de ella? ¿A quién ama, al otro o a esa imagen de sí que él le devuelve? Quizá a ambos, pero sin esa dimensión narcisista a la que apuntamos al comienzo parece difícil concebir el amor. ¿No se caracteriza el amor por ser esa fuerza transformadora capaz de despertar nuestro mejor yo?
El título –“Alguien que yo solía ser”– no está exento de ironía: como si hubiera dejado de ser por completo el sueño que se soñó con el amado. Puede que estén en la distancia del desamor, pero el último verso es revelador: “Me vive un sueño: sé cuál es su nombre”. Sí, llegamos a ser lo que somos gracias al amor, que nos sueña mejores de lo que habitualmente somos, y hacia cuyo ser nos impulsa.
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Sebastián Gámez Millán
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Notas
[1] Uceda, Julia, “Reflexiones de quien nunca perteneció a la Generación del 50”, recogido en VVAA Remedios Sánchez García y Manuel Gahete Jurado (Coords.), La palabra silenciada. Voces de mujer en la poesía española contemporánea (1950-2015), Valencia, Tirant Humanidades, 2017, pp. 431-432.
[2] Uceda, Julia, “Alguien que yo solía ser”, Poemas de Cherry Lane, reunido en VVAA, María del Carmen García Tejera y José Antonio Hernández Guerrero (eds.), Poetas andaluces de los años cincuenta, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003, pp. 800-801.
[3] Uceda, Julia, “Reflexiones de quien nunca perteneció a la Generación del 50”, recogido en VVAA Remedios Sánchez García y Manuel Gahete Jurado (Coords.), La palabra silenciada. Voces de mujer en la poesía española contemporánea (1950-2015), Valencia, Tirant Humanidades, 2017, p. 432.
[4] Garmendia, Ignacio F., “Lo inefable”, en Julia Uceda, Viejas voces secretas. Antología poética (1959-2013), Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, 2017, p. 11.
[5] Léase al respecto el ensayo del crítico Miguel García-Posada, “La aventura del conocimiento”, en Julia Uceda, Zona desconocida, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2006, pp. 85-104.
[6] Zambrano, María, El sueño creador, Madrid, Club Internacional del Libro, 1998. Por su parte, Ernst Bloch ha sido el más destacado defensor del pensamiento utópico del siglo XX. Su obra más ambiciosa es El principio esperanza, tres volúmenes publicados entre 1954 y 1959.
[7] Pániker, Salvador, Variaciones 95, Barcelona, Mondadori, 2002, p. 213.
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