Los niños de la pandemia
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Los niños de la pandemia
Recuerdo cómo hace solo unos meses, cada día que mi hija iba al colegio, desde lejos sus amigos gritaban su nombre y bajaban la cuesta del patio corriendo para abrazarla y besarla. Me hacía mucha gracia, parecía que hacía siglos que no se habían visto y se veían todos los días. Ella correspondía con el mismo grado exagerado de expresión del afecto.
Los niños son especialmente emocionales y su personalidad se conforma especialmente en las vivencias de su infancia, mochila emocional que cargarán toda su vida.
Si la pandemia de Sars-Cov-2 nos ha traído como efecto colateral un 20 % de aumento de problemas mentales, especialmente relacionados con la depresión y las crisis de ansiedad, en la población adulta, tendrán que pasar unos años para conocer las secuelas del daño emocional que esta situación dejará en nuestros niños.
Pero yo relato aquí algunas pinceladas de las secuelas que les dejan mientras viven el presente de la pandemia.
De alguna forma la evolución de mi hija desde marzo hasta ahora me recuerda a Pleasantville (Gary Ross, 1988), pero con una absoluta vuelta de tuerca. Parece que la han secuestrado de un mundo multicolor y plagado de arcoíris a otro donde el color va perdiendo fuerza hasta llegar al blanco y negro. Su sonrisa de cada amanecer ha desaparecido. Hasta hace dos semanas se inventaba que le dolía algo para no ir al cole. Y es que estar ocho horas al día con mascarilla, a dos metros de los niños que tanto abrazabas y besabas, pesan mucho en una criatura de 6 años.
Una de las excusas que ha servido para justificar la presencialidad de los niños en los colegios a pesar del virus es la necesidad de los niños de relacionarse. Y esto es absolutamente cierto. Pero no sé hasta qué punto se están relacionando de una forma sana: alejados, sin ver apenas los rostros, y por tanto los gestos faciales, de sus compañeros. Pasando frío por la ventilación constante (y no ha llegado el invierno).
Es fácil entender que cualquier niño prefiera quedarse en el calor del hogar, recibiendo constantes besos y abrazos por parte de sus familiares, viendo las sonrisas que al final se le terminan contagiando. Que quieran quedarse en ese pequeño reducto multicolor que les queda, su pequeño paraíso donde pueden tocarse, besarse, abrazarse y recibir los mil mimos que debe recibir un niño pequeño.
La solución no es fácil. De hecho, no existe; porque tampoco es sano desarrollarse en el minúsculo paraíso donde no están sus iguales.
Los niños de la pandemia son niños marcados y serán adultos marcados con fuertes deficiencias emocionales. Así que como adultos solo podemos recordarles que el color volverá a todos los ámbitos de su vida y colmarlos de amor.
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Ana García de Polavieja