Lucidez concluyente [de Quemadura] [Poemas]
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Lucidez concluyente
1
Parece que por fin la gente asume
la idea de un morir anticipado,
de la mano de fármacos y médicos
en caso de incurable enfermedad
crónica o terminal, o de dolencia
que incapacita de una vida autónoma,
o que voraz carcome las neuronas.
Eso que se ha llamado eutanasia.
Pero la dignidad y el buen morir
son algo más. Son la culminación
de todo cuanto uno ha sido en vida
sin traicionarse, sin humillaciones.
Morir como se vive: en libertad.
2
¿De quién es esta vida que uno vive?
¿Del dios que lo creó? ¿o del Estado
(esa divinidad omnipresente
que a todos nos ordena y administra)?
No sé si de uno mismo hasta el extremo
de poder elegir el tiempo justo
para ponerle fin, pero lo cierto
es que la muerte, salvo si nos llega
de manera imprevista, fatal, súbita,
no debe quedar nunca en otras manos
ni voluntades, si ha de sernos digna.
Ya puestos a escoger la muerte propia,
que sea indolora, dulce, lúcida.
3
Zoólogos marinos descubrieron
que la respiración en los delfines
es voluntaria y puede interrumpirse
por propia decisión, ocasionando
la muerte de uno mismo por asfixia.
¡Ay, quién pudiera ser como un delfín!
Nadar cientos de leguas cada día
surcando un mar en calma, oleaginoso,
o sorteando el oleaje bravo
bajo nubes o sol, sin ataduras,
sabiendo en cada salto, en cada instante,
lo fácil que sería recurrir
a la inmersión final, definitiva.
4
Resulta fácil evocar a Sócrates
que, en vez de optar por pena de destierro,
llevó a su boca el cáliz de cicuta,
pero a mí mismo, ¿me condena alguien?
No, que yo sepa. Soy yo quien decide
si la vida merece ser vivida
más tiempo aún. Pero morir no es fácil,
el cuerpo nos lo estorba de mil formas,
y nada justifica darse muerte
de modo atroz, macabro, truculento.
Provistos del producto imprescindible
y en compañía de los allegados,
la muerte debe ser más llevadera.
5
¿Por qué arrojarse al metro, o al asfalto
desde la altura recia de un viaducto?
¿Por qué tener que usar un vil cuchillo
para que mane sangre de las venas?
¿Por qué buscar un roble del que penda
la soga que me quiebra la garganta?
¿Por qué estrellar el coche contra un muro?
¿Por qué ingerir oscuros matarratas
para descomponerse en la agonía?
¿Por qué agenciarse, clandestina, el arma
que desparrame de una vez los sesos?
Haced legal comprar el elixir
que me transporte fuera de este mundo.
6
Es hora de acabar con los tabúes.
Morir es sólo el último episodio
de cada trayectoria, cada vida.
No es fracaso, fiasco ni derrota.
Tampoco cumbre. Puede llegar tarde
o pronto, pero no hay que resistirse.
Gracias a la moral judeocristiana
hemos desaprendido el viejo arte
helénico y romano del suicidio.
No el de matarse a la desesperada,
en sufrimiento y soledad, sin calma,
sino asumir que todo tiene límites,
saber en qué momento despedirse.
7
No cabe confundir el sufrimiento
con el dolor tangible, dolor médico.
Que el cuerpo no me duela no me impide
penar en mis adentros o en silencio,
sentir en las entrañas el vacío
abismal, el hastío absoluto.
Y, sin sufrir, también resulta válido
o lúcido el pensar en retirarse
por no encontrar sentido a todo esto
ni querer empujar la vieja roca
otra vez cuesta arriba como Sísifo.
Es, con el despedirse compartido,
el otro buen suicidio: el metafísico.
8
Tampoco cabe achacar a impulsos
dementes todo tipo de suicidio.
Ni negar porque sí a quien padece
enfermedad mental la lucidez
de querer acabar con sufrimientos
mayores que cualquiera de los físicos.
Querer morir en paz no es un fracaso.
Vivir sin gana, ¿qué sentido tiene?
¿O prorrogar sin fin la vida ajena
por medio de brebajes y adminículos?
Que nadie nos obligue a respirar
ni a ingerir por sonda el alimento
privados de conciencia o de disfrute.
9
Quiero pasar el resto de mis días
en una estancia cómoda, aireada,
acompañado por quien no me juzgue
y por mis libros, que también ofrecen
su propia, inestimable compañía.
Y digo estancia figuradamente.
Son sus paredes años, o paisajes,
quizás vivencias, o descubrimientos
sobre mí mismo o sobre el mundo humano.
A ella se circunscribe mi periplo.
Pero quiero tener siempre a mi alcance
la dulce píldora, el salvoconducto,
la llave de la puerta de salida.
10
Salvo algún integrista, nadie acepta
para sí el morir entre estertores
ni para sus parientes más queridos.
Vivir no es resistir, y así la muerte
no es una rendición sino la última
etapa del viaje de la vida.
Pero ese morir bien, ¿dónde se aprende?
Echar la vista atrás a lo vivido,
examinar, pesar, reconciliarse
con los conflictos, expresar afectos,
decir adiós con la mirada limpia.
Dejadme ir, tranquilos yo y vosotros,
con generosidad y amor, con alegría.
11
¿Es mucho imaginar que, en el futuro,
acepte lo evidente nuestra estúpida
sociedad de consumo y autoengaño,
cobarde al par que hipócrita o que cínica?
Antes han de mudar mentalidades
atrapadas aún por las inercias
de vetustas creencias, tradiciones.
Hemos de liberarnos, de librarnos
de heroísmos y placeres falsos
que ocultan nuestros miedos, dudas, goces
más humanos, humildes y sencillos.
Sentirnos dueños o, antes bien, coautores
del manso desenlace de los días.
12
Se vivirá sin yugos, sin grilletes,
sin pánico a la muerte o muerte en vida.
Con un sereno asombro evocaremos
el desconcierto de ahora, con alivio.
Cuando por fin y sin ambages sea
en nuestra sociedad la despedida
final un rito habitual de tránsito
como el del nacimiento o el bautismo,
será entonces este último acto
(la muerte deseada y compartida)
el corolario, broche, dulce guinda,
la tersa consecuencia o circunstancia
de nuestra concluyente lucidez.
[Quemadura, p. 216-221]
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Jorge Camacho Cordón
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DMD: DMD: https://derechoamorir.org/