Maneras de soñar

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Maneras de soñar

Se afanaba, orejas enhiestas, mangas remangadas, en remover el puchero donde se cuecen los sueños; sabía que para la delicia de amor conviene el fuego lento; para el rapto bestial, la llamarada que arrebata, dejando el corazón crudo y la piel calcinada. Para la fantasía confortadora, flama contenida y un puñado de uvas. Y mover, girar el cucharón, revolver o batir, a discreción, para que no se agarre la mezcla, no se pierda el licor, no se reseque el brebaje. Pero, por más atención que pusiera, no podría evitar que se formara algún grumo, unos cuantos cuajarones, una docena de pesadillas… Cuando volcara la marmita sobre los durmientes repartiría paz, fantasía, reposo, aunque a alguno le tocaría su propio desvarío, o el delirio más inesperado, o el éxtasis que nunca podría recordar.

Además, no todos los onirozoides se entregan a estas tareas con tanto esmero, al fin y al cabo son esclavos, se aburren en la caverna sin puertas, agotan sus fuerzas, se les agarrotan las cuatro manos y los doce dedos, y entonces ponen la tapadera a la cazuela, dejando que los sueños hiervan a su bullicio, sin vigilancia, hasta que el potingue borbotea, rebosa y se derrama sobre las cabezas dormidas, y hasta los dioses se alteran, los verdugos sufren y la niña comprende palabras que desconoce. Y al despertar, “Qué mal he dormido”, “Me duele el alma”, “Estoy cansada”.

Sólo los lunáticos saben que existen cornucopias desbordantes de frutas podridas, de visiones oscuras, de sinsentidos cargados de sentido. Visiones, ensoñación, pesadillas.

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Composiciones fotográficas

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Josefina Martos Peregrín