Me gustan las ciudades [Fotografías] – I [Serie Sepia] – Josefina Martos Peregrín
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Me gustan las ciudades [Fotografías] – I [Serie Sepia]
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Me gustan las ciudades
Me gustan las grandes ciudades porque en ellas se concentran la historia y la vida humana; cierto que esta excesiva concentración cansa y agota, que el cemento, el asfalto, el tráfico y la muchedumbre acaban por aburrirnos; incluso desarrollamos hostilidad a nuestros semejantes por demasiado numerosos, ¡qué cansancio de gente!, nos decimos, aun sabiendo que todos somos gente e inevitablemente, en algún momento, molestamos a los demás.
A pesar de las incomodidades, me atraen los espacios urbanos, sentir los movimientos de la vida, observar a sus tribus o simplemente a la humanidad diversa que deambula, se aquieta o se apresura por las calles. Me contenta descubrir cuántos animales y plantas prosperan en aceras, tejados, parques, glorietas –muchas más especies de las que podríamos suponer- y cómo se origina un ritmo nuevo, trucado pero propicio a la vida, marcado por la alternancia artificial entre luz y oscuridad, ruido y silencio, movimiento y quietud.
Ciertamente no reniego de entornos naturales ni de poblaciones reducidas, pero pongo más pasión en la fotografía de la ciudad y, en especial, de las calles, esas arterias y venas por donde circula la vida; incluso vacías muestran la huella de niños, mujeres, hombres… De hazañas, cobardías y tiempos pasados. Ocurre también en los pueblos, aun siendo menos o nada bulliciosos, acarrean una larga historia no siempre evidente, de testimonios ocultos en subsuelo, rincones, costumbres…
Por las calles pasa la vida, se siente su pulso y su adaptación al ritmo más o menos natural de estaciones y luces; la ciudad nos acoge, nos expulsa, nos satura y divierte y ofrece un muestrario fotográfico infinito.
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¡Ay, si me atreviera a fotografiar a cuantas personas me llaman la atención! No lo hago, por timidez y por respeto. Y desde hace unos años porque una barrera de leyes relativas a privacidad e intimidad lo impiden; un sinsentido, la verdad, si esas leyes se hubieran aplicado desde los inicios de la fotografía no contaríamos con la irremplazable información que nos ofrecen autores como Pérez Siquier, o Brandt, o Salgado… Aunque, por más que nos empeñemos, esas leyes son muy difíciles de cumplir enteramente: ¿cómo fotografiar una calle en el Corpus sin que aparezcan personas? O una procesión, o un mirador en el Albaicín.
Yo sé para qué quiero mis fotos, sé que mis intenciones y usos no pueden molestar, pero el mundo no lo sabe y a menudo encuentro malas caras o rechazo a la cámara; no al móvil, como si para el caso no fuera equivalente. Rechazo más contradictorio todavía si pensamos en las docenas de cámaras de seguridad o vigilancia que captan nuestra presencia y movimientos.
Las calles rebosan vida y obedecen cada una a su particular diseño, me llaman y de un modo u otro tengo que fotografiarlas. Siempre lo he hecho, en cualquier lugar y valiéndome de cualquier objetivo; las imágenes resultantes –aun las de escasa resolución, como algunas de las que incluyo aquí, tomadas con cámaras pobretonas o escaneadas de copias mediocres- ilustran el pasado, el cambio, la vida.
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Fotografías
Serie Sepia
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Josefina Martos Peregrín