Orquídeas negras
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Salíamos del comedor y la conversación que surgió mientras tomábamos el postre, sobre si la humanidad puede dividirse en función de culturas perfectamente diferenciadas o no, continuaba con la misma vehemencia. Yo acababa de incorporarme al Johnny ese mismo curso y me sentía un poco fuera de lugar. Esperaba encontrar en el colegio un ambiente de alta intelectualidad y, esa sensación, me acompañó durante los primeros meses de vida colegial. Las conversaciones de mis compañeros siempre me parecían trascendentes, los argumentos de cualquiera, incontrovertibles, hasta que otro tomaba la palabra y rebatía sin posibilidad de apelación, según mi criterio, la opinión antes expresada.
El motivo de la refriega dialéctica había derivado hacia la influencia de los mitos y creencias en las sociedades y los individuos que las componían.
Caminamos hacia la cafería para tomarnos el sucedáneo de café que nos hacía añorar el aromático arábica de las cafeterías del centro de Madrid, mientras Ramón, desde la óptica del materialismo dialéctico, aseguraba que las religiones, se basaban en la negación de la razón en favor de la supremacía de la FE.
—El dogma —dijo— todo lo explica sin explicar absolutamente nada, simplificando para vuestras mentes pequeño burguesas, la religión, es el opio del pueblo.
Pablo, freudiano convencido, hizo referencia a la falta de rigor de los datos históricos que le habían servido de premisas, por regla general, a todas las religiones y sobre todo, a las judeocristianas. Su elocuencia y seguidismo del Gran Freud y el psicoanálisis me sorprendía, sobre todo, porque hacía poco tiempo habíamos asistido a una conferencia sobre Jacques Lacan, psiquiatra, filósofo y psicoanalista francés y su turbulenta relación con el psicoanálisis y los movimientos de mayo del 68, que en no pocas ocasiones lo habían tachado de autoritario y charlatán.
El fenicio, que explotaba la concesión de la cafetería, se acercó con su media sonrisa para ver qué queríamos, la norma de la casa era clara, primero los veteranos. El fenicio, se había ganado su apodo, entre otras cosas, por ser el inventor de la leche desnatada: mezclaba un litro de leche con cuatro de agua.
—Porque ésta leche es muy concentrada —decía con el mismo convencimiento que ponía Valentín, mi compañero de habitación, en mostrarse escéptico con todas las teorías que sobrevolaban entre nosotros.
Nos sentamos a la mesa que parecía teníamos reservada, dispuestos, como de costumbre, a jugarnos los cafés a las cartas. Esperaba la réplica de Valentín, sabía que su personalidad le confería una autoridad moral que me causaba envidia. Cualquier tema estaba a su alcance y su capacidad intelectual le permitía transitar caminos poco habituales.
Mientras barajaba, Valentín aseguró que la religión era consustancial al hombre, había nacido con él, y con él moría. No era buena ni mala, podía decirse que era una facultad del alma. Luego citaba a Platón y comentaba la naturaleza tripartita que el filósofo griego confería al alma para negar la inmortalidad que Platón le atribuía.
—Precisamente por ser una creencia ancestral, la inmortalidad del alma es falsa. La religión no es ni más ni menos una aptitud, una potencia moral que confiere a determinadas personas preeminencia sobre otras.
Además —continuó mientras con los dedos de ambas manos ajustaba el montón de cartas sobre la mesa—, todas las religiones tienen fecha de caducidad, aunque, desde nuestra perspectiva temporal, nos parezca improbable.
Sin soltar el mazo de cartas, citó los primeros escritos conocidos donde religión y poder se fusionaban a través del mito para articular de forma definitiva la sumisión de la sociedad al Estado.
—No podemos olvidar que el ser humano necesita mitos, necesita símbolos, y la generación de mitos y símbolos ha acompañado a los hombres a lo largo de la historia.
—Entémena, rey de Lagash —nos dijo—, fue el primer historiador que registro en cilindros de arcilla la existencia de Etana, rey de Kis, que 3.000 años antes de nuestra era tuvo fama de inmortal. En Nippur, centro religioso de Sumer y Acad se encontraron más de 30.000 textos donde algunos describen la mirada penetrante del rey pastor y su facultad para descifrar la mente de los que le rodeaban.
Llevaba unos minutos sin moverme, temía significar mi ignorancia ante aquel torrente de datos y proposiciones. Al final, decidí relajarme, escuchar como los demás y ver en que acababa aquella verborrea.
—En aquella época —dijo— la sociedad se organizaba en ciudades estado. Organización inestable y costosa para el progreso científico y el desarrollo económico, por las continuas guerras entre metrópolis.
La estabilidad y el progreso debía venir por la llegada y permanencia de un rey protector y carismático al frente de un imperio que aportara estabilidad y riqueza a la sociedad, y poder a las élites del estado (sacerdotes astrólogos y escribas fundamentalmente).
—El mito de Etana —dijo Valentín mientras acariciaba las cartas como si de un tesoro se tratase—, marca el origen del imperio mesopotámico y sirve de referencia a los que desde entonces han surgido en Occidente.
—Los textos que recogen el poema donde se narra la búsqueda de la planta de la fertilidad por Etana, el rey pastor, forman parte de la mitología acadia. Son los dioses los que eligen un pastor para que cuide y pastoree a su pueblo, y los que le proporcionan la planta de la fertilidad para que tenga descendencia y esta perdure en el tiempo.
—Los reyes son los representantes de los hombres ante los dioses, y de ellos dependen las cosechas generosas o el hambre, en directa relación con su proximidad y servicio a las divinidades.
—Aquí el mito cobra una dimensión ecuménica —dijo buscando una expectación innecesaria—, la ciencia y la técnica, transformadas en una especie de pensamiento mágico, pueden ser una herramienta eficaz para fines políticos o ideológicos, y acabar sirviendo de coartada a los posibles desmanes del monarca y los altos funcionarios.
—Más adelante —continuó— y sobre todo a partir de la Ilustración, la ciencia como instrumento de cambio y liberación paso a ser considerada el nuevo dogma, convertido, finalmente, en un ingrediente tan opresor como las ideologías que trató de combatir.
—Por tanto, el relato épico se utiliza para elevar la autoestima de un colectivo y reforzar una identidad con buenos y malos, o con hazañas intachables de padres fundadores.
—El poema —continuó— dice que Etana reinó durante 1.560 años antes de ser elevado por un águila a la morada de los dioses.
Aprovechamos para acabar nuestros cafés y sacar un paquete de cigarrillos que pasó de mano en mano ante su desaprobación manifiesta.
—Y es cierto que la humanidad no se divide en culturas diferenciadas —dijo volviendo al comienzo de nuestra discusión—, en todas ellas hay un relato épico común, el viaje del héroe por tierra o por el aire, que es la síntesis del relato épico común a todas las civilizaciones.
—La creencia de que la tierra era plana —continuó— afirmaba aún más la importancia del rey porque éste era el centro de la tierra conocida y por tanto, responsable de todo lo que ocurría bajo el cielo.
—El rey construía templos donde se acumulaba el conocimiento, nacía la escritura, el estudio de los astros, y la interpretación de los presagios para sancionar el origen divino del Estado, para animar al rey en sus empresas, o para advertirle de que su mandato divino se encontraba amenazado.
—Pero, volviendo a Etana —dijo Valentín mientras recorría con la mirada nuestras manos que comenzaban a moverse inquietas—, es conocido que sus descendientes sufrieron feroces persecuciones en un intento de erradicar tan singular raza de sumerios misteriosos, capaces de leer la mente de los hombres. Esto motivó que su linaje se dispersara por todo el mundo conocido para salvarse de la revuelta que acabó con la dinastía Kis.
—Conocidos como, “los iluminados”, durante cientos de años los descendientes de Etana han sobrevivido bajo diversas apariencias ocultando su secreta capacidad para leer el pensamiento.
—¿Quién puede estar dispuesto a que otro hurgue en su mente, y manipule su voluntad? ¿Cuándo, descubrir nuestras más bajas pasiones, nuestras envidias, odios y sed de venganza nos deja indiferentes?
Es cierto que algunos descendientes alcanzaron las más altas cotas del poder y la dignidad utilizando astutamente este don excepcional.
—La dinastía china Qin, descendiente del rey Etana, dejó para la posteridad el mayor complejo funerario que se conoce. Fue mandado construir por Qin Shi, primer rey de la dinastía en el año 221 antes de nuestra era. Se trata de una auténtica ciudad funeraria que se extiende a lo largo de 56 km cuadrados. El centro de esta maravilla, donde llegaron a trabajar 700.000 artesanos, estaba formado por un túmulo sepulcral, donde el techo de la cámara fúnebre era de bronce salpicado de gemas como si de un cielo estrellado se tratara. En el suelo había ríos de mercurio, que se hacían fluir mecánicamente, y que representaban el río Amarillo y el rio Azul. A su alrededor había maquetas de palacios, torres y espléndidos tesoros. No menos espectaculares son las más de 7.000 figuras de terracota que custodian el complejo funerario, conocidas como los guerreros de Xian.
—Otros descendientes del inmortal rey, incapaces de soportar la dramática carga que suponía conocer todos los pensamientos y secretos de cuantos les rodeaban acabaron por enloquecer.
—Así, Jorge III de la casa de Hannover, llamado el rey granjero, descendiente de la estirpe de Etana, sufrió una recurrente enfermedad mental. Hablaba a los animales de sus bosques y se ocupaba de castigarlos personalmente si no le contestaban. Durante el verano, atacado por un loco frenesí intentaba, desnudo, cazar mariposas, o charlaba amistosamente con patos y ocas y los obligaba a que le siguieran. También mantenía conversaciones animadas con los árboles. Se dice que, antes de entrar en el coma que precedió a su muerte, habló durante más de 50 horas seguidas.
Valentín calló un instante y colocó la baraja frente a mí. Lo miré sin saber qué hacer puesto que claramente no había finalizado su disertación, luego, golpeó con su índice el primero de los naipes. Yo corté la baraja e hice dos montones.
—Los descendientes de Etana —continuó—, encontraron un reducto seguro en Hispania donde se agruparon en tribus sin aparente conexión con el fin de facilitar su supervivencia. De esta época, los historiadores han registrado gestas imperecederas como la protagonizada por “los iluminados” en la ciudad de Numancia.
—Posteriormente se perdió su rastro hasta finales del siglo XI donde nuevamente fueron objeto de una persecución religiosa en toda Europa a través de diversas instituciones. —En España, fue a partir del Siglo XV cuando se intensificó su acoso por el Tribunal de la Santa Inquisición.
—En los albores del siglo XX se dieron por desaparecidos definitivamente los descendientes de Etana. Imposibilitados por sus creencias para mezclar su sangre con otros hombres y mujeres. Obligados a sobrevivir en círculos cada vez más reducidos, degradados por la obligada endogamia, se consideró su desaparición un hecho consumado.
—Sin embargo, al inicio del siglo XXI comenzaron a encontrarse ramos de orquídeas negras a las puertas del Palacio que en su día fue sede del Tribunal de la Inquisición y su Consejo Supremo. Este caserón, situado en la calle Torija de Madrid, albergó el Santo Oficio desde 1.780 hasta su abolición en 1.820. El palacio, obra de Ventura Rodríguez, recoge en su portada, el terrible lema inquisitorial: Exurge Domine et judica causam tuam: Levántate Dios y juzga tu causa.
—Cada año, en los solsticios de verano y de invierno, las orquídeas negras, símbolo de “los iluminados”, cubren misteriosamente los escalones de acceso al Tribunal de la Sangre, hoy convertido en convento de las Reparadoras…
Silencioso y con la mirada ausente colocó las cartas que habían permanecido frente a mí de forma que las que estaban debajo quedaron colocadas en la parte superior.
Nos miramos unos a otros durante un instante. Hacía rato que habíamos tomado los cafés, solo el suyo, frío y sin azúcar, había adquirido un color pardo y repulsivo. En el fondo de la taza, unos posos de sospechosa procedencia atrajeron su mirada.
Aprovechamos su silencio.
—Reparte cartas —le dijimos mientras nos removíamos en las sillas y cambiábamos de tema para evitar que continuara.
Esa tarde perdimos el café, Valentín, que era mi compañero de cartas me miró con su media sonrisa.
—No te enteras chaval —dijo mientras se levantaba— voy a tener que darte unas clases de principiante.
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Tomás Gago Blanco