¿El Fuego de Heráclito? – Rafael Guardiola Iranzo

¿El Fuego de Heráclito? – Rafael Guardiola Iranzo

¿El Fuego de Heráclito?

***

Giuseppe Arcimboldo – El Otoño [1573 – Museo de Louvre, París]

***

¿El Fuego de Heráclito?

Me gusta ver cómo partes el melón
con ágil precisión de cirujana,
alegre, vivaz, siempre lozana,
y la firme decisión concupiscible
del paladar más caprichoso del amor.

Sabes coser con la fruta de tus labios
los hilos de miel fresca que la media luna corona
y que, en un gris descuido,
se deslizan por tu roja lengua lujuriosa.
Un descuido del tiempo de los tiempos fríos.

Y devoras con pasión el fruto tierno,
de la cabeza a los pies enraizado,
con la ágil pulsión de las mantis
o el abrazo sutil de las nubes
a la montaña pálida y dormida.
Sueña su cresta que es una niña.

Quiero saborear contigo cada mañana,
morder la fruta de tus dientes altivos,
triturar, comer, cantar tus besos luminosos
más esquivos y a escondidas.
Amasar tu pan con una mirada fértil
mientras me envuelve, como un pergamino egipcio,
el perfume azul de tu pecho feroz y palpitante.
En el se escriben tus húmedos jeroglíficos solares,
encriptados en el caparazón de una tortuga centenaria.

Desgarrando el Todo con la brillante geometría de los versos
con el cuchillo afilado de tus ojos de espejo,
penetrantes hijos del deseo y del fuego germinal
de Heráclito de Éfeso, que en mis párpados
se mece con ardiente licantropía.
Así me siento

Saludaré con ofrendas pulposas al verano,
viendo cómo se desangra la sandía en tu plato,
cómo descuartizas los lomos de la fruta
mientras escucho excitado arias de Händel
y aprieto mucho, mucho, los dientes,
abriendo mucho los ojos, con cenizas,
y comiendo la semilla salada de tus labios.

Las aguas del río de Heráclito me arrastran,
al devenir más desnudo me lanzan,
círculo presuroso de la naturaleza más agreste.
Y yo quiero verte comer y comerte,
comerte cerca, sin vacíos ni teoremas,
comer contigo y respirar soldado a ti
en la rueda armónica del andrógino.

Quiero labrar la tierra combada de tu piel,
sembrar lo inefable y la esperanza
entre los pliegues amantes de tu sexo,
aprender de ti la precisión del cirujano,
prender el fuego que a los niños amamanta,
exhibir la elegancia infinita de tus gestos
más ligeros, densos y afrutados.

Pero como la nube blanca y presurosa,
en tu manto encarnado me has envuelto.
Las líneas de tu rostro se doblan
desde el preciso instante en que mi sangre caliente
se filtra en ellas por la intermitente tormenta
del amor más agitado y herido.

Desde el primer mordisco indómito
me has seccionado perpendicularmente,
con cirugía cartesiana, pulcra,
medida y ordenada,
en zigzag,
los perfiles maduros
de mi redonda cabeza.

About Author