La luna en la ventana. Acerca de «Genji Monogatari» [y de la errancia y propagación del discurso] – III – Tomás García
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La luna en la ventana. Acerca de Genji Monogatari [y de la errancia y propagación del discurso] – III

Estatua de Murasaki Shikibu – Templo de Ishiyamadera – Otsu – Prefectura de Shiga
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« Le mot (le texte) est un croisement de mots (de textes) où on lit au moins un autre mot (texte) (…) Tout texte se construit comme mosaïque de citations, tout texte est absorption et transformation d’un autre texte. A la place de la notion d’intersubjectivité s’installe celle d’intertextualité, et le langage poétique se lit, au moins comme double. »
Julia Kristeva, « Le mot, le dialogue et le roman », Σημειωτική: recherches pour une sémanalyse, pp. 84-85
« Décrire le fonctionnement signifiant du langage poétique, c’est décrire le mécanisme des jonctions dans une infinité potentielle »
Julia Kristeva, « Pour une sémiologie des paragrammes », Σημειωτική: recherches pour une sémanalyse, p. 119
« Un palimpseste est, littéralement, un parchemin dont on a gratté la première inscription pour lui en substituer une autre, mais où cette opération n’a pas irrémédiablement effacé le texte primitif, en sorte qu’on peut y lire l’ancien sous le nouveau, comme par transparence. Cet état de choses montre, au figuré, qu’un texte peut toujours en cacher un autre, mais qu’il le dissimule rarement tout à fait, et qu’il se prête le plus souvent à une double lecture où se superposent, au moins, un hypertexte et son hypotexte – ainsi, dit-on, l’Ulysse de Joyce et l’Odyssée d’Homère. J’entends ici par hypertextes toutes les œuvres dérivées d’une œuvre antérieure, par transformation, comme dans la parodie, ou par imitation, comme dans le pastiche. Mais pastiche et parodie ne sont que les manifestations à la fois les plus visibles et les plus mineures de cette hypertextualité, ou littérature au second degré, qui s’écrit en lisant, et dont la place et l’action dans le champ littéraire – et un peu au-delà – sont généralement, et fâcheusement, méconnues. J’entreprends ici d’explorer ce territoire. Un texte peut toujours en lire un autre, et ainsi de suite jusqu’à la fin des textes. Celui-ci n’échappe pas à la règle : il l’expose et s’y expose. Lira bien qui lira le dernier. »
Gérard Genette, Palimpsestes: La littérature au second degré, Quatrième de couverture
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El poema escogido es uno de los 795 tankas que aparecen en Genji Monogatari. El tanka[1] es el tipo de waka (‟poesía nueva” japonesa en contraste con kanshi, la elaborada en chino clásico) más ampliamente utilizado en la poesía nipona desde los tiempos del Man’yōshū, la Colección de las Diez Mil Hojas, del siglo VIII, la más antigua recolección de poesía japonesa, compilada durante el período Nara. Durante el período Heian, la época en que fue escrito Genji, los tipos de waka se redujeron prácticamente a uno solo, el tanka, cuyos ejemplos más acabados hasta la fecha fueron recogidos en el Kokin Wakashū, comúnmente abreviado Kokinshū, antología imperial concebida por el Emperador Uda y ordenada por su hijo, el Emperador Daigo, a principios del siglo X.
De esta última compilación extraigo un bello y melancólico tanka de Ono no Komachi, una poetisa legendaria de mediados del siglo IX, distinguida como uno de los ‟seis genios poéticos” del Kokinshū, cuyos intensos amores y triste final han sido la trama de distintas obras de teatro nôh:
Kagiri naki
Omoi no mama ni
Yoru mo kon
Yumeji o sae ni
Hito wa togameji
que, en la traducción de Carlos Rubio, se vertería así:
Un infinito
amor me llevará
a él esta noche,
pues a la que anda en sueños,
¿quién podrá censurar?
Murasaki Shikibu no conoció la forma poética que los occidentales asociamos casi de inmediato con la literatura y el pensamiento japoneses: el haiku. Esta forma, tal y como se conoce hoy, podría ser creación de Makaoka Shiki, poeta del siglo XIX, aunque alrededor del siglo XIII existía ya una forma estrófica que se identificaba como hokku, la primera estrofa de un renga (haikai no renga), que puede considerarse como el modelo. No fue, no obstante, hasta el siglo XVII que dicha estrofa adquirió, gracias a grandes poetas como Onitsura, Buson y Bashô principalmente, la forma libre en que la conocemos hoy en día.
En cualquier caso, el arte de componer poemas (y en Genji el objeto del mismo es esencialmente el amor en todas sus formas) es uno de los fundamentos estéticos de la narración de Murasaki y el rasgo indiscutible de refinamiento y elegancia que distingue a la persona educada y sensible. ‟Tal refinamiento – señala Federico Lanzaco- aparece con la sensibilidad del noble elegante al ofrecer un ramillete de flores de ciruelo a su amada, en el uso de un perfume exótico y delicado o en la exquisita combinación de colores en un vestido femenino. De esta manera, un hombre puede sentirse fuertemente atraído por una mujer con una simple mirada a la manga de su kimono que se deja entrever, al parecer descuidadamente, desde la ventana de un carruaje, o por el exquisito estilo de su caligrafía, o de las notas de flauta que llegan a sus oídos con la brisa de la noche con una luna que tímidamente se esconde entre las nubes…”[2] Este valor estético es el Ga (o Miyabi), exclusiva prerrogativa, como cabría esperarse, de la aristocracia. Afín a él está el Okashi, que, ‟además de elegancia incluía un matiz de elementos de ‟curiosidad”, ‟viveza”, ‟diversión” e ‟ingenio”.”[3]
Aunque en la nueva corte de Heiankyô, en la vida pública y oficial, el modelo político-administrativo era de inspiración confucionista, extremadamente estricto y vigilante, en la vida privada dominaba, sin embargo, el fûryû, el principio del refinamiento elegante, cuya máxima expresión, como ya he indicado, es la poesía. Bai Juyi, el célebre poeta chino de la dinastía Tang, sería el referente personificado de dicho principio. De hecho, como bien recuerda Federico Lanzaco, los poemas de Bai Juyi dejaron una impronta significativa en la corte de Yamato. [4]
En definitiva, afirma Federico Lanzaco, ‟el buen noble cortesano debe distinguirse no por el uso fiero de las armas, ni por sutiles conocimientos administrativos, sino por sus logros artísticos en la música, danza, poesía, caligrafía. También por su creatividad ingenua en los juegos-concursos de uta-awase (poemas), kai-awase (conchas marinas), kô-awase (perfumes), kotori-awase (imitación de cantos de pájaros), ne-awase (colección de raíces silvestres)…pero sobre todo, por la excelente y delicada variedad de sus escarceos amorosos en palacio.” Y en el relato de Murasaki, el Príncipe Radiante demuestra ser el mejor en todas esas artes.
No muy alejada de esta estética iba a surgir en el Occidente medieval, en el siglo XII, en un contexto cultural totalmente distinto, la poética trovadoresca del fin´amors y del vasallaje erótico, de la que Arnaut Daniel, Bernart de Ventadorn o Beatriz de Dia, la Comtessa de Dia, entre otros muchos, fueron magníficos exponentes. Puesto que ésta no es la ocasión para tratar con la atención que se merece y cierto detenimiento la rica complejidad de dicha poética, sugiero la relectura, en este sentido, de L’Amour et l’Occident, el conocido controvertido ensayo de Denis de Rougemont acerca del mito occidental de la pasión amorosa, de dos artículos escritos por Simone Weil, bajo el pseudónimo de Émile Novis, publicados en los Cahiers du Sud en 1943, dedicados a la cultura occitana: “L’Agonie d’une civilisation vue à travers un poème épique” y ‟En quoi consiste l’inspiration occitanienne?” y, desde luego, de los tres volúmenes del imponente y fundamental estudio del medievalista Martín de Riquer Morera Los trovadores: Historia literaria y textos.[5]
En la poética de Genji, y también en la de los textos literarios contemporáneos más destacados (el Sarashina Nikki, el Tosa Nikki, el Makura no Sôshi, por ejemplo), aquel principio estético de refinada elegancia se expresa de diversos modos y no siempre referido al sentimiento amoroso ni a su posible configuración como discurso. Es un principio que rige y sustenta la expresión de la afectividad en general, y de una manera especial, en tanto que educada sensibilidad, de la receptividad para acoger las señales de la Naturaleza, disponible, diría Kant, ‟für die wahre Auslegung der Chiffreschrift zu halten, wodurch die Natur in ihren schönen Formen figürlich zu uns spricht”[6], esto es, para la verdadera interpretación del lenguaje cifrado, mediante el cual la naturaleza en sus formas bellas nos habla figuradamente.
Escuchemos a Genji decirle a la Dama Akikonomu (literalmente la dama que ama el otoño), hija de la Dama Rokujô, las siguientes palabras:
‟ [Aparte de la casa y familia] es la Naturaleza la que nos proporciona mayor deleite con sus cambios estacionales, los capullos de las flores, las hojas rojizas de primavera y otoño, y los diseños caprichosos de las flotantes nubes. Siempre la gente ha debatido sobre las ventajas de los bosques en primavera y los campos en otoño. Pero, nunca se llega a ninguna conclusión definitiva. Siempre nos han enseñado que en China no hay nada más espléndido que los brocados de primavera florida.”
Y Sei Shônagon, la autora del Makura no Sôshi (El libro de la almohada) escribe lo siguiente en el capítulo dedicado a las estaciones:
‟En primavera, el amanecer es el momento más hermoso. A medida que las montañas se iluminan, su silueta se tiñe de rojo, y retazos de nubes moradas se esfuman sobre sus cumbres.
En verano, las noches son las más encantadoras. No sólo cuando brilla la luna, sino también, ¡qué bellas son las noches oscuras! con el revoloteo zigzagueante de las luciérnagas y la mansa lluvia refrescante.
En otoño, el atardecer es fascinante. Es la hora que nos invita a contemplar el sol que se va hundiendo al otro lado de los montes, mientras nos llega el graznido de los grajos que en bandadas retornan a sus nidos. Y más bello es aún contemplar una hilera de patos salvajes que en formación desaparecen en el horizonte lejano. Y, al fin, cuando ya se ha puesto el sol, qué profunda emoción se siente al oír el canto del viento y el zumbido de los insectos nocturnos… ”
Era una época en la que, al parecer, las estaciones del año estaban claramente definidas. El que no sea posible establecer esos cortes con tanta nitidez en la nuestra y el hecho de que resulte difícil vivir hoy día sin la mediación del artificio de la denominada realidad aumentada podría explicar tal vez la rara existencia de semejantes discursos entre nosotros. De repente, no sé por qué, he recordado aquel pasaje de la magnífica Autobiography de Bertrand Russell que transcribe una carta dirigida a Colette con fecha de 5 de Julio de 1918:
‟To Colette
B’eloved I do long for you — I keep thinking of all the wonderful things we will do together — I think of what we will do when we can go abroad after the war – I long to go with you to Spain: to see the great Cathedra of Burgos, the Velasquez in Madrid — the gloomy Escorial , from which madmen used to spread ruin over the world in the days before madness was universal — Seville in dancing sunlight, all orange groves and fountains — Granada, where the Moors lingered till Ferdinand and Isabella drove them out — Then we could cross the straits, as the Moors did, into Morocco — and come back by Naples and Rome and Siena and Florence and Pisa — Imagine the unspeakable joy of it — the riot of colour and beauty — freedom — the sound of Italian bells — the strange cries, rich, full-throated, and melancholy with all the weight of the ages — the great masses of flowers, inconceivably bright — men with all the beauty of wild animals, very erect, with bright swiftly-glancing eyes — and to step out into the morning sunshine, with blue sea and blue hills — it is all there for us, some day. I long for the madness of the South with you.
The other thing I long for with you — which we can get sooner — is the Atlantic — the Connemara coast — driving mist — rain — waves that moan on the rocks — flocks of seabirds with wild notes that seem the very soul of the restless sadness of the sea — and gleams of sun, unreal, like glimpses into another world — and wild wild wind, free and strong and fierce — There, there is life — and there, I feel, I could stand with you and let our love commune with the western-storm — for the same spirit is in both. My Colette, my Soul, I feel the breath of greatness inspiring me through our love — I want to put the spirit of the Atlantic into words — I must, I must, before I die, find some way to say the essential thing that is in me, that I have never said yet — a thing that is not love or hate or pity or scorn, but the very breath of life, fierce, and coming from far away, bringing into human life the vastness and the fearful passionless force of non-human things.”[7]
‟[…] he de encontrar, sin falta, el modo de decir las cosas esenciales que se ocultan dentro de mí, que aún no he dicho, algo que no es el amor o el odio o la piedad o el desprecio, sino el mismísimo aliento de la vida, feroz, que viene de lejos y otorga a la vida humana la vastedad y la temible fuerza desapasionada de las cosas no humanas.”
Esta profesión de fe tan llena de intenso, y al mismo tiempo, melancólico amor por la Naturaleza y la vida en general es, me parece, uno de los más hermosos pasajes de la Autobiografía de Russell, una declaración, creo, que Murasaki Shikibu, en un discurso algo más contenido, podría haber puesto en boca del Príncipe Genji.
Y ello nos conduce, en el tramo final de nuestro recorrido, hacia el ámbito de los dos últimos principios estéticos fundamentales de Genji Monogatari.
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Tomás García
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Notas
[1] Sobre la poesía clásica japonesa, sus formas y temas principales, recomiendo la lectura de la introducción de dos espléndidos libros: Cien poetas, cien poemas. Hyakunin Isshu (Antología de poesía clásica japonesa). Traducción, introducción y notas de José María Bermejo y Teresa Herrero. Edición bilingüe ilustrada. Ediciones Hiperión, Madrid, 2004 y El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica japonesa. Antología, introducción, notas y traducción de Carlos Rubio. Edición bilingüe e ilustrada. Alianza Editorial, Madrid, 2011.
[2] Federico Lanzaco Salafranca, Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa, p. 43.
[3] Id., p. 43.
[4] Id., pp. 42-43.
[5] Recomiendo asimismo la lectura del breve, pero realmente precioso ensayo de Jaume Vallcorba De la primavera al Paraíso. El amor, de los trovadores a Dante. Acantilado, Barcelona, 2013.
[6] I. Kant, Kritik der Urteilskraft, § 42 Vom intellektuellen Interesse am Schönen.
[7] Bertrand Russell, The Autobiography of Bertrand Russell, Routledge (Taylor & Francis Group), London & New York, 1998, p. 317.
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