Tres poemas
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El enamorado y la muerte [1]
Mi hermana vino a traerme muérdago y lavanda.
Me rezó, limpió mi nombre, quitó broza y barro.
Yo sé lo que sucede en el interior de una manzana.
Sé que en aquella urraca hay lugar para la espera. Una hora de tranquilidad y calor,
de buen sentimiento.
Una hora para descansar la nuca sobre cualquier tibieza.
Todo esto no es verdad, no tengo hermanas ni reposo bajo ningún manto.
Mi nombre no es de piedra, y en ese barro y esa broza jugué de niño.
A mi hermano le imponían las sombras. Le tiznaba el miedo y salía corriendo por aquellos que robaban los nombres.
A mí me robaron el mío, un domingo débil y plateado, de olor a siempre.
Juré entonces ante los que me escuchaban que había visto a un hombre lamer la pezuña de una vaca, a un niño que huía y mordía renacuajos y bebía la leche de los cactus. Juré que había visto en el mismo sitio felinos que orinaban la comida de los enfermos.
Eran los últimos enfermos.
Ahora ven a mirar conmigo. No queda ropa limpia para los heridos, puedes verlo
y puedes decirlo, si quieres.
No temas: son las alas de una polilla, se ahoga en el polvo de su propia agonía.
Estaremos juntos, quietos aquí, mientras el día se deja llegar.
Nace el gusano. Oigo su intestino, recorre la blanca carne de la fruta. Muerde tú ahora en el aire todo lo que viva.
Yo quiero estar contigo y protegerte de los que se acercan. Tal vez no me creas, y harías bien en desconfiar de mis racimos, pero no es culpa mía. No sé decirte, no sé llegar hasta tus manos, tengo poco tiempo según me dijo la dama blanca.
No queda nadie pero yo asciendo por tus trenzas, me atrevo a robar una hora al sol, besar tus talones.
Yo sé lo que sucede en el interior de una manzana, siempre la misma, en el cielo indiferente. Suena su carne cuando te miro, y te digo adiós con una vela, ya sin esperanza alguna.
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Hace nada en los sonidos [2]
He visto la pena que ha dado Dios a los
hijos de los hombres para su tormento
(Eclesiastés, III, 10)
Usábamos, hace nada, herramientas y monedas.
Sabíamos las edades de la familia
y teníamos meses y la suerte de la mensurabilidad.
Ahora tan solo caminamos, casi seguro inútilmente.
Fabio: tienes una llaga entre las cejas
¿un estigma, o tal vez un ojo para la humedad de la entraña?
Salimos, hace nada, a buscar sonidos.
Vimos un intento de eclipse, alguna silueta,
cierta fosforescencia en las comisuras de la tarde.
Salimos, hace nada, a buscar sonidos,
el síntoma de un animal jamás nombrado, anterior a Dios.
Fabio reconoció el miedo entre una luz y otra.
Y aulló como lo hacían los condenados a perpetuidad.
Se calmó cuando le mencioné los días de la semana,
la ciudad y el invierno en su primeros cielos.
El perdón, me dijo mirándose las manos, y el rumor de las fuentes.
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Lick my legs, years later [3]
No se despide porque es de familia con ideas tajantes. Corta con el alacrán de la voz lo que suene a vituperio y cursilerías. No te equivoques, me dice.
Salió y no regresó de aquella casa de volumen consabido. Una luz sin mayores necesidades se desmayaba en el orden del tiempo.
¿Todo el mundo entiende qué significa una foto del delirio?
De joven yo acariciaba la lengua que intentaba decir. La saliva convertía en pulpa de bajamar mis dedos. Debo decir que era cuestión de confianza cualquier disidencia en la boca.
Fumaba despacio porque le gustaban los martes y los miércoles. Luego lloraba el resto de la semana y reía con las piernas en búsqueda del cielo.
Me pedía los ojos cerrados para soplar en ellos. Soplaba con toda la ciudad encendida en azul y en alcohol cercano al azul.
Tiempo después decidió llamarme línea recta. Se abrió la camisa, y me llamó amor, exceso y eucaristía sin dios. Los gatos del vecindario maullaron de placer.
¿Todo el mundo entiende qué significa lleno de azul?
Los años se arracimaron, su terciopelo podrido. Como consecuencia conocí a Gerardo Deníz, me hice entomólogo y aficionado a los olivos.
Todo esto de acuerdo a un temperamento y a una aleación de necesidades.
El pentagrama explotó por los aires cuando llegaron los nueves planetas, las mareas mareadas.
La noche, de nuevo, recuperó su olor perdido.
Escribo ahora bien despacio y digo que diecisiete años después me puse el disfraz del instinto y del pronombre inalcanzable. Un intento, en definitiva, de que pecho y espalda siguieran siendo superficies distintas.
En el avión de regreso a casa recordé que JP Harvey pedía que lamieras sus piernas.
Vestida para fracasar, JP Harvey entregó su ombligo.
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Francisco Layna Ranz
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Notas
- De Tierra impar. Santiago de Chile / Barcelona: RIL, 2018.
- Ibid.
- De Oración en 17 años. Libro de poemas inédito aún.