P A R A
M .
A medianoche bajo estrellas de otro cielo
yo yacía en la negra hierba. Lenta,
tarda, la medianoche respiraba
y yo pensaba en ti, en nosotros,
en momentos fulgurantes e intensos
de la imaginación sacados cual espina
que se quita del pie estrecho de un atleta.
Un día, el mar, oscuro, amenazaba,
sobre la superficie arrugada del agua
pasaban orquídeas de tormentas.
Esto podía ser también la infancia,
país de éxtasis leves y de un deseo eterno,
labios del mediodía con rojas amapolas
y atentos campanarios igual que colibríes.
Por la calle pasaban soldados, pero la guerra
ya se había acabado y florecían los fusiles.
Algunos días era tan ardiente el silencio
que temíamos movernos. Por el campo corría un zorro.
Probamos el sabor de las hojas, el sabor de la luz
que cegaba a los inocentes.
Pero el aire era amargo, un amargor de clavos,
amargor de canela, amargor de bellotas y polvo,
del invierno y de la primera semana de otoño.
Amargor de la sangre no derramada.
Largo tiempo estuvimos allí en el viaducto
y puede que pasara un tren,
en sus incontables ventanas
tan sólo se reflejaba un sol seco.
Esto es la risa, dijiste, esto hierro,
sal, arena, vidrio.
Y el futuro,
la tela de tu vestido, la vida que compartimos
como una comida durante un viaje.
P I N T O R E S
H O L A N D E S E S
Escudillas de estaño repletas y pesadas de metal.
Gruesas ventanas hinchadas por la luz.
Materialidad de plomizas nubes.
Vestidos como colchas. Ostras húmedas.
Objetos inmortales, pero que no nos sirven.
Andan solos los zuecos de madera.
Las baldosas nunca se aburren,
y juegan al ajedrez con la luna.
Una chica fea estudia una carta
escrita con tinta simpática.
¿Será de amor o de dinero?
El mantel huele a moral y almidón.
La superficie no conecta con la profundidad.
¿Misterio? No hay misterio alguno,
sólo el azul del cielo, hospitalario
e intranquilo como gritos de gaviotas.
Absorta, una mujer pela una manzana roja.
Los niños sueñan con la vejez.
Alguien lee un libro (un libro es leído),
alguien se duerme y se vuelve un objeto
cálido, que respira (como un acordeón).
Les gustaba habitar. Y lo habitaban todo,
el respaldo de madera de una silla
y en hilos finos de leche como el estrecho de Bering.
Puertas de par en par, el viento era afable,
las escobas descansaban tras el trabajo a conciencia.
Descubiertas las casas. Pintura de un país
donde la policía secreta no existía.
Sólo una sombra prematura entró
en el rostro del joven Rembrandt. ¿Por qué?
Pintores holandeses, decid, ¿qué pasará
al pelar la manzana, cuando falte la seda,
cuando todos los colores sean fríos?
Decidnos, ¿qué es la oscuridad?
T I E R R A D E L F U E G O
Tú, que ves nuestras casas por la noche
y las finas paredes de nuestras conciencias,
tú, que oyes el zumbido de las máquinas
de coser de nuestras conversaciones,
sálvame, arráncame de este sueño,
de esta amnesia.
¿Por qué es la infancia, ¡oh, tesoros de aluminio,
oh, susurro de plomo, amenazante y bello,
la única fuente, la única añoranza!?
La vejez, posterior a la edad madura, ¿por qué
es un camino inacabable,
amarillo como si fuera el Sáhara?
Sabes muy bien que algunos días
incluso el deseo se vuelve seco,
y los labios al rezar se endurecen.
A veces la moneda del sol se vuelve mate
y la vida empequeñece hasta tal punto
que podría caber
en los guantes azules de una gitana
que predice el pasado
de hasta siete generaciones.
Y es entonces cuando en un pueblo
del sur un charlatán
decide destruirte, a ti,
y a mí y a sí mismo.
Tú, que ves el blanco de nuestros ojos,
tú, que te escondes igual que un pinzón
en los serbales,
y en las cálidas medias de las nubes
como un halcón,
abre las repletas cajas de cantos,
abre la sangre que late en las aortas
de animales y piedras,
enciende las farolas en los negros jardines.
Innombrable, invisible, silencioso,
libérame de la anestesia,
llévame a la Tierra del Fuego,
llévame allí, donde los ríos
fluyen verticalmente, verticalmente fluyen
ríos horizontales.
VIOLONCHELO
Sus adversarios dicen: es tan sólo
un violín que ha pasado una muda
y fue apartado del coro.
No es verdad.
Un violonchelo encierra secretos,
pero nunca llora,
sólo canta con su voz grave.
Pero no todo se convierte
en canto. A veces se puede oír
como un murmullo, o un susurro:
me siento solo,
no consigo dormir.
AQUEL DÍA LA NADA
Aquel día la nada
como para llevar la contraria
se convirtió en fuego
y quemó los labios
a los niños y a los poetas.
U N
P O E M A
C H I N O
Leo un poema chino
escrito hace mil años.
El autor habla de la lluvia
que cae toda la noche
sobre el techo de bambú de la barca,
y de la paz que finalmente
anidó en su corazón.
¿Será casualidad que vuelva a ser
noviembre, haya niebla
y una puesta de sol plomiza?
¿Será por azar
que otra vez alguien viva?
Los poetas dan mucha importancia
a los éxitos y a los premios,
pero otoño tras otoño los árboles
orgullosos van deshojándose
y si algo queda es el murmullo
delicado de la lluvia
en los poemas que no son
ni alegres ni tristes.
Tan sólo la pureza es invisible
y el atardecer, cuando luz y sombra
se olvidan de nosotros un momento,
ocupados en barajar secretos.
De «Tierra del Fuego». Traducción de Xavier Farré. El Acantilado.
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