Los mensajes del té [Poemas] – Carmen Cebrián

Los mensajes del té [Poemas] – Carmen Cebrián

Los mensajes del té [Poemas]

 

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Los mensajes del té

 

Fragantes hojas, tiernos retoños.

El deseo de los poetas, amor de los monjes.

Macerado en jade blanco y cernido en garza roja.

 

Yuan Zhen

 

Será acaso por la llanura de tus gestos,

un verso encogido por el sol raso de enero,

quizá porque la agonía de media tarde

destila la cordura de estos huecos;

será porque estos días son cuadriláteros

desbordados de sed que,

tal vez te empeñes en desenrollar

la blancura de mi té.

Si insistieras en desplegar el mensaje oculto de este té,

sin ritual, sin ceremonia alguna, sin la soledad de los pasos

de unos pies desnudos…

 

Así te lo sirvo, en bandeja de A Loja,

con la tenaz precisión

de verter el té, a las cinco en punto de la tarde.

 

Si quisieras dinamitar la dureza de este té,

sortearían los feriantes una esquirla auxiliadora,

gatearían tus nombres por

mi paladar en ciernes;

alzarían las enredaderas atajos inservibles

en busca de una metafísica para un par de gotas de arroz.

 

Sobran los segundos que precipitan la luna

al incómodo ámbito de tu tacto torcido.

Se destejen las sombras,

la desnudez de los nombres se afloja.

No están los sueños para despegar la imagen de su orbe.

Falta la tarde con sonrisa de niña y bucles en los ojos,

y la torpe caligrafía de los posos del té.

 

Las armaduras son fondos de armario

de los que ganan una vida desterrados del cielo,

de la arquitectura de estos cuerpos, y de su esclerosis de andamios cosidos a plazos.

 

Y mi aliento es ahora ya un caldo humeante

de hambre ancestral, de hambre de esas manos congeladas

con que abres los versos y los días;

y las espirales inestables, el terror

de husmear un sueño con los dedos hilvanados

por un verbo a punto de estallar.

 

Adivino y acierto si pienso que te enredarás

en hacer disquisiciones de significados errantes,

empeñados en enrarecer

las rutinas del cerro de los helechos,

la cautela de los siglos que nos vigilan,

el estrecho atavío de mi sombra.

 

Atravesar serenamente

los jardines enjambrados de la casa del té.

 

Pues se trataba tan solo de

rescatar la pureza de mi té,

y de atrapar nuestros mensajes de hoy del Yogi Tea:

“Don´t react, act” – decía el mío -,

“The purpose of your life is to enjoy this moment” – desvelaba el tuyo -.

 

Pídele a las rosas un cruce de caminos,

la puerta intermedia al jardín interior

que separa la fuente de este mundo.

Iza las velas de tu navío encallado y, tal vez, un suspiro favorable,

lo habite en alta mar.

Entretanto, abrazo un pedazo de Orión,

en busca de la tríada de invierno.

 

*

 

Veneno y nebulosa

 

Si disipar el canto contenido,

como un jarro sellado sin espacios,

disolviera las nebulosas

y envolviera la furia de los astros,

que agita la noche en remolino

y enturbia las cuencas de estos ojos

sitiados de añil;

si demoler el catálogo de fracasos,

nos devolviera una ciudad en ruinas

y un coloso de piedras en añicos,

con la historia quebrada por las llamas,

y las colinas y sus abrigos de marzo rezumando un aire amarillo

de mimosa y jazmín,

entonces podríamos caminar aullando sobre una pira de cadáveres,

y ordenar el saber acumulado en pilastras para

el pecho vulnerable,

como una catapulta para una artillería de lanzas sin afilar;

entonces, respirar al unísono, rompiendo

el tiempo, sería menos imposible.

 

Se ha perdido el corto recorrido del tambor de los pasos,

se ha borrado su impronta por la espuma batida, en un oleaje inconstante,

un recorrido demasiado angosto para mirar

el trébol de las cuatro caras de la luna,

un instante en exceso fugaz

para recuperar la mirada de leopardo,

vigilante, insomne, perdurable;

y la lechuza en su liana

de la noche febril.

 

Llegará el instante de aplacar

a las almas carceleras, que tocan las teclas de la noche en macabra melodía,

a esas impías almas

para que, cuando rasguen el velo de las aguas suspendidas,

no regresemos a la ciudad de las luces de neón.

 

Y habremos de aplazar los equinoccios,

esa extraña costumbre de los amantes platónicos.

 

Veo de lejos una isla de hombres desterrados,

las alambreras de espinos y las botas de abrigo,

los pequeños brotes de besos en las mejillas

germinados a distancia por una frontera de esposas e hijos.

Aspiro a esa isla repleta de peligros, plagada de serpientes,

que nos acechen,

que nos devoren las canillas,

que nos arrebaten los perfiles hasta quedar seca

la voz.

Y así, continuar los pasos, que borran incesantes las espumas,

y buscar un remedio de antorchas, para sobrevivir,

danzando,

en el mundo de las sombras.

 

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Carmen Cebrián

 

 

Categories: Literatura