Pensando en Sábato en el Bar Británico
***

***
Pensando en Sábato en el Bar Británico
Me pasé horas en el Bar Británico pensando en Sábato. Pedía copas de vino, miraba el parque Lezama y pensaba en Sábato sin cesar. Le pregunté al camarero dónde solía sentarse y me dijo que justamente donde yo estaba, al lado de la ventana. Claro que pudo decírmelo para contentarme. Después venía por allí, me preguntaba si todo iba bien y miraba algo divertido la cara furiosa que yo ponía. Antes de entrar volví a pasear por el parque, miré la estatua un poco pomposa de Pedro de Mendoza el fundador de Buenos Aires, miré los bancos tranquilos donde Martín de Sobre héroes y tumbas encontró a Alejandra un atardecer. Esa mujer que llevaba un infierno dentro se mostraba suave en aquel momento. Y Martín el gran espectador de la vida, el que alucinaba con todo, la encontró allí.
Era la tercera vez que iba a Buenos Aires y tenía que volver al bar Británico para pensarlo todo. Para pensar solo en Sábato que fue el único que me dio vida de verdad a lo largo de mi vida, el único que se saltó todos los simplismos y tópicos y me hizo conectar con la vida oscura y misteriosa. Para pensar solo en Sábato sin estorbos y para pensar en Sábato solo, el gran hombre solo y libre, que no se dejó encerrar en ningún esquema mental, que captó con libertad la vida, y los asustó a todos y los escandalizó a todos. Y que solo estando solo, con esa soledad irrenunciable e infinita, pudo conectar con sombras y con los fantasmas de la vida. Y pudo hacer la alquimia de la vida y de la literatura.
Le pedí al Malba una beca para estudiar a Rilke en Buenos Aires pero no me la dieron. Rilke era el otro autor que me acompañó durante toda mi vida y que me hizo la vida valiosa, en tercera dimensión. Pero seguramente no supe redactar mi petición o es que otros tenían más méritos académicos y más aspecto de buenos chicos. Yo no sabía si tenía que redactar mi petición de forma viva y apasionada, o tenía que mandarles un escrito muy sesudo y muy serio, que demostrara que yo estaba muy metido en la cultura académica y oficial. Pero resulta que esto último no sé hacerlo y que además no me interesa. Si tenía que pasear por Buenos Aires lleno de vida y de lucidez para revelar a Rilke no podía meterme en categorías ni en métodos. Me imaginaba asistiendo a reuniones y soltando lo que me parecía de manera visionaria y no frases bien compuestas y gestos académicos.
Pero como no me dieron la beca, decidí ir de todos modos yo solo a Buenos Aires, porque yo quería, porque me daba la gana. Y ahora me dedicaría a pensar solo en Sábato, a sentir a Sábato, a apuntar todas las revelaciones sobre Sábato que se me ocurrieran. Me alojé otra vez en el hotel Uruguay, junto a la avenida Mayo, donde estuve la primera vez que visité Buenos Aires, y lo primero que hice fue ir al bar Británico. Aunque podría tener pensamientos inspirados en el Café Dorrego en San Telmo abierto a tantos fantasmas vivos. Pero en el Bar Británico escribió Sábato Sobre héroes y tumbas y eso era mucho.
Tenía que pensar furiosamente en Sábato ahora que muchos lo rechazan porque era profundo y trágico y ellos son superficiales y merengados. Porque estaba lleno de una fuerza y una vitalidad sombrías y ellos son la pura prestidigitación y la inconsistencia. Porque él tenía una fuerza llena de sensibilidad y ellos son amariconados y artificiosos. Nada más llegar al bar Británico y empezar la primera copa de vino, me acordé de ese gilipollas Newman que, al morir Sábato, escribe un artículo insulso y miope. Entre varias nonadas se le ocurre burlarse de que Sábato a los noventa años oía mal. Dice que le preguntó si le podía preguntar, o algo así, y Sábato le dijo si se lo podía repetir. Supongo que el gilipollas quería significar que Sábato estaba alejado de la realidad actual. Pero lo que hizo fue burlarse de la decrepitud física de un anciano. Y habría que ver cómo oirá a los noventa años ese palurdo moderno que se cree superman. Me gustaría verlo a esa edad, aunque no lo veré. Pero si estoy muerto como un espectro me acercaré a él y le susurraré: qué, gilipollas arrogante, ¿no te burlabas de Sábato porque oía mal a los noventa años?. ¿Y qué dices tú ahora que ni sientes el frío en la polla?.
Y luego pensé en ese otro que escribe inanidades sueltas, montones de cosas sin sustancia como en una cagarría infinita, y rechaza a Sábato y a muchos más. Como él describe de cualquier manera cualquier cosa, igual que se escribe un tuiter en la era de los tuiter, desprecia a Sábato que ponía todo su ser en una obra, y que tardaba veinte años en concebirla profundamente. Y la maduraba como un fruto profundo con toda la sombra de las profundidades. Pero a ese tipo que suelta y suelta, y se burla de todo, tampoco le gusta Rulfo, que vale por mil como él, ni Cortázar, ni Saer, ni Borges. Solo vale él con sus gansadas y sus miles de libros que no dejan nada y que no tienen nada. Como él dice, da igual escribir bien o mal, esas palabras no tienen sentido, todo es escribir. Sábato era un profeta de la vida que soltaba andanadas con fuerza como su Jorge Ledesma, y este tipo escribe con la punta del culo cualquier cosa sin darle importancia. Porque lo que él quiere es quitarle valor a todo y entidad a todo. Como hacen todos en nuestra época en que todo se manosea y plastifica y no existe hondura ni revelación. De beber un vaso de vino reserva criado durante años en barrica se pasa a tomar coca cola o zumo artificial a base de aditivos.
Y luego al tipo le dan el Premio Formentor, nada menos. En esta época estamos. Escribí varias cartas a esa sesuda institución para decirles que la próxima vez premien a Chiquito de la Calzada a título póstumo. Ya que ahora se premia la superficialidad y la inconsistencia y el espachurrarlo todo. En lugar del trozo de pan sustancioso se premia al tipo que suelta migas que no alimentan ni dan nada. Y luego en sus infatuadas opiniones se permite decir que Sábato estaba lleno de tópicos. Precisamente Sábato que se salió siempre de todas las clasificaciones y escapaba a todas las sujeciones mentales y machacó precisamente todos los tópicos. La gente ni sabe lo que significan las palabras. O a veces cuando no le gusta algo le llama tópico porque sí. Como una vez en una tertulia yo leí un relato que hablaba solo de una gota de agua que caía en un instante y una mujer dijo que eso era un tópico. Cuando precisamente eso no lo hizo nadie nunca. Cuando no te gusta algo dices que es un tópico. Y también porque ni siquiera miras lo que no te gusta y de lejos todo nos parece igual, también decimos que todos los chinos son iguales.
Pensaba todo eso, pedía vinos y el camarero venía a preguntarme si todo iba bien. Porque tal vez yo parecía en ese momento un personaje de Sábato. Miraba con furia el parque Lezama al otro lado del cristal, y el parque se me venía totalmente como si acabara de formarse en ese momento. Y las personas que andaban por allí me parecían raras y metafísicas, otra cosa que tampoco quieren ahora, la metafísica, es decir, mirar las cosas de modo profundo y total. Y mirar con todo el ser y escribir con todo el ser. No hay nada más profundo que la piel, me decía un jovencito que quería pasar por agudo y maldito en una sierra de España, y pretendía que estaba diciendo una gran cosa. Claro que la frase es muy cierta, pero él no la entendía. Porque la piel reúne en ciertos momentos todas las profundidades y aspectos, igual que a veces en un instante fugaz se reúne toda la vida, como decía Vallejo en aquel verso famoso. Porque la piel puede actualizar todo lo que está perdido, y podemos amar a alguien abismalmente con la piel, y la piel puede volverse visionaria y poderosa. Pero es que, como decía David Herbert Lawrence, la gente confunde lo sensorial con lo superficial, y entonces en ella hay sensorialidad y no sensualidad. Y nadie fue más profundo y apasionado que David Herbert Lawrence. Y así, Sábato nos dijo con la piel, en instantes fugaces, en frases afortunadas, cosas tan profundas. Esos tipos creen que la piel está pegada al cuerpo y no recibe toda la dimensión del cuerpo. Como para ellos todo es artificial y hecho hace dos minutos, y no admiten nada natural ni sincero. Para ellos no existe la profundidad sino los apliques y las aplicaciones del teléfono móvil. Y fabrican libros en lugar de parirlos y así quieren que sea todo. Igual que el diseño pijo moderno lo elimina todo y solo impone lo simplón y lo desarraigado.
Pensé en Sábato durante horas, me dije que tenía que hacer eso en estos momentos de incomprensión y de superficialidad dominante, y de artificio y de plásticos, y de tuits, cundo Sábato se vuelve más solo y más solitario que nunca. Igual que yo, y por eso me ha sostenido durante tantos años. Quise pensar en lo que hizo Sábato conmigo a lo largo de 50 años desde que mi padre me hizo leer El túnel a los 17 hasta ahora que casi tengo 67. En tantas veces que me reivindicó y me hizo vivir de verdad en todas partes. Y no con discursos y argumentaciones, sino con verdaderos fogonazos de sustancia de vida. Porque yo también viví alucinado toda mi vida, perdido en medio de sombras y de imágenes, en una niebla constante, vacilando entre la realidad y el sueño. Me acuerdo de ir por las carreteras, porque me gustó tanto viajar, y dormirme por instantes continuamente, y creer que había pasado un montón de tiempo en solo unos instantes, y que solo en unos instantes soñara sueños completísimos. Porque el tiempo es algo dudoso y depende de la percepción y de la vida, igual que todo en el mundo, las personas, los lugares, las épocas. Y todo es algo vacilante y dudoso, igual que mostró en algunos momentos Fernando Vidal Olmos. Y en las horas de mayor angustia e incertidumbre, de caer en el abismo más bajo, una frase de Sábato me recupera y me hace seguir. Por ejemplo: hace falta mezclar una mezcla de humildad y autocritica sin límites, con un orgullo y una rebeldía para sostener lo tuyo si crees profundamente en ello. Por ejemplo eso que me repetí tantas veces: hay que creer que la vida debe de tener un sentido, aunque no sepamos cual, porque si no todos nos habríamos suicidado. Y eso es que la vida piensa o late debajo de nuestros pensamientos, eso no son discursos lógicos ni argumentaciones que no sirven para nada y que pueden falsificarlo todo. Porque la lógica puede demostrar cualquier cosa, como que el movimiento no existe y que el tipo nunca alcanzará a la tortuga y cosas así, y te puede escamotear la vida entera. Pero hay algo mucho más serio y más sustancioso debajo de la lógica, como perciben los ciegos, y Sábato lo sabía.
Pensé en lo solo que estuvo siempre, y como generalmente nadie comprendía nada, como le ocurrió a Castel en El túnel. Porque querían encuadrarlo en esto o en lo otro, enjaularlo en categorías como les pasa a los grandes solitarios. Y como no pueden encerrarlo, entonces es un bluf, o no existe. No saben percibirlo, quieren hablar de él con un lenguaje simplista y miserable que no sirve para captar el desconcierto de la vida. Y así se les escapa y se cabrean. Porque la gente no quiere sustos ni inquietudes, quiere encerrar la vida en cuatro conceptos y la casa bien ordenada. Como ese Piglia que dice en su Diario que los que no quieren ni esto ni lo otro se ponen en el aire o buscan un punto medio imposible. Y eso es como decir que en una fuente llena de frutas tienes que escoger entre manzanas y peras y si no lo haces eres un escapista. Pero al contrario, no lo haces porque te sumerges en la fruta y en la tierra, no porque te levantes en el aire. Y no quieres una mezcla de manzana y de pera sino toda la pasión desconcertante del frutero. Pero todos se organizan su propio encierro. Como los que hablan de ética y estética, o de izquierda y derecha, o de bueno y malo, etc. Una vez mi tío que no se enteraba de nada, y tenía una mente tan estrecha, me dijo: No quieres ni ética ni estética, ja, ja, entonces qué quieres, la sintética. Me dio pereza decirle que hay millones de cosas en el mundo que no son ni ética ni estética, que hay millones de términos más para nombrar millones de cosas más. También dije eso a dos amigos una vez en Santiago de Compostela, pero debí decirlo con mucha violencia, o es que a la gente le espanta que le deshagas el chiringuito, porque después estuvimos cabreados y uno de ellos y yo fuimos sin decir palabra en el coche de él a Madrid. Cómo nos negamos la vida con doctrinas, clasificaciones, simplismos, hay que ser muy solitario para captar la vida.
Pensé que Sábato defendió el sueño y el mito como formas de conocimiento, como ahondamiento en nosotros mismos. Y dijo que los sueños nunca mentían porque salían de los más hondo de nosotros mismos. Y yo también lo creo, porque el sueño rompe todos los lenguajes y todas las cerrazones, y tiene una total libertad y una total imposibilidad de atraparlo. Incluso cuando lo decimos por la mañana ya se escapa de nuestras palabras. Porque lo que se escapa es su atmósfera, algo inatrapable, su vida. Igual que se le escapa la vida a la ciencia mecanicista moderna. Y se les escapa un poema a los críticos literarios sesudos. Y Sábato se les escapó a todos. Pero yo recuerdo aquel deslumbramiento oscuro que tuve en un pueblo de Galicia cuando leí en un periódico que Sábato decía: el arte es como el sueño y en eso radica su verdad. En ese momento se me rompieron cien puertas, me sentí lleno y colmado, Y me propuse leer todo lo que escribiera ese hombre. Y lo defendí con todo mi ser a partir de ese momento.
***
Antonio Costa Gómez