«Vides quae sim et quae fui ante» – Siete alcahuetas – III – Propercio – Elegías – Santiago Blanco del Olmo

«Vides quae sim et quae fui ante» – Siete alcahuetas – III – Propercio – Elegías – Santiago Blanco del Olmo
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«Vides quae sim et quae fui ante» – Siete alcahuetas – III
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Propercio
Elegías
Hagamos un resumen previamente de la elegía número 5 del libro IV, un poemita de 78 versos.
El poema inicia con una imprecación contra una alcahueta, para que no quepa ninguna duda del tema del poema, la palabra “lena” figura en el primer verso, al lado de “sepulcrum”. Se le desea sed, que crezcan espinas sobre su tumba, que los dioses manes no se posen sobre sus cenizas y que el perro Cérbero aterrorice sus huesos. Estos votos ocupan los dos primeros dísticos. Entre los versos 5 y 20 introduce lo que hoy llamaríamos “curriculum uitae” con una clave en el verso 17 que justifica la mala predisposición con que el poeta nos ha presentado a la alcahueta. Nos enteramos así de que esta mujer es capaz de favorecer relaciones amorosas, aquí pone como ejemplo al irreductible Hipólito, y es peligrosa para las uniones estables, sería capaz de hacer que Penélope se casara con Antínoo, uno de sus pretendientes. Su fuerza desafía a la naturaleza y puede así evitar que el imán atraiga al hierro o hacer que las corrientes de agua fluyan hacia sus manantiales (“impossibilia” típicas). Puede regir los movimientos de la luna con hechizos y convertirse en lobo por la noche, puede así mismo cegar a los maridos que sospechan, si muy espectacular, lo primero, esto último en cambio se me antoja más útil.
En la última parte dispone el poeta las actividades más escabrosas, como sacarle los ojos con las uñas a las cornejas, consultar a las aves nocturnas por la sangre del narrador, “nostro de sanguine”, o recoger restos de humores de yegua en celo contra él, “in me”. Esto último lo hacía ayudándose de las palabras y a partir de aquí, verso 21, hasta el verso 62, vamos a escuchar el discurso de la alcahueta en estilo directo, del que el narrador del poema parece haber sido testigo, no sabemos cómo.
Inicia la lena su discurso, dirigido a una persona que desconocemos todavía, pasando revista a una serie de productos lujosos que se obtienen bajo la condición de apartarse de las leyes de la fidelidad. Continúa dando consejos a una “belle dame sans merci” o mujer fatal:
Simular que durante una noche se tiene otro hombre para luego hacer las paces, ser golpeada, que a veces reporta beneficios. Que encandile primero al varón para después darle largas con bien fundamentados pretextos, como la fiesta de la casta Isis. El resultado de tales procedimientos está escrito en el verso 37, “supplex ille sedet”, “él se sienta suplicante junto a ti”. Después le indica cómo debe provocar celos en el amante de modo indirecto, el verso 39: “Semper habe morsus circa tua colla recentis”, “ten siempre mordiscos recientes en torno a tu cuello”. Pone dos ejemplos de lo que no debe imitar, a Medea, “ausa rogare prior”, “porque se atrevió a solicitar primero”, y de lo que debe imitar, a Tais de Menandro, calificada de “interesada”, “pretiosa”.
Continúa luego con sus admoniciones y pide a la aspirante que se acomode a las costumbres de su amante. El portero de la casa debe estar aleccionado para permitir el paso a los ricos y evitar a los pobres. Así tampoco deberá despreciar a ningún hombre, marinero o soldado, mientras tuviere oro: “aurum spectato, non quae manus afferat aurum!”. Le aconseja también que desprecie los versos dedicados a ella si no van acompañados de dinero. Aquí el objetivo del consejo apunta directamente contra el propio Propercio, por si nos quedaba alguna duda, pues cita a modo de ejemplo los dos primeros versos de la elegía segunda del libro primero. Los últimos versos son una versión más del tema “carpe diem”, con una comparación muy bonita que desconozco si es original:
“Vidi ego odorati uictura rosaria Paesti
Sub matutino cocta iacere Noto”.
En español: “yo vi las fragantes rosaledas de Pesto, que vida prometían, quedar mustias bajo el viento sur de una mañana”.
Aquí termina el discurso de la alcahueta, que sabemos que se llama Acántide por el verso 63, nombre que sugiere la palabra cardo, por un lado, griego ἄκανθος, y por otro jilguero, griego ἀκανθίς. Curiosamente se da en francés una similar equivalencia, pues de “chardon”, cardo, viene “chardonneret”, nuestro jilguero. Averiguamos también que esta Acántide ha estado hablando a la amiga del poeta, “nostrae…amicae”.
En los versos que siguen el poeta ofrece un sacrificio a Venus, se trata de una paloma, y contempla la muerte de la alcahueta entre horrorosos síntomas: se le cuaja la tos en el rugoso cuello, esputos de sangre van por las oquedades de sus dientes y finalmente expira su alma podrida en el interior de una habitación que se eriza, suponemos que por “sym-patheia”.
Al fin nos narra el poeta desde el verso 71 las exequias de la vieja, dándonos, a mi parecer, alguna clave para averiguar quién era, cuando nos dice que la perra, que siempre le ladraba a él cuando acudía a la celosía de su casa de manera subrepticia, participaba también en el entierro. Desea por último el poeta que el túmulo de la vieja sea una vieja ánfora de cuello estrecho, que un cabrahígo crezca sobre su tumba y que la oprima, y que los enamorados arrojen piedras y maldiciones sobre ella.
La vieja alcahueta Acántide es la directora del burdel en el que trabaja la amiga de nuestro narrador, que es pobre, y a quien dejan cotidianamente esperando a la puerta o junto a las rejas impidiéndole el paso. Es en una de estas vigilias a la luna de Valencia, o paraclausithyron, tópico literario ya desde época helenística, cuando nuestro poeta ha debido ser testigo de la escena que nos narra el discurso en estilo directo de Acántide a su amiga, y también, y no sabemos cómo, de su muerte.
Propercio nos obliga a preguntarle al poema para poder imaginarnos representada en nuestra cabeza la escena que cuenta. En este aspecto Ovidio es menos oscuro, gusta más de explicar profusamente las escenas que pinta.
De las cualidades morales de la alcahueta poco más se puede añadir, sin embargo Propercio se toma la molestia, y ahora sabemos que su inquina contra la lena es personal, de darnos detalles sobre su aspecto físico: “ossa numerata”, “tenuem cutem”, “rugoso collo”, “per dentis cauos”, “rari capilli…uincula”…Todo lo contrario de la “bruja hermosa” del poema de José Agustín Goytisolo.
Propercio nos ha contado en su breve elegía cómo es y cómo actúa una vieja alcahueta con todo tipo de exageraciones y sin visos de realidad. En esta descripción incluye todas las características de este personaje tipo desde un punto de vista negativo, con truculencia y con muerte, como a él le place. Sabido es que el de Asís fue el poeta del amor y de la muerte y que su influencia fue sustancial en Quevedo, recuérdese el soneto del “serán polvo, mas polvo enamorado”. Yo llamaría a Propercio barroco y romántico, si no fuera porque vivió y murió en el siglo primero anterior a Cristo. Por otro lado su descripción de Acántide más parece o recuerda uno de los caracteres de Teofrasto que una mujer real o una aventura cierta.
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Santiago Blanco del Olmo
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