De cómo comprendí nuestras limitaciones y la supremacía de las coliflores – Teresa Sagastiberri

De cómo comprendí nuestras limitaciones y la supremacía de las coliflores – Teresa Sagastiberri

De cómo comprendí nuestras limitaciones y la supremacía de las coliflores.

Hasta ese día no le había dado nunca la importancia que se le debía a las coliflores. Es cierto que uno o dos días a la semana me gustaba cocinar un primer plato compuesto de verduras: puerros, acelgas o vainas y que, con el fin de no aburrir a los comensales, cada mes también improvisaba con algún otro vegetal. Pero, salvo en alguna de las ocasiones excepcionales en que recurría a ellas, las coliflores eran uno de otros tantos elementos de la naturaleza sobre los que no creía necesario reflexionar ya que no habían desempeñado ningún papel relevante en mi vida.

Recuerdo exactamente la fecha en que, ante la expectativa de una reunión familiar, seguramente plagada de insinuaciones sobre mis hábitos culinarios, me dirigí al mercado con la intención de comprar tres coliflores, hermosas, blancas y puras, para deleitar y,¿por qué no?, asombrar a mis invitados.

El día era lluvioso y frío. La mayoría de mis vecinos estarían concentrados en sus televisiones con programas interactivos, envidiables, eso sí, porque gozaban de la compañía de sus amables calefactores y chimeneas crepitantes encendidas en previsión del anunciado vendaval que iba arreciando por momentos. Y ahí estaba yo, helada, calada hasta los huesos, pero determinada a comprar mis tres coliflores ¡qué perra tenía con las tres coliflores!

Tras dar un traspiés en el que casi acabo en la cuneta arrollada por los coches que circulaban a mi alrededor, llegué por fin a la frutería. Allí estaban, relucientes, reposadas, tranquilas, y eclipsando al resto de sus congéneres, las tres coliflores con yo qué sé que hacía imposible apartar la vista de ellas, tal era su magnetismo.

 

Coliflores

 

Un escalofría atravesó todo mi cuerpo y atrapada como en una tela de araña de silicona, me quedé paralizada y sin aliento. Las coliflores lanzaban rayos y penumbra, música celestial, silencio y bandazos de percusión y melodía de cristales. El espacio en que se reflejaban aparecía y desparecía, se movía e inmovilizaba, dando lugar a una conjunción de coordenadas incompatibles. Veía y no veía, era como si tratara de sintonizar una frecuencia que no lograba captar y en medio de todo ello estaban ellas, las coliflores, imperturbables, espirituales y divinas.

Si, nosotros, los más inteligentes, los sapiens sapiens, la creación más perfecta de Dios, los creadores de Internet y de la Teoría de la Relatividad, de repente no éramos casi nada o nada más que ¿los antecesores? De estas maravillosas coliflores, pura armonía, sin manos, pies ni cuerpo, réplicas mejoradas de los cerebros de Mozart, Einstein o Leonardo da Vinci que durante años habíamos dibujado y analizado como símbolos de perfección en los seminarios de Neurología en mis estudios de Medicina.

Avergonzada, volví sobre mis pasos. Ya pensaría en cómo complacer a mis invitados. ¿Quizás con nueces?

Teresa Sagastiberri

 

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