A propósito de un verso de Virgilio – II
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A propósito de un verso de Virgilio – II
Eurípides
Disponemos tan solo de un fragmento de una tragedia de Eurípides perdida, tal vez la Andrómeda, en donde se resume, ¡en cuatro palabras!, cuanto hemos estudiado en Homero, sobre todo los versos del libro XV, y posteriormente en Virgilio, a saber:
“ἡδὺ σωθέντα μεμνῆσθαι πόνων.”
Es decir, “es agradable para quien se ha salvado ya acordarse de sus penas.”
Desgraciadamente desconocemos el contexto en que este fragmento estaba engarzado dentro de la obra perdida del trágico ateniense. La Antigüedad nos ha legado una máxima o sentencia en lengua latina que viene a resumir esta misma idea:
“Suauis laborum est preateritorum memoria.”
En castellano “es dulce el recuerdo de los trabajos pasados”.
Así convertido en un refrán al alcance del pueblo que no frecuentaba las bibliotecas, este tema pasa a formar parte del bagaje cultural de la Antigüedad grecolatina ya exento de todo contexto literario, como verdad absoluta que se sume en el anonimato del “Volksgeist”.
Si bien creo que la línea que partiendo de la Odisea y pasando por Eurípides hasta Virgilio es una apropiación consciente del homérico motivo y hay voluntad clara de apropiación e imitación del mismo, en el futuro este motivo, pues todavía veremos otros ejemplos posteriores, se va a convertir en un tópico y se van a difuminar poco a poco las huellas que lo vinculaban al poema de la Odisea.
De la misma manera que multitud de hispanohablantes cita hoy frases del Quijote sin haber leído el libro, y muchas veces sin saber que esa frase la acuñó don Miguel de Cervantes, porque circulan hoy en boca del pueblo, y además dándose la circunstancia de que muchas de esas frases o citas, algunas son incorrectas, algunas son atribuciones falsas y de otras se deducen consecuencias que probablemente nunca se le pasaron por la cabeza a su autor, el genial complutense.
Y todo esto sin contar con otras tradiciones literarias distintas de las occidentales, que son a las que yo me ciño. Posiblemente encuentren los estudiosos de otras civilizaciones y culturas manifestaciones muy parecidas a las ya vistas entre textos egipcios, hebreos, indios o chinos. A mí, al menos, no me cabe la menor duda de ello.
Pero sigamos el rastro de este motivo por las rutas de Occidente.
Marco Valerio Marcial
(Libro X de sus epigramas, XXIII)
“Iam numerat placido felix Antonius aeuo
Quindecies actas Primus Olympiadas
Praeteritosque dies et tutos respicit annos
Nec metuit Lethes iam propioris aquas.
Nulla recordanti lux est ingrata grauisque;
Nulla fuit cuius non meminisse uelit.
Ampliat aetatis spatium sibi uir bonus: hoc est
Viuere bis, uita posse priore frui.”
Ahora en castellano:
“Antonio Primo cuenta ya, feliz con su apacible vejez, quince Olimpiadas cumplidas y contempla los días pasados y los años seguros, y no teme las aguas del Leteo ya muy cercano: cuando recuerda, ningún día le resulta ingrato y pesado; no hubo ninguno del que no quiera acordarse. El varón virtuoso amplía la duración de su propia vida: el poder disfrutar de la vida anterior es poder vivir dos veces.”
Leo en la edición de Cátedra de Dulce Estefanía que Marco Antonio Primo fue un general de Vespasiano que en su vejez se retiró a Tolosa dedicándose allí a las letras.
El epigrama guarda relación en parte con el motivo que venimos comentando, si bien hay diferencias que me hacen pensar que no es necesaria la vinculación con el fragmento de Virgilio más arriba comentado ni tampoco con Homero, aun cuando, como se espera de un poeta latino de la corte de Domiciano, tanto el poema homérico como el virgiliano le son harto conocidos. Podría tratarse de una influencia inconsciente, no directa, ni por supuesto, buscada por el Bilbilitano.
Pero vayamos al poema. Aquí no se trata de una sentencia general o de una máxima que comúnmente se cumple entre los hombres, sino que se circunscribe a la persona de Antonio Primo en concreto, y se añade además una premisa o condición necesaria para que se pueda alcanzar ese gozo de “vivir dos veces” del destinatario del poema: es menester ser hombre virtuoso o “uir bonus” como es el caso.
Tampoco se ciñe de manera exclusiva a las desgracias o penalidades, sino que incluye todos los acontecimientos de una vida larga, los buenos y los malos; todos ellos le reportan agrado y dulzura sin que omita el recuerdo de ninguno de ellos.
Es evidente que el citado general contempla su vida desde la tranquilidad que le proporciona la seguridad de haberse comportado moralmente con rectitud, ajeno por tanto a cualquier tipo de arrepentimiento o reproche. Puesto a imaginar se me antoja que Antonio Primo es perteneciente a la secta estoica y que al igual que hacía Séneca somete cotidianamente sus días a un examen de conciencia. (¡Siglos antes que San Ignacio!)
La satisfacción por la vida que ha llevado desde la paz de un retiro dedicado a las humanidades y lejos de la urbe le produce este regusto de la remembranza.
Publio Papinio Estacio
Traemos ahora a colación a un poeta nacido en Nápoles y perteneciente a la misma generación literaria del Bilbilitano, acaso unos años más joven. En su poema épico Tebaida, cuya composición le ocupó cerca de veinte años, Estacio rinde homenaje a Virgilio de forma patente y constante a lo largo de sus versos y cantos, que también son doce. Poco más de medio siglo separan la muerte de Virgilio del nacimiento de Estacio, y sin embargo ya para entonces la Eneida se ha convertido en una obra clásica e inmortal, a la altura de Homero, y el poeta Virgilio es venerado casi como si se tratara de una divinidad.
Pues bien, en el curso de la expedición militar del rey Adrasto y sus siete magníficos contra Tebas, el ejército en movimiento a su paso por la región de Nemea sólo puede saciar su sed gracias a las indicaciones que les da una misteriosa mujer que encuentran en el camino. Una vez hecha la aguada, el rey de Argos, además de agradecer el gesto de la mujer, le pregunta por su nombre y su procedencia. Ella, jugando con palabras que nos recuerdan a la epopeya de Virgilio, responde: (V, versos 29 y 30)
“Inmania uulnera, rector, integrare iubes”.
En castellano: “Me ordenas, oh rey, volver a traer a la memoria inhumanas heridas.”
Es evidente la relación con Eneida II 3: “infandum, Regina, iubes renouare dolorem”. Si cambiamos las palabras “inmania” por “infandum”, “integrare” por “renouare”, “uulnera” por “dolorem”, el vocativo “rector” por “regina” y dejamos el mismo verbo yusivo del que depende la oración de infinitivo en ambos casos, evoca con claridad el famoso pasaje de la Eneida en que Eneas, ante la insistencia de Dido, inicia la narración de sus aventuras.
La enigmática mujer resulta ser la lemnia Hipsípila, personaje que adquirió protagonismo en el episodio de la rebelión de las mujeres de Lemnos, en la que las mujeres deciden pasar a cuchillo a todos los varones de la isla. Ella fue la única que salvó la vida de su padre y por ello hubo de partir desterrada para acabar siendo esclava del rey de Nemea llamado Licurgo.
Antes de que Hipsípila, que a juicio de Adrasto no parece distar mucho de la estirpe de los dioses y su presencia inspira respeto a pesar de su aflicción, comience la narración de sus desventuras, el poeta Estacio introduce un verso que transcribo a continuación: (V, v. 48)
“Dulce loqui miseris ueteresque reducere questus.”
En castellano: “Para los desgraciados es dulce hablar y evocar los viejos lamentos.” No me resisto a citar también la versión italiana de Giovanna Faranda Villa: “per gli infelici è dolce parlare e rievocare i dolori un tempo sofferti.”
Observamos que el significado de este verso es exactamente el mismo que el del verso de Virgilio, o más bien de las seis palabras del hexámetro de Virgilio, pues para completarlo falta un dáctilo, pero, y esto es importante, no se repite ni una sola palabra en ambos textos. Estacio juega a reproducir los mismos efectos jugando con diferentes palabras de las usadas por el maestro; y por supuesto no pretende engañar a nadie, al contrario, quiere hacer patente esa influencia del maestro y convertirla en algo parecido a una celebración, un homenaje.
Pero si en el caso de Eneas y sus hombres la posibilidad de encontrar alivio en el futuro, cuando recuerden los sufrimientos pasados, se plantea siempre desde la tribulación del tiempo presente como una esperanza, en el caso de Estacio, o del narrador épico y por tanto inspirado, que pronuncia el verso 48, las penalidades ya han pasado y se afirma con asertividad que su recuerdo es dulce para los infelices que las han padecido.
Imposible para un lector atento es leer a Estacio sin traer a la mente los versos de Virgilio (pues es tanta la fuerza que tienen), aun cuando el Napolitano parezca incurrir en contradicción, pues en el transcurso de unos pocos versos (dieciocho nada más) el recuerdo pase de ser “inmane” a “dulce”.
Pablo de Tarso
La carta a la comunidad de Roma fue redactada en la primavera de 55 d. C. en Corinto y con ella pretendía el santo anunciar una inmediata (o en cualquier caso próxima) labor evangelizadora en occidente, en comunidades que, si bien no habían sido fundadas por él, participaban de las mismas polémicas que aquellas de oriente que tan bien conocía.
Por lo demás la carta es fundamentalmente una carta deliberativa, que intenta convencer. Se trata de un escrito misional, y sigo la edición y traducción de Senén Vidal, en donde se recogen cuatro dimensiones: recomendación para la nueva misión, apología frente a los ataques, reconciliación o ecumenismo (relaciones entre judíos y gentiles) y resumen sistemático del evangelio.
Pues bien, en 18 reza como sigue:
“λογίζομαι γὰρ ὅτι οὐκ ἄξια τὰ παθήματα τοῦ νῦν καιροῦ πρὸς τὴν μέλλουσαν δόξαν ἀποκαλυφθῆναι εἰς ἡμᾶς”
En la versión de Vidal: “estoy convencido de que los sufrimientos del momento presente no pueden compararse con la dignidad esplendorosa destinada a nosotros, que va a ser revelada.”
Para comentar brevemente este pasaje debemos partir de algunas consideraciones. En primer lugar, y en contraposición a los escritos anteriormente citados, Pablo de Tarso se expresa en un griego común helenístico, o κοινή, caracterizada por ser lengua franca del Mediterráneo oriental, un griego que se basa en el dialecto ático con alguna influencia de otros dialectos griegos y que ha simplificado su morfología nominal y verbal, a la par que su sintaxis. Esto no quiere decir que Pablo no conociera el ático clásico, sino que, en cualquier caso, el destinatario de su “kerygma” (κήρυγμα, declaración, proclama) es el pueblo helenizado formado por los humildes, los esclavos y en general todos aquellos que no tenían acceso a la educación clásica, que eran la mayoría de la población del imperio. Es un mensaje escrito para el pueblo llano, escrito en la lengua que utilizaba a la sazón el pueblo llano.
Por otro lado, siendo Pablo un judío originario de Tarso, ciudad de Asia Menor muy cercana al mar, muy probablemente tenía como lengua materna ese griego común en el que escribe. En su caso muy influido por esquemas de pensamiento orientales como corresponde a su origen semítico, y expresiones que sólo se pueden entender como calcos de otras expresiones hebreas y siempre desde su cultura. Es posible que conociera la lengua hebrea, por ser lengua religiosa del judaísmo, y es posible que la hablara en la modalidad rabínica del siglo I de nuestra era con notables influencias arameas. Posiblemente hablara también el siriaco y es muy probable que, a pesar de ser ciudadano romano y ostentar algunas prerrogativas por este hecho, no hablara latín. Entramos con Pablo en otra tradición cultural.
En segundo lugar, Pablo no es un literato, sino que su obra tiene como fin la conversión de las gentes a una nueva religión, emanada del judaísmo bien es verdad, pero de vocación ecuménica. Pablo escribe textos religiosos.
Y es desde este sentido religioso desde el que debemos interpretar el susodicho fragmento, Pablo tiene la certeza de la fe cuyo garante es Jesús el Cristo, el hijo de Dios, quien venció a la muerte (resucitando) y que ofrece el mismo camino de salvación a todos los hombres que crean en él, sean éstos gentiles, judíos o bárbaros, cultos o ignorantes.
Cristo ha venido a la tierra para borrar el pecado de Adán que nos condenó a la muerte, y ha vencido a la muerte. Éste es el evangelio, la vida eterna, la nueva vida.
A Pablo no le mueve la esperanza de que un dios cualquiera o incluso el mismo Zeus, como sucedía en los textos de Homero y Virgilio, subviniera a sus penalidades hodiernas y brindara un porvenir mejor a cuantos se hallan en tribulación. Él posee la certeza que da la fe; según ésta, los sufrimientos del momento, τὰ παθήματα, entendidos como la vida de todo hombre sometida a la muerte, se verán magníficamente compensados por la gloria que les aguarda.
Este fragmento, como se ve, rompe la huella trazada que hemos venido estudiando hasta aquí y que partía de Homero, y si lo he incluido en este particular catálogo es porque participa de la esperanza (o fe) de que un tiempo futuro vendrá en el que estaremos mejor, y esta creencia supone un alivio y consuelo para nuestras presentes cuitas.
Dante Alighieri
Divina Comedia, Infierno, V, versos 121-123
“nessun maggior dolore
Che ricordarsi del tempo felice
Ne la miseria, e ciò sa ´l tuo dottore.”
Sabido es que en el canto V del Infierno Dante y Virgilio se adentran en el segundo círculo donde malviven las condenadas almas de los lujuriosos. Allí son juzgadas por el inflexible Minos, quien les adjudica un lugar en aquellos parajes después de haberlos oído en confesión: a la manera, pues, de los inquisidores. Allí están Semíramis, Dido (¡), Cleopatra, Helena, Aquiles, Paris o Tristán. También Francesca de Rímini. El dramatismo del pasaje es grande, se entrevé una educación refinada en la que nace y se ensalza el culto al sentimiento, la fatalidad de la pasión, la severidad del juez y, sobre todo, la delicadeza como este error es narrado por su protagonista, henchida de ternura y debilidad, alma al fin vencida del pecado.
Dante, que se halla “au dessus de la mêlée”, observa y escucha, si bien mostrando compasión y dejando verter sus lágrimas. Pero el castigo que se contempla busca la ejemplaridad.
El drama se concentra en dos intervenciones de Francesca, a petición de los dos curiosos visitantes, que se salen de la hilera donde se hallaba Dido y acuden a su encuentro. Se trata de una joven natural de Rávena, hija de Guido da Polenta y casada en un matrimonio político con Gianciotto Malatesta que tenía por propósito firmar la paz entre ambos potentados. Era el tal Malatesta “uomo rustico, zoppo e deforme” (“zoppo” significa rengo). Ella se enamoró de su cuñado Paolo. Así narra ella lo sucedido: (versos 103-106)
“Amor, ch´a nullo amato amar perdona
Mi prese del costui piacer sì forte,
Che, come vedi, ancor no m´abbandona.
Amor condusse noi ad una morte.”
En la traducción española de Juan Barja y Patxi Lanceros queda así:
“Que Amor, que fuerza a amar al que es amado,
Por éste me infundió tan gran deseo
Que, como ves, aún no me abandona.
Amor nos llevó así a una misma muerte.”
Notamos cómo la explicación de toda esta tragedia está centrada sobre la fuerza poderosa e invencible de Amor, elemento cósmico irrefragable, que hace y deshace a su gusto con los débiles mortales. Nos recuerda la defensa que Gorgias de Leontinos utiliza para su apología de Helena de Troya, la adúltera por excelencia, afirmando que nadie puede oponerse a Eros, quien además, en la creencia de los antiguos griegos, era un dios. Más adelante, en su segunda intervención, Francesca pronuncia las siguientes palabras: (vv. 121-123)
“…Nessun maggior dolore
Che ricordarsi del tempo felice
Ne la miseria; e ciò sa´l tuo dottore.”
En español nuevamente:
“No hay dolor más grande
Que recordar el tiempo venturoso
En la miseria. Bien tu guía lo sabe.”
Curiosamente en la obra de teatro romántico El Trovador, de Antonio García Gutiérrez, se incorporan al texto en forma de tres octosílabos los versos del Dante arriba citados, en claro homenaje al poeta florentino. Veámoslos:
“¿Hay nada más doloroso,
Más terrible que el hermoso
Recuerdo del bien perdido?”
Este drama, como es bien sabido, fue empleado por Verdi para componer su ópera en cuatro actos Il Trovatore. De Italia a España, y de España de vuelta a Italia.
Mas antes de comentar estos versos vamos a resumir el desenlace trágico de esta pareja de amantes. Ambos, Paolo y ella, estaban leyendo juntos una obra muy popular en los ambientes cortesanos de la época, los amores de Lancelote y Ginebra en la versión de Galeotto. Al llegar al pasaje del libro en que el célebre caballero besó la anhelada sonrisa de la reina (también casada, y por lo tanto, adúltera), Paolo la besó en la boca todo temblorosa. Entonces el marido, que espiaba a escondidas esta en principio inocente reunión, a causa de los celos y en venganza, los mató a los dos. Ahora volvamos a los célebres versos 121-123 que a primera vista suponen la otra cara de la moneda de la ya citada intervención de Eneas que pretendía animar a sus cariacontecidos compañeros con un discurso de ánimo: “forsan et haec olim meminisse iuuabit”.
Si el caudillo troyano confiaba en que incluso las penalidades y los males fueran agradables de recordar en un tiempo futuro y presumiblemente más feliz, aquí, en boca de Francesca da Rimini, condenada por lujuria en el segundo círculo del infierno para toda la eternidad, acordarse del tiempo feliz en la miseria supone el mayor de los dolores, la pena máxima.
Es curioso que ponga por testigo de la verdad de sus palabras al guía que lo acompaña por el infierno, que no es otro que Virgilio, el escritor del parlamento de Eneas. Y esto lo sabe el “dottore”, doctor, maestro o guía, o bien porque también él está condenado al infierno al no haber podido participar del bautismo de Cristo por haber nacido antes de tiempo, o como escritor de aquellas seis palabras que aquí hace girar y que reinterpreta, tornándolo de una exhortación a la esperanza que era en su origen, en una desesperación absoluta sin remedio alguno, en lo que parece desdecir al “altissimo poeta”; y por último cabe también una tercera posibilidad, y es que Virgilio, siempre según Francesca da Rimini, bien lo supiera al referirnos en el libro IV de la Eneida los sufrimientos de la reina Dido al enterarse de la partida de Eneas con su flota; sabido es que la reina, enamorada hasta las medulas del héroe troyano, no pudo soportar la ausencia de éste, máxime al recordar su breve relación cuasi matrimonial, y se suicidó, víctima también de Amor. Cada uno de estos motivos puede justificar el aserto de Francesca ante cualquier cuidadoso lector. O puede que los tres juntos. Pero es en cualquier caso indudable la dependencia de Dante en relación a su admirado Virgilio, así como la otra influencia del poema de Alighieri, la que emana de la religión de Pablo de Tarso y conforma la ideología de la Divina Commedia.
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Santiago Blanco del Olmo